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Por Marcelo Acevedo
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¿El rock está muerto? La respuesta es un rotundo no. El rock está bien vivo, solo que ya no se lo encuentra en el mainstrem porque perdió popularidad, o como dicen los Bestia Bebé “El rock and roll pasó de moda”. Pero tampoco es necesario descender al under para buscarlo: no hace falta recorrer antros llenos de rockeros borrachos y fumarse cinco bandas hardcore-punk espantosas para encontrar esa joyita escondida a las cuatro de la madrugada, ni buscar por toda la ciudad aquel cassette mal grabado y con audio ultra lo-fi, objeto preciado que contiene esas canciones que nunca vas a escuchar en la radio. A los Winona Riders —una banda psicodélica que posiblemente sea lo más interesante que está sucediendo en el panorama actual del rock argentino— se los encuentra fácilmente en Spotify. Clase B, el último disco de Mujer Cebra —banda porteña de hermosas canciones con sensibilidad postpunk— está completo en Youtube, a un click de distancia. Lo que sí está “muerto”, en cambio, es un tipo particular de rock, una forma única de rockear que es justamente aquella que practicaban las grandes bandas de los ‘70 como The Who, Led Zeppelin o Pink Floyd: el rock de estadios, grandilocuente, ambicioso desde todo punto de vista, un rock que ofrecía discos conceptuales, singles hipnóticos, shows llenos de parafernalia, músculo y extravagancia para miles de espectadores que se agolpaban bajo el escenario de las grandes arenas para presenciar en vivo mastodónticas óperas rock.
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Quizá en la era de la velocidad, la inmediatez, los hilos de 280 caracteres, los reels y los shorts de un minuto de duración, un disco conceptual que exige una escucha completa y atenta puede parecer, a priori, un objeto cultural anacrónico, vetusto y sobre todo incómodo. La realidad, sin embargo, derrumba enseguida esta hipótesis: si revisamos los últimos siete años —por tomar un número al azar— podremos encontrar al menos una obra maestra musical conceptual por año: Luciferian Towers (2017) de Godspeed You Black Emperor, Astroworld (2018) de Travis Scott, Ghosteen (2019) de Nick Cave & The bad seeds, Phanerozoic II de The Ocean (2020), Butterfly 3000 (2021) de King Gizzard and the Lizard Wizard, Mr. Morale & the Big steppers (2022) de Kendrick Lamar o The worm (2023) de HMLTD. El álbum conceptual aún existe, sobrevivió al paso del tiempo y a la caída del rock del Olimpo de los dioses de la música. Lo que “murió”, al igual que el rock de estadios, es la ópera rock. Por eso The wall es un documento fundamental para entender la época dorada del rock, el mejor ejemplo de algo que, al menos por ahora, no se hace más.
Es difícil encontrar hoy en día una obra conceptual tan ambiciosa como el undécimo álbum de estudio de Pink Floyd, una ópera rock que se transformó en un espectáculo en vivo sin precedentes, pero también en una película de culto. Por estas razones era imprescindible que el Mariano Castaño, autor del libro Pink Floyd: The Wall, supiera no solo de cine sino también de música, porque The wall no es sólo un disco, o una película: es una obra conceptual y multimedia donde la poética (las letras) y el aspecto estético-visual son tan importantes como la composición musical. Para analizar la enorme importancia de The Wall en la historia de la cultura popular es necesario tener claro qué es el art-rock, qué es el rock progresivo, como se compone una ópera rock o qué es un disco conceptual; pero también quién fue Alan Parker, qué es un musical, cómo funciona el montaje y cuáles son los aspectos más relevantes de la estructura narrativa cinematográfica. Castaño maneja con precisión todos estos conceptos, pero además escribe con pasión. Todo esto junto hace que este pequeño libro, posiblemente, tenga destino de obra de culto, como el título de la colección a la que pertenece.
“Esta película no podría haber sido realizada hoy. No solo porque no existen más bandas con el poder de hacerlas. El rock de estadios está en extinción. De la ambición artística de una ópera rock solo quedan los restos óseos, como en un museo”, escribe Castaño en uno de los últimos párrafos del epílogo del libro. Y justamente ahí radica la importancia de un disco y una película como The wall: es una reliquia de otra época, que sin embargo envejeció demasiado bien. Lejos está de ser una obra vetusta, no hace falta quitarle las telas de araña para reproducirlo. The wall es un objeto conceptual que aún emociona: lo confirman las salas llenas cada vez que se vuelve a proyectar en algún cine y los nueve estadios de River Plate repletos en el 2012 cuando Roger Waters vino a presentar el show completo. Es probable que dentro de cien años sigamos hablando y analizando The wall. Y es posible, también, que usemos este librito como guía.
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¿Qué diferencia a The wall de otras obras contemporáneas de similares características? En primer lugar los topos de su narrativa: Segunda Guerra Mundial, educación, la vida de un rockstar, drogas, fascismo, locura. Todos estos temas juntos parecen tocar de alguna manera una vena muy sensible de la sociedad de aquella época, y por lo visto también de esta. En segundo lugar la forma en la que está narrada la historia, con una coherencia y unas canciones pegadizas pero al mismo tiempo complejas, como pocas veces se vio. Ni Tommy (1969) ni Quadrophenia (1973) de The Who, ni The lamb lies down on Broadway (1974) de Genesis —solo por poner tres ejemplos de discos conceptuales de la era dorada del rock— tienen un hit al nivel de “Another brick in the wall pt. 2” o “Confortably Numb”: hits radiales, hits reconocibles, tarareables. Canciones que siguen sonando en la radio Aspen junto a “Money for nothig” de Dire Straits o “Losing my religion” de R.E.M. Cualquier persona que viva en el planeta Tierra puede tararear el estribillo de “Another brick in the wall pt. 2”, y seguramente en algún momento habrá gritado “¡Hey, teacher, leave the kids alone!”
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The wall es una obra distinta, única. Tanto Tommy como Quadrophenia tuvieron sus adaptaciones cinematográficas pero, aunque ambas son consideradas muy buenas películas y también exitosas, ninguna de las dos es tan recordada ni tan influyente para la cultura popular como The wall, tanto para lo bueno como para lo malo: la película de Alan Parker llegó a influenciar —inintencionadamente— a un grupo de tarados que claramente no entendieron el mensaje de la obra a crear la Nación Hammerskin, una agrupación neonazi que toma la estética de los martillos cruzados creados por Gerald Scarfe.
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The wall nació en una cabeza (Roger Waters), fue ejecutada por una banda (Pink Floyd) y transformada en evento cinematográfico por un director (Alan Parker) y un diseñador/animador (Gerald Scarfe). “The wall había pasado a otra instancia. Ya no era el producto de la genialidad compositiva de un individuo” escribe Castaño. “En el mundo del cine las cosas funcionan diferente: no hay francotiradores. Las películas se hacen en base al principio de colaboración creativa. El largo camino hasta la instancia definitiva de la obra estaba acabando”. Es un fenómeno cultural complejo que merece un análisis tanto histórico como musical y cinematográfico, y esa es la función de este libro: dar cuenta de la importancia capital de esta película que, en palabras de Mariano Castaño: “Estéticamente está mucho más cerca de Alain Resnais que de cualquier musical filmado hasta el momento. Se sugiere más de lo que se cuenta. Tenemos un protagonista perturbado. Sus recuerdos son de una guerra que no vivió. Sus fantasías lo ponen en el papel de líder fascista que adopta la iconografía y estética nazi (…) Esto no es Hair, ni Fama. Este musical no tendrá tonadas alegres ni redención”. Y sin embargo, con toda esta oscuridad a cuesta, logró convertirse en una película inolvidable para millones de espectadores de diferentes generaciones alrededor del mundo.
Este es el segundo libro de una nueva colección de la editorial Cuarto Menguante titulada “De culto”, y por lo visto no eligieron ese nombre en vano, porque difícilmente pueda encontrarse una ópera rock más importante y de culto que The wall.
Pink Floyd: The Wall
Mariano Castaño
Editorial Cuarto Menguante, 2023
96 páginas
Etiquetas: Alan Parker, Marcelo Acevedo, Mariano Castaño, Pink Floyd, rock, The Wall