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09-02-2024 Ficciones

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Por Bernabé De Vinsenci

Qué explote todo, decías. ¿Te acordás? Muchos como vos en aprietos se aferran al Big Bang. La teoría escéptica por excelencia de la explosión. Pero después hay que ser testigos de la explosión, eh. De lejos se ve imperfecta, linda, inmaculada, como una obra rococó. Entonces decir, Que explote todo, es fácil, parte del augurio que a futuro es indeseable.

Yo creo que algunos, sin embargo, nacen bajo la aureola de una estrella y otros en el estrellamiento de meteoritos apagados y perdidos en la galaxia. Que al chocarse apenas chispean. Se tocan y enseguida caen pedazos y pedacitos de meteoritos como una pared demolida. Una pared vieja y agrietada, en la que es imposible sobre las ruinas pegar ladrillos. Los estrellados no creen en el Big Bang. Quizás, de tanto arrastrarlo, lo naturalizaron. De acá, deme cinco fetas de mortadela, y de acá, tres panes, dicen contando los billetitos de cien.

Yo me niego a creerlo, por ejemplo. Para mí es un poco de resignación. A vos en cambio la teoría de la explosión te sentaba bien y floreciste con viento a favor, bajo la aureola de una estrella. No era Navidad ni Año Nuevo y te alegraba la idea de explotar petardos a diestra y siniestra. En tu conciencia tenías la pancarta “SE EXIGE EXPLOSIÓN”. Como si tuviéramos que reventar como escuerzos. Sin importar a quién el petardo le volara un pie, una mano o un ojo. ¿Y después? ¿Qué creías que iba a pasar después? ¿O qué? ¿Hay o no hay después? ¿Dudás?

En los grandes amores siempre hubo desamores, ¿no es cierto? Aunque uno no quiera y lo niegue. Dinamitan un edificio, por ejemplo, y quedan escombros y aberturas desperdigados, ¿no es cierto? Tal vez no. Tal vez sí. Tal vez me equivoque. Yo qué sé, ¿tengo que saberlo?. Tal vez vos no creas en el después, ¿y quién puede obligarte a que creer en el después? Porque la teoría del Big Bang de base, digamos, es escéptica, arrasadora, con los pies en el presente. Semejante a la motosierra. Incluso vuelve un poco iluso a los incrédulos. Además, ¿qué vas a perder? En el momento de pan y circo de entrecasa y la mente fresca, ¿qué vas a perder? El escepticismo a veces es gratuito y embriaga con felicidad. ¿Qué vas a perder, entonces?, insisto. ¿La entraña de los viernes por vacío de primera calidad? ¿Eso vas a perder?

En tu cosmogonía del Big Bang, ¿pensaste en los que, por ejemplo, cuando comías entrañas como manteca, ellos masticaban falda como chicle? ¿Y ahora? Porque el Big Bang sucedió. El asunto es ahora. Ahora es lo que preocupa: a vos, al paria, al anarquista, al hippie, al clase media alta, al pobre, al mendigo y a mí. ¿A quién no? ¿A quién no puede preocupar la inflación del 120% en seis días? Uno piensa, entonces, ¿qué van a comer los que masticaban chicle? ¿Grasa y hueso? ¿Le van a pedir al carnicero, avergonzados, si les regala desperdicios para perros?

Una cosa es perder la Coca-Light, el helado a delivery y las entrañas, los fangos de billetes en caja de ahorro, y otra es perder el pan con el que se limpia el tuco del plato. Más que acompañar, el pan ayuda a saciar estómagos de comidas que no llegan a abundantes ni a suculentas. No hablemos del tuco con carne, ahora. Tampoco de las salchichas. Olvidémonos. Al menos por un tiempo, quién sabe hasta cuándo. No sé si el tuco ahora es tuco o puré de tomate caliente. Tal vez, con buen pronóstico, un puré de tomate acebollado. Rebajado con aceite.

¿Sabés qué pasa? Ojo, eh, no hablo como el pedantito intelectual de Puán, eh. Me pongo la mano a la altura del pecho y siento un bultito de roca que parece bronca. ¿Sabés qué pasa?, otra vez te pregunto. Yo creo en esto. Quizás delire. Quizás esté abducido por una mala patología y creencias erradas. Insisto, yo creo en esto. Que hay dos Babilonias. La primera de comodidad, vos desparramado en el sillón, viendo TV, series o películas en Netflix y los otros a la suerte de Dios. Digamos, a la deriva, total qué. Total tu cerco está enrejado y vos con la camisa desabrochada, esperando la digestión; y las camisas desabrochadas desbordan de felicidad a los corazones. Aunque los vuelven un poco mezquinos, también. Laten pero a un pulso que no sienten. O sienten algo desinteresados. Y la segunda, ¿sabés?, la otra Babilonia. La Babilonia del Big Bang. De esa Babilonia te hablo. Cuando el mundo explota a diario, semana a semana y, después a vos —digo, cuando te explota a vos, te rompe las rejas— y no te queda alternativa que agruparte con los raspadores de olla de aluminio.

Unos vivían ya con la explosión, esquivando dinamitas, y ahora te toca a vos, qué macana. Te toca: mirar precios, sacar de a puchitos de los ahorros para el día a día, andar en bici porque la nafta cuesta una cirugía de nariz. Qué macana, che. A pesar de que fundaste la teoría del Big Bang y siendo que el Big Bang existía hasta que te alcanzó. Para vos es un poco lamentable, ¿no?, digo, rebajarte con los que viven de las migajas del Estado y raspando ollas de aluminio. Con los que compran marcas de cuarta categoría y abundantes carbohidratos. O que les falta el paladar fino para degustar bebidas caras, comidas caras y que compran tetrabrick, a precio de vuelto, gaseosa de pomelo y hamburguesas Paty. Con los que te afanan los impuestos, ¿no?, parte del IVA y que gracias al Estado, “ese vividor de tu esfuerzo”, “mete mano de bolsillos”, viven “sin laburar” y “panza arriba” papaspando moscas o haciendo zapping en los canales de aire.

¿Sabés qué?, te repito. Tendrías que animarte a poner un dedo del pie en el barro. La puntita del dedo gordo aunque sea. Porque a unos le quitan el pan, literalmente, y a vos el privilegio de las entrañas, ¿te das cuenta? Eso es como los presos que aplauden en el pabellón desesperados y aparece un pastorcito con más muertos en el placar que los muertos de la Chacarita y de Recoleta juntos. Entonces buscan fundar su iglesia (la iglesia de los abibigbangados) y con la desesperación abren una caja de ahorro. Una caja de ahorro en la que se gasta suelas en las calles y se sufre cachiporrazos y balas de gomas.

Nos pasa una cosa en la Babilonia del Big Bang. No es gratuita como se cree. Se genera un batido indigerible. Igual que lanzada de perro. Un batido de agua y aceite. De lo dulce y lo salado. Ahora, ¿pedirle peras al olmo?, a esta altura sería pretender que nazcan jazmines en el desierto. Ahora vos, sin embargo, Que explote todo, Que explote todo, Que explote todo. Lindo leiv motiv. Pero, qué lástima, che, hablabas de la vereda en la que, después del Big Bang, después que explotó todo defendés con garras y dientes, a puño y a patadas. Te decís, La pucha, ¿y ahora?, y vas a arrear desesperados: al “negrito”, al “planero”, “al que no se paga los aportes”. Al que mira el plato vacío y ve costillitas de ternera.

Tu Big Bang al fin de cuentas era de sobremesa, ¿no? Un poco más un poco menos tan pero tan mal no estábamos. Algo de holgado estabas. ¿Por qué te quejabas, entonces? ¿De lleno? ¿Para no deshojar margaritas a las ideas de papel calcado? Casi seguro, ahora vas a decir, ¿Y este?, ¿Por qué habla del Big Bang?, ¿Será darwinista?, ¿Dirá `indios pata sucias como Faustino`? A veces siento el bultito a la altura del pecho, como te digo, y me pregunto, ¿Será angustia? Pero, ¿cómo?, me digo después, diez años de psicoanálisis público y gratuito. Diez años de preguntarme, ¿Qué será este dolor? ¿No será tiempo de que yo aprenda a diferenciar la angustia de la bronca? Un poco, sí. Tal vez sean las dos cosas. Una mezcla de lavandina y detergente. Dos cosas en una, innombrable, un síntoma sin píldora, y que los psicólogos y psicoanalistas públicos y gratuitos no supieron acertar qué es. De mi lado más burro y humano, yo supongo que es bronca. O no. ¿Me estaré muriendo?, eso me pregunto a veces, ¿Será esto la muerte? Hasta discutiría con los psicólogos y psicoanalistas públicos y gratuitos y les diría, Ustedes mienten, basuras, no era cambiar un Amo por otro Amo. Porque la bronca tiene efecto de angustia: nudos, nudos, nudos, leve dolores, leve dolores, leve dolores y después ¡paf!, la depresión y el abandono. No necesito un libro de quejas y escribir En el día de la fecha, etcétera, etcétera, la clase que impulsan el país han tenido comportamientos desconsiderados y pocos amables con, etcétera, etcétera…. Ahora solicitan presencialismo para que, etcétera, etcétera. No. Eso sería buchonear al trabajador.

Ahora, vos. ¿Cómo pudiste pedir un Big Bang cuando en esta cosmogonía los raspadores de olla de aluminio no juegan a especie ni subespecie? Terrible garronazo que ahora, con los ojos bajos, mirés las baldosas y digás, Che, pero antes había un restito, las entrañas y dos vacaciones por año, las paritarias y el bono. ¿Ahora pretendés que los que vivíamos parados en esas baldosas, las baldosas de cuidarse de comprar papel higiénico, carne, shampoo, detergente acompañemos tu tristeza acartonada? ¿Que te acompañemos que ya no puedas con el lujo de las entrañas? Seguro vas a decir que muchos se cruzaron de vereda. Sin un centavo, eh, con una mano atrás y otra adelante. Pero, ¿qué decir? ¿Culparlos? ¿Pedir que vuelva la guillotina? ¿La pena de muerte? ¿No es acaso la miseria de comodidades también miserias del alma, ideológicas, de confusión mental, de deseo? La misera desalma, ¿sabías? No quita el alma pero la recrudece. Implanta ideas delirantes, por ejemplo. Que defiendas el poder adquisitivo que en dos vidas no podrías tener, por ejemplo. Querer una empresa, fama, dinero de la noche a la mañana. Porque las ideas son lo que no se tiene o los que otros quieren que uno tenga. Son propicias al delirio y a la imaginación, a ese “cambio” del remedio por la enfermedad. A creencias falsas y, a veces, siniestras, que vendan los ojos al pasado. Como la idea del Big Bang, la tuya, ¿o no decías Que explote todo, Que explote todo, Que explote todo? Esa idea también fue desalmada. Ahora. ¿Los perdonamos porque no supieron los que hicieron? ¿Como Jesús dijo? ¡Hace dos mil años Jesús pudo apiadarse! Y a vos, me pregunto, ¿quién te juzga? ¿Quién te perdona o te condena? ¿Quién te hace de confesionario y expía tus culpas? ¿Vamos a exigir punitivismo? Habría preguntarse qué es la pobreza. ¿Un plato de comida? ¿Escribir “vaca” con be larga? En esta Babilonia del Big Bang es difícil. Justamente por eso es Babilonia y Babilonia del Big Bang, no cualquiera.

Ahora, algo de lucidez tenés vos. Las profesiones amplían horizontes. Un poco. ¿O por qué hablás entonces del Big Bang? ¿De qué enciclopedia sacaste esa palabra? Eso no se explica. Empatía no te voy a pedir. Sentimiento de igualdad tampoco. No quiero pedirte nada, en realidad. Primero siempre das lo que no te sirve, y encima te pone nervioso desprenderte de zapatillas rotas y objetos empolvados. Segundo, ¿qué decir? ¿Se entiende? ¿Un poco? ¿Mucho? ¿Nada? ¿Todo? ¿Hay que decir que primero vos, la teoría del Big Bang y después, muy después, ver si el que ya no tiene pan para limpiar el tuco del plato te sirve de bulto, arroja esas piedras que vos no te animás? ¿Para qué más palabras? Esto del Big Bang y la explosión es como una ensalada surgida del abecedario.

Ahora, yendo a la realidad, tenemos que pensar qué vamos a cenar mañana. Roguemos no sean milanesas ni alitas de pollo. Roguemos tampoco fideos sancochados de las migajas del Estado. Esos que vienen en las cajas de mercadería. ¿O las dádivas del Estado ya no existen más y ahora estás mejor? Porque Papá Estado, ese “mete mano en el bolsillo”, se hizo agua, ¿no era lo que querías?, y vos y yo nos vemos en pampa y la vía como dos buscavidas recorriendo góndolas y subastas para ver si los abultados billetes devaluados nos permiten llegar a fin de mes. O no saltear comidas.

 

 

 

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