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Por Leandro Diego
Me hice un estudio del sueño. Te invitan a dormir en una habitación de hospital, te sujetan a la cama con una correa, te enchufan una serie de electrodos en el pecho, las piernas, los brazos y la cabeza, y monitorean el pulso de tu sueño: si te movés, si tenés micro–despertares, cuánto tiempo pasás en cada etapa, si descansás lo suficiente, si dejás de respirar dormido.
En cierto momento de la noche, la chica que me había conectado, golpeó la puerta de la habitación y, como no obtuvo respuesta, entró. Algo más entró con ella. Algo que ella no pudo ver ni sentir. La vi mirarme y vi un aura oscura envolviéndola. Quise avisarle pero no pude. Quise moverme, pero tampoco. Estaba despierto y a la vez no. Después de quince años tuve otro episodio de parálisis: salgo tan rápido de la fase REM/MOR (movimiento ocular rápido) que el cerebro se me despierta pero el cuerpo no.
La chica se fue después de ajustar algo en la consola que recibía los impulsos eléctricos de mis conectores.
Lo que vino con ella no.
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Hace un tiempo se puso de moda el término planazo para referirse a un evento o una serie de eventos que, precisamente, planeamos vivir. Nos decimos que la experiencia que vamos a vivir está bien diseñada –por nosotros mismos– o, al menos, que está diseñada de acuerdo con los parámetros que antes de vivirla establecimos como óptimos para ella.
Planeamos, valoramos y compartimos una selfi de su ejecución.
En 1971 Pappo se preguntó adónde estaba la libertad. Habría que preguntarse, ahora, adónde está la experiencia.
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Victoria de Masi entrevistó a Fátima Florez en Mar del Plata. Le concedieron quince minutos después de un show, antes de que la actriz vuelva a Buenos Aires para encontrarse con su novio el presidente. Las cosas se aceleraron y consensuaron reducir el encuentro a tres preguntas. La segunda: …desde el año 2013 hacés temporada como cabeza de compañía. Es una década a la que hay que sumarle la carrera que construiste antes. Como te reconozco dentro de la cultura popular, quería preguntarte qué opinas sobre los recortes… Los recortes que… que pretende hacer el Gobierno en Cultura… Antes de que Victoria termine, Fátima miró el teléfono, miró a su asistente de seguridad, rompió en llanto y se fue.
La cantante argentina Emilia Mernes fue entrevistada por un medio español en el marco de una serie de shows que la llevó por Valencia, Barcelona, Madrid y Granada. La periodista preguntó: …y un poco de la actualidad, justo hoy en España vimos que varios artistas de aquí han mostrado su apoyo a la cultura argentina que en estos momentos pueden sufrir recortes por el nuevo gobierno de (Javier) Milei. Entonces mi pregunta es como mujer argentina y artista, ¿cómo estás viviendo esta situación? Emilia dejó de mirar a cámara y miró a su asistente. El asistente dijo que no hablarían de política. Emilia sonrió y volvió a mirar a la cámara. La voz del asistente dijo que la entrevista había terminado.
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Me gusta pensar que cuando Yōichi Takahashi ponía al Niupi FC en encrucijadas futbolísticas muy verosímiles de las que lo sacaba con chilenas y piruetas extraordinarias nos estaba diciendo que, a un plan táctico sólido, a una muralla teórica, sólo podía enfrentársele con la dinámica de lo impensado: lo inverosímil, la sorpresa.
Tener un as bajo la manga implica también aprender a disimularlo. Administrar la sorpresa es una virtud posterior a la paciencia. La paciencia es una virtud posterior a la confianza. La confianza se logra trascendiendo las emociones.
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Fui a ver Perfect days, la última película de Wim Wenders. Sucede en Tokyo y el protagonista es un limpiador profesional de baños públicos del que vemos, con poco diálogo, su rutina diaria: se levanta, se recorta el bigote, se pone el overol, saca un café de una máquina expendedora, sube a su camioneta y maneja hasta la ruta de baños que tiene asignada. Después de la jornada laboral cambia camioneta por bici y sale a dar vueltas: come, lleva a lavar la ropa, se baña. El fin de semana es apenas una alteración moderada: ordenar las cosas, rebobinar los casetes, comer en un lugar distinto, comprar un libro. Después pasan cosas: aparecen personajes que devienen en ciertas peripecias.
Cuando Truman Capote se entrevistó a sí mismo se preguntó por el deseo que pediría si se le concediera uno. Se respondió esto: Despertarme una mañana y sentir que por fin soy una persona adulta, sin resentimientos ni pensamientos de venganza, sin ninguna emoción infantil e inútil. En otras palabras, hallarme a mí mismo como una persona madura.
Romi dijo que Perfect days le hizo acordar a Paterson (Jim Jarmusch, 2016). Hay algo en la relación que los protagonistas tienen con sus respectivas ciudades que los emparenta. Pero también una veneración de la experiencia: el empeño por hacerla prevalecer sobre lo íntimo. La superación del límite que imponen las emociones infantiles e inútiles. Una especie de autocontrol ejercido sin esfuerzo, fruto de un término difícil para occidente porque pone en jaque su idea de intervención: la aceptación.
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Voy caminando por Hipólito Irigoyen a la altura de José Mármol. A pocos metros de un puesto de diarios hay un tipo sentado sobre un balde de pintura dado vuelta. Lee el diario. O lo mira, porque pasa las páginas bastante rápido. Cuando camino a su lado lo cierra, hace un bollo con el papel y, muy indignado, grita: No, que la pague Moyano. Que la pague Moyano, la concha de su madre.
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Cuando uno expone la hipocresía de cualquier vaca sagrada de los progres bienpensantes, se les detona la cabeza e inmediatamente acuden a todo tipo de respuestas emocionales y acusaciones falsas y disparatadas con el objetivo de defender a capa y espada sus privilegios, escribió Javier Milei o quien sea que lo represente en su muro del ex Twitter. Pero la gente de bien también acusa un quiebre emocional cuando recibe la estocada de la realidad.
La polarización no es política. La batalla no es cultural. Es emocional. Argentina es un país que no piensa. Un país que vive y vota a partir de lo que siente. Esa es la raíz de su decadencia, si es que tiene de dónde decaer.
La supremacía del propio sentir implica, por definición, la negación del de los demás. Todos sienten que tienen razón y en vez de discutir (lo que implicaría, como dijo Tamara Tenenbaum en esta nota, la seducción no violenta de intentar convencer al otro) ejercen la prepotencia.
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El natural rechazo que suele producirse ante quien cuestiona, en cualquier ámbito, cierta práctica vigente sin recomendar otra que la reemplace encuentra su justificación en una ontológica intolerancia local a la nada. La cultura nacional se cuestiona únicamente cuando se proporciona a sí misma una alternativa para aquello que cuestiona: cuando siente que algo va a cambiar. Prefiere la esperanza urgente de lo que está por venir antes que la reflexión sobre lo que no fue. Vive en un continuo y constante es lo que hay.
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He estado sentado en el patio del sótano / Sí, hacía calor, dice Nick Cave en el verso de Higgs Boson Blues que más honra su apellido. Siempre terraza nunca sótano se lee desde la estación Villa del Parque del tren San Martín dirección a Retiro, al lado de un mural de Messi. La ponderación de la terraza se dice junto a al desprecio por el sótano.
La imposición de un modelo económico, social y político, que en los setenta se hizo por la fuerza y en los noventa democráticamente, parece, hoy, hacerse desde cierto eufórico dogmatismo teórico. Los noventa, ahora, parecen un ensayo, un experimento, una improvisación. No hubo culpa sino ensueño, indiferencia y, tal vez, algo de ganas de vivir una mentira.
Hoy no hay inocencia. Hay negación.
Por eso llora Fátima. Por eso, incómoda, sonríe Emilia. Por eso grita Javier.
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