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Por Leandro Diego
No fumo, no aspiro ni tomo, pero a veces miento un poquito, solía decir Sebastião Rodrigues Maia, que se jactaba de no haber ido nunca al médico y de haber inventado el triatlón nocturno: whisky, merca y porro hasta que se haga de día. Doce de los treintaidós discos que grabó llevan el nombre que un productor le sugirió adoptar antes de una presentación televisiva: Tim Maia. De esos doce, diez tienen su cara en la tapa. Se los puede diferenciar porque en cada uno su cara está cada vez más grande y redonda.
Calificado por algunos como el padre del soul brasileño, su estilo combinaba el funk y soul clásicos con música autóctona y una voz tan grave y profunda que cuando Barry White empezó a sonar en Brasil lo publicitaban como el Tim Maia norteamericano.
El modo en que llegó a mi vida no queda claro. Darío dice que en un viaje que hizo a Buzios, estaba mirando un compilado de goles de Hernán Barcos, ídolo de Palmeiras, musicalizado con alguna de sus canciones. Yo recuerdo haber escuchado O camino do bem en Ciudad de Dios y no parar hasta descubrir de quién era.
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Nacido en Tijuca, Rio de Janeiro, se dice que componía melodías desde los ocho años y que a los catorce convenció al sacerdote de la parroquia de su barrio para que le compre la batería con la que dio sus primeros pasos. Fue amigo de Erasmo Carlos y Jorge Ben y le dio clases de guitarra a Roberto Carlos, con quien formó el grupo The Sputniks en 1957. Cuando estaban por dar un show en televisión, Roberto Carlos primereó una presentación solista. Enojado por la traición de su amigo, Maia disolvió The Sputniks en 1959 y con diecisiete años se fue a Estados Unidos donde trabajó de vigilante, repartidor de pizzas y traficante de marihuana. Integró varios grupos musicales pero ninguno prosperó. Durante 1963 recorrió el país en un auto robado hasta que lo detuvieron en Daytona Beach. Pasó seis meses en la cárcel por posesión de estupefacientes antes de ser deportado.
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Una terraza en un depto de dos pisos por escalera en plena Recoleta, Coronel Díaz y Las Heras. Una obra en construcción de un lado, un edificio a medio habitar del otro y en el medio, La raya, esa parrilla donde iban a comer a puertas cerradas ciertos señores de la farándula deportiva. Yo viví ahí. Con una impunidad para hacer quilombo que nunca volví a experimentar.
Si bien nos habíamos empezado a juntar en la casa de la madre de Sala, en pleno corazón de Urquiza, esa terraza fue nuestro búnker durante algunos años. Una noche, frente al chulengo de Rovira, el encargado–administrador que nos lo prestaba, Darío dijo que pensaba que esto no le iba a volver a pasar.
Los tres ya habíamos vivido bastantes cosas juntos: vestuarios en el Club Vecinal de Munro, viajes madrugones al Mercado Central para estirar el salario, festejos de fin de año y navidades, una anécdota con Bochini en Tecnópolis que sigue deleitando incluso a quienes no la vivieron, muchos asados, muchos viajes en autor.
Quiero decir: ya existía, ya estaba consumada. Pero esa noche, en la terraza de Recoleta, nuestra amistad quedó sellada para siempre en la tapa de un disco. Darío dijo que le había encargado a su cuñado tres copias. Como una ofrenda pagana, nos dio uno a cada uno. Con el tiempo nos enteraríamos de que solo le habían traído dos.
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Después de pasar unos meses preso también en Brasil, Maia se radica en San Pablo y empieza formalmente su carrera solista. En 1968 graba el sencillo These Are The Songs, que se relanzaría en 1969 como dueto con Elis Regina. Firmó un contrato. Su primer éxito, compuesto en 1970 para la telenovela de TV Globo Irmãos Coragem, fue Padre Cícero.
Con el reconocimiento se multiplican sus excesos. Entre 1970 y 1973 graba un disco por año, toma tres botellas de whisky por día, fuma marihuana todo el día, toma cocaína y pasa la mayoría de las noches con prostitutas. Nunca escondió ningún aspecto de su vida. Los medios brasileros (con la ingrata red O Globo a la cabeza) se negaban a pasar su música. Durante esos años, se cuenta que después de un errático intento de depuración, dijo: Me propuse hacer una dieta rigurosa y no probé el alcohol, ni el azúcar, ni comidas grasas. En dos semanas perdí… 14 días.
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A fines de 1974 Tim Maia desaparece. Nadie sabe dónde está. No va al estudio, no va al departamento que tenía en Copacabana, no pasa a cobrar por la discográfica, no va a los bares y boliches que frecuentaba. Al cuarto día aparece vestido de blanco. Se lleva algo de plata, los instrumentos y a sus músicos. Dice que se alejó de las drogas, el sexo y el alcohol y que dejó de comer carne.
Maia había leído Universo en desencanto y su vida había cambiado para siempre. Según el autor del libro, Manoel Jacinto Coelho, que era también el líder del movimiento Cultura Racional, la humanidad pertenecía a la energía racional y no a la energía magnética que causaba todos los males de la Tierra. Para recuperar el equilibrio original, el hombre debía regresar al mundo racional. Esto se lograría leyendo y releyendo el libro hasta entrar en contacto con el Racional Superior, un ser extraterrestre que llevaría a la humanidad al mundo al que alguna vez había pertenecido.
De la imperiosa necesidad de difundir las ideas de Manuel (el mejor hombre del mundo) surgió la obra conceptual Tim Maia Racional, dividida en dos volúmenes (aunque luego aparecería un tercero), editados por su propio sello Seroma (por las iniciales de su nombre original).
A fines de 1975, Maia encontró a Coelho en plena orgía con su propia esposa y tuvo una crisis de fe. A mediados de 1976 abandonó el movimiento y destruyó todos los discos racionales que pudo. Se volvieron álbumes de culto, muy difíciles de conseguir, hasta que la piratería –primero– y el sello Luka Bop de David Byrne –después– los devolvieran a la circulación masiva.
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Cuando Darío cumplió treinta años mandé a hacer treinta vasos plásticos de varios colores, todos con un esténcil de la cara de Tim Maia en el frente. También hubo globos alusivos. Fue lo más exogámico que hice por él hasta esta columna. Hubo gente que bebió de esos vasos toda la noche y tal vez nunca supo quién era.
Fuimos descubriendo su discografía muy de a poco, cuando Spotify recién llegaba y todavía bajábamos discos de StayFree y Demidiscoteca.cc. Cada vez que parecía que lo íbamos olvidando aparecía alguna perla: un disco con canciones en español, otro de los noventa con un sonido muy a la George Benson, Racional vol.1 y 2.
Una noche llevé a un asado una copia de Universo en desencanto. Fuimos picando muchas de las ciento cincuenta y una respuestas que el libro ofrece al interrogador curioso. Recuerdo particularmente esta: ¿Qué es el raciocinio? Un órgano que quedó paralizado porque no había llegado el tiempo de su función.
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Después de su delirium tremens, Maia volvió a los excesos y editó dos nuevos discos homónimos en los que recuperó su sonido funk y soul como si no hubiera pasado nada. De a poco se fue acercando a la música de disco, que lo devolvió al éxito masivo con Sossego, incluido en Disco club de 1978. Cuentan que por eso años se hacía difícil lidiar con él: empezaba tarde los conciertos, a veces los cancelaba y cuando ya estaba arriba del escenario era habitual que se quejara del sonido o mande a sus colaboradores a la mierda.
En los ochenta Maia se empezó a volcar un poco a la bossa y a las baladas romanticonas. Mucho antes de los feat, fue pionero en los duetos. De esta práctica saldría el éxito internacional Um dia de domingo, que grabó en 1985 con Gal Costa.
En 1997 fue candidato a senador por el Partido Socialista: no puedo tolerar que los pobres voten a la derecha, dijo. El 8 marzo de 1998, en pésimo estado de salud, entró a grabar un concierto en el Teatro municipal de Niterói. No lo soportó. Fue trasladado al Hospital Universitário Antônio Pedro, donde murió el 15 de marzo a los cincuenta y cinco años y ciento cuarenta y cuatro kilos.
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Los discos racionales de Tim Maia para mí siempre fueron lo mejor de su producción. Por lejos. Y eso nunca me dejó en paz: ¿es necesaria esa clase de entrega para dar lo mejor de uno?, ¿creer en algo con esa intensidad, estando dispuesto a dispuesto a darlo todo, nos eleva?, ¿la devoción es una forma de la trascendencia, acaso es la única?
Es sabido que la inspiración puede venir del dolor: ahí están, por ejemplo, los famosos discos post separación. Pero el tipo de encantamiento que producen los dos volúmenes de Tim Maia Racional es de otra clase. Se advierte una alegría, un espíritu celebratorio que parece venir de otro lado para despertar algo que estaba tan dormido que, creíamos, ya no se despertaría.
La energía racional existe. Y para mí, para nosotros, en un tiempo clave fuiste vos.
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