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Por Luciano Lutereau
1.
A quien desea, no le alcanza con lo deseado; quiere que, además, este sea deseable.
Por lo tanto, una relación de deseo nunca puede pensarse con un sujeto y un objeto, sino a partir de una relación social -que incluye, por lo menos, dos sujetos.
Esto ocurre incluso cuando hay dos personas: una desea a la otra. Supongamos que esta última actuara el mismo deseo, es decir, se satisface egoístamente sin dar nada (al estilo “me merezco ser deseado”). La conclusión es que el deseo de origen desaparecería, por cansancio o humillación.
La reciprocidad está en responder a un deseo con otro deseo, que no puede ser el mismo. Y donde hay dos deseos ya hay, por lo menos, dos sujetos.
2.
Pensemos un ejemplo típico: a un hombre le gusta una mujer y precisa decírselo a su amigo, para saber qué piensa este, pero en realidad es para apoyar su deseo en el deseo de este.
Complejicemos el ejemplo: a un hombre le gusta una mujer y ella no lo sabe; él no se anima, pero le cuenta a un amigo y, sin darse cuenta, enciende su deseo; finalmente, este avanza y el primero sufre.
Sumemos complejidad: a un hombre le gusta una mujer y esta lo sabe, pero espera que este avance. El hombre se siente frustrado por su cobardía; le habla de la mujer a un amigo e incluso le dice que ella lo mira (lo que no es cierto). Este avanza y la mujer acepta, decepcionada porque no puede interpretar de otro modo que como desinterés que el primero no la haya buscado; entonces este redobla su frustración y ahora odia a la mujer. Tendríamos que decir que la desea odiándola.
La primera situación es la estructura básica, la segunda podría ser una anécdota de adolescencia y la tercera el argumento de una comedia con final trágico. Cuando dos personas están a solas, el deseo tiende a perderse. Quizá por eso quienes se desean tienen tendencia a exhibirse o exigen la mirada de alguien más. Y cuando se esconden no es para preservar el deseo, sino para privar a esa misma mirada que los excita. Cuando Lacan dijo que la mirada era la forma privilegiada del objeto del deseo, no es porque sea un objeto, sino porque es el que mejor muestra que el deseo es el deseo del otro.
3.
Así como el deseo de otro puede incentivar un deseo, también ciertos deseos pueden ahuyentar, alejar y hasta producir rechazo.
Por ejemplo, hay una estructura de deseo que todavía ocupa un lugar en nuestra cultura: una mujer estuvo en pareja con un hombre, luego otro la conoce y, cuando este se entera de quién fue pareja, decide interrumpir su deseo.
Hace un tiempo, una mujer me contó la discusión que tuvo con el hombre con el que estaba saliendo, porque salió antes con un hombre de cierto prestigio y, dice ella, el actual no se lo bancó.
Aquí la pregunta es qué no se bancó. Ella tuvo dos interpretaciones: la primera, más superficial, fue relativa a la rivalidad entre hombres y tal vez incluso el segundo decidió castigarla por algo que a ella la excedía. Esta idea de castigo (con el que el hombre también se castiga a sí mismo, identificado femeninamente a la mujer que abandona) llevó a la otra interpretación: él la hizo sentir como una puta por haber estado con ese hombre.
Más allá de la matriz edípica de esta última sensación -que reenviaría a la primera interpretación-, importa que el motivo central sea la objeción de un goce en la mujer. Un goce en la mujer no es lo mismo que un goce femenino.
4.
A veces los hombres tienen más tolerancia al goce femenino que al goce en la mujer. Esto último es lo que llaman “puta” y a algunos todavía les resulta intolerable. El goce en la mujer no es lo que hoy se llama “mujer deseante”. Y todavía hay mujeres que recomiendan a otras que ese goce se note lo menos posible. Tengo una amiga que en su adolescencia, por no cuidar las apariencias, padeció mucho haber sido nombrada como la puta del barrio.
Esta nominación, de un goce en la mujer, no es unilateral de los hombres hacia las mujeres; también se da entre mujeres. Y muestra la vigencia de la fantasía de prostitución en la vida psíquica de los sexos.
Ese goce en la mujer, el de tener a disposición el deseo del otro, es notable cómo supone un saber-hacer asociado a un ocultamiento; la preocupación por la fidelidad -mayor en mujeres que en hombres- quizá sea un velo que encubre y expone este problema.
* Portada: Detalle de «Sueño causado por el vuelo
de una abeja alrededor de una granada
un segundo antes de despertar» (1944) de Salvador Dalí
Etiquetas: Deseo, Luciano Lutereau, Psicoanálisis, Salvador Dalí, sexualidad