Blog

20-03-2024 Notas

Facebook Twitter

Por Camila Onsari

«Y así se disfruta soñando con la comunicación sin malentendidos que
surgiría de una lengua que defina sin equívocos aquello de lo que habla».
Jacques Rancière, Política de la literatura

Cualquier conversación es una conversación entre fantasmas, entre neurosis que se pretenden entender. Cualquier conversación es, por ende, un malentendido. Porque no hay artimaña del lenguaje que nos permita verdaderamente entrar en la piel de un otro. No hay artimaña que logre verdaderamente descolocar a nuestro oído de su lugar, de lo que quiere y puede escuchar. No hay artimaña que nos permita decodificar exactamente lo que el otro quiso decir porque sus fantasmas, sus experiencias y sus orejas son, justamente, otras. El malentendido no es entre dos significados de una palabra ambivalente. En palabras de Ranciere, “el malentendido es entre dos carnes”. Es, también, lo que hace de Perfect days una conversación singular con cada butaca.

En la última película de Wim Wenders escuchamos la voz de Hirayama (Kōji Yakusho) recién hacia la mitad de la película. No hay pregunta a la que él no responda, apenas, con un gesto, una  mirada, un silencio. Y el que pregunta, por ende, repone. Repone lo que Hirayama no dijo y se contenta con eso, con creer haber entendido. El espectador tiene la única ventaja de poder seguirlo con la cámara. Lo vemos trabajar, lo vemos mirando a través de una lupita para ver si la parte de abajo del inodoro quedó limpia, lo vemos entablar diálogo mediante el tatetí, lo vemos sonreírle a los árboles, lo vemos sacar fotos, lo vemos leer, apagar la luz, despertarse con el barrido de hojas, guardar la cama, cortarse el bigote, regar sus plantas, comprar la latita de café, manejar, escuchar música. Vemos así también los pequeños quiebres en su rutina-mundo, vemos sus desvíos, creemos haber entendido sus afectos. Y eso es todo. La ventaja del espectador es tener más gestos para reponer lo que Hirayama no dice ni quiere ni necesita decir. Como si ver desde afuera una intimidad otra implicara, necesariamente, entenderla.

En esta película no hay demasiados diálogos que podamos recuperar para elaborar conclusiones al salir de la sala, no hay palabra ni código común que al menos nos permita creer que podemos objetivar lo que vimos. (Gracioso cómo nos creemos soberanos de la palabra, infalibles traductores de lo otro; cómo olvidamos que no la palabra sino el significante es lo que nos escribe, nos gobierna, a nosotros.) Sí hay gestos, hay medias sonrisas, hay leves movimientos de cejas, hay canciones o luces que encienden de tal o cual manera una mirada, una risa, un llanto. Pero no todos le prestamos atención a la misma sonrisa, la misma ceja, la misma luz ni la misma mirada. Perfect days será una película completamente distinta dependiendo de la butaca. Y sí, todas las películas, en mayor o menor medida, lo son. Pero acá ese malentendido ineludible y universal está en primer plano, ese es el diferencial. El foco está en el malentendido que día a día elegimos no ver para sostener, estoicos, las apariencias de una lengua común y sin agujeros.

Con Perfect days cada espectador se vuelve un personaje más, es otro de los extras que le exigen a Hirayama, desesperados, una respuesta. Hablame, decime, dejame leerte. Y ahí, el quid: él no necesita ni quiere responder a tal demanda. Hirayama responde, en todo caso, como él quiere, hasta donde puede. El protagonista de Perfect days está tan bien logrado porque, ante la demanda del adentro y el afuera de la pantalla, mantiene su intimidad, sus decisiones y sus afectos para sí. Ustedes repongan lo que quieran, interpreten como les plazca y conténtense con eso, estén bien con el no saber. Al final, el debate post película se jugará ni más ni menos que en elegir nuestro malentendido.

 

Etiquetas: , , , , , ,

Facebook Twitter

Comentarios

Comments are closed.