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05-03-2024 Notas

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Por Luciano Sáliche

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En un principio fueron improperios. Luego un anuncio oficial. “Vamos a cerrar la agencia Tëlam que ha sido utilizada durante las últimas décadas como agencia de propaganda kirchnerista», dijo Javier Milei en la apertura de sesiones ordinarias del Congreso. Tres días después, el lunes 4 de marzo, Télam amaneció vallada y rodeada por un cordón policial. Los trabajadores que llegaban al lugar, como cualquier mañana de sus vidas, no pudieron ingresar al edificio de la calle Bolívar.

Con la firma de Diego Chaher, interventor de Medios Públicos, se les notificó que “todo el personal de Télam S.E. se encuentra dispensado de prestar su débito laboral por el plazo de siete (7) días con goce de haberes a partir de las 23:59 horas del domingo 3 de marzo del corriente”. Cuando los periodistas de todos los medios privados que contratan el servicio de Télam —Infobae, Clarín, La Nación, El Destape, etcétera— quisieron entrar a la cablera, tampoco pudieron hacerlo.

Al mediodía, el estupor se volvió enojo organizado y un abrazo solidario de trabajadores de diferentes medios, comisiones internas, organizaciones sociales, dirigentes políticos y sindicatos. Carla Gaudensi, trabajadora de Tëlam y secretaria general de la FATPREN, dijo en medio de esa concentración: “Este no es un cierre por algo económico. Lo dijo el Presidente. Es simbólico. Están generando un show con 770 familias que se pueden quedar en la calle. Es la deshumanidad total”.

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Con el cierre de la agencia DyN en 2017 —Clarín y La Nación eran sus mayores accionistas—, Télam se convirtió en la única gran referencia federal del país. Y lo es, además, en el mundo: es la segunda agencia de noticias más importante en idioma español, después de EFE, también estatal. El mes que viene cumple 79 años. Tiene más de 700 empleados, emite más de 500 cables por día y al menos 200 fotografías. Tiene departamentos de video, radio, portal de noticias y redes sociales.

Desde el gobierno insisten con instalar la idea de que Télam es un reducto de militantes y trabajadores improductivos. Basta con rascar un poco la cáscara de ese discurso para que se caiga a pedazos. Por un lado, basta con saber que, como ocurre en los medios privados, la línea editorial la impone la conducción periodística, no sus trabajadores. Y por otro, el profesionalismo se ve diariamente en las coberturas, de eso hay un gran consenso en todo el gremio. 

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Hay algo más que voluntarismo en Manuel Adorni. Como vocero presidencial encarna la narrativa oficial, sí, pero en él hay algo que excede su tarea de funcionario público. Cuando bromea con “Saluden a Télam que se va” envuelve la noticia del cierre y los despidos con una gratificación extraña que se revela personal e íntima: como si disfrutara en anunciarlo, como si encontrara placer en ese daño, como si su lengua fuera la lengua de la crueldad y ahora por fin puede hablarla.

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No hace falta meterse en la kilométrica carrera de Comunicación de la UBA o acumular maestrías en la materia para saber que el rol de una agencia estatal en este conflictivo y voraz mundo sobreinformado es muy importante. Dejar en manos del mercado la producción de noticias nos lleva a un callejón sin salida con tres grafitis enormes: editorialización constante, fake news y clickbait. La comunicación es muchísimo más que un juego de pérdidas y ganancias.

“Improvisar desde el dogmatismo puede causar mucho daño. Ya lo ha hecho en el pasado”, dice Martín Becerra en un posteo de su blog personal. También dice que “prescindir de las funciones que brindan medios estatales como Radio Nacional, el Canal Encuentro o la Agencia Télam, eliminándolas, en lugar de mejorarlas cuando corresponde, empobrece el ecosistema de comunicaciones, lesiona el acceso de la ciudadanía y afecta el federalismo”.

El desafío es pensar fuera de la lógica del lucro, pero también fuera de la lógica de la novedad y la moda. “Son medios que desarrollan producciones y contenidos donde no hay lucro mediante”, dice el investigador, y concluye el texto señalando dos ejes que “deben ponderarse en las políticas públicas de comunicación”: “la importancia del medio como productor y difusor de noticias tanto hacia organizaciones periodísticas como hacia la ciudadanía, y los derechos de sus trabajadores”.

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“Télam debe ser cerrada, no tiene razón de existir”, dice Hernán Lombardi, el hombre que encabezó el vaciamiento de 2018. Su argumento es que “nunca pudo cambiar su rol de agencia de propaganda del gobierno”. Sin embargo, durante el conflicto que mantuvo con los trabajadores de la agencia por los 357 despidos —fueron 119 días de huelga—, hizo todo lo posible para que continuara informando: montó una redacción paralela en Tecnópolis con un pequeño grupo de carneros. 

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En 2022, la revista Seúl publicó un artículo de Roberto H. Iglesias en dos entregas: “Periodismo de Estado”. Luego del recorrido histórico, que parece más ligado a justificar un prejuicio que a llegar a una hipótesis —”Télam nació fallida y así continuó para siempre”—, el autor se pregunta por su destino y concluye, sin sorpresas, en que: 1) “el Estado no tiene por qué tener una agencia de noticias”; y 2) “si hay una función que no puede ser estatal por definición es el periodismo”. 

Y digo sin sorpresas porque de la gestión del macrismo se dice simplemente esto: “Que a partir de 2015 se trató nuevamente de hacerla plural, pero siguió conservando la incompatible condición noticiosa y de administradora de la publicidad oficial. Y que a la vez, en un intento por reconvertirla, que incluyó una etapa de despidos en la cual se denunciaron casos de injusticias o nombramientos con conflictos de intereses, disparó una fuerte campaña sindical y K”. 

“Desde la pandemia, el ‘plan platita’ y el ‘perdimos ganando’ (¿o era al revés?) volvió a ser manejada con criterios parecidos a los de la etapa kirchneristas previa”, y decide no ahondar en un episodio para nada menor: los 357 trabajadores despedidos de 2018 que la Justicia ordenó revertir. En el medio, entre los despidos y las reincorporaciones, la organización de los trabajadores de Télam y del gremio en general fue crucial; ese parece ser uno de los blancos a los que apunta este cierre.

Ayer, en el diario uruguayo El Observador, un artículo firmado por Fernando Pedrosa —“Télam, crónica de un final anunciado”—, se afirma lo que Iglesias sugiere: “Posiblemente la gestión macrista fuera la última oportunidad de hacer algo medianamente razonable y esos mismos sectores la boicotearon radicalmente”. ¿Qué sectores? “La oposición a cualquier cambio fue total, por parte de los sindicatos, el progresismo político y cultural, y buena parte de la corporación periodística”.

Si existe el periodismo de Estado, ¿podemos hablar también de periodismo empresarial? ¿Qué clase de periodismo consigna la imposibilidad de ejercer el oficio desde un lugar que no sea el que dicta el mercado, el que dicta el capital? ¿Acaso no habíamos acordado, como se definió en la fallida Ley de Medios, que existen tres sectores: el público, el privado y el comunitario? ¿Qué pasa si dejamos la comunicación en manos de un grupo cada vez más reducido de empresas privadas?

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La historia de la agencia se lee con lujo de detalle en las 466 páginas de Télam, el hecho maldito del periodismo argentino: una historia narrada por sus trabajadores (Mil Campanas, 2019), de Ariel Bargach y Mariano Suárez. El libro aborda el conflicto de 2018, recorre minuciosamente la historia de la agencia —reflexiona constantemente sobre sí misma— y teoriza sobre el rol de la comunicación. Pero lo mejor es el anecdotario de décadas de redacción con sus ponderaciones y venganzas.

Un breve subrayado: “De la retórica de Moreno, Hernández o Walsh a la lógica de la operación y el tráfico de influencias hay una degradación. Pero la realidad es necesariamente compleja. Y en las grietas de esos modelos cuasi universales hay hombres y mujeres. Trabajadores. Vasallos y rebeldes. Francotiradores. Periodistas. En el caso de Télam, 75 años de historia atravesados por contradicciones, tensiones; gritos y silencios; luchas y resistencias. Un entramado todavía presente”.

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Télam es algo más que una agencia pública. Es algo más que un medio de comunicación del Estado que abastece a los medios privados, que alimenta el golpeado federalismo argentino y que marca una forma de hacer periodismo en Argentina. Télam es también una buena muestra de cómo la organización colectiva vence el tiempo, un lente para mirar la historia del país y una porción valiosa de lo que entendemos por soberanía. Télam es todo eso y mucho más.

* Foto: Shok Argentina

 

 

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