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24-04-2024 Notas

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Por Luciano Sáliche

I

Edgar Degas era agorafóbico: le tenía pánico al aire libre y lo enmascaraba con cinismo: se burlaba de los pintores en plein air —los artistas que sacaban el atril a la calle, al campo, y pintaban al aire libre—, les decía que no tenía sentido, que estaban perdiendo el tiempo. Las mejores pinturas de Degas son, ciertamente, las de interior. Hay dos series exquisitas que se amalgaman: la de músicos de orquesta y la de bailarinas. Hay una pintura muy famosa, Los bebedores de absenta, donde retrata a una mujer en un bar con la mirada completamente perdida. 

Un día quiso ver qué había allá afuera. Desde su estudio, abrió la ventana y miró el cielo. Descubrió… bueno, lo que descubre cualquiera que abre la ventana. Fue a fines de la década del 60, en el siglo XIX, a sus 35 años. Forjó una pequeña obsesión con las nubes. Comenzó a salir, hizo varios paisajes de Saint-Valery-sur-Somme: playas, pueblos, callecitas, tonos pastel, mucha luminosidad. Se volvió, sin quererlo, un pintor en plein air. Se olvidó, de pronto, de todo lo demás: los conciertos, los escenarios, los bares, la calle, la gente, todo. Se quedó a vivir en una nube preciosa.

II

La nube en la que vive Javier Milei es preciosa. Lo es para él, para el gobierno, para sus trolls, para sus fans. Desde el balotaje del 19 de noviembre de 2023, en esa nube había 14 millones de personas, el 55,65% del electorado. Con el correr de los días, esa nube se comenzó a desconcentrar, a achicar, a empequeñecer. Sigue grande, es enorme, pero las últimas manifestaciones mostraron una novedad: gente, mucha gente, afuera de la nube, debajo de la nube, mirándola, contemplándola, despreciándola. La Marcha Federal Universitaria fue una gran estocada.

De hecho, la estocada fue tan contundente que el presidente respondió con cinismo. Posteó una imagen hecha con inteligencia artificial de un león —el león es él— bebiendo de una taza en la que se lee, con letras sobreimpresas: “lágrimas de zurdos”. “Día glorioso para el principio de revelación. Quien quiera oir (ver) que oiga (vea)”, puso de epígrafe en una alusión al mantra místico libertario: “No la ven”. “Viva la libertad, carajo”, cerró. Algo pasó en esa nube: esta mañana escuché a Sergio Lapegüe decir que ese posteo fue “el primer traspié de Milei”. Algo pasó en esa nube.

III

Javier Milei casi no habla de su propia boca. Toda su comunicación está basada en una suerte de desdoblamiento polifónico: un coro de voces que lo nombra y lo adjetiva, y él reproduce. Si las redes sociales posibilitan construir una máscara que homogenice una identidad cerrada, Milei se consolidó como pocos en una voz disonante en ese plano. Pero no está solo, es decir: hay algo más que su propia cuenta, que su propio usuario: en su feed se puede ver desplegado el collage de videos, fotos, gráficos, imágenes hechas con inteligencia artificial y agresiones a mansalva.

“Me divierto”, le dijo Milei a Sol Pérez en el año 2009. Estaban en una mesa redonda, en un programa de televisión llamado Las Rubias. Estaban teniendo una discusión bastante trillada sobre el rol del Estado y los motivos de la pobreza en la Argentina. Cuando la panelista le preguntó por qué retuiteaba a gente que la insultaba, Milei fue escueto: “No es un tuit mío. Un retuit es un retuit. Si no les gusta, no es mi problema”. Ante las repreguntas, insistió: “¿Los escribí yo? ¡No pudiste encontrar ninguno escrito por mí!” Y más tarde, insistente: “¿Son tuits míos? ¿Son tuits míos?” 

Ahora, su cuenta de X (Twitter) es un Frankenstein digital que grita, entusiasta y afiebrado, que Milei es “fachero”, “un tipo querido”, “un tipazo”, “un rockstar”, que “el gobierno se encuentra en su mejor momento” y que “la imagen positiva del presidente no para de crecer”. Es una narrativa hecha a retazos: hay canchereo así como también una aparatosa necesidad de evangelizar. Pero de pronto la lógica falla y el halago y la glorificación no aparecen en boca de tuiteros o periodistas. De pronto, es él mismo quien se halaga con un, por ejemplo, “fenómeno barrial”.

Si bien la operación tiene cierta solidez estratégica, en el detalle de cada argumentación se percibe la burda trampa. Dos meses atrás, El Trumpista —foto de Trump en el perfil y de Milei en la portada, 129 mil seguidores, “De derecha. Militante LLA”— posteó una encuesta. Hay emojis, información pero no hay link. Habla de la imagen del presidente: positiva, 68%; negativa, 29%; no sabe, 3%. Según se lee, se hizo el 5 de febrero —el día anterior al tuit— sobre 7.914 casos. No hay más datos que eso. Milei retuitea. FixData es la encuestadora, pero no existe. Es un invento. Es mentira.

IV

Hablando de encuestas, hace unos días, sobre una base de 1255 casos, Alaska y Tres Punto Zero hicieron una pregunta: ¿cómo evalúa la gestión? En general, el resultado es positivo: a las opciones “muy buena” y “buena” la marcó el 50,8%, mientras que “mala” y “muy mala” el 48,8% (el resto, 0,4%, “no sabe”). Según las categorías, las respuestas cambian. Entre las mujeres hay más imagen negativa, lo mismo ocurre con el AMBA en comparación al interior, y en cuanto a la edad: a mayor edad, más alto es el rechazo al gobierno. Pero hay un segmento que sobresale: la educación. 

Si quienes cuentan con primaria y secundaria inclinan la balanza por la positiva (33% vs 66,5% primaria y 48,7% vs 51,2% secundaria), los universitarios dan el batacazo: el 63,4% califica la gestión de negativa. Probablemente sin saberlo ni buscarlo, al desfinanciar violentamente las universidades públicas, el gobierno rivalizó con el segmento más opositor de la sociedad. Cuando funcionarios de la Libertad Avanza, periodistas oficialistas y fans del mercado en general se preguntan quién organizó la marcha de ayer, la respuesta es simple: la incompetencia del propio Milei. 

V

Como Degas, Milei sigue fascinado en su nube preciosa. Mira hacia abajo y ve trazos torpes, oscuros, fealdad. Abajo, en el suelo, la marcha se narra a sí misma: no solo es política, también es una movilización “contra el gobierno”. Y es, además, según las palabras de Eduardo Feinmann —¡Eduardo Feinmann!—, “una causa capaz de unir a la nación en su conjunto”. Se puede leer como una defensa a la universidad pública, pero también como un ataque a las políticas de ajuste. En ese caso, las lágrimas de zurdo que toma el león libertario no serían otra cosa que un rico juguito de cicuta.

 

* Portada: “Estudio del cielo” (1869) de Edgar Degas

 

 

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