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04-04-2024 Notas

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Por Luciano Lutereau

1.

Todo lo que existe es ambiguo; nada se revela con un solo perfil. Y la ambigüedad -como predicado fundamental de la existencia- requiere un estado de ánimo específico: la tolerancia que se cuida de la prisa por concluir.

2.

El mundo no es una superficie cerrada, sino un conjunto abierto de acontecimientos que nos impactan. Cuando nos ensimismamos y evitamos los impactos, el mundo se vuelve chiquito y solo refleja una imagen, una sola, como una diapositiva, desde la que -ahora sí- vemos todo. El mundo como imagen, es un mundo interpretado. Un mundo sin mundo. Como cuando vemos una noticia en la tele y opinamos y ya decimos qué pasó, quién es bueno y quién malo, etc., pero no tenemos ni idea. Solo reproducimos sentido común, que es sensibilidad ya interpretada.

3.

La primera resistencia ocurre cuando algo nos impacta. Y si estamos dispuestos a no ceder al sentido común, que incluso nos hace sentir (como cuando nos ponemos tristes por información que circula en las superficies de una red), el impacto resiste si se le concede su ambigüedad: qué pasó, no sé. Qué valiosas las personas que ante el reclamo permanente de opinión, dicen “No sé”. Esta es la docta ignorancia que, de Nicolás de Cusa, celebraba Lacan. No-saber que no es falta de saber, sino ambigüedad productiva y tensión.

4.

Quien acepta no saber, quizá luego tenga un sueño o se encuentre con un signo que precipite la certeza. La estupidez de nuestra cultura está en preguntarle todo el tiempo al Yo qué piensa. En psicoterapia, la tontería llega al colmo de esperar que el Yo sea capaz de decir qué le pasó. Si hubo impacto, no se sabe. Lo ambiguo es la distancia entre el impacto, la pausa que introduce el no-saber y un tercer elemento: la afectación. Si hubo tolerancia antes que prisa, lo que impacta no se va a interpretar sino que va a afectar a través de un saber que proviene de otra parte que no es el Yo.

5.

Ese saber que proviene de otra parte es oscuro, no es claro y distinto; requiere una nueva interpretación, que no será la del sentido común, ya disponible, sino una interpretación a la altura de la ambigüedad. No será un saber, sino que volverá a lanzar el juego del no-saber. Para mí esto es lo básico del psicoanálisis, cuya enunciación se reconoce en personas que no necesariamente son analistas. A veces todo lo contrario. Y hay analistas que piensan y escriben como si fueran bots.

6.

Las sensaciones son oscuras, vienen de lo profundo, por eso cuesta mucho trabajo saber qué se siente. Nada vinculado con el sentir, aunque parezca paradójico, es inmediato. En efecto, la forma inmediata de responder a la sensibilidad es con una traducción brusca; la que está más a la mano es la agresión. Muchas situaciones agresivas son el resultado de una escena previa, en la que no se supo qué se sintió; entonces, paranoicamente se proyecta una acción hostil.

7.

Creo que es en Ladrilleros, de Selva Almada, que dos hombres se dan muerte y no tanto por una rivalidad feroz sino por lo que, en un tiempo anterior, es una situación de tensión ambigua. Algo parecido pasa en el fútbol, cuando la violencia es el modo de poder salir de la captura erótica que produce el otro, ese doble con el que -cuando se trata de clásicos- se juega una indiferenciación.

8.

En ciertas ocasiones, entonces, la agresión no es un instinto primario, sino la forma desesperada de salir de lo oscuro de uno mismo, de una sensibilidad casi mimética. Hay personas que solo pueden recurrir a ese código para poder apropiarse de lo que sienten; sentir se les vuelve una tarea tan compleja, que es en la reactividad que pueden separarse de eso de sí mismos que les resulta insoportable. No se trata de personas que se enojan mucho, tienen ataques de ira o son agresivas, es que solo con esas actitudes logran tener una relación posible consigo mismos. Lo ficticio de su pasión se comprueba en las trivial de las situaciones desencadenantes -porque lo ambiguo es tan inquietante como superfluo- como en la rapidez con que se les pasa.

* Portada: «La clarividencia» (1936) de René Magritte

 

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