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Por Joaquín Gallardo
I
Un domingo de mayo, nublado y algo lluvioso, encontré en una librería De profundis, un texto de Oscar Wilde en el que le escribe, desde la cárcel, una carta llena de reproches a Bosie (Alfred Bruce Douglas), con quien tuvo una relación amorosa. Wilde, el 6 de abril de 1895, fue preso luego de perder un juicio que le había realizado Alfred Douglas, padre de Bosie, acusándolo de sodomía y grave indecencia. En esos dos años en prisión, Wilde escribió la carta.
Mientras leía sus reclamos, noté que Wilde nunca se hace responsable de sus propios actos, los cuales lo llevaron a la ruina económica, al dolor y, finalmente, a prisión. Me pregunté cómo lo escucharía en el consultorio, ¿qué hubiera podido hacer el psicoanálisis con él?
II
Al principio del libro, Wilde describe una pelea con Bosie, ocasionada porque el escritor se tomó vacaciones, no invitó al joven y este se enojó, armó un escándalo en un hotel y le envió telegramas de “tono furibundo”. Wilde decide huir “despavorido al extranjero para terminar definitivamente contigo (Bosie)”. Estando en París, recibe telegramas con ruegos y arrepentimientos de parte del joven amante, quien lo amenaza con no viajar a Egipto, sobre lo cual Wilde escribe: “A todo esto, había sido yo quien le había rogado a tu madre que te enviase allí para apartarte de la vida deshonrosa que llevabas en Londres; y sabía también que si tú no hacías ese viaje, tu madre sufriría un gran disgusto. Por cariño a ella, me uní nuevamente a ti, perdonando el pasado y cerrando los ojos frente al futuro”. Ese recorte despertó mi primera alarma, ¿por cariño a la madre se reconcilia con Bosie? ¿Qué clase de explicación es esa?
En el mismo sentido, Wilde escribe: “Mientras estábamos en Salisbury, te hallabas muy inquieto, porque un viejo compañero te había amenazado por escrito. A tu pedido, me entrevisté con él. El resultado fue que me perdí por ti. Quedé comprometido a cargar con el peso de todo lo que tu habías hecho y responder por eso. (…) Otro día me pediste que escribiera una colaboración para un ignoto periódico estudiantil de Oxford que pensaba fundar uno de tus amigos. Sólo por amor a ti, envié una página de paradojas que tenía destinada para Saturday Review. (…) En eso se basó parte de la acusación del fiscal”.
Respecto a la madre, agrega: “Me preguntarás cómo contribuyó tu madre a mi ruina. Verás; así como tú te dedicabas a descargar sobre mí todas tus responsabilidades concretas, tu madre se esforzaba en descargar sobre mí todas sus responsabilidades morales que tenía respecto de ti”.
Hay varias citas como estas, en las que Wilde se desresponsabiliza de aquello que decidió y cuáles fueron sus propias causas. En su relato, él se ubica como la víctima de las demandas o deseos del otro, como un hombre que no podía elegir por sí mismo, que quedaba atrapado en las palabras y pedidos de los demás. ¿Es así? ¿Tanto se aliena un sujeto que desconoce los propios motivos que lo llevan a tomar decisiones? ¿Qué diría Freud al respecto?
III
Mientras cursaba Psicología, a diario escuchaba ¿cuál es tu propia parte en el desorden del que te quejas? Resulta que Freud, en 1905, publicó un caso de una paciente histérica, conocida en el ámbito como Dora, que llegó al consultorio padeciendo síntomas físicos y quejándose de una situación que vivían su padre y otros personajes, pero que ella misma sostenía y hacía de engranaje, sin querer saberlo. La perla que nos dejó ese caso es entender, como psicoanalistas, que muchas veces los pacientes son responsables de su malestar, son los propios generadores de eso que los afecta. ¿En qué sentido? Si tomamos a Wilde de ejemplo, la ruina económica y su encarcelamiento fueron consecuencias de las decisiones que tomó él respecto a su relación con Bosie. Específicamente, cada vez que Bosie le pidió dinero para satisfacer sus caprichos económicos, Wilde accedió (aclarando, incluso, que llegó a gastar en una semana con Bosie, el dinero que usaba durante meses para vivir). Asimismo, cuando Bosie le pidió que le hiciera una demanda a su padre, con quien estaba enemistado, Wilde lo hizo, perdió el juicio y el padre le inició otro que, finalmente, derivó en su condena y encarcelamiento. Todo esto Wilde parece saltearlo. Es experto en encontrar culpables y responsables de sus desgracias y sus males, sin detenerse (más que cínicamente en un párrafo), a interrogarse por qué tomó esas decisiones, qué buscaba con decirle que sí a los pedidos de Bosie.
Si Wilde se sentara en el diván de Freud a acusar a todos los personajes que “contribuyeron a su ruina” y Freud le hiciera su famosa pregunta, ¿detendría su querella epistolar? ¿Se preguntaría por qué él tomó cada una de esas decisiones y accedió a esos pedidos? ¿Se interrogaría qué posición toma cuando se enamora de un hombre?
IV
El final de De profundis no toma a nadie por sorpresa: Wilde le escribe a Bosie que anhela volver a verlo para su primer verano fuera de prisión. Leí algunas notas por fuera del libro y cuentan que, una vez liberado, ellos se encontraron en Nápoles y para Wilde, según detalla en una carta a un amigo, fue una decepción. Bosie no tenía dinero y continuó viviendo a expensas del escritor. Cuando este se acabó, el joven partió definitivamente. Oscar Wilde no volvió a escribir y murió en la indigencia, en un hotel en París, alojado con un seudónimo, a sus cuarenta y seis años.
Quedé inquieto con una pregunta que se mantiene vigente en mí como analista, lo cuestiono en mis supervisiones y lo hablo en mi análisis: ¿puede el psicoanálisis revertir el destino neurótico de un sujeto?
* Potada: Retrato de Oscar Wilde, por Napoleón Sarony en 1882
Etiquetas: Alfred Bruce Douglas, Joaquín Gallardo, Literatura, Neurosis, Oscar Wilde, Psicoanálisis