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19-06-2024 Notas

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Por Agustin Zalazar

No dormir es una forma de tortura. Al cuarto o quinto día empezás a ver cosas que no están ahí, a no poder hacer las acciones más básicas: abrir una puerta con llave, hacerte un té. Es como si el cerebro se pusiera en reposo en un intento desesperado de autopreservación. Eugenia, entonces, parece no poder dormir hace años. En su insomnio está despierta dos veces, habla con el demonio de su parálisis de sueño en forma de una vieja que la acecha, negocia con el despertador como en una toma de rehenes, coquetea con dormir con un linyera en la esquina de su cuadra si eso le garantiza poder dormir aunque sea unos minutos. 

Porque como no duerme, Eugenia va sonámbula por su vida. Dormida da clases. Dormida atraviesa exámenes médicos. Dormida maneja. Dormida saca los cuerpos de sus hijos calcinados de un incendio. O no, porque entonces se despierta, el primero de una serie interminable de falsos despertares en los que Eugenia se cree monstruo marino, se disocia de su cuerpo, devora a sus hijos, para ver si en alguna de sus encarnaciones puede dormir. Para Eugenia solo existe el presente continuo, porque los sueños pasan así, en presente. Quien los sueña los crea y los descubre en simultáneo. Soñar es ser a la vez director y espectador. 

Pero Eugenia no parece sorprenderse de nada de lo que le pasa, a medida que deja que la locura de su pesadilla la envuelva. Porque no dormir para ella se convierte en el placer exquisito de la autodestrucción, el placer de negar su pareja, su maternidad, su trabajo, su cuerpo, su cordura. Eugenia, calmate, le pide su marido mientras los médicos le ponen una camisa de fuerza. Eugenia, despertate, le pedimos quienes la leemos, aterrados por el delirio febril en el que se va convirtiendo página a página su monólogo. Un monólogo interminable, lleno de preguntas que Eugenia se hace para intentar hacer pie, de órdenes que se da a ella misma e inmediatamente ignora, de intentos de reaseguro que la saquen de la duermevela constante en la que se convirtió su vida. 

Carolina Bugnone escribió un libro torrencial, con un ritmo implacable y profundamente perturbador. Salió por la Colección Narrativa de Qeja, editado por Leticia Martin, ideal para leer en las noches de insomnio.

Carolina Bugnone (1974) nació en Concepción del Uruguay, Entre Ríos, y reside en Mar del Plata. Poeta, narradora, docente, música, editora, psicoanalista. Publicó Humo (Premio Osvaldo Soriano, 2011), Hasta las seis hay tiempo (El 8vo loco), Cuando te despiertes, las chicharras (Goles Rosas), Los perros de mi vecina (Goles Rosas), Las primas de Villaguay (Peces de Ciudad, reedición CEPES ediciones), Se nota que sos nuevita (Malisia), Una niña ideograma (Halley).

Eugenia, calmate es un libro urgente, con el que es inevitable reconocerse en algún punto: no solo con las dificultades para dormir sino también el burnout parental, la angustia diaria de no llegar a pagar las cuentas, la vorágine constante que es la vida en una metrópolis, la distancia emocional insalvable con la persona con la que se comparte una cama, la relación ambivalente de una madre para con sus hijos. Está narrado con el humor negro, el sarcasmo y el tono desafiante que parecen ser las únicas armas que se tiene contra estos problemas, con un lenguaje certero e imágenes vívidas y potentes.

Eugenia, calmate
Carolina Bugnone
Queja Ediciones, 2024
124 páginas

* Portada: Detalle de «Muchacha dormida» (1657) de Johannes Vermeer

 

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