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Por Aldana Fernández
“And if you jump,
you just might fall”
U2, Stay (Far Away, So Close!)
Aprovechando el regreso a la pantalla grande de Wim Wenders con Perfect Day, vuelvo a otra obra fundamental de este cineasta: El cielo sobre Berlín. Esta pieza resultó ganadora del premio al mejor director en Cannes en 1987 y retrata la historia de dos ángeles, Daniel y Cassiel, quienes circulan por la ciudad observando la vida cotidiana de las personas con sus pesares, secretos, malestares y alegrías. Deambulan por las calles, saltando de historia en historia con su existencia invisible, carente de emociones y eterna a cuestas. El film posee una mirada filosófica notable, tanto por el tono de sus diálogos como por el uso de los colores y las imágenes. Hay un giro precioso necesario de destacar: el día que Daniel empieza a frecuentar a Marion, una trapecista circense.
Asistimos a un contexto de alta velocidad en las transformaciones de las sociedades contemporáneas, sobre todo por su componente hipertecnologizado, algorítmico y saturado por las IA generativas. A esto ha de sumarse que nos vemos sumidos en un vertiginoso proceso de dominio de la financiarización y monetización de amplias esferas de nuestra vida. Fenómenos montados sobre un mundo profundamente polarizado y un individualismo insaciablemente ensimismado, autorreferente de sí mismo y reificado.
Entonces, ¿por qué continuar hablando de lo imposible? ¿Por qué insistir en esos asuntos tan humanos e irreductibles? ¿Para qué escribir sobre el estatuto poético de esas zonas de enlace y de encuentro? ¿Qué fronteras podemos seguir trazando con lo maquínico? ¿Hay una posición ética en resistirse, tanto a la delegación al algoritmo de todas nuestras decisiones vitales e íntimas, como a la monetización de cada rincón de nuestra existencia? ¿Qué podemos inventar con esto?
No creo que estas preguntas se puedan responder de una sola manera, tal como sucede con la mayoría de las preguntas que casi ninguna puede responderse de una vez y para siempre. En el texto Las clases de Hebe Uhart, Liliana Villanueva dice: “La literatura es un artificio”. Este libro retoma las enseñanzas de Hebe abordando la tarea de escribir y propone: “Así como para escribir no importa tanto el hecho en sí, sino la repercusión del hecho en mí. No es algo que la vida me da, sino lo que yo hago con eso.”
En la película El cielo sobre Berlín o las alas del deseo el cruce entre Daniel y Marion nos permite volver a lo que Alain Badiou llama “acontecimiento”. El filósofo nos dice que el amor se inicia con un encuentro que tiene un estatuto metafísico. Un evento que no ingresa en la ley inmediata de las cosas, una situación contingente de dos diferencias que se encuentran y se sorprenden. Se trata de enlaces que alteran el orden de las cosas y sobre todo los planes trazados. Este cruce nos permite pensar en esa irrupción, en el desborde que sucede inesperadamente y que lleva a modificar la existencia, las decisiones, todo lo que estaba previsto o calculado. Daniel habita de manera fiel aquello que denomina lo acontecimental, empujado por un notable coraje ingresa al mundo y a la vida de los humanos. Su personaje está intervenido por la curiosidad que despierta en él la necesidad de volver a pasar por el cuerpo la experiencia del sentir, tocar a otros y emocionarse; es la llegada a sus días de la artista circense lo que lo pone en movimiento. Con un gesto repleto de valentía y riesgo, decide abandonar su condición de querubín y con esto su inmortalidad.
“¿Cómo debería vivir? ¿Cómo debería pensar?; estar con los colores, nostalgia de una ola de amor que me levante. Esto es lo que me hace tan torpe, la falta de deseo”. Estas reflexiones dan comienzo a una escena con Marión como protagonista, ella se siente profundamente sola aunque en algún punto intuye que dialoga con el ángel, lo que no sabe es cuán cerca está de él. “¿Esta vez va en serio?”, se pregunta sobre el final, confiesa su miedo, su temor y su búsqueda por mejorar los despliegues de sus figuras al aire. Me convoca inevitablemente un fragmento del poeta Néstor Perlongher en su librito Austria y Hungría:
“Y si las trapecistas se alzan,
se toman tan enserio su papel que ya no mueren
en cada salto ya no mueren
caen muy de pie, prolijas sobre un rectángulo de papel glacé”
Hay un deslizamiento sutil que propone una línea que está conectada con lo anterior; muchas veces se tiende a confundir lo imposible con la impotencia. En este punto, la dimensión de imposibilidad no elimina la potencia del acontecimiento. Refuerzo algo importante: no se trata de una invitación al heroísmo o al sacrificio, como lo señaló poéticamente Anne Dufourmantelle en su texto Elogio al riesgo, sino de acercarnos a la idea de una invención frente a lo imposible. Se trata de un hacer que puede actuar como un llamado que interpela. Algo que exalta la potencia y las múltiples posibilidades presentes en todo encuentro, incluso con la imposibilidad que le es constitutiva. Potencia en el sentido del conatus spinoziano, como fuerza y fundamento ontológico que nos empuja a perseverar en el ser y en la necesidad de conocer. Existe una lectura, quizás ingenua, que pone en la imposibilidad la justificación para eliminar todo aquello que no encaja, considerándola sinónimo de lo que no funciona, creyendo en el ideal de que hay algo que sí funciona.
En el Seminario 21, particularmente en la clase 9, Lacan expresa que aquello que se inventa es un artificio que supone una manera singular de abordar el agujero, el goce. La invención es una nueva lectura sobre lo que existe, aunque haya que perder algo para inventar otra cosa. Es similar a lo que le ocurre a Daniel, quien ha perdido su mismísima inmortalidad divina solo para tener la oportunidad de volver a sentir, de empezar a querer a alguien y de amar con los colores de los humanos.
Etiquetas: Aldana Fenández, Cine, El cielo sobre Berlín, Wim Wenders