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Por Pablo Milani
Alemania es la historia de Lola, una adolescente y su deseo de formarse en el exterior. La película transcurre en un lugar tranquilo del suburbano bonaerense a fines de la década del ’90 en el seno de una familia que lucha por no salirse de una clase media ya desgastada. En esta producción argentina/española dirigida y escrita por María Zanetti rápidamente se puede intuir mucho más de lo que se ve. Por un lado, la invisible intersección entre padre y madre y sus dos hijas más grandes, más un hermano pequeño; y por el otro la búsqueda de una adolescente haciendo su propia historia en el que los días a veces pesan y se deterioran, un lugar donde su pequeño mundo gravita como alguien desesperado y vulnerable. Pero hay algo más que desdibuja una geografía entre centros y márgenes que desarma ese conjunto de ascendentes y descendientes que es la familia, Lola está decidida en su rol y percibe un cambio de piel, experimenta su metamorfosis y quiere descubrir qué hay más allá de la noche y pone en juego su deseo sexual abriéndose hacia lo desconocido. La adolescencia de Lola (Maite Aguilar) cristaliza lo urbanístico y lo social y se arriesga sin miedo frente a una familia que vive acorde a una época en plena desintegración.
Padre y madre, (Walter Jacob y María Ucedo) como figuras de autoridad, se miran una y otra vez ante el comportamiento irregular de sus hijas como una nueva complejidad de difícil resolución mientras el hermano menor se contrapone como punto de apoyo y subsiste en esta alteración temporal entre adultez y adolescencia.
De todos modos, como en cualquier parte del mundo, la vida sigue y Alemania goza de buena salud entre calles desiertas en tardes de pleno verano bajo la observación de sus protagonistas. Mientras la película se desarrolla entre colores y texturas dentro de un siglo que termina, la dirección de arte se luce de la mano de Micaela Saiegh (Argentina, 1985). En el caso de Patricia Conta (Igualita a mí), responsable del vestuario, destaca en su forma y estética, no sólo en cómo retratar una época sino que su trabajo también representa un estado de ánimo y acentúa la conglomeración entre sus integrantes. El espacio por donde transcurre la vida de Lola hasta alcanzar su objetivo de ese viaje también la tiene a su hermana mayor como contrapunto, con desenfado y rebelión. Ella se presenta en la trama como fuerza de choque y cómplice a la vez y se articula como sinónimo de un modelo en ruptura. El excelente trabajo de Miranda de la Serna (Julieta) es complejo y explícito y es el otro punto de inflexión de esta familia. Ella padece un desequilibrio emocional y después de algunas situaciones de disciplina que trastocan el ya difícil funcionamiento familiar se decide por lo que creen que es la mejor solución.
Esta descomposición y recomposición de Alemania también se enfrenta con un pasado mejor, el del padre y su fábrica que tuvo que cerrar y la falta de dinero que empieza a empañar la cotidianeidad en el entramado familiar. Así se van produciendo importantes modificaciones en el interior de la configuración del hogar debido a las transformaciones de época entre relación de padres, hijos y trabajo.
En el devenir de la película la intervención de la abuela interpretada por la actriz española Vicky Peña es emotivo y deja una frase que invita a pensar cuando le confiesa a la protagonista: “Cuando tu cabeza es un incendio, el amor no alcanza.” Tal vez aquí se ponen en disputa los diferentes accesos al que cada uno llega a un sentimiento tan fuerte y qué es lo que puede pasar cuando éste se debilita. Esta escena se traduce como esa transmisión ineludible, la imagen inconsciente del árbol de la vida, la representación de la sabiduría, el apoyo y la experiencia entre abuela y nieta.
Pero Alemania es mucho más que la suma de sus partes, aquí la familia se mimetiza con la crisis del país y la hace propia y emerge como vehiculizadora de normas y costumbres y sus modos internos de interacción cobran sentido en el modo de entender las funciones y roles vinculados con la sexualidad, la socialización, el cuidado y la fragilidad de sus miembros. La familia, como institución, considerada como una relación pasado/presente, ha sido impactada en diferentes procesos globales de cambio y la ópera prima de María Zanetti no es la excepción.
La adolescencia en su malestar necesita creer en algo sin espejos en el cual mirarse. En ese juego de figuras no del todo nítidas lo que gana es lo que a veces falta. Es la incertidumbre del propio placer omnipotente y egoísta. Este período también puede ser un campo minado intervenido de componentes individualizados de la cultura, por eso Lola está dispuesta a vivir bajo sus propias reglas en ese tránsito del dolor que es crecer. En ese laberinto sin paredes nace su identidad y su razón de ser.
Alemania quizás puede ser interpretada como la necesidad de ponerle un nombre a algo nuevo, un sitio totalmente desconocido en donde alguien pueda elegir y aceptar sin importar el riesgo. Es el imaginario de una sociedad ignota, el origen de aquello que nos toca sin saberlo y que pueda alcanzar otro milagro, un síntoma inexorable y legítimo. Nadie sabe de ese lugar inhóspito hacia la que se dirige la protagonista, sin embargo el sentimiento de la partida es muy fuerte. Tal vez Alemania sólo sea un escape del cual refugiarse de ese charco de agua estancada que a veces suele ser la vida.
Por último, la utilización de la música, ese ingrediente vital en el vaivén de emociones y amistad de toda adolescencia y juventud es algo a destacar en Alemania y promueve un sentido de pertenencia de esa etapa con efecto y estrategia.
Cuando el sol alcanza la sonrisa de Lola es plenamente ella, con sus dudas y contratiempos, y su presente por el que se desliza no es otra cosa que las herramientas en las que se reconoce y decide transitar dentro de un tiempo determinado en su proceso de vida, y eso constituye su propia esencia y realidad.
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