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Por Cristian Rodríguez
Pepe el Jodido despertó una mañana en el siglo XXI adulto y estirado. Había sol y hacía frío. Se encontró con extraños artefactos que pronto descubrió correspondían a las proyecciones de algunas de las series preferidas que él veía en la TV de la casa de sus padres, blanco y negro. De hecho, Viaje a las Estrellas la habían pasado el último sábado, o eso creyó. Usaba sus patillas postizas pegadas con cinta Scotch a lo Quiroga, como sus ídolos caudillos, pero fundamentalmente imaginaba un país a lo Sarmiento pero sin escuelas, y estaba emocionalmente muy comprometido con ese nuevo resarcimiento golpista que llegaba desde los clamores de la Triple A. Le parecía encantador El Brujo y detestable La Perona. Pepe, aunque era muy chiquito, ya era jodido.
Para él, las cosas siguieron igual por esos días. El muro de Berlín. La Guerra Fría. Los misiles. La Guerra de los Seis Días en Medio Oriente. El Black Power. Y los negros, que hay que destronar de toda existencia por cabecitas negras, y no darles ni miseria, no sea cosa que haya que compartirla. Son los negros tierra adentro, barriobajeros, que vienen a insultar y ocupar los lugares de las supremacías blancas.
Pepe El Jodido descubrió que la tecnología ahora le daba una oportunidad de participar de manera extraordinaria, impoluta y permanente, que había un montón de ecos mediáticos con los que había soñado, que de pronto su voz podía multiplicar en millones y así usurpar ideas incluso detestadas por él. Tuits le llamaban ahora, seguidores, que estuvieran o no del otro lado poco importa. Lo interesante era la proyección del delirio mental. Para ponerse al día, investigó y estudió a su modo en el rincón del vago. Con eso consiguió una banca de Diputados hace un par de años. Y, por supuesto, no aflojó con las patillas que ahora le crecían sin Scotch. Porque descubrió que, a pesar de haber dormido durante casi cincuenta años, en la década de los noventa hubo patillas bien a la derecha. Patillas duplicadas, cuadruplicadas, carreras de cuadrigas de patillas, patillas vencedoras con entrega y privatización incluida. Se lamentó de haberse perdido el Proceso de Reorganización Nacional que tanto bien le había hecho al país. Vio la publicidad del “no compre argentino” en la que un señor se sentaba en sillas que se rompían y otras que no, y las que se rompían eran siempre industria nacional. Y se indignó con lo pérfido que había sido el clamor creciente de un pueblo que puteaba a Galtieri cuando hablaba de política y lo vivaba cuando hablaba de Malvinas, tendría que haber sido al revés, pensó El Jodido. Reconoció en la campera de Ubaldini un gesto reprobable del sindicalismo tratando de popularizarse una vez más. Pero se dijo, si esto es pan, paz y trabajo, y hablamos de 1982, tal vez pueda funcionar el look y Pepe mascullaba, me transformaré en una especie de Sandro de América que canturree al oído y luego vocifere. Les cantaré al oído Penumbras y luego ronronearé Trigal. A las masas, a las que imaginó entonces preñar con su semilla clonada y luego joderlas con una cosecha amarga.
Practicó bastante frente al espejo y cada día le salía mejor. La campera negra ahora representaba cualquier cosa. Escuchó por ahí la palabra freak y también le gustó. Escuchó por ahí la palabra ultraderecha y se excitó. Escuchó una extraña expresión bizarra y brutal, anarcocapitalismo, y entonces explotó.
De un modo insospechado, incluso para él, un día Pepe El Jodido se hizo presidente. Y entonces, de una manera que parecía guionada, empezó a pergeñar una venganza. En esa venganza usaba la palabra casta, mientras jodía a la entera población de un país que se había duplicado demográficamente, aquí no hubo suficiente selección pensó al instante. Mejor rectificar la demasía. Escuchó una canción que promovía el Primer Mundial que ganaría Argentina y también lamentó haberse perdido el momento ancestral en que Videla y compañía tuvieron el dorado cetro entre sus manos.
¿Por qué no retornar a los albores si él era un díscolo y ambiguo viajante en el tiempo? El misterio o la condena le habían dado una gracia, la del salto temporal invertido, la de seguir viviendo detrás de la Cortina de Hierro, yendo y viniendo. Descubrió entonces que no había estado sólo durmiendo, había estado larvando oscuros presentimientos. Se dijo entonces, hagamos una ley que sea anterior a la Constitución, así podré ser el verdadero fundador de este país. Hagamos unas nuevas bases que arrasen con cualquier equidad para este país. Abramos este suelo y hagamos un agujero profundo y sanguinario, El Jodido seguía practicando y se exacerbaba, abramos el juego y matemos indios como lo hizo Roca. No, mejor, indios y personas, que no son lo mismo. Y después, ofrezcamos este territorio al sadismo de nuevos amigos que iré haciendo en el camino. Descubrió que aquella novela que le habían mentado en algún momento a regañadientes, por extraña y prologada por Borges, llamada Crónicas Marcianas, por demasiado humanista, sin embargo, hoy le inspiraba en consonancia ciertos extraños pensamientos mesiánicos de un tal Elon Musk, Trump, Sistema Financiero Internacional y unos amiguitos nuevos que se llaman Vox. La recordó vagamente y se propuso aprovecharla ¿Por qué no ser Sandro de América a viva voz en el Madison Square Garden de cuarta categoría? Y lustrarles las botas en una pantomima de discurso que diga que el horizonte del hombre por quedarle chico a este planeta yace en Marte. Las antípodas con Bradbury son evidentes, ya que lo que vuelve aquí al relato aterrador es el estupor que causa la presencia del hombre, del humano, contagiando con su simple existencia un virus que parece inocuo y mata a todos los marcianos. Y es también la profunda reflexión de aquello que nos hace sensibles al dolor, volviendo una y otra vez sobre aquellas civilizaciones que tal vez estaban extraviadas en el desierto del alma, de lo humano recóndito. Fue la Segunda Guerra la que produjo estos ecos, ecos horribles y perdurables hasta el día de hoy. Y fue aquí cuando Pepe El Jodido imaginó una nueva guerra, pero ya no fría, sino caliente, en estado de ebullición permanente.
Tal vez, uno de estos días nos diga que nosotros somos los marcianos. Y con algún virus letal encuentre la manera eficaz, no tan sucia y desgastante de terminar con nosotros.
Pepe El Jodido se mira al espejo y, como en las malas pesadillas de Disney plagadas de abandonos, huérfanos y traiciones, lo que le provoca es tan pleno, tan prístino, tan perfecto, tan exultante, tan aterrador que no puede más que reír a carcajadas hasta que esas carcajadas lo ahogan de su propio estertor desmesurado. El Jodido sabe que en esta pesadilla o la que elija puede ser Pepe Grillo y Pinocho en simultáneo. Lindo el príncipe que parecía sapo, lindo Dorian ¿Alguien volverá a besarte?
Pepe El jodido hoy es presidente. Pero como sólo se estiró pero sigue chiquito, prefiere un país comprimido y seco que queme hasta los dientes, prefiere una republiqueta mazamorrera afín a los extraccionistas, primarizada, barbárica ¡Cómo le gustó reencontrarse otra vez con la palabra bárbaro, barbarie! Se dijo, ¡qué bárbaro!, ¿no? Pepe El jodido quiere un país también chiquitito, insignificante, regalado al imperio que no tiene nombre ni rostro, y desea para sí mismo una pequeñez que le calce justo en la palma de la mano. Pepe El Jodido se excita con esa palma cerrada, apretando la bolita infecta en la que cree habernos convertido.
Pepe, por jodido que sea se lo dicen, cuidado con tanta provocación y tanto fiero anacronismo. La vida siempre da una oportunidad. Y el que ríe último, dice el dicho aciago, a veces, solo a veces, ríe mejor.
También hay que cuidarse, Pepe, de las leyendas divinas. Porque cuando las invocás, dios concede y también quita. Cuando lo invocás, ¿vos sabés que es lo que escucha? Veremos, y mientras tanto, nosotros, los que aquí hemos permanecido durante décadas de generaciones laburantes y no hemos estado dormidos, vivimos y hacemos en un país que todavía pretendemos extenso, cálido, de mano abierta para el que no tenga y quiera habitarlo.
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