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Por Enrique Balbo Falivene
Siempre muere la gente equivocada; la buena, la útil, la merecedora,
la inocente, pero la malvada, la que es peor, la completamente inútil,
inservible y prescindible es la que sigue ocupando nuestro mundo,
más allá del ciclo de vida que merecen vivir. Pero claramente,
no se necesita ser un sabio para hacer esa observación.
Lo mismo podría gruñir porque las tormentas de granizo
enviadas por Tláloc destruyan el maíz nutritivo,
pero nunca dañen un arbusto de espinas.
Azteca. Gary Jennings (1928-1999)
La primera noticia que tenemos de Mr Chance es que es un jardinero algo particular; puede entretenerse viendo discurrir el agua por las mangueras, contemplar el juego de luces que produce el ocaso entre las ramas de un olmo o seguir el camino de las hormigas sentado sobre sus talones. También sabemos que al acabar su trabajo se dedica a ver televisión con el mismo empeño que le dedica al jardín. De Mr Chance ya intuimos que es un simplón; vive y trabaja en casa de un millonario que lo recogió y, a la muerte de su salvador, se dispone a lanzarse al mundo provisto de todo su patrimonio, embutido en una pequeña maleta.
Éste es el argumento de Being there, una novela deliciosa que escribió Jerzy Kosinski en 1971. Tiene apenas 120 páginas, se lee sin esfuerzo y el autor en cada capítulo esboza un Mr Chance ascendiendo en una carrera sin sentido hacia el poder. El libro está lleno de sarcasmos, refleja una sociedad empobrecida, superficial, y cómo un primario, en las manos adecuadas, puede a los ojos de los demás, convertirse en lo que no es.
En el cine tuvo tan buena acogida como la novela (para Latinoamérica la película se tituló Desde el jardín). Kosinski adaptó el guion y contó, para los protagónicos, con Peter Sellers y Shirley MacLaine que compusieron dos personajes soberbios.
Uno de los puntos más interesantes de la historia es que en algunos pasajes Kosinski pone en duda que Mr Chance sea quien dice que es y, según avanza el paginado, el autor se encarga –y hace bien- de no resolver este enigma que en principio parece menor, para después tomar cuerpo y abrazar el sentido del libro.
Porque, ¿cómo sabemos quiénes somos?, ¿somos un nombre, un asiento en un acta, una actitud, una profesión? Al respecto hemos de admitir que la iglesia, antes de convertirse en el monstruo burocrático que es, cumplió un rol fundamental apuntando durante siglos nacimientos, casamientos y defunciones, pero, ¿qué ocurre si no hay registros? Éste es el caso de Káspar Hauser del que nunca nadie supo quién era ni de dónde surgió, una especie de Mr Chance al que algunos ubicaron en lo alto y otros, más temerosos, en los estratos del mal.
Káspar Hauser (1812?-1833) aparece en una calle de Núremberg en la primavera de 1828. Mal entrazado, algo sucio y perdido, no habla con fluidez y mucho menos escribe. Lleva en uno de los bolsillos de una raída chaqueta una carta: indica su nombre y dice ser hijo de algún militar de caballo y sable a quien admira y sueña con emular.
Es conducido a las autoridades y a partir de aquí se prueban en él todo tipo de exámenes para descifrarlo. Interviene la policía y el alcalde, el científico y el homeópata, el lingüista y el profesor de lógica. Los resultados son casi nulos. Se llega a saber que ha vivido encadenado en un sótano, más una mazmorra, alimentado a pan de centeno y agua al que se le agregaba algún opioide, para poder asearlo y cortarle el cabello. Tuvo como única distracción un pequeño caballo de madera con ruedas, como el caballo que según él montaba su padre al entrar en batalla.
En los años que convivió con sus pares hizo progresos; consiguió escribir, dibujar (lo hacía muy bien, con especial atención a los más olvidados detalles), aprendió algunas normas de convivencia y despreció otras: la iglesia le daba miedo y huía al escuchar campanas y cánticos dominicales.
Murió apuñalado en un parque y nunca se supo quién fue su asesino como tampoco se supo quién había sido Káspar Hauser. Su muerte también generó dudas, había intentado flagelarse más de una vez, quizá como algunas especies que matan a sus crías porque no desean para ellas la cautividad que sufrieron en vida.
¿Pero por qué tantos años después el caso Hauser sigue suscitando tantas dudas, investigaciones, pruebas de ADN, películas, monumentos y escritos como éste? Porque a los humanos nos apremia conocer el origen de las cosas, las génesis de los eventos, nos gusta nombrar, llamar y apodar hasta los más mínimos vestigios. Una piedra es una piedra, de lo contrario tendría que ser otra cosa y, como tal, tendría otro nombre. A la humanidad el acto de señalar con una palabra y fechar con un número nos atenúa los miedos, nos evita, creemos, calamidades. De hecho, la Bestia no sólo tiene nombre, también tiene número.
Como al Mr Chance de Kosinsky a Káspar Hauser se le adjudicaron virtudes y defectos de los que siempre careció. A Hauser se le quitó todo desde que nació. No tuvo nada, ni siquiera tuvo y sigue sin tener, al asesino que lo mató. Y la batalla nos la ganó, porque Káspar Hauser -hay que aceptarlo-, nunca existió: no pudimos clasificarlo.
Etiquetas: Being there, Enrique Balbo Falivene, Jerzy Kosinski, Káspar Hauser