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26-07-2024 Notas

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Por Pablo Manzano

El interés científico por lo complejo le siguió al conocimiento de lo muy grande y lo muy pequeño, una vez que la indiferencia inicial de la física empezó a ceder. Lo complejo es básicamente lo vivo. También lo fractal, lo colectivo, lo impredecible, lo creativo. Y sobre todo lo cambiante. Sobrevino un cambio de paradigma, como lo habían sido la relatividad y la cuántica, que esta vez incluía la escala humana y que comenzó a explorar las interacciones, desde moleculares hasta sociales. Nuevas teorías, surgidas de la física y la biología, despertaron el interés de diversas disciplinas, como la ecología, la neurociencia, la economía, el arte o la literatura.

 

El enfoque sistémico

Decía Maturana en los años ochenta (hoy se metería en un lío) que las mujeres, a diferencia de los hombres, eran educadas en una vida sistémica. Al tener que coordinar y atender a múltiples tareas, aprendían a leer mejor la trama de interconexiones y procesos de cualquier sistema. Para Maturana esta trama era esencial en la comprensión de los seres vivos (más allá de las propiedades de sus partes) como sistemas capaces de organizarse y cambiar su comportamiento ante las perturbaciones del medio: la creatividad clave de toda complejidad. Para muestra un ratón, cuya temperatura corporal regulada fluctúa mucho menos que la de su ambiente (imposible para una piedra). Otro ejemplo más complejo y menos inocuo, la fragata portuguesa (aguaviva): una colonia de organismos que se asocian para sobrevivir, una individualidad colectiva y cambiante imposible de comprender a partir de cada medusa que la integra. Maturana definió a los seres vivos como máquinas, aunque dotadas de automantenimiento y en constante recambio y producción de sí mismas. Él y su socio Varela, basándose en la cibernética (teoría de sistemas: vivos, sociales, ecosistemas), estudiaron las condiciones biológicas en el aprendizaje, el lenguaje y los fenómenos sociales.

 

Lejos del equilibrio

En la caja de herramientas de las ciencias complejas encontramos también la nueva termodinámica de Prigogine. La tradicional (la de la segunda ley) se refiere a sistemas cerrados. Ejemplo ultra sencillo: un termo cerrado y aislado (o un cabeza de termo en su cámara eco) que ya no puede experimentar cambios ni intercambios con el entorno y que ha alcanzado un estado uniforme de equilibrio termodinámico. Prigogine extiende la ley a sistemas abiertos, que, sin obedecer las mismas reglas, sí intercambian energía y materia con su entorno: una célula, una planta, un río, un sistema climático… Esta actividad les permite operar lejos del equilibrio termodinámico y llevar a cabo cambios y procesos como crecer, reproducirse o adaptarse a las fluctuaciones externas. La termodinámica del no equilibrio se reveló fundamental para la comprensión de la naturaleza, empezando por la evolución de lo vivo, con sus comportamientos complejos y autoorganizados. 

 

Caos

Esta teoría es de los años setenta y fue formulada por Lorenz. Su mayor enseñanza fue la impredecibilidad (algo difícil de digerir para la ciencia). Los sistemas complejos (clima, cerebro, cosmos, ciudad, mercado de valores) no solo no se pueden comprender a partir de las partes, sin conocer la información adicional oculta en las conexiones, sino que tampoco se pueden predecir. En rigor son deterministas, ya que su comportamiento futuro está altamente determinado por las condiciones iniciales, pero aun así es imposible saber su evolución posterior. La teoría del caos influyó en la economía y la meteorología (dos fenómenos impredecibles que nos resignamos a aceptar con buena cara). Y a comienzos de este siglo se popularizó a través de una metáfora cinematográfica hollywoodense llena de fórmulas (no precisamente matemáticas), donde se ilustra cómo pequeñas variaciones en el inicio de un proceso pueden llevar a bifurcaciones drásticamente diferentes. Y es que la evolución del caos nunca es lineal, por lo que para esta teoría también cobra importancia otra herramienta de la complejidad: la geometría de fractales (Mandelbrot, años setenta también). 

 

Fractal

La complejidad fractal no obedece a la geometría euclidiana. Fractal es un brócoli, un copo de nieve y una descarga eléctrica en el cielo. La fractalidad de un árbol (aunque la copa sea cónica o redonda) favorece el transporte de nutrientes. Los animales no somos fractales por fuera (quitando el peinado de Einstein) pero sí por dentro: fractal es el sistema circulatorio (vasos y venas) y el nervioso. Aquí se maximiza también la distribución de lo necesario a cada célula y el mantenimiento con el mínimo esfuerzo. Fractal, se dice, es el arte de Pollock, que exploraba conceptos que solo décadas después encontrarían una formulación matemática apropiada (existe incluso una técnica de análisis fractal de su obra para reconocer sus pinturas auténticas que, en principio, no serían muy difícil de falsificar). Fractal y caótico, mil veces se ha dicho, era aquel cuento de Borges, treinta años adelantado a posteriores teorías científicas, con sus ramificaciones y ubicuidades.

 

Interdisciplinar

Dicen los entusiastas que el proceso creador de una obra de arte, al presentar el mismo nivel de complejidad que el desarrollo de un organismo biológico, siempre tiene un resultado impredecible. Dejemos a un lado gran parte del arte, que suele resultar predecible en su dimensión temática, política y moral, sintonizando casi siempre con tópicos de actualidad y con discursos instalados para el consumo, el entretenimiento y la buena conciencia. Dejemos a un lado el éxtasis estético que conduce a la veneración, a afirmar que el arte es «hermoso y verdadero», que te cambia la vida y que se puede aprender de él mucho más que de la ciencia. Más allá de estos lirismos, cierto arte puede aportar métodos no rigurosos (heurísticos) para la indagación y el conocimiento, basados en la intuición, el tanteo. Si bien algunas complejidades (memoria, percepción, emoción, sueños, ilusiones, deseos, amor, ira, locura), por estar ancladas en la base material del cerebro, son asuntos de la neurociencia, el arte también podría iluminarlas y orientar una investigación. Jorge Wagensberg destaca que la influencia no es unidireccional: hay artistas que se acercan a la ciencia en busca de compresiones, pero también científicos que buscan intuiciones en el arte. Como contextos históricos de esta simbiosis, el investigador catalán evoca el Renacimiento, la Ilustración o la Viena de los años veinte. La geometría fractal de Mandelbrot se inspiró en un cuadro de Dalí, añade Jorge, y el físico Roger Penrose reconoció su deuda intelectual con los dibujos de Escher. Pero Wagensberg también advierte sobre la banalidad: «Entrar en dominios ajenos es una forma de evitar la competencia directa. Un artista se impresiona por el colega que cita teorías de la física; un psicólogo por el colega que dice manejar la topología algebraica; un sociólogo por el colega que presume de entender la gravitación cuántica». Y nos regala esta anécdota: «En una ocasión se me acercó un compositor encantado consigo mismo por la idea que había tenido: traducir el ADN de cada especie viva a una partitura. Se puede acordar un código que transforme nucleótidos en notas musicales, pero sería arbitrario. Sin embargo, el compositor que quiso compartir conmigo su fuerza creadora ya tenía una sinfonía para cada individuo del Arca de Noé. Banal, por inexistente, es este pensamiento original que se transforma en música. Banal, por intrascendente, es esta intersección entre el método del arte y el de la ciencia».

 

Literatura compleja

Volvió a ponerse de moda durante la primera década de este siglo (hasta los relojes parados dan la hora dos veces al día). Hay quien lamenta que, tratándose de narrativas tan originales, se las tilde de lúdicas. Ajenas a las categorías clásicas, estas transgresiones literarias exhiben la no linealidad, extrapolando ideas del caos y la complejidad y explorando la identidad y la subjetividad. Si los límites del lenguaje son los límites del propio mundo (Wittgenstein), aquí el lenguaje se propone expandirlos. Al cambiar la manera de narrar, se argumenta, cambia también lo que puede ser narrado. Veamos qué dice Wagensberg: «¿Para qué inventar un nuevo lenguaje si no hay nuevos contenidos que codificar o si a los nuevos ya les basta con los viejos lenguajes? ¿Inventar un nuevo lenguaje es acaso la mejor manera de embarcarse en una falsa vanguardia o una vanguardia fallida? Es bien cierto que muchas meras propuestas de cambio se quedan en eso».

 

Emergencia

Las células del corazón no tienen la propiedad de bombear sangre, hasta que se organizan. Esta interacción, nunca lineal y siempre elevada, se observa en sistemas complejos muy diversos y ayuda a comprender comportamientos colectivos: en la actividad cardiaca, neuronal, social, económica, en la creatividad humana o artificial. La no linealidad y la cantidad de interacciones se traducen en una dinámica caótica impredecible, de la que, se afirma, emerge el orden. El origen de la vida, así, podría replantearse, ya no a través de la selección sino de los bucles asociativos y la (auto)organización. La vida que emerge a partir de átomos y moléculas (ni siquiera vivas) que se asocian «para» formar células (donde «para» implica finalidad y por ende abuso de lenguaje), células que se agrupan y forman organismos complejos en los que, a veces, se desarrolla un sistema nervioso en el que emerge la mente, la identidad y la pregunta de cómo surge la vida, y, por supuesto, una conciencia que se interroga acerca de sí misma. La conciencia, sin embargo, es el fenómeno más discutido. Hay quienes se resisten a aplicar este concepto en boga de la emergencia para explicarla (las interacciones neuronales, por muy complejas que sean, no dirían nada sobre una experiencia subjetiva como la conciencia). Hay quienes van más allá y se ponen metafísicos. También otras realidades de la mente, como el pensamiento racional o la cognición, huyen de reduccionismos basados en la química cerebral. Comprender la mente, afirman algunos, no significa poder predecirla. ¿Cómo saber cuál será la proteína que provoque el Alzheimer y cómo se plegará? Indiferente a estos debates, las moléculas se siguen combinando aquí y allá, sin finalidad.

 

Pensamiento complejo

No falta quien se pregunte hasta qué punto lo complejo es realmente impredecible, o si aparenta serlo debido a las limitaciones de cálculo de la ciencia y la tecnología. Quienes se excitan sobremanera con lo impredecible, lo sorpresivo, lo inesperado suelen soslayar que, por ejemplo, la evolución no transforma un ojo en una oreja de una generación a la siguiente. Las leyes de la física establecen restricciones a la complejidad, cuyas evoluciones, aunque creativas e impredecibles, están limitadas (también estimuladas) por el margen de lo adyacente posible: esto se aprecia tanto en la biología como en el siguiente movimiento permitido de una partida de ajedrez, o en la estrategia de un abogado que aprovecha los vacíos legales en leyes o códigos penales restrictivos (Stuart Kauffman, Nodos, 2017).

El pensamiento complejo es amplio y la complejidad no resulta fácil de abordar (apenas van dos generaciones de complejólogos). No se sabe bien qué es, qué abarca (se habla incluso de matemáticas cualitativas) ni cómo tratar con ella. La complejidad se relaciona también con una marcada actitud anticientífica de quienes se ven atraídos por físicos budistas o animistas, que problematizan la hegemonía racional occidental (todos los seres conformaríamos un organismo único, animado por una sola conciencia que impregna el universo, por lo que el paso de las generaciones humanas, en paz o agitación, no sería más que la manifestación de esa conciencia). Dentro de esa tendencia hay quienes señalan el libre albedrío como espejismo, ilusión o vanidad. El marketing de lo complejo, en algún que otro panfleto o manifiesto académico, marca distancia de la ciencia tradicional y sus promesas positivistas (certezas, soluciones, predicciones). Se afirma que las ciencias de la complejidad, en principio, no ofrecerían promesas, salvo la de hacer «buena ciencia», ni tendrían misión alguna, salvo la de hacer una revolución «por el respeto y la dignidad de las personas, en respuesta a las injusticias sociales» (Revista de la Universidad de La Salle, Bogotá, 2013). 

Al desmarcarse de la tradición del conocimiento fraccionado y la especialización, el pensamiento complejo aboga por la frontera: lo transdisciplinar. «La evolución no habría ido muy lejos si por algún motivo absurdo las proteínas, los ácidos nucleicos y los lípidos se hubiesen agrupado cada uno por su lado. Hemos dejado atrás la era de los fenómenos aislados». El pensador complejo de la cita anterior se llama Piere Luigi Luisi y organiza encuentros polifónicos en las montañas suizas, con científicos, filósofos, artistas, líderes religiosos… «No basta con hablar de lo transdisciplinar, también hay que ponerlo en práctica». En las montañas suizas, cada participante practica una actividad que ha descuidado durante su vida: teatro, poesía, meditación, taichí, canto, expresión corporal, percusión (ignoro si van desnudos o abrazan árboles). En uno de esos encuentros, bajo el lema «Complejidad y espiritualidad», surgieron las siguientes preguntas a debatir: «¿Puede explicarse toda la realidad en términos de átomos? ¿Es la naturaleza razonable y racional? ¿Puede entenderse el cosmos únicamente según los parámetros de la razón?» Sospecho que en todos los casos la respuesta fue un «no» rotundo, a coro.

 

 

 

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