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07-08-2024 Notas

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Por Manuel Quaranta

Sin motivaciones contextuales –la salida de un nuevo libro, la eclosión de una polémica, algún aniversario– salvo haber leído en el lapso de doce días tres libros de Javier Cercas: Soldados de Salamina (2001), Anatomía de un instante (2009) y El impostor (2014), postergados por razones desconocidas y, quizás, inverosímiles, sentí el extraño impulso de la entrevista: le escribí un mail. Como los astros fueron propicios no hubo grandes obstáculos para obtener el testimonio del escritor español. Al releer las preguntas, sin embargo, advierto que la motivación principal por la que decidí contactarlo estaba ausente del recorrido, pero también advertí que Cercas no iba a poder responderme porque la pregunta estaba dirigida al lector –o sea yo–: ¿de dónde proviene la profunda emotividad de sus textos?, y agrego, ¿cómo construye –cómo se sostiene– la conexión anímica con el lector? ¿Son los temas? Imposible. ¿Es la forma, la sintaxis, la elección de las palabras? Probablemente. Dejo sobrevolando las incógnitas para que nuevos lectores se sumen a la legión que Javier Cercas viene conformando desde hace más de dos décadas a fuerza de una prosa sobria y deslumbrante, de una literatura que sacude los géneros, los subvierte y los redefine, a la vez que se lanza en la ardua tarea de reunir a dos o tres generaciones de españoles que no habían conocido más que el silencio y la indiferencia como fuente de diálogo.

—En Soldados de Salamina y Anatomía de un instante el narrador se propone interpretar un gesto, encontrar la significación después de muchos años; su operación literaria nos sitúa en ambas oportunidades en el marco de un hecho histórico puntual (la Guerra Civil, el 23-F), eso podría generar (si no se lee su obra, o si no se lee con cuidado) la falsa idea de que escribe novelas históricas, y a mi juicio, nada más alejado (además, ¿qué sería una novela histórica?), ya que su preocupación fundamental no es la del historiador (o no es sólo la del historiador), sino experimentar con el lenguaje. 

—Tiene usted razón: esa es la principal preocupación de cualquier escritor. A diferencia de la historia o el periodismo o la filosofía, la literatura es ante todo forma. Para entendernos: en literatura, una buena historia bien contada es una buena historia, pero una buena historia mal contada es una mala historia. En literatura, la forma es el fondo. 

—Entrando en el debate del arte político, o del arte y la política, estaría de acuerdo conmigo en que si sus novelas son políticas no es porque tratan sobre guerras o sobrevivientes nazis o Golpes de Estado sino por el trabajo con la palabra, con la sintaxis, con los géneros, con los materiales (sean a priori literarios o no). 

—Totalmente de acuerdo: mis novelas no son políticas por los temas que abordan (o no sólo por ello), sino por la forma en que los abordan (o sobre todo por ello). Yo no soy un historiador, ni un filósofo, ni un politólogo, ni un periodista, pero mis novelas usan la historia, las ideas, la política y la crónica, porque la novela es un género omnívoro, capaz de devorarlo todo. Esa es una de sus principales virtudes. 

—Además de ser una novela sobre los límites del lenguaje y de los géneros (y sobre el Golpe de Estado de 1981 en España), ¿comparte que Anatomía de un instante es una novela sobre el poder y la ambición? (y sobre la pérdida del poder y las ambiciones frustradas, de ahí pensarla como la anatomía de una caída). Si fuese así, ¿hay algo de reivindicación de la clase política en un contexto en el que la política está desprestigiada? Le pregunto, asimismo, porque al leer parte de la descripción de Adolfo Suárez siento que está describiendo políticos argentinos, en especial, Raúl Alfonsín (casualmente, Alfonsín sufrió varios intentos de Golpe de Estado durante su gobierno postdictatorial). 

—No es la primera vez que, en la Argentina, alguien compara a Adolfo Suárez (o al Adolfo Suárez de Anatomía de un instante) con Alfonsín; hasta donde conozco a Alfonsín -y su paso por el poder-, la comparación me parece correcta: son personajes que tienen cosas en común, igual que tienen cosas en común las circunstancias que vivieron (cosas en común pero también cosas que los separan). Igualmente estoy de acuerdo en que Anatomía es una novela sobre el poder y la ambición, sobre la política, sobre lo que la política hace con los políticos y los políticos hacen con la política. ¿Una reivindicación de la política? Supongo que podría leerse así (de hecho, me consta que así se ha leído), y, sobre todo, como una reivindicación de un gesto concreto de un político concreto en una situación extrema. Claro que también puede leerse de muchas otras formas, entre ellas como una historia de la conquista de la democracia en España. En todo caso, yo creo que la política es algo demasiado importante para dejarla en manos de los políticos: la política es cosa de todos.

—Usted conoce y admira profundamente a Borges. ¿Qué relación lo une con la literatura argentina? ¿Cuál es su valoración? ¿Podría establecer alguna diferencia general y alguna coincidencia entre ambas literaturas? Yo arriesgo una diferencia: en las novelas argentinas el narrador nunca termina de saber lo que cuenta, es un narrador confundido, vacilante (incluso cuando se presenta como omnisciente); el narrador español, en cambio, se presenta con un nivel mayor de seguridad, por más que afirme no saber, parece no vacilar, cuando, en realidad, vacila; la coincidencia es la que reúne a la buena literatura: ambos narradores están seguros de que no han sido capaces de contar lo esencial.    

—Yo no sería tan tajante, me cuesta trabajo generalizar. Quiero decir: no creo que haya diferencias tan claras entre nuestras literaturas nacionales; de hecho, yo ni siquiera creo que existan literaturas nacionales, que son un invento del siglo XIX, un invento romántico. Es verdad que hay ciertas tendencias o tradiciones más presentes en las literaturas de determinados países: en Argentina, por ejemplo, hay una tradición de literatura fantástica mucho más potente que en cualquier otra literatura de nuestra lengua; pero eso no significa que se puedan establecer diferencias tan importantes entre la literatura argentina y la española (o la mexicana o la colombiana). En todo caso, yo -lo he dicho muchas veces- no me considero un escritor español; yo me considero un escritor en español, lo que significa que mi tradición es la tradición de toda mi lengua, y que son tan míos Cervantes y Quevedo como Borges, Bioy Casares, Vargas Llosa, Cabrera Infante o Rulfo. En cuanto a Borges, me parece simplemente el mayor escritor en nuestra lengua desde Cervantes, o desde Quevedo. Es más: yo creo que, sobre todo en español, hay una literatura antes de Borges y otra después de Borges, y que el escritor que no se ha enterado de eso tiene un problema.

—¿Está de acuerdo con que leer no consiste sólo en comprender el sentido del texto? Le hago la pregunta porque me parece que hoy existe una especie de obsesión pedagógica, en la literatura como en las artes visuales, por la cual nuestra relación con las obras se sostiene exclusivamente en la comprensión (para eso los museos tienen potentes departamentos de mediación). Yo detecto allí un horror a la incomprensión, y ese horror nos aleja de la experiencia de leer, ya que nos enfrentamos con temor (y no con previo fervor) al objeto. ¿Qué evaluación hace del fenómeno? 

—La obsesión pedagógica, como la llama usted, me parece un hecho; y un hecho nefasto: contra lo que predica uno de los malentendidos fundamentales de la Modernidad, yo creo que la literatura (y el arte en general) es muy útil; pero siempre y cuando no se proponga serlo: en cuanto se propone serlo, se convierte en propaganda o pedagogía, y deja de ser literatura, y deja de ser útil.  En otras palabras: la expresión “literatura pedagógica” es un oxímoron, como la expresión “matrimonio feliz”. Y sí: la peor forma de enfrentarse a la literatura es con temor (el temor que la mayoría de la gente siente por el Quijote, por ejemplo, olvidando que es una obra esencialmente popular y enormemente divertida). La literatura es antes que nada placer y conocimiento, y por eso es útil -¿hay algo más útil que el placer y el conocimiento?-, así que me parece muy bien la idea de enfrentarse a ella con “previo fervor” borgiano. 

—Finalmente, una frase de Borges, si le interesa desarrollarla: “La literatura es un arte que sabe profetizar aquel tiempo en que habrá enmudecido, y encarnizarse con la propia virtud y enamorarse de la propia disolución y cortejar su fin” (La supersticiosa ética del lector, 1930).

—La literatura que a mí me interesa -y la que interesaba a Borges, creo- es la que está en el límite: en el límite de los géneros, en el límite de las formas, en el límite de lo que se puede decir, en el límite de lo que se puede hacer; es decir: la literatura que me interesa es la que ensancha nuestra experiencia. Para eso sirve también la literatura: para vivir más, de una manera más rica, más intensa y más compleja. 

 

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