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22-08-2024 Notas

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Por Luciano Sáliche

I

En febrero del 2021, cuando en las mochilas, en los percheros y en los bolsillos todos teníamos barbijos, Mar del Plata se llenó de espuma. La costa atlántica nunca volvió a ser lo que fue después de la pandemia; el mundo tampoco. En ese momento, los que iban a la playa buscaban, quizás más que nunca, algo parecido a la libertad: la arena caliente, los pies en el agua fría, entrecerrar los ojos ante un sol radiante, la caricia de la brisa, los recuerdos de una alegría inconmensurable, la posibilidad de un futuro lleno de vacaciones. Pero cuando llegaron al agua, solo vieron espuma.

Obturados de tanta cuarentena —la monotonía del encierro a medias—, los medios mandaron fotógrafos para capturar el fenómeno. Efectivamente, valía la pena apostar a la anomalía. La espuma, enorme, tapaba el mar. El gobierno mandó a dos investigadoras a Punta Mogotes a ver qué pasaba y dar una explicación a la comunidad. La publicaron en el portal Argentina.gob.ar: “Este fenómeno pudo originarse por la presencia de una floración extraordinaria de microalgas que al romperse por el efecto de las olas liberan proteínas, lípidos y otras sustancias orgánicas de su interior”. 

Mientras los bañistas, con sonrisas temerosas e infantiles, disfrutaban de la espuma, en el fondo del mar las microalgas mutaban de forma. Esa floración extraordinaria dejó de ser un fenómeno natural para volverse social, cultural, político. Ahora todo se ve con mayor claridad: estamos jugando con una espuma graciosa, novedosa, divertida, en un estado originario y primitivo, extasiado y lúdico, un regalo de la naturaleza, y abajo, bien abajo, en el fondo del mar, una nueva especie de microalga produce el próximo espectáculo que nos entretenga, nos fascine y no deje de paralizarnos.

II

Cuando Alfredo Casero dice en el programa de Mirtha Legrand que los periodistas “están tapando algo importante” tiene un punto. Las teorías conspirativas son un clickbait refinado. Casero rompe el protocolo del almuerzo con una intuición que presume generalizada y dice que la denuncia de Fabiola Yáñez contra Alberto Fernández por violencia de género es una novela que está tapando algo mayor, más denso, más urgente y más oscuro pero ineludible; algo importante, dice. ¿A qué se refiere Casero exactamente? ¿Acaso a la vida común? ¿A lo que amenaza la vida común?

La vida común no es otra cosa que esto mismo que nos está pasando a todos. Pero las percepciones se superponen y todo se enmaraña en hologramas y algoritmos. ¿Cuál es la verdad detrás de la ficción? La pregunta sobre la verdad siempre es intrépida y a la vez escurridiza. Intrépida porque implica sentarse a mirar y pensar. Escurridiza porque ya es imposible agarrar esa verdad con las dos manos, atraparla, abrazarla, contenerla, secuestrarla. Como si fuera un pez que, ya pescado, se libera, salta en el aire y, resbaladizo, vuelve a meterse en el agua. 

Alterado, exacerbado, torpe, Alfredo Casero señala la espuma. Su caracterización es confusa pero tiene un punto. Hay algo importante que sucede, dice, y los periodistas lo están tapando. Mónica Gutiérrez, periodista ella, le señala que es imposible que todos se pongan de acuerdo para construir una ficción que tape esa verdad que Casero señala y quiere rescatar. La conspiración, en general, es un clickbait refinado. Pero ahí, creo, radica el problema: esa ficción no se construye de forma consciente. Los periodistas también están en la playa jugando con la espuma.

III

Cada vez que Manuel Adorni desenfunda su retórica matutina el ambiente se atonta. Queda flotando en el aire una creciente sensación de soberbia pero también de negación, como si estuviera haciendo malabares delante de un incendio, pero las clavas no van y vienen con elegancia sino que caen, él las levanta, las vuelve a lanzar, caen otra vez, y así. Y mientras eso ocurre pide aplausos, los exige, altanero, como si estuviera haciéndonos a nosotros, los espectadores del show, un gran favor; como si debiéramos estar agradecidos. Atrás del bufón, las llamas no paran de crecer.

IV

Sobre el final del tomo 1 de El Capital, Marx deja una frase profundamente literaria: “El capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies hasta la cabeza”. Desde entonces aparece la idea del capital como fuerza independiente, como monstruo acéfalo que, sobre todo hoy, con este grado de desarrollo, se reproduce solo. Y deja lugar a esta inversión: ¿son los capitalistas los dueños del capital o es el capital el dueño de los capitalistas y, por extensión, de los asalariados, freelancers, changarines, proletarios, trabajadores, empleados?

Hay una serie animada de 1999, Beta X, donde una compañía crea un sistema capaz de tener la voluntad de operar con el proceso de los seres humanos. “En otras palabras, será un robot viviente”, dice un científico. Esa máquina, el beta máximo, una suerte de Kraken o Cthulhu, que comenzó como un huevo pero empezó a crecer de forma orgánica alimentándose de plantas, animales y humanos, sigue creciendo y está dominándolo todo. La canción de la serie dice: “Algún día nuestra creación logrará despertar, y yo no creo que su mente deje que un ser inferior la pueda controlar”. 

Volvamos a Marx. En la misma página del capítulo titulado “La llamada acumulación originaria” dice que el “producto artificial de la historia moderna” es convertir a “la masa del pueblo en obreros asalariados, en ‘pobres trabajadores’ libres”: “la transformación directa del esclavo y del siervo de la gleba en obrero asalariado”. Incluso ese salario adquiere hoy características difusas. En definitiva, ¿qué está dispuesto a hacer el capital para lograr ese objetivo definitivo? ¿Qué promesas, qué divertimentos, qué imaginarios? ¿Modificar la naturaleza? ¿Multiplicar la espuma? ¿Cuánto? 

V

Debajo de cada tuit que hace Marcos Galperín hay una tonelada de halagos y arrastrada condescendencia, pero debajo de cada foto que sube a Instagram brotan comentarios que lo quieren agarrar de las solapas del saco y sacudirlo con fuerza. Estafados en alguna transacción hecha en Mercado Libre, el tono de esos mensajes van de “Marcos, te mandé un DM, ayudame” a “¡devolveme la guita, chorro!” Los estafados encontraron en el Instagram del hombre que ocupa el puesto 453 de los más ricos del mundo (6300 millones de dólares) una ventanilla donde golpear.

Él nunca responde. Simplemente deja asomar su vida en esas postales que intentan enhebrar el crecimiento de una corporación multinacional con el crecimiento personal. En la última imagen, Galperín posa junto a quien parece ser un amigo. De fondo, el mar se mezcla con el celeste del cielo. No parece haber espuma en esa playa. La espuma es la foto misma que no para de crecer mientras abajo, en el océano, el gran capital, lo maneja a él, nos maneja a nosotros, maneja al mundo entero. Pero la realidad, la vida común, irrumpe. Esta vez en los comentarios. Una leve disconformidad.

VI

Este año, en mayo, la playa de El Cuyo, un pintoresco pueblito de Yucatán, amaneció con enormes cantidades de espuma. Los medios renovaron el encanto y hablaron de nieve. Nieve en una playa. ¿Qué clase de microalga generó el nuevo fenómeno, similar al de Mar del Plata, esta vez en México? ¿Qué verdad martilla el mundo desde el fondo del océano? ¿Qué nos quiere decir el capital, monstruo acéfalo, fuerza independiente, dueño de capitalistas y  asalariados, con esta espuma futurista en forma de nieve? ¿Qué tenemos para ofrecer nosotros, además de miedo y fascinación? 

* Foto de portada: Christian Heit, para Infobae, 3 de febrero de 2021.

 

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