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02-08-2024 Notas

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Por Cristian Rodríguez

Resulta paradójico que el gobierno que vino a destruir el Estado, como un topo desde adentro, unja para la desregulación anarcocapitalista a un entregador llamado Sturzenegger y compañía, que como primera medida de desregulación y destrucción del Estado, bajo el epíteto sarcástico y poco feliz de la modernización, invente un Ministerio de Desregulación, siendo precisamente un ministerio el supuesto epítome de la burocracia, de la política en los términos en los que ya el propio Kafka había señalado sus horrores en El Proceso.

Parece que carecieran de ideas propias y los dislates continúan. Porque saquear no es precisamente idear.

Con este verdadero oxímoron: Ministerio de Desregulación, queda sintetizada no solo la falacia, sino la estafa política y ética a la que nos corrompen los integrantes de La Libertad Avanza y secuaces, pues no sería posible una entrega de estas dimensiones sin las diferentes entidades y estructuras que conforman un gobierno. Allí tuvimos la muestra eficaz de la Ley Bases en sus diferentes articulaciones, admoniciones y recortes, pasando de diputados a senadores y de senadores a diputados y siendo aprobada bajo la grandilocuente declaración de principios del “ahora no tienen excusas para gobernar”, para no gobernar podríamos decir, si es que el gobierno supone el bien común. El poder legislativo es también el gobierno de nuestra nación y aquellos que fueron asignados para regular los poderes omnímodos del ejecutivo, en un país excesivamente presidencialista, nos han entregado una vez más, ofreciendo y entregándole al presidente leyes obtusas y destructivas del bien común, facultades delegadas con las cuales entre otras cosas irá ahora contra la aerolínea de bandera y los otros símbolos del proyecto de país en el que hemos trabajado durante décadas.

El desfinanciamiento de las estructuras educativas, de investigación, públicas, industriales, culturales, hasta extremos extorsivos, parece ser el signo de la época. Ante esa extorsión, en vez de denunciarla, oponerse y participar activamente las fuerzas vivas, participando en la calle y en los ámbitos públicos, se le opone sin embargo desde la política propia, un llamado a un pretendido orden institucional que no hace más que reforzar la idea de que somos los carneros de esta agonía.

En este sentido, se ha escuchado incluso en los medios televisivos el adagio peronista del “de casa al trabajo y del trabajo a casa”. En un contexto como este eso resulta profundamente virulento. Primero porque nos vamos a quedar próximamente sin casa, además de la creciente cantidad de personas en situación de calle, y ya muchos de nosotros se han quedado sin trabajo, sumado al escandaloso estrato de pobreza estructural precarizada y sin trabajo. Y porque, además, hoy el trabajo no paga las cuentas. Por otra parte, es una fórmula, que dicha de este modo, se transforma en una estructura completamente autómata, que podría ser nombrada en épocas de bienaventuranza, de grandeza política y de equilibrio social: del trabajo a casa y de casa al trabajo-aunque en el fondo llame a despolitizar-. No es este el caso a partir de lo que estamos padeciendo, con lo cual, en el tránsito entre casa y el trabajo, inevitablemente para conquistar una cosa y la otra, que es lo mismo que señalar los derechos elementales de la humanidad o en los términos peronistas, la política social ascendente, en ese tránsito, en ese interregno, en ese espacio transicional, inevitablemente habremos de manifestarnos y de producir las condiciones que sólo puede resolver la acción ¿Dónde están los sindicatos me pregunto? Organizándose, se escucha. Pero si por definición los sindicatos son movimientos organizados y acción política para proteger los convenios laborales y los intereses de los trabajadores, nuevamente, ¿dónde están los sindicatos?

Puede decirse también de manera falaz que el 2001 propuso, como algunos dijeron ahora, un gobierno que viniera del establishment, que viniera del lobby institucional para pasar la época y soportar el caos social. Muchos estuvimos ahí, en esos días. Una masacre, como dice la página oficial del Gobierno de la Nación, con treinta y nueve muertos y más de quinientos heridos, acontecimientos luctuosos a partir del 19 de diciembre de 2001 que desmienten otra cosa. Si bien es cierto que el que advino temporalmente fue un gobierno del lobby, y que la posterior unción de Néstor Kirchner como delfín de Duhalde llegó debilitada y amenazada, si adquirió fuerza política, fue no sólo por sus actos valientes de gobierno, sino porque las fuerzas vivas y transversales de la política social, que se expresa de manera espontánea y se reagrupó, se transformó en movimiento de base y movimiento organizado, duró hasta bien entrado el nuevo milenio. Asambleas populares diseminadas por todo el territorio, movimientos sociales, piqueteros, jubilados, docentes, gremios, clubes del trueque, en pie. Por contrapartida, entonces, no se construyó ese poder de manera mágica por el sólo hecho de haber tenido el presidente el gesto de bajar los cuadros nefastos de los represores genocidas que usurparon el poder durante la última dictadura en el Colegio Militar, sino porque un magma que fue organizándose de manera completamente transversal posibilitó también la posición y la construcción de poder del nuevo gobierno y de la nueva época, y también el posicionamiento del peronismo ortodoxo en ese poder. De tal modo que no estoy tan seguro de que el kirchnerismo, como expresión del peronismo del siglo XXI, hubiera sido posible y se hubiera desplegado en el gobierno sin ese soporte cultural, político, social, transversal, inorgánico, orgánico y extrapartidario.

¿Por qué se empeñan ahora en hacernos pensar que este cambio de época hasta la redundancia, el actual, se nombra también cambio de paradigma? Es un eco que dicen que puede resolverse con el retorno de la doctrina. Pero es esa misma doctrina, bien tirada a la derecha, la que facilitó la llegada al poder de López Rega y de la Triple A. Los acontecimientos de Ezeiza todavía resuenan en nuestros imaginarios y en nuestros fantasmas como una estafa de la cual el sindicalismo burocrático todavía tiene algo que explicar. Se señaló a los movimientos revolucionarios, pero nunca al establishment político y sindical.

Me pregunto por estos días que están haciendo nuestros sindicatos frente a la entrega, burda y obscena, de los derechos de los trabajadores en las diferentes áreas de la producción y de la vida social argentina ¿Dónde están sus manifiestos, sus manifestaciones, su pie en la calle, en la lucha obrera, en la proclama, en la discusión de las políticas y del proyecto del país? Me pregunto también por qué ciertos silencios huelen a claudicación y a entrega. Me pregunto si estas disenterías del alma a las que nos están arrojando no explican de alguna manera que un gobierno impune, brutal, pretendidamente transnacional por nacionalizado con el capital anglosajón, no es el emergente, más que de la época y del nuevo perfil del electorado, no es al fin de cuentas el emergente de la misma política que los anarcocapitalistas dicen que vinieron a desterrar. Esa política es la política del lobby y del lobo con piel de cordero. 

Dejen de señalar a los jóvenes, fuente de imputaciones muy reaccionarias al estilo de “la juventud está perdida”, que parecen emitidas desde un programa televisivo de los años sesenta entre concursos y música domesticada, cuando esos mismos jóvenes tendrían que ser objeto de cuidados. Son los que nos advendrán, demos el mejor de nuestros esfuerzos para posibilitar algo mejor.

Me pregunto, finalmente, ¿quién es el gobierno?, ¿quiénes son y cuántos son los entregadores y qué tipo de intereses funcionales representa Milei, en el contexto de los diferentes intereses parciales y fragmentados de nuestra república? Me pregunto también hasta qué punto este retroceso hasta antes de 1853 no es la expresión de algo no resuelto, de fantasmas no resueltos. Me pregunto, ¿hasta qué punto nuestro proyecto federal no es un síntoma en el que en verdad de tanto en tanto se pone en juego la verdad de su propia fragmentación? Tal vez no sea indiferente esta cuestión de la fragmentación que observamos en el excesivo individualismo, también instalado en el imaginario personal de los argentinos. Se nos tilda de país joven, pero no es lo mismo joven que patológicamente joven.

Cada crisis maníaca, explosiva, provenga de estallidos sociales o no, parece en realidad la respuesta de la manía consumista y apropiadora bien representada en la bicicleta financiera en la que se refleja este imaginario de grandeza de los argentinos. Al delirio de grandeza de los argentinos se le inserta una y otra vez la inevitable caída que tan bien expresaba la película Plata Dulce, esa película que puede ser traducida también como Argentina Dulce, “argentum dulce” ¿No es acaso una preciosa síntesis de nuestro nombre fundacional: argentina, plata, argentum, guita, que también nos condena a este fracaso del eterno retorno?

Sí, hay hora de los pueblos, y también los pueblos se suicidan. Los pueblos se hacen, no nacen a priori ni reciben cucardas de excelencia de la sociedad rural. No le cedamos sólo al César lo que es trabajo de nosotros en comunidad.

 

 

 

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