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23-09-2024 Notas

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Por Eric Schvartz

“Practicar el peligro contribuye
a hacernos hábitos de prudencia”
Roberto Arlt 

Roberto Arlt es nuestro Shakespeare, nuestro Dostoievski. Para el letrado recluido de letras inmaculadas, quizá esto sea un descuido de solemnidades, para un lector voraz, un mito enaltecido, pero Arlt, tanto en sus logros como en sus descuidos, que toda letra envalentonada puede tener, tradujo la verdad que todo paradigma cifra: el saber no sabido de nuestro contexto local y rioplatense. Nombró con pericia el existencialismo del periférico, el marginado, en su sentido tanto material pero fundamentalmente como el del doliente que sufre el exilio en su propia lengua natal. Un dolor que todo traductor de su mismidad lo ha menoscabado alguna vez. 

El marginado no es lo mismo que el marginal epocal que con genialidad distingue el psicoanalista Alejandro Del Carril en Psicoanálisis en la locura de la razón capitalista. El marginado es una víctima circunstancial, el marginal es un vocero del silencio, independientemente de su condición estamental y económica a diferencia del marginado; Una subjetividad atenazada por un: “ni vivo, ni muerto”. Esta coordenada retoma el enunciado de Masotta de que la clínica actual sería de las defensas y no de la represión. La represión implicaría un retorno, una traducción fallida o inadecuada, pero una traducción. El marginado es un periférico, si, pero siendo vocero del poder se cree centrado

Silvio Astier, el protagonista de El Juguete rabioso, se centraliza en la potencia de quién es artesano de la palabra, compositor de lazos, susceptible de fantasear ideales y franquear la succión de la religiosidad epocal, en su caso el absorbente catolicismo del siglo XX. Un sujeto político ¿Pero que lo invoca al protagonista en la novela?¿Contrariar?¿Calumniar?¿Confesar?¿Le acontece alguno de esos arrebatos al autor a través de su obra? Todas esas formas son las del letrado pasional que no hace literatura, el literato poco instruido, dirá Piglia en “La forma inicial.”. Arlt nombra una verdad transhistórica; Silvio Astier compone un código, con la condición de una patota que le precede. Un código que territorializa su exilio: un club de delincuentes bautizados en la mismidad de la fratría. Sus delincuencias, las del periférico. 

La tranza es de libros; las estrategias consisten en un primer tiempo, en nombrar las enemistades para no ser devorados por ellas. Creen en que la palabra tiene existente potencial, así los robos se fundan en la adquisición de Atlas y enciclopedias. Silvio busca algo. Busca porque una deuda lo desgarra divisoriamente. una escisión movilizante lo hace doliente, pero sensible y taimado. La cultura así, se les vuelve patrimonio, una irrestricta responsabilidad, no de lo trabajosamente compuesto por ellos, sino algo a conservar y preservar para su eventual traducción. El hambre no deja de ser hambre, pero aún así, puede hacer la apuesta en la amistad, la familia, y en el amor, con la irreverencia que ellas implican en la burocracia sistematizante, con la peligrosa práctica periférica que ello requiere. En esta deuda componen su clan, universalizada en una fratría, un grupo de hermanos, de compañeros. Con ello se corre el riesgo que toda mitificante estructura tiene: la homogeneización, y la de sintomatizar un caudillo deviniendo en el grupo en una endogamia, cuando partía de la premisa del exilio de una lengua conocida, ahora extraña. Así se da su primera traducción, diferenciarse de los preceptos morales extrínsecos por el código en composición. 

“¡Este código suena a liturgia!” – se dejan decir los cultos- “la religión, ya la superamos”, aunque lo incorpóreo como la palabra, lo vincular, el amor, algo teologal tienen. Mucho de teologal tiene. Mucho de prédica hay en ello, o más discernido: una pretensión de creencia. Un pacto, una cláusula invisible. La creencia de que algo se encontrará allí, sino es lo extranjero, lo fecundo a la hostilidad tan practicada hoy por lo estragado en lo relacional. ¡Es tragado! El canibalismo también se creyó superado como la religión. El código de la patota de Silvio Astier vino a ser una coraza civilizatoria de lo pulsional: “Nos quieren morfar. Juntémonos para que no nos morfen”. 

Por su parte, los marginados, los predicantes de la centralización en su desconocida periferia, se dejan hablar por la multitud en la individualidad, esto no es sino, que lo civilizado del actual bien decir es una cantada barbaridad. Sabemos que el infantilismo siempre encontró su expresión en una hostilidad sin mediación de ningún tipo, fundamentada en un deseo de matar, canibalistico e incestuoso, nos recuerda Freud. Actualmente el infante discursivamente se recubre en una delirante neutralidad. Una alucinada posición ahistórica y positivista, sin afiliación de ningún tipo, aunque la historia no tiene que ver con repetir lo que sucedió, no es una cuestión de reiterar una transcripción. Mucho se dice de la historia. Es ver, leer los sentidos que marcan los acontecimientos, conocer su cauce ¡y sustraerse! Nada tengo en contra del positivista, Me parece noble su sentido de ilustración solo cuando saben que su fuente es oscura y tienen en su espíritu científico lo incorpóreo de una deuda, sino las razones de su búsqueda son tan pasionales como las de un niño. 

¿Acaso no suena similar el socialista actual del libertario?¿el progresista del liberal? Para decirlo más acorde de los partidismos epocales: ¿el compadrito del burgués? El “intelectual” actual ¿predica arte y ciencia?¿o es tan religioso como en la Antigüedad pero ataviado como un cosmopolita moderno? Las almas de los marginados: “ni vivos, ni muertos”: una lápida que ni letra de epitafio tiene, que sabemos que ella enuncia que alguien existió. Si aquel existió, se puede historizar, preterir desdé ahí para relanzar al provenir, para posibilitar la traducción. ¿Qué epitafios han existido y se han censurado? ¿Por qué olvidamos nuestros maestros? ¿Los hubo? Hemos dejado que se olvidaran. La sigilosa hostilidad practicada por la liturgia de la neutralidad. “Yo no me afilio con causas”. ¡Más las causas producen afiliación! Sólo del logro nace un ideal, dijo Freud.

Quién se cree logrado, ¿qué ideales puede componer? Su prédica: “la eterna transcripción”. He ahí su historia ahistórica. Aquellos que trajeron el psicoanálisis a la Argentina, pensaron, y estrategizaron las operatorias para traducirlo en nuestra contrariada lengua orillera, local y nacional, insistieron varias consignas constituyendo: “Un psicoanálisis en lengua castellana.”. Nadie escuchó ¡Nadie quiso escuchar! La función del olvido tiene sus vertientes en las pasiones infantiles, y la clínica actual manifiesta sus sentidos en las defensas, no en el retorno de lo reprimido reiterado por los maestros. Quizá la juventud psicoanalítica ha tildado tanto a Freud de viejito superado, que se han olvidado(incluso), del análisis como condición de la propia formación. 

De la fratría siempre se escribe un epitafio, a modo de huella que quiere colarse a la superficie. Alguien muere. Quizá un padre. Quizá, lo aniñado de uno. Probablemente los maestros que uno ama ciegamente en un principio. De lo que se pierde, se gana algo: de una renuncia pulsional, se gana una deuda. Una deuda que posibilita el porvenir de una ilusión, de una trasmisión, de una política de la lengua y del inconsciente. Una posibilidad de ascensión ética por más que muchas veces esté ascenso aparente una quietud inmanente, pero una ética tiene como predecesor un código. La fratria es un eje clarísimo en las obras de Roberto Arlt tan poco concurridas. ¿Qué hay de Saer? ¿Macedonio Fernández? ¿Luis Borges? Dígase más de tres ensayos lingüísticos de Borges, y veremos qué tanto se ha hecho un trabajo con nuestra lengua. 

Una deuda hace maestros y, pertinentemente enemistades. Arlt inmortaliza también un temperamento idiosincrático del rio platense, su espíritu taimado e irreverente, que hoy viró en la melancolía, la autoerótica individualidad, y la recluida autosuficiencia encauzada por consignas vacías. Perdimos de vista a nuestros maestros, sus estrategias, sus tácticas, y feroz trasmisión: Oscar Masotta, German García, y Carlos Quiroga.

“¡Esos autores son viejos!”. Me dijeron. La antigüedad de Masotta no llega a los 50 años, y él… ha importado a Lacan, y su conducción política para ello… fue estelar. Tanto quienes se bautizan en su narcisismo como liberales como progresistas, capitalistas como socialistas, hablan una misma lengua que no se traduce: la del Amo. 

En El juguete rabioso la destreza de ladrón era en las siestas del Amo. Cuando el Señor duerma, y cuando algunos individualizados renuncien a su patetismo, podremos estrategizar una posición. Hoy el Amo no duerme, así nuestra labor en un primer tiempo será la del despertar, luego componer un código. 

Ya tendremos tiempo para traducir.

* Portada: Detalle de tapa de «El juguete rabioso»
en una edición de la editorial española Eneida.

 

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