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18-09-2024 Notas

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Por Luciano Sáliche

I

Cuenta una vieja leyenda japonesa del Período Edo que Okiku, desde niña, trabajaba como sirvienta en la casa de un policía. Un día se le rompió un plato y, conociendo la crueldad de su patrón, decidió confesarlo: si se enteraban, el castigo sería peor. Se lo dijo a la esposa, pero el hombre, al enterarse, la ató y la golpeó con fiereza. Luego comenzó a mutilarla: le cortó un dedo cada día. Una noche, Okiku se desató y se tiró al pozo del patio: se suicidó. Desde entonces, todas las noches su fantasma vuelve para contar los platos que hay en la alacena y acechar a su explotador. 

II

El fantasma del comunismo ya no tiene la barba de Marx. Los teóricos marxistas han dejado de reivindicar vivamente las viejas experiencias revolucionarias, no porque estén en desacuerdo, sino porque el presente asfixia tanto que se vuelve contraproducente detenerse a diseccionar la Revolución Rusa o historizar la Comuna de París. Nick Srnicek y Helen Hester, por ejemplo, en el libro Después del trabajo, hablan de postcapitalismo y de expandir los elementos comunales. Pese a todo, el fantasma del comunismo acecha bajo la cama de los multimillonarios paranoicos.

Cuando Elon Musk, el tipo más rico de la Tierra, le coloca con inteligencia artificial simbología comunista a Kamala Harris, candidata a la presidencia del imperio de Estados Unidos, ¿es una jugada torpe y caricaturesca o un delirio persecutorio? Hace poco Javier Milei dijo del comunismo: “Antes pensaba que era un problema de carácter mental, pero luego me di cuenta de que era algo mucho peor: una enfermedad del alma”. Incluso lo personifica en Gustavo Petro (“comunista asesino”), Lula da Silva (“comunista y corrupto”), Rodríguez Larreta (“algo peor que comunista: colectivista”). 

La hipérbole evita la riqueza de la mixtura, las sutilezas propias de una honesta reflexión, sin embargo funciona como una estrategia retórica anclada a un continuo electoralismo, a la necesidad de renovar el clickbait mental del mundo hipermediatizado, pero también como una alarma que está permanentemente sonando: ésto podría ser peor, ésto podría ser mucho peor. Cuando la perspectiva se invierte todo cambia: ¿ésto podría ser mejor? ¿Qué clase de horizonte ofrece este capitalismo desgastado, cuyos trabajos se precarizan, sus vínculos se cosifican, sus placeres se estupidizan?

III

La mañana del 27 de enero de 1923, el teniente coronel Héctor Benigno Varela salió de su casa de Palermo dispuesto a trabajar. El Estado lo consideraba un héroe: había asesinado entre 1000 y 1500 obreros que se habían levantado en huelga durante la Patagonia rebelde. A pocas cuadras lo esperaba Kurt Gustav Wilckens, un obrero alemán, poseído por el fantasma de los huelguistas asesinados. Primero le tiró una bomba que lo dejó malherido. Luego sacó una pistola corta y le dio cuatro tiros. Los trabajadores murieron en el desierto argentino, pero sus fantasmas jamás.

IV

En simultáneo con su carrera de novelista de ciencia ficción, el británico Miéville escribe ensayos políticos. El último, Un espectro acecha, publicado en 2022 y editado este año en español por Ediciones Godot, piensa la vigencia del comunismo. La enorme cantidad de referencias, citas, ideas y capas habla de que estamos frente a un tema verdaderamente complejo pese a las simplificaciones de esta actualidad. “Ahora ese fantasma ha regresado. Quizás no sorprenda a nadie: cuando algo se reprime es como un espectro que tarde o temprano regresa”, sostiene en la introducción.

“Una lectura moderna” del Manifiesto Comunista “exige una postura que no sea tan paradójica, que esté en armonía con las contradicciones predominantes (…) y que debe ser hábil para negociar, incluso usar, esas mismas contradicciones”. Además, “debemos entender los sistemas de opresión existentes, por ejemplo, la diferenciación por origen étnico y la opresión de las mujeres, como subsumidos en la lógica del capitalismo”. También habla del caldo de cultivo de las nuevas derechas extremas: “El odio debe ser odio de clase con ideas comunistas para obviar la amargura actual”.

“Entonces ¿si odias tanto la vida por qué abrazas a tus hijos? Justamente por eso. Para que tengan una vida tan hermosa como la mía”, escribe el químico y filósofo catalán Santiago López Petit en Hijos de la noche, un descarnado relato autobiográfico publicado en Argentina en 2015 por el sello Tinta Limón. Es la última página del libro. De pronto, esa paz se enciende: “Sobre mi rostro siento el calor agradable del sol que ya se pone. Me estremece la voz que grita dentro de mí. Pronto llegará la noche. No hay marcha atrás. Volveré a leer a Marx. La guerra continúa”.

V

“Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”. Pura poesía. Marx y Engels escribieron el Manifiesto Comunista al calor de una intensa oleada revolucionaria que jaqueó al absolutismo en Francia, Alemania, Austria, Hungría e Italia, a lo que entonces se llamaba Antiguo Régimen. Aquella rabia intelectual se publicó por primera vez en Londres, Inglaterra, el 21 de febrero de 1848, en un folleto de 23 páginas que explicaba con un novedoso poder de síntesis cómo “el proletariado se ve forzado a organizarse como clase para luchar contra la burguesía”. Otra vez el presente y su asfixia.

Ya se hablaba de “la acusación estigmatizante de comunismo”, a la que estos autores proponían romper de raíz. “Ya es hora de que los comunistas expongan a la faz del mundo entero sus conceptos, sus fines y sus aspiraciones”, escriben. El mundo estaba convulsionado, había revueltas por todos lados. “Los obreros arrancan algún triunfo que otro, pero transitorio siempre. El verdadero objetivo de estas luchas no es conseguir un resultado inmediato, sino ir extendiendo y consolidando la unión obrera”. Ese es el fantasma que acecha hoy: la posibilidad de que esa unión se consolide.

A veces esa unión se apresura, se perturba y sucede lo que sucedió en China en 2018: “Una multitud de trabajadores amenazados con perder el empleo mató a golpes a un empresario”, según informa el diario Perfil. La compañía estatal Shougang Tonghua Steel se fusionó con la privada Jianlong Steel. “Las últimas subidas del precio del acero eran la primera buena noticia que recibían en años los trabajadores de Tonghua, en su mayoría accionistas. Así que cuando les dijeron que 25.000 de los 30.000 serían despedidos en tres días, el optimismo mudó en violenta frustración”, se lee. 

Altivo, de traje elegante, Chen Guojun, director general de la compañía, fue el que dio el anuncio y los trabajadores, tomados por una rabia ancestral, poseídos por un fantasma afiebrado, lo golpearon hasta la muerte. “Chen era poco querido por los trabajadores desde que se supo que su sueldo ascendió el año pasado a tres millones de yuanes (unos 300.000 euros), cuando los jubilados se iban con indemnizaciones de 200 yuanes (20 euros) por mes”, monto que, según el convertidor predeterminado por Google, son apenas, a precio de hoy, unos 21.370 pesos argentinos.

VI

Todo es distracción procapitalista. Desde la paranoia de Musk y Milei hasta este texto. El himno anarquista Hijos del pueblo, compuesto por Rafael Carratalá Ramos, también conocido por su seudónimo Veritas, en 1885, ya hablaba de combatir la “malvada estupidez”. Hay que revolver en la historia aquellas experiencias colectivas, las victoriosas, también las fallidas, pero no hay que abandonar el presente, la asfixiante actualidad, esa urgencia que nos carcome, que nos enciende. El fantasma somos nosotros. Estamos poseídos, ¿acaso no lo sienten? Acechemos. Ataquemos.

* Portada: “Okiku” de Hokusai Katsushika, hacia 1830

 

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