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Por Cristian Rodríguez
Intuíamos que la disolución del INADI traería aparejadas consecuencias de las que todavía ni siquiera entrevemos su horizonte. Que esta impunidad se refleje en las calles y en las canchas tiene su correlato lógico, ya que son los ámbitos populares, a su vez donde burbujea lo más recóndito y reaccionario en los que se desenvuelve la vida cotidiana. Fue instantáneo que el efecto de la política nacional del actual gobierno, abiertamente xenófoba, abiertamente psicopatológica en la discursividad, comenzara a producir ecos y reverberaciones en la violencia social, en la violencia cotidiana contra los colectivos étnicos, culturales, LGTBI y otras minorías.
La propia expresión “lágrima de zurdo”, supone que aquello que no está perfectamente alineado al déspota corre riesgo de ser perseguido. Que los cantos de la Selección Argentina de fútbol, ya expresados durante el Mundial a fines de 2022, renueven una discusión antes que una abierta repulsa generalizada, habla del nivel de confusión en el que nos encontramos. No vamos a entrar en los detalles de una vicepresidenta, en el uso del lenguaje, defendiendo los valores energúmenos de la última dictadura y expresándose en el tono ultranacionalista patotero a lo Galtieri. Las consecuencias de aquellas discursividades quedaron a la vista prontamente y todavía seguimos pagando las consecuencias geopolíticas, sociales, emocionales y humanitarias de la Guerra de Malvinas.
No hablamos sólo de la estética del Ejecutivo paseándose en tanque de guerra ni de las visitas de los diputados libertarios visitando en las cárceles a los genocidas de los delitos de lesa humanidad por cuestiones “humanitarias”, ni a la maquilladora de turno delirando sobre los once en cancha de la selección Gala provenientes de África. Por otra parte, se intenta transformar en color local, en color humano, lo que claramente es un ataque a minorías raciales, con gestos racistas, y a la apología de la persecución de las diversidades sexuales, de las transexualidades, como la expresión “cometraba” con la que se engalanaron las elecciones amorosas de Mbappé -quien tuvo hasta aquí la lucidez de expresar una política, y no sólo sobre el acto eleccionario francés-. Puede parecer original, graciosa, también es brutal y es peligrosa, por allí siempre entra el huevo de la serpiente. Esto, a un tiempo, nos pone en la línea de suponer que efectivamente existe un consenso social sobre esta práctica de estigmatización. Evidentemente el imaginario social argentino no sólo es punitivista, sino que es también profundamente racista.
Pepe Cibrián no necesita que quien suscribe lo defienda. Porque tiene mejores recursos y mejores argumentos vivenciales. Es más lúcido que el que sostiene esta pluma y estas palabras. Y tiene el recorrido y la vigencia suficientes para expresarlo claramente ¿Pero de verdad creemos que puede permanecer impune la permanente apología de delito en la que los voceros de La Libertad Avanza y sus detritos, trolls, redes y en el streaming local, recuperan los emblemas de una argentinidad vetusta, podrida, reaccionaria y criminalizante? Ese sí es un cáncer, y vaya que mata y se propaga.
Por supuesto que el humor trabaja sobre lo no reconocido por una parte y sobre lo insoportable de decir por otra parte, y que en todo caso está a un paso del trauma. Pero ahí, una vez más, se trata de decir lo negro del humor -tal como señalaba Pichón Riviere, si no recuerdo mal en sus entrevistas con Vicente Zito Lema-. Eso hay que pasarlo, pasárselo a otros, no es para enaltecerlo ni transformarlo en referencia. Su valor está en despojarse de él. Como en esas tertulias culturales, muy signo de época, de los velatorios en los cuales la rueda giraba alrededor de chistes procaces, sexuales y funestos. Era un modo de quitarle dramatismo y darle cierta teatralidad a la tragedia de lo que allí estaba sucediendo, alguien que moría y eso dolía. Pero aún en esas prácticas, que hoy vemos como extrañas, incluso embalsamadas, como una pieza de museo propia de Esperando la carroza, nos encontramos con una dimensión donde lo negro del humor se transmite y tiene una repercusión social, es decir, se lo pasamos a otro y también lo pasamos a otra instancia simbólica.
En el caso puntual de lo que viene aconteciendo con estas expresiones violentas, racistas, xenófobas, es que se produce el movimiento inverso, que es el de implosionar al otro, es decir, quemarlo brutalmente, señalarlo, estrujarlo y retirarlo de la vida social. Es una desestimación del otro y no una elaboración por la vía del humor negro, nos sacamos de encima lo negro de la experiencia traumática inculpando a otro. Pero el efecto es que lo no reconocido queda intacto. Este es el mismo mecanismo que vemos por estos días en el gobierno respecto de sus funcionarios, cada quién que alza la voz en disidencia, cada quien de la tropa que osa convidarnos con una crítica o una mirada alternativa, es despojado de sus fueros, echado de su cargo y señalado de traidor y sus variantes.
Del mismo modo que construimos un consenso social durante la Copa América de fútbol, al no dejar de sorprendernos y repudiar las aberrantes condiciones de los campos de juego en las canchas de los Estados Unidos – que marcan diferencias que son culturales y no sólo técnicas-, de la impericia del gran país del norte para organizar un evento deportivo futbolístico -y que en el contrapunto con los países europeos quedó aún más en evidencia-, una lectura de cómo esas realidades en el modo de entender la vida comunitaria impactan en las posibles dimensiones simbólicas de lo social, también tenemos que tener la grandeza de reconocer que en Argentina, sostener una dimensión de la palabra que arrasa al otro de la diferencia es una aberración inaceptable, en un sentido también un delito que roza y lesiona a la humanidad, en un país como el nuestro que niega su raíz negra y multirracial, que niega la existencia de su población originaria, que niega la multiplicidad étnica de la inmigración de los últimos 25 años, proveniente fundamentalmente de los países africanos de occidente y del resto de Latinoamérica.
Este tipo de posturas estúpidas, beligerantes, perversamente infantiles nos hacen recordar cuán lejos estamos de lo que oportunamente promulgamos hace apenas una década en el horizonte de las nuevas leyes que incluyeron los derechos de lo humano.
Etiquetas: Cristian Rodríguez, Pepe Cibrián, racismo, xenofobia