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Por Cristian Rodríguez
En la historieta que se publicaba en la revista Humor en plena dictadura, Las puertitas del señor López, un personaje invisible, burocrático, pusilánime y timorato, llevaba a su oscura y monocromática vida, su gibosa existencia administrativa, a la par que, al escenario de los baños, a la transposición de ciertas puertas de la intimidad que le permitían planear y fantasear con todo tipo de reivindicaciones eróticas y vitales.
Este personaje representaba muy bien el espíritu morboso y siniestro de la censura dictatorial, por una parte, y del propio espíritu de la argentinidad recluida en la oscuridad de los cines donde se daban una y otra vez en continuado películas obtusas de erotismo decadente, pretendida y fallida emancipación de la vida erógena. La propia Coca Sarli y sus películas bizarras eran un emblema en esos oscuros tugurios en los cuales se expresaba, entre otras, la sexualidad reprimida y también el “status quo” de la cultura argentina.
El actual Presidente de la República, en un sentido, no es diferente al Señor López y sus puertitas, con la salvedad que aquello que López resguardaba en la intimidad de su fantasía, como gesto y contragolpe de la cultura cotidiana que lo aplastaba, el actual Presidente de la Nación Argentina lo despliega en la escena pública. Ha transformado las puertitas del Señor López en una puerta rotativa de esplendor mediático, de una obscenidad anal, perversa, pedófila, masturbatoria, zoofílica y psicotizante como nunca habíamos visto en un liderazgo y en una investídura de esta índole, al menos hasta aquí.
Este torpe tono insatisfecho y promiscuo, no supone solamente una exaltación de la violencia, ni tampoco es excluyente al tomar las estéticas del streaming más virulento y del tweet enajenado e impune, sino que también genera tendencias. La investidura, en este caso la investidura presidencial, podría retomar aquella expresión de Buffon, “el estilo es el hombre”, el estilo es lo humano. Nuestra época está trazada por los atravesamientos simbólicos de las tendencias. Las tendencias no son precisamente la moda, sino que son un cierto tipo de imposición -y de posición- de estilo que, indefectiblemente, comienzan a rebotar en las paredes de lo social. Los ecos se multiplican, el murmullo puede volverse enjambre, una pulsión desenfrenada de voces desgañitadas y superpuestas. Que desde una investidura se lancen oprobios, descalificaciones y amenazas de dimensiones bíblicas no es sin consecuencias. Que desde la voz testimonial de un presidente se escuchen permanentemente expresiones de una morbosidad propia de la perversión, inevitablemente habilita a que esas voces ingresen en el territorio potencial de la hipnosis colectiva. No se trata sólo de la psicología de las masas freudiana, ni lo que Wilhelm Reich también mencionó respecto del fascismo, ni todos aquellos fenómenos que terminaron en la masacre cultural, etnográfica, étnica, racial y económica que significaron la Primera y la Segunda guerras mundiales. Entre lo más elevado y lo abyecto hay un delicado equilibrio de sustentación que depende también del criterio de quienes están en posición relevante respecto de la expresión de sus tendencias. La propia tendencia es la que mueve los destinos y los deseos humanos. De este modo también Freud describe la pulsión no solo por su empuje sino también por su tendencia. Habita lo más íntimo de lo humano, su singularidad. Esa singularidad es también un acto de responsabilidad para con el otro, toca al otro, produce un determinado vínculo. En la creación de estos vínculos mejor no despertemos los oscuros y letales fantasmas de la persecución, la denigración, la inhumanidad y la violencia como estilo. Porque, indefectiblemente, se producen ecos potenciales que lo vuelven estilo de lo humano atravesado por la época. Efecto de comunidad e hipnosis colectiva desencadenada.
Llegado a este punto de inflexión, no hay vuelta atrás. El horror también se habrá desencadenado. Y las consecuencias solo pueden ser evaluadas tiempo después, como ocurrió con los grandes genocidios de la humanidad. Aún seguimos contabilizando el dolor, el sufrimiento, el colapso y las secuelas que éstos provocaron y provocan en las comunidades.
La perversión no es un juego, es un cierto escenario, tal como lo planteara Sade en su Filosofía del tocador. La perversión no es un estado de cosas, es una colección de horrores y de abusos feroces en continuado. La perversión no es una ética, salvo por lo que señala Lacan respecto de considerar la perversión como una “ética del bien”, es decir, de eso que se hace “por el bien del otro”, “por su bien”, en el mismo plano en el que este presidente menciona y se dirige a la “gente de bien”. La perversión es una estética de la maldad. Aquello que ya Oesterheld nombró en la fantástica y fantaseada invasión a Buenos Aires en El Eternauta, que nos sumió para siempre en los efectos de una nevada fatal que mataba al instante. Aquella anticipatoria novedad que no era sólo devenida de la ciencia ficción, sino de la lectura lúcida de los horrores por venir en nuestro país. Ese estado de maldad, ese infinitivo castrense y punitivista de “Los Ellos”, ese impersonal con el que en la historieta se nombra al invasor: los ellos, encarna perfectamente la posición impersonal de la persecución sistemática para provocar la muerte y el exterminio de todo aquello vivo y conocido. Lo impersonal estuvo presente en las argumentaciones de Eichmann cuando fue juzgado en Jerusalén, por los crímenes cometidos en el holocausto judío, mientras Eichmann sólo se limitaba a reivindicar su función administrativa en el desempeño del destino de los prisioneros a los diversos campos de exterminio. El mismo impersonal que cabía en la figura de la “obediencia debida” con la que se premió -temporalmente- a los genocidas de la última dictadura en Argentina. Eso no descansa, los ellos no descansan. Mantengámonos despiertos de eso que se halla agazapado en el corazón de lo perverso, para garantizar nuestro descanso, nuestro proyecto común y el lugar de lo por venir.
Etiquetas: Cristian Rodríguez, Javier Milei, Las puertitas del Señor López