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14-10-2024 Notas

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Por Luciano Sáliche

I

Los leones duermen mucho. Unas veinte horas de corrido, si es necesario. Duermen prácticamente todo el día y por la noche, cuando la selva está tranquila, silenciosa, inmóvil, salen a cazar. Quiero decir: no duermen en vano. “Vine a despertar leones”, dice siempre Javier Milei. Es una frase que se volvió marca. El origen es impreciso. Gabriel Solano sostiene que es de Mussolini y que después la repitió Trump, lo que da cuenta de “planteamientos reaccionarios de fondo”. La frase completa es esta: “No vengo a guiar corderos, vengo a despertar leones”. Cuando lo dice, en sus ojos brilla el fuego del caos.

II

Thomas Macarte venía de una familia circense. Nacido en Cork, Irlanda, en 1839, veía en los leones el poder del mundo. Los admiraba profundamente. Los observaba merodear de un lado al otro de la jaula en una danza siempre a punto del desborde. Entonces lo supo. Supo que si conseguía dominar a esas bestias, si lograba seducirlas, enternecerlas, ablandarlas, convencerlas de que él era su amo, entonces sentiría el fuego del caos en la palma de la mano.

Empezó a trabajar como asistente del domador Alfred Moffat. Se fue animando de a poco. Cuando estaban adormecidos por los brebajes, los acariciaba. Primero uno, luego otro. Se fue haciendo amigo, o eso sintió. Un día, el 20 de noviembre de 1862 —tenía 23 años—, en Londres, Macarte estaba distraído. Pasó cerca de la jaula y una leona lo atacó. Entre los barrotes, la garra del animal atravesó parte del antebrazo izquierdo del muchacho. Las heridas fueron tan profundas que los médicos optaron por amputárselo. 

Desde entonces, el miedo se volvió persistente, como un sonido de fondo que uno a veces olvida pero que siempre está ahí, acechando. El licor aplacaba el ruido. Empezó a tomar con frecuencia de relojería. En ese momento de puja interna entre el coraje y el pánico, apareció la gran posibilidad. Falleció Martini Maccomo, domador angoleño que fascinaba a la Gran Bretaña victoriana. Fiebre reumática a los 31 años. Tras el velorio y un duelo express, representantes de la compañía Manders Menagerie fueron a ver a Macarte: lo querían como domador.

Superar a Maccomo no sería fácil, entonces redobló la apuesta, arriesgó: empezó a darle la espalda a los leones para impresionar al público. Lo llamaron temerario. En un ensayo, un león le mordió la mano; aunque la herida fue superficial, volvió el miedo. Se lo confesó a su esposa en la última tarde que la vio. Le dio un beso y se fue al show. En el camino abrió una botella de licor. Al llegar, saludó a los asistentes, se puso su traje de gladiador romano, le ofreció al espejo una mueca de valentía, bebió un trago largo que le quemó la garganta y salió al escenario.

Había quinientas personas aquel 3 de enero de 1872. Comenzó hablando de valor, de peligro, entró a la jaula, pero resbaló —¿descuido, subestimación, alcoholismo?—, entonces ocurrió la tragedia: quince minutos de panic show. Sacó la espada, el revólver: ya era tarde. “Fue terriblemente desgarrado por sus dientes y garras. Sus piernas, cabeza y manos fueron laceradas hasta tal punto que la carne fue arrancada de los huesos”, cuenta un cronista en el Manchester Evening News. Murió camino al hospital. El león vivió unos años más y, al morir, fue embalsamado.

III

Un libertario corriendo no es un león saliendo a cazar. La escena de la semana pasada fue un influencer —yo diría: un fascista digital— escapando de una turba iracunda protegido por la policía. Fran Fijap fue a la movilización del miércoles pasado, donde los estudiantes se convocaron masivamente para repudiar el veto a la financiación universitaria —el congreso finalmente aprobó el desfinanciamiento—, y fue como suele hacerlo: con una cámara, una sonrisa cruzada, una pregunta chicanera y a provocar. “Zurdos van a correr”, se burlaba en las redes meses atrás. 

La pregunta por el escrache y el linchamiento público de cientos contra una sola persona es válida. Pasó, pasa y va a seguir pasando. Evidentemente algo de la democracia está fallando cuando se recurre a la violencia. La violencia debe condenarse siempre. Primero, porque no es el camino. Segundo, porque puede escalar y el monopolio de la fuerza lo tiene la clase dominante. Y tercero, porque las victorias, incluso las venganzas, deben ser políticas. Pero pegado al repudio —cada cual evaluará el énfasis— debe venir el análisis para entender qué pasó, qué pasa, qué pasará. 

La realidad siempre es más áspera que la vida digital, incluso que el mundo de las ideas. Hostigar y amenazar por Twitter es una cosa —Fran Fijap vive de monetizar contenidos burlándose de la gente que sufre despidos, represión y licuación de sus ingresos—; hacerlo cara a cara es otra. Lo mismo ocurre con la racionalidad: ¿cuántos de los que lo golpearon o no hicieron nada para evitarlo, cuando les preguntás qué opinan de la violencia, te dicen, desde la frialdad del comentario, que están en contra? Aún así, el muchacho salió corriendo y no se parecía a un león saliendo a cazar.

IV

Claire Heliot fue la estrella del zoológico de Leipzig y la reina del Hipódromo de Londres en 1901. Conquistó Chicago y Nueva York. Domaba leones. No uno, no dos: diez. Ver a una rubia alemana gobernando bestias gigantescas que rugían como el apocalipsis era toda una experiencia. Pero un día, en Copenhague, un león se retobó; los demás lo siguieron en manada. La atacaron, la hirieron. Tres asistentes entraron a escena con látigos y disparos al aire. Las bestias retrocedieron. Clarie Heliot, acurrucada, muerta de miedo y llena de sangre, sobrevivió. Tuvo que dejar todo. Cuando se le acabó el dinero, abrió una peluquería y a eso se dedicó hasta su muerte, en 1953.

V

El libertarianismo prefiere el caos. En el caos dominan los leones. En el anarcocapitalismo los leones son las corporaciones y rugen con orgullosa libertad mientras las presas se ocultan en la dispersión. Pero a veces la teoría falla y en la práctica emerge la novedad de la historia: la fuerza colectiva que produce transformaciones. En el caos del individualismo y el sálvese quien pueda, las presas abandonan por un momento su individualidad y se entregan a algo más grande, más amplio, más poderoso, una masa política, un gólem preidiológico, eso que podemos llamar, con muchas comillas, pueblo. Primero los jubilados, ahora los estudiantes, y de a poco los leones que está despertando Milei son otros. Quizás esta vez el león se coma al domador.

 

* Portada: «Domador de leones» (sin fecha)
de Paul Edwards (1948-2014)

 

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