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16-10-2024 Notas

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Por Darío Charaf

Un conocido, que pertenece a mi generación y suele investigar temas de literatura y tecnologías, me comenta la existencia de una serie animada que es furor en YouTube y en TikTok entre niños y adolescentes, Skibidi Toilet. Como me fui de Twitter y no tengo TikTok, o quizás simplemente porque envejezco (al igual que quienes no se fueron de Twitter y, por cierto, que todos), no había escuchado ese nombre. Mientras almuerzo, y luego entre pacientes, comienzo a verla. Hay en YouTube un compilado de dos horas con los 77 episodios emitidos hasta el momento por el usuario DaFuq!?Boom!, los cuales pueden durar entre 30 segundos los más breves y no más de 14 minutos el más largo (la mayoría tiene una duración de 2 a 4 minutos, siendo más breves al comienzo de la serie y más largos al final; todos tienen más de 20 o 30 millones de visualizaciones, algunos más de 100 millones).

A la noche, mientras estoy cenando, me encuentro a mí mismo canturreando involuntariamente (y no sin sentir cierta vergüenza al contarlo) la pegadiza canción que se repite una y otra vez en la serie: Skibidi dop dop yes yes, Skibidi dobidi dib dib. Mi hijo de 7 años al escucharme se sorprende y me dice “¡yo conozco esa canción pero más rápida!”. Aunque nunca vio Skibidi Toilet, afirma, conoce la canción y la “trama”: unas cabezas con cuerpo de inodoro toman ciudades y entran en guerra permanente contra cuerpos humanos con cabezas de televisores, parlantes o cámaras de seguridad. Se lo contó un compañero de la escuela. Conozco Peppa y Paw Patrol, Baby Shark y La casa de Mickey Mouse, Zamba y Petit, Vengadores y Ultrazombies, youtubers que juegan Lego Star Wars y Fortnite, ¿por qué no conozco Skibidi Toilet? ¿Qué es Skibidi Toilet

Esa es la pregunta que se hace, entre otras, la revista Newsweek en su artículo “¿Qué es Skibidi Toilet? Los espeluznantes videos que invaden internet” (aquí nos enteramos de que la pegadiza canción que repiten las cabezas en los inodoros, y que parece ser lo único que saben decir, es una parodia de un video viral de TikTok en el cual un hombre baila al ritmo de una canción turca al recibir, feliz, un sándwich). La misma pregunta formuló The Guardian, en su artículo “Skibidi Toilet: qué es esta bizarra serie viral de YouTube –y merece el pánico moral?”. La revista Dazed se ocupó de ella en “Skibidi Toilet: las nuevas y aterradoras criaturas que acechan en internet”, así como también la CNN en “Skibidi Toilet: si no sabés lo que es, lo sabrás”. En el ámbito local, por nombrar algunos, Clarín  recientemente se ha preguntado con cierto tono de alarma “Qué es Skibidi Toilet, el fenómeno que fascina a los niños y asusta a los padres”, mientras que Infobae ha informado que Skibidi Toilet” dará el salto al cine y televisión tras éxito en YouTube.

La serie es sencilla y confusa. Las cabezas aterradoras que flotan y emergen intempestivamente del inodoro (para crearlas el autor, un ruso de 25 años, dice haberse inspirado en sus pesadillas), un ejército de idiotas que repiten palabras sin sentido y que pueden ser eliminados tirando el botón, se enfrentan en una guerra sin fin contra unos humanos vestidos con trajes que recuerdan a Matrix, que no hablan y que en el lugar de la cabeza tienen uno o varios televisores (a veces viejos televisores blanco y negro de los años ’80, otras veces monitores LED más contemporáneos), parlantes o cámaras. No se entiende cómo se llegó a esta guerra interminable en ciudades que parecen ser las nuestras, en cada capítulo va cambiando el bando ganador y a medida que transcurre la serie cada bando va avanzando tecnológicamente y construyendo mejores armas y mejores métodos de defensa. Lo que en un episodio le brinda la victoria a un bando es contrarrestado en el episodio siguiente por una mejoría tecnológica producida por el bando contrario, que obtiene ahora la victoria. Así las batallas se suceden una y otra vez en un escenario (post)apocalíptico.

La historia es vista en primera persona desde la perspectiva (POV, creo, se dice ahora) de uno de estos “hombres cámara” que suele ser asesinado al final de muchos episodios. Este modo de mostrar las escenas de guerra me hace acordar al viejo juego para DOS Doom o, mi edad también me lo permite, al Counter Strike. Algunos de los gigantes con cabeza de monitor o altavoces, no sé bien por qué, me dan la sensación de tener alguna relación con los Evas de Evangelion, incluso los Transformers o Mazinger también presentan algún parecido con algunos de estos luchadores. 

Sin embargo la serie, no cabe duda y si cupiera su jovencísimo y masivo público ahí está para corroborarlo, es profundamente actual: más allá de esos ecos del pasado (que, seguramente, corren más a cuenta mía que de la serie), no hay en su trama nada que remita a las historias que contaban esos productos culturales de fines del siglo veinte. Cabezas parlantes que flotan como la mierda en un inodoro contra hombres de traje con cabeza de televisor en una guerra que escala sin fin y sin límite: eso es Skibidi Toilet. Nada más. ¿Por qué causa tanta fascinación entre los jóvenes (y también entre algunos no tan jóvenes)?

No lo sé, seguramente por muchísimos factores que desconozco y que exceden mi saber y mis estudios. Sin embargo me interesa señalar una cuestión, una impresión personal. Skibidi Toilet, me parece, nos muestra no tanto el futuro que vendrá sino en el que ya estamos. Cabezas sin cuerpo gritando cosas incomprensibles contra cuerpos sin cabeza que no tienen nada para decir: he ahí una buena imagen no sólo de los intercambios que suelen darse en Twitter o en las redes sociales, sino una buena imagen de nuestra vida contemporánea en general. Guerras sin sentido entre bandos por momentos indiscernibles entre sí que no pueden más que escalar y aumentar a la par que se producen los avances tecnológicos.

Hay padres que temen las consecuencias que puede tener en sus hijos ver Skibidi Toilet. No creo que, por ejemplo, la serie sea más violenta que Dragon Ball Z o más aterradora que Chucky; es cierto que tampoco se puede decir que quienes nos criamos consumiendo esos productos hayamos salido muy bien, y por cierto prefiero que, al menos por el momento, mis hijos no vean la serie. Creo que los niños encuentran en ella una buena representación no tanto del futuro sino de lo que es nuestra vida actual, y que eso es lo aterrador: el mundo contemporáneo que nos toca vivir, y el modo en que las generaciones más jóvenes lo interpretan. Un mundo vacío, violento, ruidoso, sin sentido, sin fin y sin horizonte. Sin futuro.

Escribo estos párrafos mientras estoy por terminar de leer el sexto tomo de la monumental novela Mi lucha, de Karl Ove Knausgård. Confieso que después de 3500 páginas de reflexiones sobre su padre, de aburridas descripciones de paisajes noruegos, de interminables anécdotas personales propias de Facebook, de insufribles autoflagelaciones narcisistas y consideraciones acerca de qué es ser escritor (o qué es el arte, qué es un poema), sumergirme unas horas en el mundo de Skibidi Toilet fue un soplo de aire fresco (o cálido). ¿Por qué? 

Es que, junto con el azar, creo que hay algo en común en aquello que me llevó tanto a la novela noruega como a la serie animada rusa: la pregunta por la paternidad. La pregunta por la paternidad es una pregunta por el pasado, por la tradición, pero también (y quizás sobre todo) una pregunta por el futuro, por qué le transmitimos a las generaciones siguientes. Padre es aquel que, en el presente, anuda el pasado con el porvenir, transmitiendo a las generaciones futuras aquello que del pasado merece ser conservado. ¿Qué les estoy transmitiendo a mis hijos hoy? ¿Qué mundo les toca y les tocará vivir, qué presente y qué futuro estamos construyendo?

Esas preguntas me aterran y me angustian, y sin embargo Skibidi Toilet me deja una sensación de esperanza sin optimismo. Si ese mundo en el que cabezas de mierda se enfrentan interminablemente con cuerpos sin cabeza es el modo en que los jóvenes interpretan la actualidad, si es la manera en que las nuevas generaciones reproducen y repiten el estado calamitoso del modo contemporáneo de vivir, si Skibidi Toilet es entonces para los niños un reflejo y una lectura de nuestro mundo y nuestro tiempo, entonces cabe la tenue y tibia esperanza de que, en vez de replicarlo, intenten modificarlo.

  

 

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