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Por Darío Charaf
Es viernes a la tardecita y salimos a pasear por el barrio con mi esposa y mis hijos. Habremos hecho unas treinta cuadras y, en el camino, nos cruzamos con no menos de cuatro o cinco talleres de cerámica, todos repletos. Diez o doce personas sentadas en una mesa un viernes a las 19 hs haciendo una taza, un bol, vaya uno a saber. Dada la palermización de mi Villa Crespo, acontecida en los últimos veinte años, no debería sorprenderme: junto al saludable resurgimiento de las canchas de paddle, el neomenemismo nos está trayendo también un auge de los talleres de cerámica. Fenómeno barrial.
Y sin embargo me queda una sensación de extrañeza. ¿Cómo es posible que esté de moda, al salir de trabajar, la práctica de un hobby que en su esencia es trabajar? La artesanía es uno de los primeros trabajos humanos, quizás un símbolo del trabajo humano por excelencia. ¿Cuánto se ha perdido el sentido de nuestros trabajos en la actualidad para que, al concluir una semana agotadora, tanta gente necesite ponerse a trabajar para “distraerse”? ¿Qué pensaría un artesano de la Edad Media al ver que en el siglo XXI recurrimos a su oficio, a lo que él hacía todo el día con el fin de lograr su supervivencia, para intentar aliviarnos un poco de aquello que nosotros hacemos todo el día para lograr nuestra supervivencia? ¿Tal es la distancia entre nuestros “trabajos” virtuales actuales y los trabajos reales de antaño para que estos últimos se vuelvan para nosotros un entretenimiento?
En una conversación en Bluesky (por favor, no se alarmen tuiteros y streamers resentidos, no somos tan buenas personas quienes conversamos allí, simplemente elegimos una red social sin bots ni propaganda… aunque quizás, gracias a lo bajísimo que nos ponen la vara, sí seamos un poquito mejores que ustedes), algo similar decía Sole Zeta (quien se encuentra escribiendo un artículo al respecto) sobre los juegos de trabajar: estos nos ofrecerían una forma de trabajo no-alienado. ¿Cuán roto está el sentido del trabajo para que alguien, al finalizar su jornada laboral, se ponga a jugar en un simulador a que corta el pasto en un jardín o maneja un camión desde Alaska a Los Ángeles?
En 1954, en la conferencia “La Cosa”, Heidegger recurre a la alfarería para ilustrar algo fundamental de la experiencia humana. Señala cómo el alfarero al hacer una jarra en verdad lo que crea, lo que moldea, es un vacío: la jarra constituye un borde/continente para un agujero que no existía antes de ella. En la continuidad sin límites de lo real, la fabricación de los bordes del vaso introduce una discontinuidad, a partir de la cual se fundan las oposiciones presencia/ausencia, lleno/vacío, contenido/continente, objeto/mundo. La Cosa se constituye como agujero, como vacío, como ausencia, a partir de la intervención humana en el mundo. Quizás este auge de los cursos de cerámica en la actualidad refleje nuestra dificultad para (y nuestra necesidad de) construir agujeros y bordes en nuestra vida cotidiana.
* Portada: «El taller de cerámica de Tánger» de Jean Discart
Etiquetas: Cerámica, Darío Charaf, Jean Discart, Martin Heidegger, Traabajo