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Por Federico Capobianco y Luciano Sáliche
1
La escritura abre un portal en el tiempo y habilita una nueva posibilidad. Algo que el sentido común —subrayado marxista: el sentido común lo impone la clase dominante— no permite ni siquiera pensar. Ahí, en esa escritura, en ese trance de tecleo ideológico, se abre una nueva posibilidad, otra vida, otra muerte, otra realidad. Ahí, en la escritura, diseñamos la venganza. Porque escribimos para vengarnos. Y lo que empieza acá, en el texto, crecerá hasta atravesar el umbral de las palabras y volverse realidad —una venganza dulce, preciosa, sangrienta, efectiva—, pero por ahora, solo por ahora, sigue acá.
2
Cuando empezó todo, en 2014, tal vez antes, en una mesa de Dickens, mirando pasar las botellas de cerveza, los pocillos de café, los autos por la Avenida Sarmiento, nos metimos en la mansión digital con ganas de romper algunas ventanas. No dejaba de ser nuevo: éramos —y aún lo somos— gente criada en el siglo XX. Pasaron diez años: internet ya es otra cosa. Vimos cómo se reestructuró, en lo que se convirtió. Desde el principio supimos que lo que sucede ahí, en la gran red, es una ficción. Había que disputarla.
Polvo es algo peor que una ficción, Polvo es mentira. Y comerse la curva digital, la boludina de likes, influencers, autocelebración, masividad es no haber aprendido nada. Son diez años jugando con fósforos, divirtiéndonos en el caos, pensando el mundo, amándolo, odiándolo. Son diez años escribiendo, editando, haciendo esta revista que nos permite, pese a todo, no resignarse, no admitir la derrota, no amigarse con el fracaso, no cederle ni un centímetro al pánico, a la muerte, a la soledad.
3
Dicen que el que busca encuentra, pero a veces es mejor que las cosas salgan solas.
Decepcionado porque el socialismo no llegaba, Henri de Saint-Simon intentó matarse. Se disparó en la cabeza seis veces. Lo único que logró fue perder un ojo.
A veces es mejor que las cosas… etcétera.
4
No tenemos sueños, tenemos sueño. Trabajamos todo el día. Estamos cansados, agotados, derretidos. Y así escribimos, así editamos, así hacemos esta revista. No hay sueños, hay sueño, y en ese desvarío, en esa nube somnolienta, en ese estado narcótico e imprudente, caminamos. Un poco en puntas de pie. Un poco con pies de plomo. Algo nos hace volar. Algo nos clava al piso.
Los delfines duermen con un ojo abierto y otro cerrado. Algunos dicen que por los peligros del mar abierto, otros para no olvidarse de respirar. Si se olvidan de respirar, se mueren. Así viven, un poco despiertos, un poco dormidos. Así vivimos, así escribimos, así editamos, así hacemos esta revista. No hay otra forma de hacerlo. Sólo así: en este limbo, en esta hamaca, entre la vigilia y el aplomo, existimos.
5
Escuchen esto: Andreas Stihl, inventor alemán, el “padre de la motosierra”, era nazi. En la historia misma están las señales. Ya está todo escrito. Sólo hay que rastrearlo, buscarlo, encontrarlo, leerlo, repensarlo.
6
Posicionamiento digital, estadísticas, búsqueda de nuevas audiencias, relaciones públicas, crecimiento personal, autosuperación. ¿De qué estamos hablando? Acá estamos luchando contra fantasmas, no levantando una pyme de tarados. Y estamos perdiendo, nos están masacrando, pero tenemos una idea: seguir.
7
Durante la Masacre de Trelew, a María Antonia Berger la agarró un rafagazo de ametralladora y un balazo de revólver en el mentón. Mientras agonizaba, con su sangre, escribió LOMJE (libres o muertos, jamás esclavos). Y sobrevivió. ¿Para qué sobrevivió? Para vivir esta escena:
“¡Soy María Antonia Berger, me entrego!”
Tiró la pistola en la vereda y salió caminando de la casita de Munro, donde estaba escondida hacía tiempo, con las manos arriba, despacio, serena.
Cuando los militares le saltaron encima, ¡pum!, detonó las granadas que llevaba escondidas en su cuerpo.
8
Recuperar la palabra cultura. Sacarla de las fauces del mercado eternamente juvenil y arrancársela también al Estado burocrático. Recuperar la palabra activismo. Que no sea un commodity de las buenas intenciones.
Activismo cultural para discutir el mundo, su ética, su estética, pensar el futuro, soñar el futuro, y que en ese juego dialéctico acariciemos una sensibilidad que nos saque de la monotonía tonta de likes, guita, ego y validación.
9
Las vigas de la estación de servicio donde colgaron a Mussolini ya no están pero las podríamos volver a construir. Era una Esso, pero podría ser una Shell, una YPF. Podría ser una viga sin estación de servicio, en cualquier lado. No hace falta hacerla en la Plaza Loreto de Milán. Es muy lejos; muy, muy lejos. ¿Y si construimos esa gran viga acá, en Chivilcoy, en la Plaza Principal? Podemos hacerla en el Monumento a los Fundadores: un arco de cemento bien grueso con ganchos de acero, y no uno, ni dos, ni tres, varios, muchos, para colgar a todos los hijos de puta que nos están matando de hambre, de miedo, que nos están haciendo trabajar mil horas por un sueldo miserable, que si protestás te mandan la policía, que nos endulzan el oído con moralina y boludez, que nos distraen, que nos atormentan, que nos paralizan, a cada uno de esos hijos de puta colgarlos boca abajo, los ojos sorprendidos, las lenguas afuera, los cuerpos hamacándose con la suave brisa de un verano inolvidable.
10
Para perder el miedo hay que estar harto. Carlos Busqued, en mayo del 2006, escribió: “Tengo la misma esperanza que una araña en un incendio forestal. Me siento como si estuviera jugando a las bolitas mientras se me viene el tsunami encima. Que venga, carajo, me chupa un huevo. Me chupan un huevo todos”.
¿Qué tenemos para ofrecer nosotros, además de miedo y fascinación? Sensibilidad, sí. Ideas, sí. Argumentos, sí. ¿Qué más? Tiene que haber algo más. Odio. Toneladas industriales de odio. Pero ¿de cuál? Vicente Luy escribió: “Poné tu odio al servicio del bien común”. Ahí, en lo común, en la comunidad, en lo colectivo, todo el odio junto.
Luego prender un fósforo, las llamas, el incendio, la revolución.
* «Portada: Mercado nocturno» (2019) de Rani S Manik
Etiquetas: 10 años, Activismo cultural, Andreas Stihl, Benito Mussolini, Carlos Busqued, Chivilcoy, Henri de Saint-Simon, Internet, María Antonia Berger, Polvo 10 años