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06-03-2025 Notas

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Por Manuel Quaranta

03 de febrero

17.10

(Enitma bar, Av. Belgrano y Bolívar, 38° a la sombra. Me vine porque apenas puse un pie en casa se cortó la luz. El aire acondicionado funciona a reglamento. ¡Ayúdame, Goethe!).

Después de un ataque neurótico despiadado confirmo el viaje a Punta del Este para el 12 de febrero, hasta el 17. Costó, como me cuesta todo. A la mañana, en el Aeropuerto de Córdoba (tras una temporada de cuarenta y cinco días con Lucía, mi novia, antes de comenzar la convivencia en Buenos Aires), le mandé un audio a Oliver y aborté la “escapada” (odio arrepentirme, retroceder, recular). Quería estar solo, volver a la rutina, estudiar, concentrarme, no quemar 750 dólares, aplacar los ánimos, proyectar el 2025. 

En el avión revisé mi postura, podría cumplir todos los objetivos (salvo ahorrar los dólares) y decidí revertirla (es decir, revertí la reversión: volví al mismo lugar, fantasía neurótica recurrente). Nada era como parecía al inicio del ataque. No es una estancia demasiado larga, y mis compañeros de viaje aceptaron el pliego de condiciones: pisaré cual monje tibetanto la playa (tal vez, a partir de las 18.30, 19.00), no voy a salir hasta la madrugada. Jamás me interesó esa dinámica, y menos ahora. Asimismo, me es ajeno el concepto vacaciones, ¿qué significa? Yo estoy siempre de vacaciones, trabajo de lo que me gusta, ¿cuál sería la necesidad de reposar, de liberarme de una obligación? En mi vida, obligación y deseo coinciden, ¡ocio y negocio son inseparables! 

Espero elaborar sutiles teorías sociológicas mientras camino por la playa Brava, temprano al alba o al atardecer. 

Oliver es uno de mis mejores amigos (tengo dos, a lo sumo, tres; como máximo, cuatro. Sospecho de dos clases de personas: las que se jactan de tener muchos amigos, las que reivindican la honestidad como valor supremo). Lo conozco hace más de treinta años (treinta y tres) y desde que surgió el tema Punta del Este su tendencia al silencio devino verborragia. Asegura que es el tipo más versado sobre la ciudad, que la conoce mejor que nadie, que la conoce incluso mejor que su propia ciudad, Rosario, que la conoce todavía mejor que los puntaesteños, pero, pregunto, ¿existe tal espécimen? Son 12.423 habitantes, de acuerdo al último censo. Sospecho también de las estadísticas. 

Volvamos a la metamorfosis de Oliver (el verdadero nombre de Oliver es Leonardo. Oliver es una variación del apellido con la cual lo rebauticé a los 15, 16 años). En el grupo de Whatsapp que incluye a mi otro amigo, Franco, catalán por adopción, empezó a nombrar calles, bares, restaurantes, actividades para llevar a cabo durante la estadía. Dijo, textualmente, “conozco la Punta del Este profunda”, como quien se refiere al corazón de los Estados Unidos, por ejemplo, Nebraska, Kansas, Iowa, Illinois, Wisconsin, ese micromundo repleto de white trash, ansiosos por volver al ancien régime, Make America great again! (pretenden ser lo que nunca fueron). Con el carisma de un profeta Oliver declama sobre la profundidades de Punta del Este, como si esa especie de oxímoron (a priori, nada más superficial que Punta del Este: ricos, famosos, Ferraris, fiestas, pero ¿por qué ese conjunto sería superficial?) contuviera una verdad irrefutable. 

Cuando le expuse mis argumentos para desistir del viaje noté que su desconsuelo residía principalmente en la cancelación del diario, del que, según le había anticipado, él sería, ¡por fin!, protagonista. Desde hace años intenta colarse en mis textos, sin éxito. La angustia se ahonda porque Franco tuvo una participación estelar en el Diario de Islandia, libro editado en 2021 (pienso en las diferencias entre Islandia y Punta del Este, en el previo fervor que me arrastraba cuando confirmé la visita al pequeño gran país del norte y el módico entusiasmo por visitar la península, en todo caso, mi ilusión surge de un punto fuera de la geografía, más acá o más allá de la ciudad en sí, y es la certeza de que el viaje producirá un texto: de hecho, ya se está produciendo, llevo un par de páginas y aún falta más de una semana para la partida, ¡arremetan viajeros!).

¿La ciudad como condición de la literatura?

18.10

Me llamó Oliver, conseguimos hospedaje a precio vil. Es así: él tiene un amigo propietario de un departamento en Punta del Este. Hace diez días que se quería comunicar para pedírselo, gratis o por una pequeña suma, y no lo encontraba. Nosotros, por las dudas, reservamos uno en Booking a 920 dólares (con cancelación gratuita hasta mañana a las 23.59) 

El amigo le acaba de responder afirmativamente. Eso significa que si nos cobra la tarifa normal pagaríamos 480 dólares dividido tres, y si asume una posición magnánima, pagaremos cero, o cien dólares para la luz y gas. Lo bueno, aparte, es que caer en los abismos de la neurosis tendría consecuencias menos onerosas.

(El diario es sobre mí, o sobre mí como entidad lingüística, es decir, como un yo; la vida privada de los demás protagonistas quedará afuera, son cuestiones éticas y estéticas).

(Se me ocurre una causa de orden ontológico para explicar la inquietud de Oliver por la cancelación del diario: sin texto no hay experiencia y él ha comprendido que para cobrar existencia real el viaje requiere ser narrado por alguien, una voz, un tono, un estilo).

4 de febrero

17.34

Confirmamos el hospedaje low cost. $100.000 por cabeza. La realidad sufre un cross en la mandíbula positivo. Calculo el monto total para las cinco jornadas en 350 dólares. El único detalle es que el dueño del departamento no debe enterarse de que somos tres huéspedes (mi amigo se lo pide, supuestamente, para él solo). Esta necesidad conspira contra la circulación del diario. Me siento enjaulado por las circunstancias. Oliver podría sugerir (no creo) que me abstuviera de publicarlo para sepultar la mentira (¿no se alegrará el amigo de ser protagonista, aunque sea anónimo, de esta trama?). También es cierto que son contados con los dedos de una mano los futuros lectores de este diario, veo difícil la viralización. Por suerte, mis obras no se viralizan. 

6 de febrero

17.10

Comento en el grupo de Whatsapp el renovado pliego de condiciones. Me tildan de enfermo, enfermito. Auguran que voy a desvirtuar el viaje, que le voy a arruinar la vida a dos personas sanas como Oliver y Martín. Martín (el amigo de Oliver) no sabe lo que le espera. Subirá al coche y yo estaré en el asiento trasero, al acecho, expectante (un Jack Nicholson vernáculo), empuñando mis libros como hachas para reclamar silencio.

Oliver me aconseja no ilusionarme. Van a escuchar música, charlar “y si vos podés leer así, leé, pero no vamos a hacer lo que vos quieras, son nueve horas de viaje”. 

20.01

Lucía llega a casa.

07 de febrero

15.40

Nada más recibir la invitación a Punta del Este tuve la certeza de que allí, gracias a ese destino, escribiría el diario. El principal obstáculo era la brevedad de la estadía, cinco jornadas no son suficientes para darle cuerpo al diario, para poner el cuerpo en la realidad, para ponerle el cuerpo al diario. Sin embargo, desde el primer momento supe que el diario de Punta del Este registraría, con preponderancia, sucesos del pasado, lo que a todas luces contradice la esencia presente del diario. Bueno, no sé si la contradice. Tampoco sé si cinco jornadas son insuficientes. 

La primera y única vez que visité Punta del Este fue en 1993, gracias a la promesa de mi tío Eduardo. Una promesa jabonosa, sujeta a cumplir la siguiente condición: no debía llevarme ninguna materia en mi debut secundario. Por lo visto, la confianza del núcleo familiar en mis dotes intelectuales-cognoscitivas-epistemológicas era escasa, para no decir nula, aunque creo (o quiero creer) que en el fondo más que un signo de desconfianza era un modo de generar entusiasmo en un adolescente apático (y espástico).

Con el último aliento logré inscribirme al Nacional N°1 por intervención de un amigo de la familia. Faltaban dos o tres semanas para el inicio de clases y aún no estaba inscripto en institución alguna. Resulta que había apostado todas las fichas a ingresar al Superior de Comercio, un colegio donde asiste la flor y nata de los jóvenes, dependiente de la Universidad Nacional de Rosario, y como era de esperar, por mi frágil compromiso y mis pocas luces, me fue pésimo en matemática, aunque peor en lengua y literatura. De quinientos aspirantes quedé relegado al puesto cuatrocientos y tanto (413: mi papá lo jugó a la quiniela vespertina y ganó 25 pesos-dólares). Un rotundo fracaso escolar (¿habrá nacido de aquel episodio mi animadversión a la pedagogía y la didáctica?; ¿no haber sido nunca una promesa terminó siendo mi salvación?).

En 1992 el Nacional N°1 comenzaba el lento y definitivo declive. Estaba lejos de ser el colegio prestigioso, formador de elites dirigentes de antaño. Mucho tiempo después leí y releí Juvenilia, de Miguel Cané, que parece escrito por un anciano que peinaba canas cuando en realidad Cané tenía apenas treinta y tres años. Añoré tantas veces el esplendor de lo no vivido (hoy vivo a cuatro cuadras del Nacional Buenos Aires). 

El grupo de 1° 6ta era complejo, con jóvenes problemáticos, seguramente visitantes nocturnos de comisarías de barrio. La cursada fue ardua. Recibía amenazas cotidianas para “compartir” la tarea o las respuestas correctas en los exámenes (pobres ingenuos, la mayoría se quedó de año). No me fue mal, pero tampoco muy bien. Ejercía sin pasión mi limitada mediocridad. 

Al final de la cursada había logrado sortear los escollos, salvo uno: la diosa música. Era (y soy) un desastre, un ser siniestro, un incapacitado innato. Había elegido, para mi desgracia, flauta dulce (en cambio, Oliver era un niño prodigio del piano, tenía once o doce años y ya había obtenido el título municipal de maestro de música, lógicamente eligió ese instrumento y la aprobó de taquito). Apenas me las arreglaba para colocar dignamente los dedos en los agujeritos. La última prueba no la aprobé, al recuperatorio no me presenté, por lo tanto me llevé la materia. Le informé a mi tío. No recuerdo su reacción, o la olvidé: the dream is over.

Conocedor sutil de mi tara (nueve meses y sólo había aprendido a tocar el “Feliz cumpleaños” y “Oh Susana”), me presenté a rendir en diciembre. Se lo comuniqué al bedel, pero éste me observó extrañado: “Quaranta, vos no te llevaste ninguna materia”. ¿Cómo no? Insistí, blandiendo mi derecho al fracaso, “me llevé música”. Es cierto que yo no había visto la libreta con mis propios ojos (ese día se entregaban) pero el devenir de los acontecimientos indicaba una única conclusión. Caminamos juntos hasta un armario decrépito, abrió la puerta, metió la mano, revisó entre las libretas, encontró mi nombre y efectivamente figuraban todas las materias aprobadas (jamás olvidaré el caso de un compañero, cuyo nombre quiero siempre acordarme, que es el reverso exacto al mío; fue a buscar la libreta confiado y allí se enteró de la peor noticia: se había llevado todas las materias). Mi tío cumplió.

(El enigma de la aprobación, a mi juicio, tiene nombre y apellido: Fernando Agulló, tío político que daba clases de computación y contaduría en el Nacional. Sin duda, algún domingo le habré contado en la mesa familiar los pormenores de la inminente derrota. Son casi nulas -pienso- las chances de que él no haya influido en la decisión del profesor de música, de lo contrario no se explica que alguien fallara en todas las instancias evaluativas de una materia y sin embargo la aprobara. Ya no se lo puedo preguntar, falleció en la Navidad de 2002, aprovecho la oportunidad para agradecerle, sin su gesto no existiría el diario).

8 de febrero

Sábado 10.48

Dos pasajes de La Viena de fin de siglo, de Carl Schorske. Los lectores adivinarán las razones de la selección. 

“En la mayoría de los grandes creadores vieneses que fueron contemporáneos de Freud, la rebelión generacional contra los padres adoptó la forma histórica específica del rechazo a la doctrina liberal que esos padres habían sostenido”.

“Es que la fuerza para vivir es un misterio. Cuanto más fuerte y más animado es uno cuando sueña despierto, más débil es en la vida […] Incapaz de ordenar y de servir, incapaz de dar y recibir amor […] Deambula como un fantasma entre los vivos” (Schorske cita a Hugo von Hofmannsthal).

09 de febrero

9.00

Domingo temprano –nos despertó antes del amanecer una lluvia torrencial y pasajera–. Arranco a leer el regalo de Restrepo, crítico colombiano residente en Buenos Aires, ¡Que viva la música!, de Andrés Caicedo, decimoséptima línea: “Todos, menos yo, sabían de música”. Conmovedor. La ficción generalmente dice de mí cosas más interesantes que las que yo soy capaz de decir de mí mismo. Universalizo: con la ficción podemos acceder a capas de realidad más espesas –más ricas, más audaces– que la realidad misma. Este diario es, en principio, o por principio, una mezcla de ambas, al que le aqueja un problema irresoluble (clave para continuar escribiendo): ignoro la proporción exacta de las dosis.  

23.30

A Rosario. Lunes, mesa de examen en Psicología. Martes, la plancha. Miércoles, inicio del trip a Punta del Este.    

11 de febrero

17.14

A punto de escribir “mañana temprano partimos a Punta del Este” advierto el carácter problemático del enunciado (no son problemas de índole lingüística: anfibología, equívocos, ambigüedad). Vean a qué me refiero.

Enero de 2022. En el pico final de contagios por COVID (¡se acuerdan!) Oliver me propuso pasar cuatro días en Punta del Este. Alquilamos departamento, compramos víveres, contratamos cobertura médica, sólo faltaba cumplir con el requisito de las autoridades sanitarias de la Suiza latinoamericana: el test negativo para ingresar al país. Fuimos entonces con Oliver (eterno viajante a Punta del Este, guía metafísico en esas tierras, Virgilio charrúa, Caronte del Río de la Plata) a realizar el hisopado a un laboratorio privado 48 horas antes. Esa misma tarde llegó el resultado: positivo. Nada en mi cuerpo reflejaba el contagio, ninguna clase de síntoma. Llamé a mi amigo sabiendo que no me creería. Tuve que mandarle copia del certificado y suspendimos la excursión. Permanecí una semana encerrado. Cada tanto dudo, ¿y si fue un falso positivo? En diciembre de 2024 tuve un verdadero falso positivo, pero no es aquí el espacio apropiado para contar la historia, que, dicho sea de paso, ya está contada en otro diario.

En marzo de 2024 Oliver me puso en la disyuntiva. ¿O iba al casamiento de mi primo o viajaba con él y Martín a Punta del Este? (el amigo le prestaba departamento). Lo medité. Sopesé pros y contras y finalmente elegí el casamiento. Tuve tres o cuatro en mi vida. Pocos para un adulto. Auguraba esperanzas de redención. Mi primo (Fernando Agulló hijo) es una persona de bien y se merecía mi presencia. Un dato adicional, insoslayable a la hora de analizar la decisión: yo era el elegido de entre todos los familiares para pronunciar el discurso de boda. Mi primo no se equivocó. Yo tampoco.

Faltan doce horas para emprender el viaje. La camioneta Volkswagen Taos (¡Gumier!) está lista. Los bolsos casi preparados. ¿Ocurrirá algún imprevisto? ¿Cuántos imponderables pueden surgir en doce horas? ¿Y en once? ¿Y en un minuto?

¿Allá vamos?

17.38

Estoy soportando ramalazos neuróticos.

12 de febrero de 2025

07.46

Camino hacia Victoria, Entre Ríos, paso obligado antes de atravesar la frontera uruguaya. Llueve, no para de llover desde las cuatro de la mañana. Qué hermoso es viajar con lluvia. Sobre todo si no te toca (porque no sabés) manejar. Qué belleza la lluvia. Mucho más bella que el sol. 

Me desperté a las 6 a.m. Hasta salir de la casa de mis padres no paré de olvidarme cosas. Le di prioridad a los libros que quería llevar. Tres (La vida de los hombres infames, de Foucault; Borges, escritor de las orillas, de Sarlo; La repetición, de Kierkegaard) para cinco días (absurdo). In extremis sumé un mínimo ejemplar francés sobre Manet (más absurdo). Por el modo de armar el equipaje parecía una persona en situación de calle (todos los bártulos en bolsas de tela: de Havanna, del pabellón de Emiratos Árabes de la Bienal de Venecia 2019, de la Universidad de Ginebra; más una mochila Puma).

Partimos, finalmente. 

11.23

Oliver y Martín charlan animadamente, aunque no consigo desentrañar el tema. Delegué el peso de ser copiloto. Soy el peor, según dicen. Leo, duermo, no converso. Soy un sujeto demasiado introspectivo (suena lindo, quizás sería más ajustado decir: soy un hombre sin paz mental). Mientras menos responsabilidad tenga en un viaje en auto, más probabilidades de llegar sanos y salvos a destino. 

14.38

Apenas entrar a Uruguay (¡rompí el maleficio!) el viajero comienza a sentir que el tiempo se ha detenido (no que se detiene, que se ha detenido), por lo tanto, siente que está retrocediendo, como si el automóvil se convirtiera no por sí mismo, sino por el contexto en una máquina del tiempo: pueblos fantasmas, ciudades sin promesas. De todas formas no es imprescindible desplazarse hasta la República Oriental para vivir en carne propia la contracción temporal, basta con ver la mejor película uruguaya de la historia: Whisky (Rebella-Stoll, 2004). Mi duda es si no cometo un error al escribir “el tiempo se ha detenido”, quizás, y esto no es en detrimento de nada ni de nadie, en Uruguay el tiempo aún no ha comenzado. 

Martín musicaliza. Fanático de Sabina. Me tiraría del auto. 

15.04

De a ratos, a cuenta gotas, cuando logro apagar la voz ronca del interprete español, leo “La duda de Cézanne”, de Merleau-Ponty. El texto es magistral, de una lucidez embriagadora. Cita M.P. de La comedia humana de Balzac: “…me encamino hacia ciertos descubrimientos…Pero ¿qué nombre dar al poder que me ata las manos, me cierra la boca y me arrastra en sentido contrario de mi vocación” (vocación igual deseo).

Arriesgo el nombre: Neurosis obsesiva.

13 de febrero

00.25

Agotado.

08.25

La caminata nocturna por la costa me reconcilió con la ciudad. Fue muy humano contemplar los edificios en la soledad de la noche.

El único problema, como siempre, son las personas. Y no todas. Se distinguen cantidad de uruguayos clase media que vienen a pasar el día o a veranear, circunspectos, sin aspavientos. Pero los argentinos, digamos un 80% de los turistas, están todos cortados por la misma tijera. Empleo la metáfora no por casualidad (nada es casualidad en este diario), principalmente me refiero al atuendo, la vestimenta. Es el imperio de lo igual. La tendencia homogeneizante. Un argentino no se reconoce por el acento, la canchereada, el porte, sino por la ropa. Las mismas marcas, los mismos colores, los mismos modelos. Agregaría el bronceado.

Lo homo le gana a lo hétero, lo puro a los trans, el orden al caos: la ciudad ya no es un campo de batalla. 

En Punta del Este febrero es un mes de transición. Todos los meses son de transición, salvo del 20 de diciembre al 20 de enero. En enero, según un mozo, “hierve”, pero en febrero las cosas se van enfriando hasta volverse Alaska.

Con mis compañeros de ruta, hasta ahora, ni un sí ni un no. Son relaciones muy distintas. A Oliver lo conozco de toda la vida y a Martín apenas, sin embargo hay un cúmulo de recuerdos que nos unen: amigos en común, fue compañero de colegio de mi hermana, trabajó con mi tío en la función pública, es contador con inquietudes psicoanalíticas. Somos tres consumados neuróticos (¿ellos más que yo o yo más que ellos?).

Gané $250 uruguayos en el casino (5.5 USD). Inserté $50 en la máquina, apreté un botón, se detuvo en el signo pesos y empezó a sumar. Me retiré inmediatamente. La única forma de ganar en el casino es no jugar o jugar una vez. Cobré mi jugoso ticket de $304. 

16.16

Vinimos a La Barra, el mismo lugar donde me hospedé con mi familia en 1993. El único recuerdo que conservo es el del puente que une el pueblito con la ciudad, una estructura simpática, con forma de corpiño. Cuando lo atravesamos sentí un estertor especial, sobre todo porque el puente era mucho más pequeño, menos empinado que en los 90 (mi década favorita). Es como si en mi adolescencia el corpiño hubiera tenido la dimensión del de la tabaquera de Amarcord hasta convertirse hoy en una tabla rasa. 

¿Cuántos recuerdos se perdieron en el sube y baja? ¿Cuántos se habrán transformado? Soy incapaz de acceder a lo real por vía directa. 

Oliver y Martín se fueron a la playa y me dejaron en un shopping abierto que cuenta con un solo bar, La panera rosa, una cadena con sede en Buenos Aires. Me pedí una pomelada, hablé un ratito con Lucía (¡la extraño!), terminé el programa del Curso Libre sobre Borges y Duchamp y lo envié a la Escuela de Filosofía (UNR) para su evaluación.

Día hermoso (¡no aguanto dos seguidos!). Odio la playa en estas condiciones, preferiría la visita inesperada de un nubarrón (mi lema es: al buen tiempo, mala cara).

Surgieron discusiones respecto de las prioridades para gastar el dinero. Armamos un fondo común de inversión de 100 dólares cada uno, pero claro, es difícil ponerse de acuerdo (Oliver me acusa de decir a todo que no). 

Punta del Este quiere ser otra. Obsesivamente. Es una ciudad que se autopercibe exclusiva, que se cree Miami. No la hija, ni la nieta. En ese sentido es aspiracional. Late en sus entrañas la incomodidad de no haber cumplido la promesa. Es como si el superyó de la ciudad le estuviera recordando en todo momento sus falencias. Punta del Este ignora que podría valer por sí misma, pero como siempre aspira a otra cosa, queda petrificada entre el ser y el no ser. Mi amigo David Nahón (psicoanalista) escribió dos líneas sobre el neurótico, justas para describir los padecimientos de la city: “Lacan dice que el fin del análisis es la distancia máxima entre el ideal y el deseo. Que el bienestar llega cuando no se está alienado al ‘ser’ que el ideal me impone que tengo que ser. Ahí recién uno puede ir y hacer su cosa. Su cosa pequeña, casi insignificante”. Punta del Este debe encontrar su norte, dar un paso al frente, aprender a olvidar, curarse el narcisismo.

14 de febrero

00.21

Le escribo a L. por el día de los enamorados.

10.01

Durante enero los negocios que no venden perdieron su bala de oro, los millonarios que vienen a mostrar y comparar sus autos lo hacen en enero, es crucial hacer notar esto, como si Punta del Este, la Punta del Este imaginaria (como la Miami del imaginario) sólo existiera en el mes inaugural del año. En los otros meses es una ciudad del montón, con bellas playas, caminos deliciosos y sin recovecos donde refugiarse. En ese sentido es una ciudad pornográfica, y no me refiero a la ostentación de los magnates de la tontería, al pavoneo de los pavos, a la jactancia de los hijos de papá, nenes con fama de barra brava. Es pornográfica porque todo está a la vista, todo necesita estar a la vista, insisto, o insiste la gente, especialmente en enero. En enero es porno duro, hardcore; en febrero pornosoft, de vuelo bajo, ¿y en marzo?

Noche tranquila. Oliver padeció problemas estomacales (según él, producto de tomarse una caipiroska a las seis de la tarde). Salimos con Martín a dar una vuelta corta, entramos al casino del Conrad (Enjoy!), sólo aceptaban dólares. Huimos. 

16.25

Escribo en Papirosen, café especialidad, uno de los bares más chetos de Punta del Este, pero cheto bien, cómodo, cálido, humilde en ostentación, alejado de las estridencias de la mimesis. 

Como en Punta del Este el valor exhibitivo supera a cualquier otro valor (ritual, estético, ideológico), al viajero le alcanzan dos o tres horas para desentrañar los secretos más íntimos de la polis. Básicamente, porque es una ciudad sin secretos, sin misterios. ¿Será, quizás, que el verdadero misterio de Punta del Este (lo que me ha desvelado en estas últimas 48 horas) consista en carecer de misterio (su encanto es el desencanto)? Pongamos en la otra orilla a Buenos Aires, portadora de misterio en la sangre. Por eso cualquier hijo de vecino, sin estudios ni vicios filosóficos, intuye apenas pisa el suelo uruguayo la estructura ontológica de la ciudad: es más nada que la nada misma. ¿Qué diría Sartre al respecto? ¿Y Heidegger? 

Entre las disquisiciones me tomé (caro, pero) el mejor Moka del mundo.

Estoy solo, sentado en un viejo sillón, suena una extraña melodía, los empleados me regalan miradas de amistosa desconfianza. Me parece fundamental incluir otra cita de “La duda de Cézanne”, lapidaria para reflexionar sobre el estado del arte actual: “Por consiguiente, la expresión no puede ser la traducción de un pensamiento ya claro, puesto que los pensamientos claros son los que han sido ya expresados por nosotros o por los demás.
La concepción no puede preceder a la ejecución. Antes de la expresión no hay más que una fiebre vaga, únicamente la obra realizada y comprendida probará que había que encontrar allí algo en lugar de nada”. 

Una anécdota abona mi hipótesis sobre la ciudad. Estaba filmando uno de mis videos para el Instagram de La ansiedad filosófica en la entrada de la Torre Trump. Durante el tercer o cuarto intento pasó caminando una pareja y escuchó que yo decía a cámara que acababa de firmar contrato para trasladar las oficinas de la empresa al edificio. El hombre se dio vuelta, levantó su puño, sonrió como si le hubiera dado la mejor noticia del mundo y gritó: “¡Vamoooo!”.

En Punta del Este, la ciudad de las apariencias, paradójicamente, no importan las apariencias, como todo es apariencia, como la apariencia es la ley, las apariencias individuales se diluyen en el magma indiferenciado de la totalidad, podría expresarse de la siguiente manera: la apariencia la impone el propio contexto. El mero estar en la entrada de la Torre Trump bastaría para ser dueño de una propiedad, más allá de mi aspecto (pasaje curioso en términos ontológicos: del estar al ser). 

¿Esto habla bien o mal de la ciudad? Ninguna afirmación de este diario pretende impugnar o reivindicar nada (quizás sólo a mí mismo). Estoy demasiado cómodo en Punta del Este y sería injusto de mi parte ejercer una crítica despiadada. Además, ¿a qué? ¿Quién soy yo para hacerlo? ¿Desde qué moral? ¿Qué sentido tendría? Cualquier ciudad, por más infernal que sea, tiene cosas buenas, incluso maravillosas.

¿Qué misterio mayor que no tener ningún misterio? 

Soy como esos herederos que tiran la casa por la ventana. 

Que se tiran ellos mismos. 

¡Qué lujo!

Oliver hace siempre la misma broma: te pregunta por qué dejaste el auto estacionado ahí; por supuesto el auto señalado es una Ferrari, un Porsche, un Tesla.

15 de febrero

08.32

Mensaje de Franco: “Lo que le hicieron al protagonista de la naranja mecánica, es una fiestita de 15, comparado a lo que le están haciendo a Martín”.

Madrugué para ir a leer a la costa. Hermosa mañana acompañado de La vida de los hombres infames, de Michel Foucault. Qué tipo Michel, corroyendo siempre nuestras certezas. Le encantaría Punta del Este.

“Etnologizar la mirada que nosotros dirigimos sobre nuestros propios conocimientos: captar no sólo la forma mediante la cual se utiliza el saber científico, sino también el modo en el que son delimitados los ámbitos que este saber científico domina, así como el proceso de formación de sus objetos de conocimiento y el ritmo de creación de sus conceptos”. En síntesis: ¿Cómo se constituye un saber? O para el presente diario: ¿Cómo se constituye una ciudad? ¿Cómo fue que Punta del Este devino Punta? 

15.37

Paseamos por José Ignacio. Más exclusivo, y llamativamente me sentí a gusto.

Los edificios son prepotentes, necesitan ostentar a toda costa, la estructura, el espacio, la ubicación, las cualidades; Punta del Este es como un adolescente tardío ejerciendo su derecho a rebelarse contra los padres: quiere demostrar autonomía, pero es incapaz de romper con el modelo. 

Descubrí los resquicios de la ciudad. No son lugares, sino personas: los uruguayos.

Abruma tomar conciencia de que las cosas empiezan cuando están terminando y terminan cuando están empezando.    

Llegó Lucía. Con su familia.

Reencuentro nocturno en la orilla del mar. 

16 de febrero

07.12

Domingo, cada día duermo menos, me duele la panza, hace calor, Oliver y Martín duermen desde ayer a las 23.30, se olvidaron de despertarse, o no quisieron. Estaban tan ilusionados con salir a bailar que preferí no despertarlos.

Sarlo en Borges, un escritor de las orillas: “La ciudad ha sido no solo tema político, como puede leerse en varios capítulos de Facundo o en Argirópolis, no solo un escenario donde intelectuales descubrieron la mezcla que define a la cultura argentina, sino también un espacio imaginario que la literatura desea, inventa y ocupa. La ciudad organiza debates históricos, utopías sociales, sueños irrealizados, paisajes de arte. La ciudad es el teatro por excelencia del intelectual, y tanto los escritores como su público son actores urbanos”. 

Me irrita la formulación de un comentario que se presenta como perspicaz: a la película le sobra media hora, a la novela cincuenta páginas. El que lo pronuncia se cree crítico agudo. Es la gran estupidez contemporánea.

08.21

Pasaron 48 horas, pero recién me entero la estafa cripto que envuelve al presidente de la Nación, Javier Milei. Él, la hermana y otros integrantes de la banda están jugados. No es nada sorprendente, cuando un grupo de marginales ocupa el centro cualquier cosa puede pasar. 

Recibir la noticia en Punta del Este tiene lógica. Paraíso fiscal perdido. Todo paraíso fiscal es un paraíso perdido.  

Vamos a desayunar por quinta vez a Papirosen (¡la película!), las cinco veces llegamos antes del horario de apertura, las 9.00, y hoy no será la excepción (llamativamente, a medida que transcurren los días, en lugar de dilatar la llegada, la adelantamos).  

23.45

Pasé un día fantástico con Lucía y su familia en un complejo junto al mar. Toqué el agua por primera vez. Ella se queda hasta el sábado próximo, la espero en casa.

Antes recorrimos Piriápolis. Según Oliver es una ciudad peligrosa, de la que hay que escapar apenas surge la oportunidad, pues circula una energía extremadamente negativa. Empezamos a sentirnos mal, apesadumbrados, sin fuerzas. Diez minutos más y perecíamos.

Entramos al Hotel Argentino, donde se filmó Whisky (saqué fotos). No habría propuesta económica suficiente para convencernos de hospedarnos allí una noche. Hablamos de millones, en el peor de los casos (ver escena del baño de Nueve reinas). 

A las 7 a.m. emprendemos la retirada. 

Mi máximo temor para la vuelta es la música: a Sabina, Martín le sumó Calamaro y Fabiana Cantilo. El departamento era un feliz tormento, una dulce condena. Queda la resignación cristiana, o budista. 

17 de febrero

12.47

Atravesando la frontera…ya estamos en suelo argentino. 

El diario se acaba.

14.08

Ni haberlo preparado. Audio de mi amigo César Mazza (psicoanalista): “Se trata de incorporar la vida al diario, no estar con la exigencia de escribir el diario…ni tampoco escribir un buen diario o ser un buen escritor”. Comparto y añado, se trata de incorporar el diario a la vida. Mediante estos cruces ambos se enriquecen: nace la experiencia. 

Ajuste de cuentas: gastamos 350 dólares cada uno, peso más, peso menos, una hazaña financiera.

15.32

Punta del Este es una ciudad hecha a medida de la vulgaridad burguesa, quizás por eso me encanta.

Fin. 

 

* Foto: Lucía Palacio

 

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