Blog

31-03-2025 Notas

Facebook Twitter

Por Luciano Lutereau

Ayer conversaba con un amigo acerca de un músico que nos gusta a ambos; “igual está medio facho”, agregó. Me sorprendió y le pregunté qué tenía que ver. Ofuscado, se defendió un poco. Y yo le dije que no lo había atacado, pero después me quedé pensando —con pena— cómo se le metió la cancelación en el alma.

En ese momento le dije otra cosa, más simple: que muchas personas que admiramos son contradictorias, que admirarlos supone hacernos cargo nosotros de esa contradicción en lugar de reprochársela. Que lo fácil es pedirle explicaciones a otro de algo que nos pasa a nosotros; la ambivalencia es un modo maduro de amar.

Pero después me quedé pensando en algo más. Me acordé de la vecindad del Chavo, en la que estaba la Bruja del 71. ¿Tendrían que haberse juntado todos para pedirle que se fuera? ¿No tenemos también una responsabilidad de convivir con lo que no nos gusta? Las personas, ¿no tienen derecho a ser malas?

El otro día leía un flyer psi que decía: “Hacé terapia, si no por vos, al menos para no dañar a los demás”. Cuando uno creía haberlo visto todo llega la terapia con perspectiva de buena persona. El discurso del Bien está destruyendo todo, es de una hipocresía sublime.

Volvamos al Chavo. ¿Quién se animaría a echar a la Bruja? ¿La madre soltera (viuda o divorciada) que se encama con el profe del hijo; el padre lumpen que mal-cría a una hija tilinga y siempre tiene alguna excusa para no trabajar; el huérfano muerto de hambre; el rentista despiadado, etc.?

Todos unos impresentables, pero tan queribles. Porque eran personas normales, sintomáticas, con sus goces miserables. Hoy la gente se agrupa, se asocia, se masifica, dicen que constituyen “multitudes”, que “agencian acontecimientos”, pero son puras pavadas. La última comunidad que existió fue la vecindad del Chavo.

 

Etiquetas: , ,

Facebook Twitter

Comentarios

Comments are closed.