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Por Facundo Ortega
El moralismo productivista y las nuevas versiones de estoicismo edulcorado se plantean como respuestas individuales frente a las deficiencias estructurales que el sistema de distribución capitalista arrastra, en las desigualdades que sostiene, desde hace cientos de años y como parte de circunstancias históricas aún mayores. Los discursos individualistas y voluntaristas, que parecieran buscar fundamentarse en lo que dijeron filósofos con trabajada musculatura y más aún trabajadas las ideas, se proponen como respuestas simples, banales y masticadas, a modo de mandatos como “levantate temprano”, “andá al gimnasio”, “trabajá más”, “no te drogues”, “no pierdas el tiempo”.
Si bien en otro estilo o en otro contexto esas aseveraciones podrían ser fácilmente consideradas muy buenos consejos o muy buenas recomendaciones –incluso profesionales de determinadas corrientes psicológicas las realizan–, ya que parte de ciertas vidas “tranquilas, ordenadas, equilibradas” tiene que ver con el poder sostener cierto tipo de hábitos u organización, y nadie negaría que eso a muchas personas les funciona; hay un punto que se disfraza bajo las pretensiones de buenas voluntades y que tiene que ver con el mandato de productividad. ¿Es que acaso cada segundo cuenta? ¿Es que acaso “el tiempo es oro” y debemos considerar a nuestro tiempo un activo más para maximizar su rendimiento?
La filosofía estoica, marco teórico bastante de moda para la mayoría de los gurúes que pregonan los mandatos mencionados, es una escuela filosófica proveniente de la Antigua Grecia, fundada por Zenón de Citio en el III a.C. y con referentes como Epícteto, Séneca o Marco Aurelio. De pensamiento profundamente racionalista, proponía el control de los hechos y las pasiones que perturban la vida, para así alcanzar la eudaimonía, la felicidad o bienaventuranza. Ahora bien, una serie de mandatos que más se parecen a una receta para vivir, en nada se acerca a la virtud y a la sabiduría que se pudiera extraer de una relación al mundo basada en el raciocinio y la templanza. Poco tiene eso de estoico, más aún cuando el raciocinio parece retirarse de la partida y la importancia de dimensiones esenciales tales como los aspectos sociales, culturales, políticos, económicos, geográficos, etcétera, dejan de ser consideradas.
¿Por qué entonces fundamentar en la falta o en la deficiencia de hábitos individuales las dificultades que acarrean los individuos para alcanzar su éxito? Esto es probablemente parte del problema, consistente en construir una noción de felicidad basada en el éxito, y una noción de éxito basada en cifras que se pueden medir. Al estilo de una construcción yoica que encuentra su estabilidad y su garantía en las cifras que la representan –vaya problema de la época el contar likes, calorías o, por qué no, hasta el coeficiente intelectual– muchas personas, afectadas por estos discursos, miden su éxito por la cantidad de dinero que producen. La trampa es doble: el dinero es casi infinito, siempre se puede tener más; y el considerarse a sí mismo como un todo, individualizado, unificado, omite la consideración que las dimensiones mencionadas y fortalece la noción de un individuo de la voluntad, no sólo dueño, sino empresario de sí mismo, que si lo cree, lo crea; que no se permite fallar.
Si la felicidad y la plenitud de la vida no está en el ilusorio éxito financiero, dependiente del numerito en la billetera virtual o de la cifra que se elija para representarlo, ¿dónde está entonces? Es, quizá, un desafío construirlo, saliendo de la individualidad y entendiendo que no hay hábito ni cifra que lo garantice. Una respuesta singular, que aloje el deseo y la subjetividad de cada quién, es posible; sin olvidar, como olvidan los representantes del estoicismo edulcorado, que el ser humano es un ser atravesado por numerosas dimensiones, que hay que considerar, para salir de las recetas y para pensar en elaboraciones posibles.
Etiquetas: estoicismo, Facundo Ortega, Filosofía, psicología