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26-05-2025 Notas

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Por Pablo Manzano

– Todo indica que soy un neurótico de libro.
– ¿De qué libro?
– De uno escrito por un múltiple honoris causa de pelo entintado que posa siempre con la mano en el mentón. También caballero de la legión, ciudadano ilustre, oficial de la orden del mérito…
– Ah, sí, todo un personaje –me comenta Hernán Scholten–. Tuvo mucho éxito en Francia. En Argentina la mayoría lo defenestra porque dice cosas como que el psicoanálisis cura.
– ¿Y eso está mal?
–Es una herejía en ciertas iglesias psicoanalíticas, porque consideran que sería reducir el psicoanálisis a una medicina.

 

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Que el neurótico no sea un perverso, sino alguien que sueña con serlo, me describe bien. El universo del neurótico no está hecho de hombres y mujeres, dice el libro de Honoris, sino de todopoderosos y castrados, de dominadores y sometidos, de fuertes y débiles. ¿Qué más parece retratarme en ese libro? El neurótico encuentra dificultades para asumir el papel de padre, pues su propio padre, el padre de sus fantasmas, ocupa ya todo el espacio. «El neurótico, fantasmáticamente, sigue siendo un niño» (Honoris).

 

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En un texto académico más o menos reciente, Hernán Scholten reflexiona sobre el psicoanálisis como movimiento. Algo así como su peronización (me hago cargo del símil). La disciplina se extiende más allá de la indagación, el tratamiento y la teoría, y lleva a su precursor a establecer límites y señalar desviaciones. Freud no solo definirá la nueva disciplina de la mente (o del «alma», podía también escribir si ese día se había levantado teológico) diferenciándola de otras como la hipnosis, sino también siguiendo una tendencia «centrífuga u ostracista, en tanto buscará desligar del psicoanálisis a ciertas figuras o propuestas». Mientras leía el texto de Scholten, recordé como Dalí se lo dejó claro a los surrealistas: El surrealismo soy yo. Por su parte, el papel central que Freud se adjudica, según el propio Sigmund, queda legitimado porque, primero, el psicoanálisis es su creación, y segundo, se tuvo que bancar solito las críticas durante una década. Freud terminará estrenando una expresión que, afirma Scholten, todavía es muy común en ese ámbito: «Eso no es psicoanálisis».

 

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Parece ser que todos somos neuróticos, pero el fantasma posee a algunos más que a otros. La segunda teoría, explica Honoris, habla de ese fantasma aislado (reprimido, para decirlo fácil y vulgar). La huella psíquica ya no es la de un exceso de afecto. El trauma ya no surge necesariamente de un acontecimiento externo, sino de una ficción. «Un trauma llamado deseo», podría ser el título del guion. Un deseo desbordante, indómito. La amenaza de su realización, del goce insoportable, del peligro de desintegración. La angustia fantasmal. El fantasma siempre se renueva. Parece ser que todos alguna vez hemos experimentado esa ficción. 

«Es atractivo el psicoanálisis –escribió Ricardo Piglia– porque todos aspiramos a una vida intensa. En medio de nuestras vidas secularizadas y triviales nos seduce creer que en algún lugar secreto hemos experimentado o seguimos experimentado grandes dramas».

 

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Ya en la primera década del XX, Jung se acerca a Freud. Surge una amistad. O una relación de padre-hijo. Sigmund lo adopta como su primogénito. El vínculo con Jung y otros suizos favorece la difusión del psicoanálisis en todo el mundo.

En la segunda década el hijo trasmite al padre sus reparos respecto de la libido como hambre sexual. Jung también le reprocha a Freud que trate a sus discípulos como pacientes (quién no se ha sentido tratado así por alguien con un alto nivel de psicoanálisis –en sangre–). En una carta con fecha 3 de noviembre de 1913, Freud le sugiere a Jung «cesar por completo con nuestras relaciones privadas». Lo echa de la plaza.

Jung y otros, sin embargo, siguen por libre (agitando) con el psicoanálisis. Freud toma cartas en el asunto y hace pública su definición de movimiento, empleando el mismo término que refiere a una agrupación política: Bewegung. «Temía el abuso de que sería objeto el psicoanálisis (…) Entonces debía haber un lugar desde donde se pudiera declarar: El análisis no tiene que ver con todas esas tonterías, eso no es psicoanálisis». (Freud, 1914, investigación y traducción de Hernán Scholten).

 

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El neurótico, creo entender que me dice Honoris (sin duda me habla a mí, habla de mí), teje lazos en su relación con el otro siempre sobre la base de sus fantasmas. Ante la amenaza de la satisfacción, buscará refugio en la insatisfacción. ¿Cómo alimentar la insatisfacción si no es creando un monstruo que siempre es el otro? Un otro fuerte, un otro débil. Potencia, impotencia. Un otro siempre desmesurado para nosotros, o siempre decepcionante.

 

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La institución que da forma al psicoanálisis como movimiento se encarga de la vigilancia. Para formar parte, se explica en el texto de Scholten, había que cumplir con una serie de requisitos. Regía «un mecanismo de selección o, quizá más adecuado, de producción de sus integrantes». En la década del veinte se establece que cada unidad básica (filial, escribe Scholten) debe contar con un comité de formación que se ciña a las directrices de Berlín. Allí, en 1920, siguiendo indicaciones de Freud, se había inaugurado un policlínico que ampliaba el tratamiento psicológico a trabajadores y descamisados, incorporando pacientes totalmente nuevos en cuanto a la edad y el status social. En este contexto y a partir de entonces, quien no aceptara el mecanismo no podía ser aceptado como miembro ni reconocido como psicoanalista.    

 

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Verdad Number 3: El verdadero psicoanalista trabaja para el movimiento; el que sirve solo a un círculo lo es solo de nombre.

Verdad Number 6: Para un psicoanalista no puede haber nada mejor que otro psicoanalista.

 

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La palabra del analista se vuelve muy importante, me explica la amiga que me pasó el libro de Honoris (una que me trata como paciente, aunque ella lo niegue, aunque yo no le pague). Aunque eso mismo te lo hayan repetido otras personas, me dice ella, es recién con la palabra del analista (autorizada, remunerada, digo yo) cuando te cae la ficha.

La cura, según Honoris, no solo consiste en que la persona neurótica deje de percibir la falta de algo como la falta de una fuerza absoluta. La cura no es solo reconocer la distinción sexual, sino también cuestionarla en tanto dogma.

Puede que la última frase despierte algún que otro ronroneo queer. Pero, a propósito de este asunto, ¿es el psicoanálisis androcéntrico, o más bien invoca fantasmas androcéntricos que inducen a percibir en función de la fuerza y la debilidad? 

«Quisiera subrayar que la idea que se forma la persona neurótica respecto de la femineidad es producto de sus fantasmas y que esta idea no tiene nada que ver con la concepción psicoanalítica de la femineidad» (Honoris).

 

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En la posguerra, y con la mayoría de los psicoanalistas exiliados, el movimiento deviene anglo y la Verein se convierte en Association. El monopolio sigue intacto y en expansión. Al mismo tiempo, y tras una década de ausencia del padre/conductor/líder, comienzan las críticas hacia la concepción freudiana de la mujer como un homme manqué, entre otras. Son los años de Melanie Klein. Mientras tanto Lacan forma una Société (1953), que la Association se negará a integrar hasta que no se excluya a Lacan como formador de psicoanalistas. Lacan formula una crítica hacia el psicoanálisis como movimiento que, afirma Scholten, «todavía busca sostenerse y propagarse en la actualidad». (Para más precisión y detalle, ir al texto original; el link al final de este artículo).  

 

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Los síntomas del neurótico, sostiene Honoris, no obedecen a ninguna ley de la anatomía o la fisiología: no tienen un origen orgánico, sino fantasmático.

En una entrada escrita por Freud para la Enciclopedia Británica, señala Scholten, se define el psicoanálisis como: 1. Método especial de tratamiento del sufrimiento neurótico, y 2. Ciencia de los procesos mentales inconscientes. 

Sigmund remarca desde el comienzo que se trata de una teoría científica.

En El manantial oculto, Mark Solms (neurocientífico sudafricano) comenta que las técnicas de su época no le permitieron a Freud investigar y explicar los fenómenos mentales en términos fisiológicos. Sin embargo, ese habría sido su propósito. En un manuscrito de 1895 (con publicación póstuma en la década de 1950), Freud ya se muestra en busca de una base científica para sus primeras ideas sobre la mente. «La intención es representar los procesos psíquicos como estados cuantitativamente determinados de partículas materiales especificables» (Freud, 1895). Según Solms, al austriaco le costó abandonar ese camino para acabar tomando otro rumbo que, como se sabe, lo compensó con creces. No por ello habría dejado de concebir el psicoanálisis como una fase intermedia. «Es de prever que nuestras ideas provisionales se sostendrán algún día sobre unos cimientos orgánicos» (Freud, 1914).   

 

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¿Y qué fue del movimiento al otro lado del charco? A comienzos de los setenta, en un escenario de «elige tu propio Freud», se producen en Argentina rupturas por parte de la vanguardia (izquierda freudiana, denomina Scholten), que critica a la burocracia psicoanalista (psicoanálisis institucionalizado). Un grupo disidente llamado DOCUMENTO (no se puede elegir un nombre con menos eros) publica un volumen llamado CUESTIONEMOS (sí se puede). «Se distingue un Freud cuestionable –escribe Scholten–, “que toma la sociedad como dada y al hombre como incambiable”, y un Freud incuestionable, “que nos muestra cómo la ideología dominante se transmite, a través de superyó, y vuelve lerdo al hombre en su capacidad de cambio”». El grupo no logra concretar un proyecto institucional alternativo al modelo hegemónico (lo suyo es cuestionar). Un poco por las internas y otro por la persecución política, sus miembros acaban exiliados y excluidos del movimiento psicoanalítico. 

 

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–¿Y cómo están las cosas hoy?
–Hace décadas que la IPA perdió el monopolio del movimiento. Ya no ostenta el privilegio de la formación ni es el lugar desde donde se puede sentenciar qué es y qué no es psicoanálisis.
–¿Y qué es hoy en día?
–Esa pregunta ya casi no se plantea.
–¿Caso resuelto?
–Más bien no resulta de interés.
–¿Por irrelevante?
–Eso parece. Sin embargo, frente a los avances y cuestionamientos, tanto de la neurociencia como de los estudios de género, hoy resulta totalmente pertinente volver a preguntárselo: ¿Qué es el psicoanálisis?  

 

 

 

 

El texto de Hernán Scholten «Das ist nicht die Pshychoanalyse» se puede leer aquí.

Más sobre neurociencia y psicoanálisis en Un científico llamado Freud.

 

 

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