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Por Luciano Sáliche | Fotografía: Momofuku
Carlos Godoy es uno de los escritores jóvenes más importantes del país. Hago esta afirmación y la palabra juventud queda boyando en un mar tumultuoso. ¿Qué significa ser un escritor joven? La única certeza que se aproxima es la de un nacimiento medianamente reciente y la del porvenir, porque Godoy –nacido en Córdoba en 1983- cuenta con una obra densa que mejora, se complejiza, se bifurca y genera la expectativa de pensar que lo mejor aún no lo ha escrito.
Cuenta con varios libros de poemas (Prendas, La temporada de vizcachas, Paritarias + Soy la decepción, Escolástica Peronista Ilustrada), una nouvelle (Sugar blueberry, sugar blueberry), dos de cuentos (Can solar y La colección) y una novela, la primera de una trilogía, llamada La construcción. Con esta última, recién salida del horno, presenta un universo nuevo y enigmático: se dispone a narrar cómo vive una comunidad imaginaria en las Islas Malvinas, o un territorio extremadamente similar.
Ciudad de Chivilcoy. Año 2014. Sale la primera revista cultural digital del condado. ¿Qué significa esto? Que la lectura de textos literarios, periodísticos o ensayísticos se presenta por medio de un dispositivo que, a priori, nada tiene que ver con la vida en la ruralidad. Digo a priori porque ese dilema está enterrado hace años. Hoy es posible espantarse las moscas con una varilla bajo un eucalipto y leer una sucesión arbitraria de bytes en la netbook de Conectar Igualdad. ¿Eso modifica nuestra subjetividad -esto es: pensarnos a nosotros en el mundo-? Si el mundo cambia, cambiamos todos; pero esto no significa que tengamos que dedicarnos a contar los delirios histéricos de una adolescente palermitana. No necesariamente. Aún es posible narrar los recovecos esotéricos de la ruralidad del interior o el sonido ensordecedor del caño de escape tuneado de una moto a 60 por la avenida principal del pueblo. En ese sector se ubica Godoy, renovando las formas de narrar, revitalizando el clásico y sombrío sentido de la trama, esquivando el circuito del posmodernismo hipster de la literatura, imaginando universos que hablan de nosotros como comunidades pulsionales, víctimas de una naturaleza armónica pero violenta.
En tus obras hay una idea vibrante y creciente donde lo desconocido empieza a ganarle terreno a lo conocido, es decir, lo anómalo comienza a teñir cualquier narración costumbrista volviéndola, en cierto punto, impredecible. ¿Lo notás esto? ¿Lo buscás?
Sí, claro. Me parece que es algo que lo aprendí de Los Simpsons. La trama de los capítulos de las primeras 10 temporadas suelen plantear esa idea de la anti trama. Es decir que con la maquinaria narrativa de hollywood uno más o menos puede saber, deducir como es que se va desarrollando una historia. Sabe que el final es en el que el héroe vence o que pese a lo improbable del triunfo finalmente sucede. En Los Simpons hay un culto al fracaso como posibilidad o como decisión. El capítulo en el que Homero por accidente salta el Gran Cañón de Springfield. Cuando está en el aire se da cuenta que pese a que no tiene ni idea de skate lo va a lograr, siente que va a llegar al otro lado, incluso dice “Soy el rey del mundo” y después inmediatamente se cae y tenemos una escena larguísima del tipo rodando por la pendiente casi vertical del cañón, incluso se le desfigura el cuerpo y empieza a haber sangre. Después lo rescatan y se vuelve a caer de la ambulancia. Yo tengo mucho miedo a que pase algo que nos ponga en una situación de peligro en cualquier momento. Terminar en el hospital. Abandonar lo que se está haciendo para llegar rápido a otro lugar donde alguien corre peligro. Me parece que esa búsqueda que tengo yo de ir hacia la catástrofe impredecible o hacia retratar el momento anterior a la catástrofe viene uno poco de la combinación de esas dos cosas.
Si bien la escritura consta de la creación de un mundo, de un universo, La construcción es la creación de un mundo concreto, es decir, hay castas, clases sociales, comunidades, costumbres, geografías. ¿Cómo fue esa elaboración de un mundo nuevo?
Deleuze dice en Rizoma que la literatura consta de la construcción de una sociedad en el sentido literal de la palabra. No en referencia al proceso creativo de la escritura que pareciera proponer una mirada particular sobre un determinado aspecto de la vida. Sino específicamente esa idea de establecer categorías que se interrelacionan y delinean eso que llamamos sociedad. Faulkner, García Marquez o Tolkien pueden ser ejemplos más clásicos. En la actualidad el fantasy creo que deja muy en claro esa teoría deleuzeana. Creo que lo que yo traté de hacer fue un poco afincarme en esa teoría para producir. Esa elaboración en sí es un gesto trabajoso que demanda tiempo y muchos cálculos pero a su vez responde a la lógica de la producción literaria entonces no deja de tener su encanto y esa adrenalina que se produce cuando los personajes, los lugares y los problemas empiezan a articularse casi por su cuenta.
Esta entrevista va a salir en Polvo que es una revista de Chivilcoy, lugar donde podríamos ubicar tranquilamente cualquier relato de Can Solar. ¿Por qué te interesó trabajar en ese libro la ruralidad, la vida de pueblo, el interior profundo?
Por cuestiones personales como que mis viejos son del campo y yo fui de vacaciones o de visita en algún evento familiar importante a sus respectivos “hogares” y siempre fue muy extraño para mí el contraste entre la forma en la que yo me crié y la hostilidad del sistema social y natural de los pueblos. La pampa es un tema que me interesa mucho por las múltiples líneas de sentido que desprenden. De hecho en alemán existe la palabra “pampa” y significa la nada, el vacío.
Hay una frase en Sugar blueberry, sugar blueberry que dice: “la vida en el campo vuelve fuerte y silenciosa a la gente”. Y noto quizás una resistencia rural o provinciana en tu literatura frente a tanta globalización y autorreferencialidad porteña. ¿Lo sentís así también?
No sé si hay una reticencia a lo moderno. De hecho fuera de la escritura soy prácticamente un tecnócrata. Pero sí creo que se pueden trabajar los grandes temas y lo contemporáneo con cierto tono clásico. Entre tanto estilo blogger, escribir en un tono seco y distante es casi un gesto de protesta. Como escribir poesía con rima.
En una charla que tuvimos hace un tiempo mencionaste tu obsesión por la violencia de la naturaleza. Y en tu obra está clara esa violencia porque los personajes nunca pueden cambiar nada. Pero en La construcción, los geólogos intentan hacer algo. ¿Cómo pensás esta violencia y esta contra-violencia?
Es una búsqueda de la salvación. Lo geólogos representan la búsqueda de la salvación en la que se quedan algunas personas que, por ejemplo, ven la salvación en los OVNIS o en una secta o en un político. Lo que nos enseñó la modernidad, me parece, es que no tiene sentido buscar la salvación porque siempre que la busques vas a terminar con el cerebro frito.
¿Disfrutás más de leer o de escribir?
De ambas cosas. También disfruto mucho de mezclar música en vivo o de jugar con mis hijos o de ver documentales en la cama. Son cosas de las que disfruto.
¿Qué le recomendás hacer a alguien que nunca leyó un libro?
Nada. Si no leyó un libro en su vida es porque su historia no está atravesada por los libros y es algo que no me parece mal. La papa de la vida dejó de estar en los libros, ahora está en el márketing.
Etiquetas: Carlos Godoy, Entrevista, Libros, Literatura
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