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Por Luciano Sáliche
Lolita Copacabana tiene un nombre difícil de olvidar. También está su estética, la pose desafiante que se percibe en sus fotos, y una mirada que traspasa el lente colorido de sus gafas y amenaza e interpela. Los elementos norteamercanos que fluctúan alrededor de su persona parecen haberse materializado cuando compiló y tradujo para Interzona en 2015 Alt Lit, una antología compleja y efectiva que contó con narradores como Noah Cicero y Tao Lin. Ese mismo año publicó su segunda novela, Aleksandr Solzhenitsyn, nueve años después de su debut en 2006 con Buena leche. Pero esta vez no hablamos de su perfil creativo sino del productivo, porque dirige junto a Hernán Vanoli la editorial Momofuku, una de las últimas piezas doradas en el rompecabezas (siempre incompleto, nunca en decadencia) que es el campo literario argentino.
Son muchas las preguntas que surgen sobre el modo en que la maquinaria de la literatura nacional gesta escritores y editores; sobre todo en un presente cambiante y extraño. ¿Por qué editar libros hoy en Argentina? ¿En qué período se encuentra el mercado literario? ¿Cómo se ha transformado en los últimos años la relación escritor-editor-lector? Si internet es el gran elemento que interpeló la época, ¿qué lugar ocupa el libro en papel? ¿es un objeto de culto amenazado que tarde o temprano sucumbirá frente al e-book o mantendrá su poder irrevocable: la plataforma por donde pasan las grandes ideas de la civilización y se inmortalizan para siempre?
En un mundo donde la sociedad parece estar cada vez más atomizada mediante mecanismos de alienación cada vez más sofisticados e imperceptibles, hay una esperanza. O para decirlo de otra forma: hay un puente que se erige por encima de todo ese caos. No es fuerte como el puente colgante de Brooklyn pero es un camino transitable y seguro, construido por cientos de pequeñas editoriales emergentes, que han decidido plantarse en el mercado literario aportando contenido de calidad. Momofuku, que ha publicado títulos como La construcción de Carlos Godoy y Las redes invisibles de Sebastián Robles, es un eslabón imprescindible.
¿Por qué editar hoy libros en Argentina?
Bueno, en realidad, y a pesar de tener varias cosas en carpeta, hace bastante que no editamos nada, y es justamente porque las condiciones en la Argentina de hoy no son muy propicias: los insumos aumentan todo el tiempo y el poder de compra cae. En general, editar libros en la Argentina es gratificante, porque hay mucha energía, lectores sagaces y una escena literaria muy rica.
¿Cuál es tu objetivo al llevar adelante una editorial? ¿cuál es la misión -por llamarle de alguna forma- de Momofuku dentro de la cultura y de la literatura?
La misión de una editorial va cambiando. Cuando Momofuku arrancó su objetivo era ser una editorial diferente, vital, renovadora, con una propuesta muy propia que venía planteada desde el diseño hasta los primeros títulos que elegimos, todos de jóvenes narradores a nuestro entender con un potencial muy grande, y también con una parte vinculada a la difusión de literaturas de otros países y traducciones. De hecho, la idea nació cuando estábamos armando Alt Lit para Interzona. Después abrimos la colección de ensayo con Los Infames de Maximiliano Crespi, y bueno, el proyecto fue creciendo y teniendo más facetas, hasta que hicimos un breve impasse. Hoy la misión es seguir renovando y manteniendo la personalidad de Momofuku, pero dentro de eso tenemos que cambiar, tener en cuenta el contexto, y darle a nuestros lectores cosas que amplíen los horizontes desde los cuales se piensa la literatura, la vida y la relaciones entre ambas. Ese es un poco el objetivo, aportar mínimamente a una experiencia donde la lectura sea algo desafiante.
Viviste el mundo de los dos lados, antes y después de internet, ¿cómo cambió la literatura en esta bisagra?
Por un lado se tendieron muchísimas más redes entre autores, editoriales y lectores. Hoy cualquiera de estos actores puede comunicarse e informarse el uno del otro con muchísimo menos esfuerzo y menos intermediarios, y me parece que eso está bueno. Por otro lado hay muchos productos culturales que se volvieron más accesible gracias a la internet, y entonces las influencias, las colaboraciones, los diálogos a nivel mundial se ven favorecidos, pueden ser mucho más abiertos e inmediatos que antes. A la hora de escribir, creo que la cantidad de información disponible es un muy buen insumo a la hora de narrar.
¿Creés que internet deterioró o alentó la relación de la sociedad con la literatura?
Es muy difícil hacer un balance. Por un lado la internet facilitó herramientas para escribir y dar a conocer lo que uno escribe, también para que los lectores se comuniquen. Si antes las diferencias entre escritor-editor-lector nunca fueron tajantes, la internet ayudó a que se mezclaran de una manera nueva y esas fronteras se volvieran todavía más borrosas. Por otro lado, creo que la internet bajó a la literatura un poco a tierra, la volvió más cotidiana, en un punto más accesible. Paradójicamente, creo que eso también colaboró a que la sociedad empezara a sentir que la literatura no tenía tanto que aportar, rompió una especie de hechizo, la integró de otra manera.
Una de las especificidades de Momofuku es publicar autores nuevos, ¿cómo hacerle frente a los autores consagrados, a la «vacas sagradas» y best-sellers?
Los best-sellers son una cuestión de grandes editoriales, porque por temas de infraestructura y de presupuesto una editorial pequeña difícilmente tenga un best-seller tipo 50 sombras de Grey o cosas por el estilo. No podría sostenerlo, se le volvería en contra, y más si es una editorial como Momofuku, que no está sostenida por grandes capitales familiares o empresariales o políticos. Los autores consagrados no tenemos en claro quiénes son. ¿Borges? Borges es un autor consagrado, Arlt es un autor consagrado, Cortázar es un autor consagrado, Puig, Saer, todo el resto está en discusión. ¿Consagrados por quién? Momofuku es un emergente de una generación que se hace preguntas, y eso implica una relación mucho más libre con las creencias del mundo literario, sin por ello caer en el espontaneísmo o el populismo.
¿Cómo hacerle frente a las grandes editoriales? ¿Cómo es esa puja en el campo literario?
Las grandes editoriales son empresas enormes que funcionan con una lógica muy profesional, no creo que exista un enfrentamiento entre editoriales pequeñas y grandes editoriales. Me parece que por un lado hay empresas enormes, que hay editoriales medianas financiadas por los padres o las familias o los patrones de los editores, y que hay editoriales que son más militantes, que funcionan con un pie adentro del mercado, por supuesto, pero que son también una especie “work in progress”. Y hay una enormidad de matices entre estos tres tipos de editoriales. Me parece que preguntarse esto es parecido a preguntarse cómo funciona la relación entre una empresa que produce jugos orgánicos y Coca-Cola. Coca-Cola mira lo que hacen los jugueros, eventualmente les roba a los proveedores de materias primas, o les copia un producto, pero por lo general no hay un enfrentamiento directo, hay una convivencia amable, porque el nicho de jugos orgánicos sabe que hay momentos para consumir Coca-Cola y hay momentos para tomarse el juguito de arándanos con cardamomo.
¿Leés e-books? ¿Creés que llegaron para quedarse?
Tengo un dispositivo pero casi no lo uso. Me gusta marcar los libros y tenerlos a mano para poder volver a abrirlos, buscar una marca, hojearlos al azar, y esas son cosas que son imposibles con lo digital. También me gusta mirar mi biblioteca para pensar, creo que la presencia material de la biblioteca tiene un efecto en el pensamiento. Otra ventaja: un dispositivo menos que andar teniendo que cargar. Sin embargo creo que hay situaciones particulares en que los e-books son provechosos. Creo que llegaron para quedarse, seguro, pero no que sean una seria amenaza para los libros en papel.
Siguiendo con internet, ¿hasta qué punto modificó la forma de narrar? ¿por dónde creés que pasan hoy las tendencias literarias en lo que refiere a los temas y las formas de las ficciones?
Creo que internet propone muchas maneras novedosas de narrar, y que eso destila hasta cierto punto en lo literario, de formas más o menos exitosas, más o menos interesantes. En internet, y dentro de ella en cada plataforma, de Facebook a Snapchat, se construye un lenguaje particular, y también creo que eso va cambiando todo el tiempo. La literatura tiene la hermosa virtud de poder ir mamando de esto de diferentes formas, en base a un trabajo que muchas veces introduce modificaciones en las formas en las que escribimos.
Hoy día siento que hay algo particular que tiene que ver con la transmisión en entregas segmentadas, algo que está en internet y que también se ve en las series de televisión, que la gente tiende a buscar consumos serializados, que se convierten en un tipo de comunión sagrada, y que eso también puede verse reflejado en la literatura (en fenómenos que incluyen tanto a los productos de Stephanie Meyers como a los últimos de Mark Danielewski).
¿Cómo definirías al ambiente literario argentino de los últimos años?
Es muy múltiple, muy rico, y también está bastante desordenado. Hay grupos de afinidades, muchas editoriales nuevas e interesantes, proyectos digitales, y también hay una especie de sobreproducción, se escribe mucho. Soy un poco ermitaña y no participo demasiado de reuniones o lecturas. Siento que cada vez hay más lectores, exigentes y curiosos, y que algunos narradores más jóvenes, o más o menos jóvenes, se consolidaron en los últimos tiempos. La cantidad de manuscritos que recibimos en la editorial es impresionante, a veces no llegamos a contestar, porque la lectura de manuscritos es algo que lleva tiempo. Entre los editores hay una gran solidaridad, y eso está bueno, y entre los autores quizás haya un poco de ansiedad.
Y por último, ¿cómo evaluás las políticas estatales de los últimos años en el mercado editorial? ¿hubo cambios desde el último cambio presidencial? ¿ves un futuro esperanzador?
Bueno, el gobierno anterior se fue sin una ley del libro. La prometió, coqueteó con la idea y nunca la ejecutó. El nuevo gobierno renovó la web del Fondo Nacional de las Artes, algo que no se había hecho en muchísimo tiempo. Al parecer hay buenas intenciones, esperemos que se concreten, pero todavía no se ven señales muy claras.
Etiquetas: Alt Lit, Carlos Godoy, Hernán Vanoli, Lolita Copacabana, Momofuku, Sebastián Robles