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04-12-2014 Notas

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Por Luciano Sáliche

«El horizonte relampaguea
como el tubo fluorescente de la cocina
y el olor del guiso recalentado
sube por el pulmón del edificio
mientras alguien tiene demasiado alto
el volumen del televisor»

Fabián Casas (Oda, 2003)

I

La farándula siempre fue la cartelera artística del populacho. Cuando las clases altas y cultas iban al teatro de autor o a las óperas o a la danza clásica, las clases populares iban a ver cómo una sugerente vedette movía el culo al lado de un capocómico que contaba chistes de borrachos. No se puede negar que la farándula es irreductiblemente popular, que lo consumen las masas. Y esa farándula, que en las décadas anteriores se movía por soportes más convencionales como las revistas del corazón, las películas de Olmedo y Porcel o las tarimas de un teatro de revistas, hoy se masificó y encontró diversas vías de expansión producto de que el desarrollo tecnológico se mueve encastrando a la sociedad de masas.

¿Cómo fue que la farándula se fue metiendo lentamente en todos los rincones de nuestra vida cotidiana? Vayamos a la base: ¿qué es la farándula? Hoy en día es una gigantesca ficción: un reality show que ya no se reduce a lo que sucede entre cuatro paredes –como es la casa de Gran Hermano– sino que se expande por un universo mucho más abarcador y heterogéneo. El epicentro de este mundo que denominaremos planeta Farándula está en el programa que conduce Marcelo Tinelli. Allí sucede todo. Están los protagonistas, los triunfadores, los famosos. Ese mega show que ocurre casi todos los días funciona como el lugar privilegiado donde las cámaras del país apuntan y transmiten en directo.

Luego hay cierta periferia que actúa como un gigantesco conurbano, útil al epicentro. Estos son los programas de radio, las revistas del corazón, los portales de espectáculo, las redes sociales y los programas televisivos de chimento. Aquí se introduce un lugar clave porque surge una profesión que se masifica y se legitima de una manera voraz: el panelismo. Los panelistas son periodistas de espectáculo que ofician de voz autorizada para opinar sobre lo que sucede en el planeta Farándula. Pero esa opinión no está por fuera sino que ellos mismos también pertenecen al planeta pero actúan desde un lugar más pasivo ya que nunca –sacando casos remotos- asisten al epicentro, es decir, al programa de Marcelo Tinelli.

II

La farándula es una ficción. Los personajes que aparecen en ella, mal que nos pese, salieron de nuestro mundo. Alejandro Seselovsky ya dijo mucho al respecto. Su libro, Trash. Retratos de la Argentina mediática (Norma, 2010), traza un mapa donde la búsqueda del tesoro aparece en cada parada. Básicamente son crónicas de entrevistas que les hizo a personajes de la farándula como Wanda Nara, Nazarena Vélez, Chiche Gelblung o Ricardo Fort. La pregunta que flota durante todos estos textos es: ¿cuánto de ese mundo habla del nuestro? O mejor: ¿qué tan Wanda Nara y Ricardo Fort somos los argentinos? Porque si hablamos de identidad cultural hay que empezar diciendo que somos argentinos. En este país el universo trash es una moneda corriente que aparece en los programas de la mañana, en los de la tarde y, como broche de oro, en los de la noche, para irnos a dormir sumergidos en su descabellada trama.

Me urge decir que estoy de acuerdo en dividir a los famosos que nos caen bien y los famosos que nos caen mal siempre que aceptemos que la farándula es una gigantesca y renovable ficción. Todo eso que sucede en el planeta Farándula -que no es la Tierra aunque sus personajes sean terrícolas- que mantiene su equilibrio a base de sponsors y rating es una construcción espontánea, pero no por ello menos minuciosa, donde sus productores intercambian personajes según lo que la audiencia quiera.

Sí, es exageradamente cierta esa máxima que dice que el tipo que llega cansado de laburar 12 horas en la fábrica sólo quiere cenar matándose de risa al oír a Marcelo Tinelli conduciendo un reality donde bailan esos exuberantes cuerpos siliconadas y atléticos. ¿Acaso está mal? Bueno, es cuestión de qué expectativas tiene cada uno con la humanidad. O de qué tan moralista, susceptible y machista sea cada uno. La pregunta ética no suma, no aporta nada. El verdadero interrogante es qué valor le damos a ese súper espectáculo que, hay que decirlo, no es más ni menos que una gigantesca ficción.

III

El academicismo es ese monstruo que permanece en los ambientes universitarios inflado por los libros de siglos pasados y sobrevalorado por conglomerado de burbujas de egos que sugiere que el mundo de la farándula es basura idiotizante. El libro Filosofía política del poder mediático (Planeta, 2013) de José Pablo Feinmann recoge esta tradición crítica de los medios y su poder de estupidización masiva. En una entrevista  en el programa de TN Palabras más, palabras menos donde presentó el libro ejemplificó su tesis con la ya clásica escena en que un hombre, luego de trabajar 10 horas en la oficina, llega a su casa y prende la tele. En la tele está bailando una rubia tan siliconada como atlética que mueve el culo de forma continuada entre chiste y chiste de Marcelo Tinelli, el conductor del programa. Entonces Feinmann dice que lo que ve ese tipo es un “espectaculo”, sin tilde, y después, al mirar a su señora, “se siente un miserable porque su mujer tiene el culo caído”. Más allá de algunas deducciones apresuradas y asociaciones conceptuales frágiles, Filosofía política del poder mediático es un libro denso, complejo y sagaz que reúne numerosos ensayos en torno al poder que ejercen los medios sobre el sujeto en la modernidad informática. Para el autor, es el culo la mercancía que se utiliza para vender mercancías y dominar las conciencias de los espectadores. Un mirada interesante que contiene ciertas grietas, ciertas aberturas por donde se filtra un atropello apocalíptico tan propio del academicismo.

Con un corpus que va desde Peter Sloterdijk, Martin Heidegger y Michel Foucault hasta Santo Tomás de Aquino y el Kama Sutra, Feinmann establece un paradigma de época, que es la modernidad informática, fruto de una historia reciente de dominaciones en torno a la sexualidad donde el culo adquiere un valor inconmensurable: “El culo reina en este mundo que busca la idiotización desde dos puntas: 1) para dominar a los sujetos; 2) porque los sujetos quieren ser dominados. Quieren ser entretenidos con banalidades. Quieren no saber. Sólo sobrevivir. El horizonte de sus apetencias no roza lo sublime, ni lo sacro, ni la generosidad, ni la creación, ni nada que eleve al hombre por sobre su condición de manada, de cordero feliz.”

Con conceptualizaciones fornidas como sexo anal, mierda, ars erótica y culocracia y afirmaciones como que “internet es la muerte de la emoción” porque “los seres humanos nacieron para comunicarse uno en presencia del otro” y que en ShowMatch no hay nada más allá “de la pavada, de lo guaso, de lo soez, de lo ridículo o  lo pornográfico” Feinmann elabora un jugoso libro de casi 770 páginas donde dispara a quemarropa contra el planeta Farándula.

Ahora bien, ¿es un culo gigantesco lo que atrapa al tipo que prende la tele en su diminuto descanso? ¿Hay una red sexual que lo excita y lo envuelve en un manto de estupidización? ¿Hay una autodesvalorización en el tipo que miro ese culo y luego mira el culo de su mujer y siente que todo está perdido? Hay una linealidad en ese razonamiento que parece cerrar perfectamente. A simple vista no presenta baches. Pero el academicismo tiene problemas estructurales: su mirada analítica se sitúa desde una exterioridad que no le permite indagar sobre el goce del tipo que mira Tinelli. Pero lamento por los apocalípicos eruditos del campus porque sí hay goce legítimo en el tipo que mira Tinelli.

¿Acaso no es pecar de ingenuidad bastarda el afirmar que lo único que hay en Tinelli es un precioso y redondeado culo? ¿Sólo eso ven cuando miran el programa de Tinelli? ¿Y el humor, las peleas, los chimentos, las infidelidades, los romances, las tetas, los bultos, los músculos, la empatía, los bailes, las piruetas, los cantos, las acrobacias y el absurdo donde quedan?

El mundo está lleno de lugares comunes. Bueno, está también el lugar común académico que es, básicamente, establecer una división entre los que está sumergidos en el problema y los que ven el problema desde afuera. El académico está en este segundo grupo, esto significa que no son afectados por el problema. Pero planteemos la pregunta en términos radicales: ¿es realmente un problema que el tipo que llega cansado de la oficina mire Tinelli? La rama troskista más ortodoxa dirá que sí, que es un problema porque el trabajador, en vez de estar preocupado por liberarse de la opresión, pierde tiempo mirando a Tinelli. Pero con ese criterio cualquier evento ocioso sería contrarrevolucionario. “Si no puedo bailar, tu revolución no me interesa”, escribió una vez la anarquista Emma Goldman.

IV

Los reality-shows o programas de telerrealidad funcionan en contraposición a la ficción porque nadie está actuando sino que son como son en realidad. ¿Es posible ser como uno es en realidad? En el prólogo de Trash, Jorge Dorio dice: “En tiempos remotos existió la difundida certeza de que la pantalla chica era un podio que premiaba con su hospitalidad a quienes se destacaban en un rubro cualquiera de la actividad humana. Los realities demostraron que la ecuación se había invertido: bastaba una aparición en la tele para adquirir un aura más o menos fugaz en la penumbra de las multitudes”. Sí, en un tiempo remoto o en algún que otro rincón de la televisión actual aparecen personas hablando sobre un hecho concreto, sobre la objetividad de ese hecho, más allá de la importancia de su figura como hablador. En el resto de los casos, y más en el planeta Farándula, esos habladores son personajes. Personajes de una enorme y gigantesca ficción.

Decir que la televisión es una gran farsa puede sonar a carga peyorativa. Pero es así. Cada individuo que se baña bajos las serpentinas que caen de los estudios televisivos como una lluvia dorada están amasando –consciente o no- un personaje de este encantador juego.

Mientras tengamos la capacidad crítica de no tomarnos demasiado en serio lo que sucede en ese planeta y podamos establecer una mirada más liviana sobre esa gigantesca ficción que sucede diariamente vamos a estar a salvo.

 

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Comentarios

'One Response to “Mapa general del planeta Farándula”'
  1. […] ser reconocidos, ¿hasta qué punto es más importante la fama que el talento? La farándula es el reality de los famosos, un gigantesco y múltiple show donde todos adoptan un personaje, a veces transparente, otras veces […]