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Por Agustín Ciotti
A principios del siglo XX, el sindicalismo en Argentina vivió sus años de esplendor tanto en su organización y definición ideológica como en su capacidad de acción, siempre con la premisa de liberar a la clase obrera de su opresión por parte del capital. Pero también fueron décadas de escalofriante represión policial y persecución estatal de los principales dirigentes. Un repaso por uno de los capítulos más apasionantes de la historia del movimiento obrero nacional.
I
Hacia la década de 1860, el proceso de consolidación del Estado-Nación argentino alcanzaba su madurez, con la ayuda de un modelo económico basado en el aprovechamiento de los recursos del sector agrario y la exportación de productos ganaderos a la principal potencia del mundo de aquellos días: Inglaterra. Sin embargo, la contracara de dicho proceso era la consagración cada vez más acentuada de una sociedad marcadamente desigual. Por un lado, una clase privilegiada -los terratenientes-, propietaria de grandes latifundios, aparecía como la gran beneficiaria del esquema agroexportador; por otro lado, una creciente masa de mano de obra de bajo costo, compuesta en su mayor proporción por inmigrantes, era condenada a la más absoluta miseria, jornadas interminables de trabajo y salarios irrisorios.
Semejante estratificación era posible, como admitió en su libro El orden conservador el historiador y periodista Natalio Botana -ex director del diario Crítica-, a partir de un sistema basado en la propuesta alberdiana, que aseguraba a una minoría ilustrada y económicamente próspera un amplio margen de libertades «políticas», mientras que las mayorías incultas quedaban limitadas al ejercicio de las libertades «civiles». En esta línea, el predominio económico de la élite aseguraba, a su vez, su dominación de los asuntos públicos y con ello la reproducción del orden jerárquico indefinidamente.
Pero la oligarquía no contaba con un decisivo factor, que en principio parecía imperceptible, pero que representaría un verdadero desafío a su dominación: entre los inmigrantes que habían arribado desde tierras europeas para luego ser condenados a la más brutal explotación, muchos habían conocido en el pasado las ideas anarquistas. A partir de entonces, comenzaría el lento proceso de concientización de los desposeídos acerca de las injusticias del régimen. La Historia asistía, así, al instante fundacional del movimiento obrero argentino organizado, cuyas páginas subsiguientes incluirían huelgas heroicas y congresos multitudinarios, pero también episodios oscuros, como las jornadas represivas de los festejos del Centenario, la Semana Trágica y la Patagonia Rebelde, o la arbitraria Ley de Residencia (1912), consagrada a expulsar del país a los activistas extranjeros.
Para comprender semejante dinamismo en el accionar del proletariado de aquellos primeros años, se impone como necesario un vistazo hacia las condiciones sociopolíticas y demográficas que hacían de la Argentina del amanecer del siglo XX una sociedad particularmente compleja.
II
La organización proletaria y campesina que daría como resultado el nacimiento de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) comenzó a desandarse hacia la última década del siglo XIX. La burguesía terrateniente se había hecho con las tierras productivas tras desplazar a los indios y campesinos sin título de propiedad que las ocupaban. Hasta 1890 no habían existido las condiciones para una actividad proselitista por parte de organizaciones de la clase trabajadora, pero con las transformaciones económicas y sociales que ocurrirían desde entonces, el escenario comenzaría a revertirse.
En efecto, en el epílogo del siglo, la política inmigratoria puesta en marcha años antes y la entrada de capitales financieros extranjeros, principalmente europeos, motorizarían los trascendentales cambios. Para 1910, se abría paso un incipiente capital industrial en los principales centros urbanos del país, como Córdoba, Buenos Aires, Avellaneda y Tucumán, aunque el crecimiento se verá interrumpido con el estallido de la Primera Guerra Mundial, en 1914.
Pero de los préstamos europeos la clase trabajadora fue la menos beneficiada. La inyección de capital permitió notables avances en la infraestructura y obra pública: se construyeron ferrocarriles, caminos y puertos. El escritor anarquista de origen español Diego Abad de Santillán recuerda que en donde se instalaba una vía férrea la tierra se valorizaba y los latifundistas se enriquecían, pero quienes la trabajaban, en cambio, nunca dejaban de empobrecerse. “Se decía que el país era rico, pero en realidad lo que aumentaban eran los pobres, el hambre y la miseria”, asevera en su libro La FORA. Ideología y trayectoria (1933).
Entre 1890 y 1930 se concretó una formidable expansión demográfica. En dicho período, insiste Abad de Santillán, se pasó de una población de seis millones a once millones. El salto cuantitativo se debió fundamentalmente al factor inmigratorio. Para 1924, habían arribado al país cinco millones y medio de extranjeros, de los cuales más del 87% eran españoles e italianos. Al mismo tiempo, la población urbana ascendió al 70% en 1932. Por aquellos años, la burguesía argentina estaba compuesta por unas 75.000 personas, es decir, una ínfima proporción de la población total, pero aun así detentaban el control político y económico total. Por citar un caso, en Buenos Aires apenas unas quince familias se repartían el monopolio de las hectáreas más rentables. Abad de Santillán recuerda que “la propiedad de la tierra argentina es de historia reciente y se formó por el asalto, la depredación y el robo”.
La jornada de trabajo hacia 1890 era de entre 12 y 14 horas y los salarios medios de 2 a 3 pesos en las ciudades y de la mitad en los campos. En la miserabilidad de la retribución debe buscarse la causa del enriquecimiento de la burguesía y las sucesivas rebeliones de los trabajadores, la mayoría de ellas ahogadas en sangre. El régimen no varió sustancialmente con el triunfo del radicalismo y su gobierno hasta 1930.
III
La FORA forjaría un marcado perfil combativo y de lucha contra el capital. Los intereses de la clase obrera y la burguesía se asumían irreconciliables y la conciencia individual aparecía como el paso previo y decisivo para la acción revolucionaria colectiva. En este sentido, la revolución no era sólo una cuestión de distribución de riquezas, sino de liberación humana y tamaño objetivo, entendían los dirigentes de la FORA en coherencia con los principios anarquistas, no podría lograrse mientras existiera el Estado burgués.
Abad de Santillán reconoce que el primer sindicato obrero de resistencia fue el de Panaderos, fundado en 1887. Luego, otros gremios siguieron su camino, y aunque la idea de formar una confederación estaba ya presente, fueron los obreros socialdemócratas los que dieron el primer paso, cuando en 1891 fundaron la Federación Obrera Argentina (FOA), con la premisa de defender «los intereses morales y materiales» de sus representados. Era una organización de tendencia socialista, en cuyo órgano de prensa, el periódico El Obrero, se atacaba duramente a los anarquistas por su posición radicalizada. Las tendencias anarquista y socialista eran los dos polos sobre los que se desenvolvía la tensa organización del movimiento obrero, en los primeros años. Para el primer congreso de la Federación, celebrado en agosto de 1891, la orientación anarquista ya era predominante entre los gremios que participaron.
Las condiciones laborales en la Argentina de los días inaugurales del siglo XX eran en extremo alarmantes. Los trabajadores vivían en situación de inhumanidad. Abad de Santillán aporta un ejemplo demoledor: «En 1900, los industriales sombrereros Franchini y Dellacha de Buenos Aires formaron un trust para no perjudicarse con la competencia y rebajaron los salarios del nivel ya irrisorio que mantenían (…) El obrero hábil en doce horas de trabajo no alcanzaba a ganar dos pesos. A los niños de 8 a 12 años que trabajaban de sol a sol, quemándose las manos y perdiendo su salud a los seis meses de ese trabajo agotador e insalubre, de 80 centavos que ganaban por día se les rebajó a 50”. Ante la desesperante situación, los sombrereros no vieron más alternativa que la de la huelga. Fenómenos semejantes se replicaban en prácticamente todas las ramas de la actividad económica.
La organización de los trabajadores respondía, irremediablemente, a la urgencia de defender el derecho a la vida. Muchos de los primeros episodios de lucha resultaron victoriosos, aunque el nivel de organización era todavía demasiado precario y las conquistas se evaporaban con una facilidad desalentadora. Muchos dirigentes advirtieron, entonces, que se imponía la necesidad de formar una federación obrera regional.
El segundo congreso de la FOA, en junio de 1902 precipitó la ruptura entre anarquistas y socialistas. Estos últimos se retiraron, aunque se llevaron consigo gremios de peso relativo según Abad de Santillán, y formaron la Unión General de Trabajadores (UGT). Hacia aquel año, durante el gobierno de Julio Argentino Roca, la combatividad del movimiento anarquista era insoslayable y se sancionó, el 22 de noviembre, la Ley de Residencia, que autorizaba al Poder Ejecutivo a «ordenar la salida de todo extranjero cuya conducta comprometa la seguridad nacional o perturbe el orden público» (Artículo 2°).
En julio de 1904, en el marco del Cuarto Congreso de la FOA, se adoptaría el cambio de nombre de la organización al de FORA, con el fundamento de que con la nueva denominación «no se acepta la división política del territorio, considerando que una nación es una región, una provincia una comarca y una ciudad una localidad». Al año siguiente, en el Quinto Congreso, apremiados por el avance del Estado de sitio y la represión policial a las huelgas, protestas y actos, los gremios de la FORA comenzaron a considerar la propuesta de la UGT de sellar un acuerdo de solidaridad. La federación socialista argumentó la necesidad de la unión en una carta enviada al Quinto Congreso: «Todas las fracciones de la burguesía, a pesar de los reales antagonismos que las mantienen divididas, se oponen siempre unidas para combatir el avance del movimiento obrero, y sería lamentable que la clase trabajadora organizada, ante las agresiones brutales de la clase gobernante no tratara de coordinar y dirigir con inteligencia sus energías combativas (…)». El congreso por la fusión se celebraría en 1907, pero con resultado negativo.
Ningún recorrido por la trayectoria de la FORA podría obviar la represión de los actos del 1° de mayo de 1909, en la que cayeron ocho obreros y más de cien fueron heridos a manos de la policía del gobierno de Figueroa Alcorta. Se trató de la antesala de uno de los episodios más ilustres de la experiencia anarquistas, pues en la movilización del Día del Trabajador se encontraba presente un futuro héroe del movimiento obrero del siglo XX: Simón Radowitzky. De origen ruso, el 22 de noviembre de aquel año, llevó a cabo el ajusticiamiento del coronel Ramón Falcón, jefe de la Policía de Buenos Aires al momento de la masacre. El periódico La Protesta saludó la caída de Falcón, mientras que el gobierno respondió con más persecuciones y ataques a los periódicos proletarios.
IV
Durante los años de la Gran Guerra comenzó a percibirse el agotamiento de la etapa más combativa de la historia del sindicalismo argentino. Para 1921, un nuevo congreso fusionista anticipaba un giro de las acciones de las asociaciones gremiales hacia el reformismo. Abad de Santillán entiende que en buena parte se debió a que las nuevas generaciones de dirigentes desconocían las razones por las cuales la FORA había rechazado en el pasado la alianza política con la UGT, por lo que la tendencia anarquista, dominante hasta entonces, comenzó a declinar.
En 1922, todas las corrientes existentes por entonces (anarquistas, socialistas, sindicalistas y comunistas) participaron del congreso de fundación de la Unión Sindical Argentina (USA), aunque, según Abad de Santillán, la gran mayoría del arco gremial anarquista optó por no asistir. Ese año nació también la Unión Ferroviaria, de tendencia centralista, con su propuesta de formación de la Comisión Parlamentaria, de la que debían participar también empresarios y gobernantes. El periodista Santiago Senén González señaló este hecho como el punto de partida de la fase reformista del sindicalismo nacional, en la que la variante conciliatoria reivindicada por los socialistas tomaría la iniciativa. El propio Abad de Santillán reconoce que el período comprendido entre 1922 y 1930 es el «menos interesante y, en parte, el más negativo» de la biografía de la FORA.
Etiquetas: Agustín Ciotti, Anarquistas, Clase Obrera, Congreso, Diego Abad de Santillán, FORA, Santiago Senén González, Sindicalismo, Socialistas, UGT
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