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Por Pablo L. Navas
Lector, lectora ¿usted está casado/ a con un/a Presidente?, ¿usted conoce la exclusiva suite 100 de La Mansion perteneciente a Four Seasons Hotel Buenos Aires?, ¿el domingo usted salió en la portada de la La Nación Revista?, ¿usted sostuvo el jueves a su hijo/a en el balcón de la Casa Rosada frente a miles de personas?, ¿usted tiene un hermano que es un actor famoso?, ¿usted puede cambiarse más de tres veces por día primero con un vestido caro, luego pasar a otro vestido caro y después ir por otro vestido caro, sabiendo que lo que no le permite cambiarse otra vez de vestido no es el dinero sino la falta de horas que tiene la jornada? Probablemente la respuesta a esta serie de preguntas tontas sea negativa. Porque problemente usted sea una persona normal.
El domingo la revista que acompaña una vez por semana al diario La Nación publicó una entrevista a la Primera Dama, Juliana Awada. Tiene un vestido blanco, está ¿sentada? en un sillón que también es blanco y tiene detrás una pared… blanca. Se presume que la luz está obsesivamente calibrada, que Awada atravesó un make up y que a posteriori de los registros la foto de tapa fue retocada, pulida. Dista la fotografía que se le tomó a la esposa de Mauricio Macri de contar con las imperfecciones que aparecen en las selfies hastiantes que circulan en las redes sociales o en las desprevenidas tomas que se hacen en los cumpleaños familiares.
Los redactores, el editor y la jerarquía con la que cuenta LNR consideró correcto elegir como título el siguiente textual ‘Soy una mujer normal y espero seguir siéndolo’.
Es al menos curiosa la frase. Y lo es por varias razones. La primera que podría ocurrirse es que una de las características de las últimas elecciones celebradas en Argentina develó una preferencia del electorado por un hombre perteneciente a la burguesía, a la casta empresaria, hijo de un empresario, ex presidente de un club de fútbol, amigo de otros empresarios, que fue secuestrado, que fue Jefe de Gobierno y que tiene contacto con los principales grupos de medios del País. O sea, por alguien que no es muy normal. Y al cual esa anormalidad le fue ponderada. ‘El tipo manejaba una empresa’, ‘él ya es millonario’, ‘es ingeniero’, eran algunas de las frases que bailaban en los diálogos rápidos y comunes de algunas conversaciones que se podían dar en las ciudades argentinas.
La frase también sorprende en el siguiente sentido: ¿queda alguien en el País, en el mundo que todavía crea que un político es una persona normal? ¿tiene crédito aún esa ilusión que plantea que un periodista, un músico, un actor, un gremialista o el Papa son personas normales? Awada piensa que sí. Entonces alimenta esa fantasía esquizoide. Las coberturas que hicieron los noticieros acerca de la asunción presidencial presentaban al matrimonio Macri-Awada bajo los mismos dispositivos sígnicos con los cuales se aborda a cualquier habitante del Planeta Farándula, es decir en esa constante tensión que produce cualquier aspiracional: en el no poder ser, subyace una angustia (por) una deuda y también el placer voyerista. Cuando Luciano Sáliche escribió en esta misma revista una nota sobre Ricardo Fort dijo: ‘El sueño de ser millonario para quienes no lo son es inmediato, líquido, dura poco porque la realidad lo elimina en segundos. Ese sueño tan irreal no permite proyectar el medio de producción, la fuente de trabajo que genere el dinero. Eleva al soñador hasta acariciar los permisos y sus objetos tangibles: autos, mansiones, sexo, juego, drogas, viajes, ocio.’
Macri está casado con una persona que pareciera aunar el status de la modelo y el de la mujer corporativa. ¿Acaso es muy normal estar desposado con una persona así? Macri sabe que el periodista que habla de la figura de Awada está pensando en que se acostaría con ella. ¿Awada aparecería en la campaña de los cuerpos reales de Dove? Intuimos que no. Macri lo sabe, pero ahí funciona lo que Juan Sklar en su novela ‘Los catorce cuadernos’ retoma de Lacan: ‘el deseo es el deseo del otro. Si todos se quieren coger a tu novia ganaste. Tenés el deseo más grande.’
El Presidente a lo largo de su campaña también contribuyó a la estrategia publicitaria de mostrarse como una persona más del cuerpo social. Utilizó la indumentaria similar con la que viste cualquier colectivero, no usaba traje y en las fotos tomadas de su gira proselitista se sentaba a dialogar con los posibles votantes en cajones de verduras y pescados.
El mes pasado en la columna que semanalmente publica el diario español El País, Leila Guerriero escribió un artículo titulado ‘El maletín’. Allí hablaba del ademán que ejecuta el Papa Francisco cuando se presenta como un ‘normal’ cuando claramente no lo es. Para tratar el tema partía del portafolio del Pontífice: ‘el contenido de ese maletín está lejos de ser normal. Para sus traslados el Papa no utiliza vuelos regulares; como el Vaticano no tiene aviones propios usan los de líneas comerciales sin ninguna comodidad especial. Es de suponer que esos aviones salen de aeropuertos normales, en los que se deberían aplicar las mismas reglas de seguridad aeroportuaria normales (y ridículas) que se aplican en todos los aeropuertos normales: en la cabina ya no se pueden llevar líquidos ni elementos punzantes o cortantes. Yo, que soy normalísima, no podría subir a un avión con lo que lleva el Papa en su maletín: una cuchilla de afeitar.’
Pero lo que importa de ese texto es el remate que aplica perfectamente al caso Awada. Guerriero finalizaba diciendo: ‘eso es lo que tiene el poder: antes o después nos convence de que son normalísimas (para todo el mundo) cosas que (para todo el mundo) son muy anormales.’
En épocas de conquista popular Francisco de Nárvaez, también empresario y además dueño de medios fue caricaturizado por un imitador que en ShowMatch no se tomaba en serio el latiguillo que rezaba ‘soy un tipo común’. Los espectadores sabían que la ironía era más real que las palabras del candidato. Lo que en 2009 era solo chiste, Awada y el periódico de los Mitre lo exponen en 2015 como verosímil. Aparentemente por ahí -en esas resignificaciones y modos de interpretar- también pasa el cambio.
Etiquetas: Juan Sklar, Juliana Awada, Leila Guerriero, Mauricio Macri, Pablo L. Navas, Ricardo Fort