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02-12-2015 Notas

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Por Luciano Sáliche

A todos nos gusta la paranoia. Cuando los ex SIDE del portal SEPRIN dieron su hipótesis del supuesto fraude que hizo el Frente para la Victoria para no perder por una diferencia de diez puntos con la alianza Cambiemos muchos adhirieron con mayor o menor entusiasmo. Lo cierto es que las especulaciones de revuelta social acabaron cuando, primero Juan Abal Medina, Daniel Scioli después, salieron muy tempranamente a dar por irremontable la diferencia y por aceptada la derrota. (Este 30 de noviembre el Director Nacional Electoral Alejandro Tullio anunció el escrutinio definitivo: 51,34% -12.988.349 votos- frente al 48,66% -12.309.301-.)  ¿Cómo describir un momento tan determinante para una jovencita democracia latinoamericana que se encarrila hacia un ascendente proceso de desideologización? ¿Cómo explicar las tensiones que se generaron en el balotaje entre las posiciones antagónicas, además de los terceros en discordia que deambularon entre el voto en blanco y el apoyo subjetivo al mal menor? Quizás el elemento que mejor resuma y condense todas las explicaciones sea el sonido que salía de los parlantes del búnker del PRO con una ironía reveladora: “Qué noche mágica, Ciudad de Buenos Aires”.

Como un grupo de amigos millonarios que le calaron la onda a la vibra zen luego del divorcio, los dirigentes principales del entonces Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires disfrutaron a puro baile, música, globos y papelitos. Del otro lado de la pantalla, un Scioli cabizbajo pero con cierto orgullo de buen perdedor aseguró que seguirá trabajando por el país. La grieta, más pronunciada que nunca, mostraba los dos estados de ánimo de un país que vivió su primer balotaje de la historia. Más que la pregunta por la veracidad de la antagonía entre los candidatos, el interrogante que surge es el por qué del desenlace final. ¿Cómo es posible que el peronismo pierda no sólo la Presidencia sino también ese universo argento que es la Provincia de Buenos Aires? ¿Cómo es posible que un partido tan nuevo como es el PRO logre conquistar al electorado de la tríada Nación-Provincia-Ciudad? Como siempre, además de las gestiones, las respuestas están en las construcciones discursivas de las campañas.

Relatos relatados por terceros

“La imaginación es una fuente de coraje en sí misma”, le dice Frank Underwood a su biógrafo en un diálogo de House of Cards donde la mentira galopa con belleza. El escritor le lee al Presidente de los Estados Unidos el prólogo del libro que está escribiendo sobre él. Es una narración idealizada de un niño que se lanza a cruzar el río contra todo pronóstico mientras sus amigos lo alientan, temerosos, desde la orilla. La metáfora de la voluntad es ineludible. La cadencia de las palabras, la voz masculina y sus pausas, los paneos de los planos, el tono oscuro en la iluminación de la escena: todo está puesto para experimentar ese nado. De pronto Underwood se da vuelta, mira a cámara y dice: “Jamás crucé ese puto río, pero la verdad es lo de menos”.

Amarillo 3

¿Cómo construir una épica sin el componente futurista de la voluntad? ¿Cuánto dato se falsea para erigir con firmeza ese relato? Cuando se definió la candidatura de Daniel Scioli como la punta de la lanza electoral -una lanza larga: doce años de longitud estatal- la militancia progresista del Frente para la Victoria que se batía a duelo discursivo en cada posteo de Facebook, en cada asado multitudinario, en cada charla de bar porteño, en cada oficina, en cada cumple de 30 en deptos oscuros, sintió un olor peculiar. Años y años masticando sapos nauseabundos sin saber que este, el motonauta farandulero que viró notablemente hacia un Vladimir Putin anaranjado, sería el último. Pero el último sapo que se comería el kirchnerismo convencido no iba a contar con aderezos para apaciguar el asco. Había que militarlo. Y militarlo significa salir a convencer.

El desgaste de tres gobiernos al hilo manteniendo firme la idea de un capitalismo justo, que puede torcer la balanza hacia una auténtica distribución de la riqueza sin romper demasiadas estructuras, sin renovar las avejentadas cúpulas sindicales ni las intendencias conurbanas ni los feudos provinciales ni poner en duda las mafiosas fuerzas policiales, se agotó. Todo la esperanza puesta en Cristina Fernández de Kirchner como una profeta inmaculada era demasiado. ¿Por qué delegar el prestigioso mando kirchnerista a un hombre que siempre fue un Robin callado dispuesto a sonreír y ser el partenaire pasivo de Batman? ¿Era posible que este Robin ejerza el protagonismo con la tenacidad suficiente como para que el aparato siga siendo peronista? La lealtad, en este caso, no alcanzó. El verticalismo nubló la sucesión. Los efectos especiales de la épica empezaron a quedar antiguos, a descubrirse el truco. La imaginación nunca podrá superar a la realidad, salvo que estemos drogados.

Como en la novela de Mary Shelley donde Víctor Frankenstein crea un monstruo que se le va de las manos, el kirchnerismo apostó por la construcción de un relato opositor. Con fragmentos del viejo fantasma del neoliberalismo durante las Presidencias del peronista Carlos Menem (en Frankenstein, el protagonista usa partes de cadáveres diseccionados), la militancia del FPV se dedicó a generar lo que la oposición –que descansaba en los resultados optimistas de las elecciones de octubre- llamó “la campaña del miedo”. ¿Fue real ese discurso donde Mauricio Macri aparecía como la cara visible de un feroz ajuste similar a lo que su actual Ministra de Seguridad Patricia Bullrich hizo en 2001 con las jubilaciones? ¿Estaban bien enfocados los cañones a la tríada de economistas que el PRO ocultó durante las últimas semanas para que la discusión no sea económica: Federico Sturzenegger, Carlos Melconian y Alfonso Prat-Gay?

No se hallan registros de Daniel Scioli -ausente en el primer debate presidencial- hablando del ajuste macrista antes del debate presidencial al que sí asistió. Siguiendo la línea de las cartas jugadas, el candidato k se mantuvo distante y silencioso dando por sentado que el aparato pejotista de Gobernadores, Intendentes, punteros políticos y militantes le bastaba para lograr una amplia diferencia en primera vuelta. Al caer en la cuenta que el antikirchnerismo era un fenómeno creciente en la segunda Presidencia de Cristina Fernández, decidió empezar jugar. Así, apostó a relatar el relato del enemigo. Moldearlo, construirlo, develarlo. Refiriéndose a al pasado menemista de Macri (rasgo que el motonauta también tuvo durante años) y a su equipo integrado por CEOs corporativos y no referentes de la gestión pública, puso las cartas de modo tal para que haya un problema: si gana Macri todos perderemos. ¿Puede resultar victoriosa la estrategia de difamar al opositor en lugar de enaltecer las cualidades propias? ¿Acaso 12 años de gobierno no alcanzó para focalizarse en los logros en lugar de agitar premoniciones catastróficas? La idea del monstruo amarillo era verosímil, pero no por ello verdadera. El gran fracaso de lo que pudo haber sido la etapa desarrollista del kirchnerismo fue relatar lo ajeno en lugar de relatar lo propio.

Amarillo 2

El día después

Todos los que pensaban que un inmenso sol amarillo lleno de prosperidad alumbraría la mañana del 23 de noviembre se equivocaron. Viento fresco, humedad y un inmenso y arrollador cielo nublado nos acaparó ese lunes en que todos amanecimos sabiendo que la estadía kirchnerista en las instalaciones de la casa rosada tenía fecha de vencimiento. Luego de un festejo levemente colocado en el boliche Asia de Cuba, Mauricio Macri y su equipo dieron una conferencia para quede concretada la idea de que la línea gruesa que dividió durante estos años a la Presidencia y el periodismo interrogador desaparecía para siempre. Conciliación y sus derivados fue el árbol discursivo que Macri pronunció para referirse a la nueva Argentina. Algo que para todos era una estupidez, un detalle, una cuestión de caprichos, terminó por palanquear el concepto del cambio que la alianza Cambiemos proponía: diálogo conciliatorio.

Así como la rosa tiene espinas y la vida contiene a la muerte, apareció una contracara. No tardaron ni 24 horas en empezar a fluir, brotando entre las grietas de las baldosas rotas, las voces más nefastas del pasado: el diario La Nación publicó una editorial exigiendo que se ablanden las penas a represores de la última dictadura cívico militar y que se revea la versión bajada desde los principales organismos de Derechos Humanos durante la etapa K. Imagino a Bartolomé Mitre, el dueño del diario que se parece más a un Señor Burns engordado a caviar que un abuelo atento de 70 años, dictando telefónicamente las ideas principales del texto desde un lujoso hotel de Puerto Madero luego de una noche de sexo aristocrático con Nequi Galotti.

Editorial que duró unas horas en la web porque la sociedad demostró estar demasiado politizada y con un profundo interés en el futuro político y económico como para volver a discutir la teoría de los dos demonios cual adolescentes avivados. Los trabajadores del diario se organizaron en una multitudinaria asamblea y repudiaron el texto. Incluso muchos que suelen correr al kirchnerismo por derecha -Nik Gaturro, por ejemplo- se mostraron solidarios con los trabajadores y reacios a aceptar el debate. Lejos de sentarse un precedente, La Nación seguirá teniendo lecturas acaudaladas y foristas dispuestas a tipiar con desesperación sus más seteadas opiniones. Pero para quienes desconocían esta área, las redacciones están llenas de ansias revolucionarias.

Amarillo 4

La pesadilla de la clase media progresista

“Quise dar cuenta de la pesadilla que vivió la clase media progresista con el triunfo de Macri en 2015”, dirá un escritor en algunos años. ¿Quién escribirá la novela que ilustre de forma acabada la incomodidad del progre que, para tragarse el sapo de Scioli, pone todas las miras en el candidato opositor para transformarlo en un Hitler diabólico capaz de matar y violar (muchos han intentado llevar hasta las últimas consecuencias la foto en que Macri le mira las tetas a Tini Stoessel)? ¿Cómo será el relato literario en que el kirchnerista mediocre cae en la cuenta que la década ganada concluye con una imagen abominable: Cristina Fernández de Kirchner otorgándole el bastón presidencial al líder zen del PRO?

No hay dudas que Mauricio Macri está alineado con el poder mediático y con diversas corporaciones económicas con intereses en forjar un Estado capaz de entregarle con la menor burocracia posible grandes sumas de dinero contribuyente. No hay dudas que Mauricio Macri representa una derecha soft, amena, amigable, con la cuota carismática de cancherismo y adolescencia que la burguesía está necesitando. No hay dudas que Mauricio Macri es un liberal en lo económico y un conservador en lo social: dos características necesarias para esa porción de la sociedad que aclamó el fin del cierre de las importaciones (entre ellas la de ciertos medicamentos imprescindibles), el fin del autoritarismo discursivo (en los memes aparece la Presidenta con su frase “armen un partido y ganen las elecciones” junto a la carita de Macri sonriendo), el fin del asistencialismo estatal como única medida posible de ascenso social (la AUH ya es una discusión saldada positivamente, incluso sabiendo que con ello no alcanza).

La conferencia del día después -lo que muchos vimos como el primer discurso presidencial- fue un compacto de agradecimiento, nombres de pila, sonrisas, alegría y “el país que soñamos”. Predecible para quienes ven en el macrismo una etapa de conciliación vacía llena de liderazgo espiritual y delirios de responsabilidad empresarial. Quizás la Ciudad de Buenos Aires deje de ser ese gran Ministerio de Turismo en el que se convirtió durante las alcaldías del ingeniero y pase a ser algo más sustancial, más concreto, más estratégico, algo así como un modelo de la igualdad. Quizás la expansión a nivel nacional de ese monstruo amarillo no sea tan terrorífica. Quizás, solo quizás. El relato ya empezó a construirse y no parece alentador. “¿Qué es lo que se viene en Argentina?”, preguntan los conductores televisivos a los analistas políticos como si las posibilidades pudieran ser infinitas. ¿Qué es lo que se viene? No hay futuro para un país que está en guerra con la democracia. El kirchnerismo trabajó duro para que esta ficción sea creíble, y todo indica que el gabinete sonriente de Macri la pretende continuar. Una ficción que hace años viene girando hacia a la derecha.

 

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Comentarios

'One Response to “El monstruo amarillo”'
  1. […] un ajuste sin graduación –que de hecho está sucediendo– y construyó a su enemigo como un monstruo amarillo que aniquilaría las pretensiones populares. Un grito en el cielo del progresismo. Por su parte, la […]