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Por Luciano Sáliche
Un tornado arrasó a mi ciudad. El lunes 2 de diciembre de 2013 a las 16:28 se vivió en Chivilcoy lo que de niños nos decían que era imposible. En las clases de geografía, las maestras dibujaban en el pizarrón una larga línea horizontal con una pequeña curvatura hacia abajo en el medio. Era para graficar la imposibilidad de que un tornado destruyera la ciudad porque ésta se encontraba “en un pozo”; una vez listo el dibujo, con los dedos imitaban el paso de un viento fuerte, luego miraban a los alumnos -los ojos de las maestras de geografía son potentes, incuestionables- y aseguraban que estábamos a salvo, como en un búnker natural. Durante toda la primaria esta tesis se repetía como un verso del Martín Fierro. Hacía ecos en los pasillos de la escuela, los niños lo divulgaban en sus barrios, los padres asentían con un gesto de certeza y quedaba instalada la idea, sólida y científica, de que Chivilcoy jamás podría ser devastada.
La Perla del Oeste
Chivilcoy es la Perla del Oeste. Una ciudad geométricamente perfecta ubicada en el corazón de la llanura pampeana, construida desde la mirada de la alcaldía, del estadista norteamericano que vislumbra el progreso de las luces. Por eso, Domingo Faustino Sarmiento tenía un peculiar enamoramiento por ella. El 3 de octubre de 1868, días antes que asumiera como Presidente de la Nación, visitó la ciudad y dio un efusivo discurso: “Chivilcoy está aquí, como un libro con lindas láminas ilustrativas que habla a los ojos, a la razón, al corazón también; y sin embargo, no siempre ni todos leen con provecho sus brillantes páginas.”
Sarmiento comenzó a tomar contacto con los vecinos en su paso con el Ejército Grande de Urquiza. Él no odiaba a los gauchos y a los indios, lo que odiaba era su vagancia, su falta de compromiso para construir una patria nacionalista. Por eso, se preocupaba por establecer lazos con las nuevas élites de esos gigantescos pedazos de tierras fértiles sin indios para erigir ciudades nuevas e inteligentes. Así, le encomendó a Manuel Villarino que comience a edificar. Su modelo a seguir era la novedosa Baltimore, una ciudad trazada a regla y compás en los Estados Unidos de América.
Unos años antes, hacia 1840, existía el antiguo partido de Guardia de Luján, un conglomerado de campos silvestres donde los vecinos vivían solitarias y lentas rutinas. Al no tener una iglesia cerca para orar decidieron enviarle una solicitud al entonces presidente Juan Manuel de Rosas para que fundara un nuevo partido. Sin problema alguno, el Restaurador de las Leyes accedió y nació un Chivilcoy primitivo, extenso y voluptuoso dado que en él aún dormían futuras ciudades como Chacabuco y 25 de mayo.
La leyenda cuenta que al obtener el permiso, los vecinos salieron a recorrer la zona para determinar la fundación. Valentín Fernández Coria, uno de los presentes, el más pillo de todos quizás, cansado de las vueltas comenzó a correr con la pala en la mano. Alguien lo interceptó, éste tropezó y clavó la simbólica pala en un surco de tierra. Allí se construyó luego el monumento a los fundadores. Una estatua gigante de un robusto y viril hombre musculoso, en cueros, apoyando una pala en vertical al suelo y mirando al horizonte que se monta por la Avenida Villarino.
Una ciudad bombardeada
“Empecemos por las buenas noticias –dijo el entonces intendente Aníbal Pitelli, en un canal de televisión-, hasta el momento no tenemos que lamentar ninguna víctima. La violencia del temporal no tiene precedencia por la magnitud; no por la duración porque fue un fenómeno de unos quince minutos nomás. Pero dejaron una ciudad bombardeada. Bombardeada literalmente.”
Esa palabra usaron no sólo los medios de comunicación masiva -que nos tuvieron en vilo a los que teníamos familia viviendo el tornado- sino también los ciudadanos del resto del país para transmitir lo que estaba pasando en Chivilcoy: “Una ciudad bombardeada. Pero bombardeada literalmente”. En las redes sociales comenzaron a circular imágenes que subían desde el celular: autos destruidos por árboles caídos; las calles, intransitables, repletas de ramas y cables; vidrieras estalladas por la fuerza del temporal.
El mismo día el secretario de Seguridad de la Nación, Sergio Berni, en coordinación con su par bonaerense, Alejandro Granados, envió 300 gendarmes para que se mantenga la calma entre los ciudadanos y al día siguiente viajó a la ciudad a reunirse con las autoridades municipales. Las cámaras lo mostraban con el entrecejo preocupado, sus manos juntas detrás de la cintura, comentando a todos los micrófonos que le ponían en la boca que por suerte no hubo víctimas. “Un techo se arregla pero una vida no”, fueron las palabras exactas, discursivamente irrefutables.
Era la nueva Baltimore, la ciudad soñada por Sarmiento la que se vino abajo. Chivilcoy estuvo horas y horas en el prime time de todos los noticieros con la palabra que dispuso el Intendente: bombardeada.
“Una cosa es contarlo, otra cosa es vivirlo”, me dijo mi abuelo unos días después cuando llegué a Chivilcoy. El viento voló el techo del galpón donde guardaba la camioneta y tenía todas sus herramientas. Me contaba sentado en el banquito de la vereda. Estaba serio, algo triste, pero también sorprendido y con un brillo infantil en la mirada como si hubiese visto al monstruo a los ojos. “Yo no estaba en casa, por suerte, aunque no sé qué era peor. Una locura: cientos de plantas tiró. En la radio dijeron que el viento llegó a ser de 130 kilómetros por hora. Yo me estaba volviendo y me agarró la tormenta. Tuve que hacer dos cuadras en contramano. El viento casi me voltea la camioneta, me llevaba para el boulevard. Iba esquivando cables y palos caídos”.
A la noche me senté en un bar del centro. Hacía calor. Estaba con algunos amigos. De inmediato salió el tema. “Durante la tormenta todo Chivilcoy se quedó sin luz y recién al otro día volvió. Yo salí a caminar, a recorrer cómo estaba la ciudad y ¿podés creer? el único lugar que tenía luz era el Bingo. Todo prendido tenía”, relataba uno de los muchachos con indignación. “Fue tremendo. Las chapas de los techos se volaban y cortaban los cables del Cablevisión. Y eso que son cables re gruesos”, agregó otro.
Entonces pregunté en la mesa qué pasó exactamente en la Agrupación Atlética donde un techo se desplomó junto con gran parte del edificio en el momento en que estaban dando una clase de danza adentro. Otro amigo respondió sobresaltado: “De la nada no quedó nada. ¿Viste que yo vivo cerca? Bueno, fui porque escuché el ruido tremendo que hizo. Ni bien comenzó la tormenta la profesora metió a todas las nenas en el baño. Si no fuera por eso, no sé qué habría pasado”. Hicimos un silencio. El tornado arrasó pero no dejó muertos. Y mientras más escuchaba historias más probabilidades había. “Ver la gente llorando y buscando a los hijos en medio de la oscuridad… fue impresionante, loco”.
El monstruo a los ojos
Las plazas se tornaron cráteres. Todas tenían más de la mitad de los árboles acostados. Hasta los ombúes, que fueron arrancados con raíz y todo. El cuidado obsesivo de la Municipalidad por mantener intacto los lugares verdes de la ciudad fue en vano. El tornado rompió fuerte. En las avenidas aún se veían las antenas de cable dobladas en forma de U invertida.
La ciudad predilecta de Sarmiento, la soñada, la digna de clonar por toda la llanura, estaba desolada. En las plazas debieron sacar todos los árboles caídos, dejando huecos irremplazables. Cerca de 50 casas perdieron el techo. La Agrupación Atlética se derrumbó. Decenas de autos modernos y descartables recibieron el impacto certero de árboles en el capó y el parabrisas.
“Les prometo hacer cien Chivilcoy”, había dicho Sarmiento en aquel discurso de 1868. Ahora habrá que hacer una sola, la original, toda de nuevo. El tornado se llevó de todo pero sembró algo nuevo: la extraña mirada de los chivilcoyanos mientras narran cómo se vivió el apocalipsis desde adentro, con la tristeza que genera que bombardeen tu ciudad pero con la astucia de haber mirado el monstruo a los ojos y sobrevivir para contarlo.
Nota publicada originalmente
en Revista Alrededores
el 16 de diciembre de 2013
Etiquetas: Alejandro Granados, Bingo Chivilcoy, Chivilcoy, Domingo Faustino Sarmiento, Juan Manuel de Rosas, Manuel Villarino, Sergio Berni, Tornado, Valentín Fernández Coria