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03-05-2018 Notas

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Por Bárbara Pistoia

Fe&Minismo #4

“Eros —¡aquí va otra vez!— afloja mis miembros
me lanza a un remolino,
dulce-amargo, imposible de resistir, criatura sigilosa”

¿Quién es esa chica?

Nacida en siglo VII a.C., Safo pasó prácticamente toda su vida en la isla griega Lesbos, a excepción de un corto exilio que la llevó a Sicilia. De familia aristocrática, se cree que la suya se vio comprometida en los enfrentamientos de la época arcaica en la Antigua Grecia, cuando la transformación social se volvió inevitable partiendo de los conflictos poblacionales.

Se estima que fue al regresar a la isla que fundó La casa de las musas, un lugar que fue mucho más que el espacio propio en donde se dedicó a la docencia de las artes; fue un espacio exclusivo para mujeres con deseos de expresarse artísticamente, pero también de encontrarse. Desde ese punto de encuentro, Safo exploró su sensibilidad y la puso a disposición de sus procesos personales, y también de sus contemporáneas; así, hizo que las prácticas de poesía, música, pintura, bordado, danza, y también que la construcción profunda del sentido de la conversación y de la vivencia compartida se vuelvan un lenguaje revelador para ellas. Hasta ese momento las mujeres accedían a una educación que las contemplaba únicamente como futuras esposas, y, consecuentemente, para eso las preparaba.

«Safo en el acantilado de Leucadian» de Pierre-Narcisse Guérin (1800)

A través de ese encuentro con las artes, de esa búsqueda expresiva y de esa ritualidad en las que unas y otras moldeaban una nueva manera de relacionarse con su mundo, y también entre ellas, muchas se vieron descubriendo su sexualidad, otras comenzaron a vivirla con una plenitud que hasta el momento no habían experimentado. Sin embargo, lejos estuvo de convertirse en una especie de logia sexual que muchas veces al revisar la biografía de Safo se quiere plantear diciendo que La casa de las musas fue un refugio lésbico. Hay en esa sentencia, ya sea cuando se la plantea despectivamente como cuando se la plantea con orgullo, además de una parcialidad errónea, una ironía chata que es respondida sin quererlo en los versos de la propia Safo, versos en los que -con lúcido goce- Eros y Afrodita danzan haciendo de las suyas. La casa de las musas, en todo caso, fue un molino para la tempestad que desatan a su paso los dioses del placer, la belleza y el amor.


“Me parece igual a los dioses
ese hombre que frente a ti
se sienta y escucha atento
tu dulce charla (…)

(…) no: la lengua se rompe y fino
fuego corre bajo mi piel
y no hay vista en los ojos y un redoble
colma los oídos (…)”

Este escenario audaz -mujeres eligiendo su propia aventura- lejos estuvo de ser recibido con flores. El reconocimiento verdadero a Safo la trasciende; Platón la cataloga como La décima musa, y los antiguos académicos helenísticos de Alejandría la incluyeron entre Los nueve poetas mélicos. Un caso aparte es lo que ocurre con Ovidio, porque al ser tomada por él como una de sus heroínas (Heroidas / Epistulae heroidum), no solamente le otorga popularidad, sino que alimenta la leyenda de su suicidio por amor, partiendo de unos versos escritos por ella, y le da un marco de hecho verídico prácticamente irrefutable. Safo es la única heroína real del poeta latino, recorriendo el camino inverso que las otras, pasa de poetisa a personaje ovidiano, convirtiéndose en una especie de tótem a partir de la comunión de esas partes.

«Safo» de Charles Mengin (1877)

Poesía de los deseos vivos

Dijimos que lo que Ovidio hizo fue tomar unos versos de Safo y desde ahí configura su inclusión en las Heroidas alimentando la leyenda. Lo que la leyenda cuenta es que la poetisa, con todo el dolor de un amor no correspondido, representado justamente en el inatrapable y bravo Faón, receptor de su correspondencia en el libro del latino, se arroja al mar desde la roca de Léucade, el punto elegido por los que, quemados en el desamor, decidían acabar con su vida. Esta imagen fue multiplicada una y mil veces a través de la pintura de todos los tiempos.

Este final le da redondez al espíritu lírico y potencia la épica de la roca elegida por los suicidas enamorados y no correspondidos. Este final redondo y trágico es el final que el romanticismo antiguo prácticamente exige, sin embargo, en su obra no hay una oda fatalista. La poesía de Safo no es una lírica en primera persona intensa (e intensiva), carece de sonidos caprichosos; no es una escritura con tristeza de “niña rica” ni una adolescencia tardía que abraza la oscuridad invisible en habitaciones cubiertas de humo, sumergidas en la sensación de “oh, el mundo contra mí”. No es y no da lugar a una lectura así, lo que la diferencia de otras poetas suicidas. Es una poesía atravesada por la vivencia que ve a la otredad con su complejidad propia, no la anula, lo que invita a una lectura que perfora y reencarna.

(…) te pido que tomes tu [lira] y cantes sobre [Gongyla] mientras el deseo vuela a tu alrededor otra vez ahora [dèute]
porque su vestido te hizo
perder el aliento en el momento en que lo viste (…)

«Safo saltando al mar desde el promontorio leucadio», de Théodore Chassériau (1840)

La poesía de Safo es de una mujer con deseos vivos, con noción de su carne y de su sangre, sabiendo las trampas que trae consigo la banalización del goce, el anhelo de control, pero, sobre todo, de una mujer que reconoce la fuerza de su vulnerabilidad, la sabiduría que habita en la sensación, con toda la violencia que implica la sensación, tan errante como infalible. Aun cuando la poetisa tiembla, sus palabras suaves tienen firmeza; es que su manera de decir atiende la sonoridad del lenguaje en su máxima expresión, o sea, también atiende el ruido que cada palabra genera en el cuerpo (en el emisor y en el receptor). Logra, entonces, que su armonía musicalice y calle el mundo exterior provocando intimidad.

Los versos que llegan a nuestros tiempos, se cree que no más de 650, irrumpen en la exaltación actual con una femineidad exquisita que nos toca a todos desde la universalidad que da el deseo. No es poesía para mujeres ni de mujer a mujer, es poesía con un deseo que va adelante, que estremece y advierte que, si no es escuchado o se enjaula, muerde.    

«Retrato de poetisa (La poetisa de Pompeya)», de un autor decsconocido en el siglo I después de Cristo

Safo según Anne Carson

Cuando uno creyó que ya no había goce por saciar de la mano de Safo, aparece la siempre gozada Anne Carson. Si bien vamos a hablar específicamente de su primer libro Eros, el dulce-amargo (con un largo trayecto y algunas reediciones, entre ellas una última en el 2015 por Fiordo), vale mencionar que se puede ir más allá de éste; si algo hay que reconocerle a la obra de la escritora y ensayista canadiense es la manera en la que bucea las profundidades de lo erótico y amoroso, decodificando y espejando desde la antigüedad a la modernidad, pero también poniéndolas en un diálogo pleno y sensual, dejándonos a los lectores tan incómodos como conmovidos. Anne Carson es una cita imperdible, una lectura húmeda, siempre.  

“Safo fue la primera en llamar a Eros «dulce-amargo». Nadie que haya estado enamorado se lo discute. ¿Qué significa esa expresión?” se lee al comenzar su libro, que no solo complementa y eleva otras tantas lecturas obvias e indispensables sobre el amor y los amantes, sino que las calienta.

Anne Carson

Carson toma a Safo como un punto de partida para desmenuzarla como nadie y, en ese “desmenuzamiento”, compone un banquete de sensaciones. Su formación clásica se integra perfectamente con la admiración hacia autores y textos que no responden únicamente a su especialización, dando una interpretación que escapa a la solemnidad académica, por el contrario, no deja de abrazar la ironía, y con un pensamiento lúdico -no por ello menos crítico- abre preguntas sobre el deseo y el lenguaje para explorarlas, saborearlas, pero jamás para masticarlas y escupirlas. Porque como ella misma dice en su prefacio “correr sin aliento, pero sin haber llegado todavía, es en sí mismo delicioso, un momento suspendido de esperanza viva”.

El ensayo incluye referencias notables y fragmentos de obras destacadas, les encuentra contradicciones y baila sobre ellas, se luce en las semejanzas; arma una galaxia de textos, traducciones exquisitas e interpretaciones de los más grandes poetas y filósofos de todos los tiempos girando alrededor de lo que, a priori, podría ser la obra de Safo, que en definitiva fue la que motivó este libro, pero, en realidad, todo gira una y otra vez alrededor del deseo. Y no es para menos. Todas las historias primero -antes de ser de amor o de guerra, de vida o de muerte, de cielo, de mar o de tierra- son de deseo. Por eso el lenguaje, por eso el silencio, por eso los sentidos, por eso los cuerpos. Y, por eso, nosotros contra el lenguaje, el silencio, los sentidos y los cuerpos, o, mejor dicho, como dice Anne Carson “Eros nunca nos mira desde el lugar en que lo vemos nosotros. Algo se mueve en el espacio intermedio. Y eso es lo más erótico de Eros”.

 

* Portada: En los días de Safo de John William Godward (1904)
** Versos de Safo: citas textuales del libro Eros, el dulce-amargo de Anne Carson

 

 

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Comentarios

'3 Responses to “Safo, la poeta íntima”'
  1. […] un mundo, has tomado el mundo que era” escribe Anne Carson en su poema This. En su libro ensayístico Eros, el dulce-amargo la canadiense no duda: “Eros es […]

  2. […] poesía de Safo —escribió Bárbara Pistoia en un artículo titulada “Safo, la poeta íntima” para la serie Fe&Minismo— es de una mujer con deseos vivos, con noción de su carne […]

  3. […] poesía de Safo —escribió Bárbara Pistoia en un artículo titulada “Safo, la poeta íntima” para la serie Fe&Minismo— es de una mujer con deseos vivos, con noción de su carne y de su […]