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08-11-2018 Entrevistas

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Por Diego Fernández Pais

De mis libros la verdad es que no recuerdo casi nada, te dice. Al terminar de escribirlos se asimilan a una noche de excesos a la que uno prefiere olvidar, ¿cachái? Luego, cuando alguien me pregunta por alguna escena o afirmación que haya encontrado por ahí, yo me hago un poco el tonto. Y listo.   

Te dice esto y vos, además de caer en la cuenta de que en realidad su literatura te gusta por eso (porque escribe como si ya estuviera muerto), pensás que para armar esta entrevista deberías aplicar el mismo método, o sea: ser extremadamente sincero y después olvidarla, olvidarlo, olvidarte de esta conversación en el techo de un hotel boutique de Córdoba, domingo catorce de octubre de 2018.

Entonces tu memoria se dispara a los años 2007, 2008, cuando todavía estudiabas Derecho en la Universidad Católica pero ya querías abandonarla para dedicarte de lleno a las letras. Te remontás a esa época en que, dentro de aquel ámbito por cierto ultramontano, te resultaba tan fácil ser transgresor. Esa época en que a las nueve de la mañana, mientras conducías tu Volkswagen rumbo al campus, ya encendías el primer porro del día para más tarde, durante la clase de Agrario o de Contratos, sumergirte en la lectura de algún autor del boom latinoamericano. Como Cortázar, Vargas Llosa, Fuentes o García Márquez.

Recordás también que por la tarde, al regresar a la casa de tus padres, dormías una siesta muy profunda y a la noche, en procura de descubrir a nuevos escritores, te quedabas surfeando la web hasta que se te cerraran los ojos. Y que fue así como conociste al argentino Rodrigo Fresán, al español Ray Loriga y al chileno Alberto Fuguet. Ellos eran la sangre joven que venía a rebelarse contra la generación precedente. Y, para subrayar dicha circunstancia, con total soltura hablaban de drogas, de sexo y de rock and roll. De la pop culture. Usaban gafas de pasta, eso sí, pero también chaquetas de cuero, como si recién hubieran dejado la moto estacionada en la puerta de la biblioteca. Los leíste mucho, y por un tiempo te tuvieron verdaderamente impresionado.

Te acordás que en particular de Alberto Fuguet, con quien ahora estás a punto de compartir este hermoso atardecer, agotaste todos los artículos, entrevistas y clips, porque la distribución de sus libros aún no era muy buena. Que te gustaba imaginarlo como a un conquistador de nuevas temáticas, alguien que con cada nuevo libro expandía los límites de la literatura hacia terrenos a priori considerados como extraliterarios. Que si el walkman, que si el VHS, que si la sobredosis con la droga de moda.

Después, claro, comprendiste que el VHS y el walkman ya eran viejos cuando vos naciste, y que ni siquiera el discman había sobrevivido al nacimiento del milenio actual. Y que tus jóvenes promesas literarias ya habían cruzado el umbral de los cuarenta años. Así que empezaste a leer a autores cada vez más jóvenes, responsables de una auténtica narrativa en pañales. Mientras en el espejo retrovisor el antólogo de McOndo se empequeñecía por la distancia.

Hasta que a principios de este año te enteraste de su inesperado pase de Alfaguara a Random House. Dos nuevos libros publicados prácticamente en simultáneo coronaban esta afortunada reinvención del autor trasandino. Reinvención que no sólo implicaba un cambio de catálogo, sino también un cambio de temática: ambas novelas hacían gala del abordaje exhaustivo de la psicología y el mundo gay. De modo que en tu taller sugeriste la lectura de No ficción, y a todos los talleristas les encantó. Dio tanta tela para cortar que, al poco tiempo, redactaste un artículo titulado “Alberto Fuguet, autor de El beso de la mujer araña”, artículo en el cual, debido a su poder adictivo, comparabas a su obra con la cocaína. Quizás por ello, recién tres meses más tarde te compraste Sudor.

Lo compraste una tarde lluviosa en Rubén Libros y, ni bien llegaste a tu casa, empezaste a leerlo. No transcurrieron dos horas antes de que ya hubieras superado las cien páginas, cien páginas que para el final de la semana ya eran más de trescientas. De pronto, sentiste unas ganas tremendas de entrevistarlo, y le mandaste un mensaje por Instagram. Te respondió al toque, pidiéndote que le escribieras un mail. Mail en el que, entre otras opciones, le propusiste que realizaran un intercambio epistolar para vos luego armar las preguntas a partir de las respuestas y no al revés. Tuvieron que pasar más o menos diez días para que acusara recibo del mismo. Sin embargo, para gran sorpresa tuya, te dijo que si bien le parecía una buena idea eso de pinponear, mejor aún sería que a la entrevista la hicieran en vivo, dado que el lunes era feriado tanto en Argentina como en Chile y él de casualidad había conseguido una oferta de LATAM. Le pasaste tu wassap y esta mañana te mandó un audio para darte las coordenadas de la cita.

Nos vemos a las diecinueve en el primer piso del Hotel Azur. Di: vengo a ver al pasajero dieciséis.

«No Ficción» (2015) de Alberto Fuguet

Así lo hiciste y, tras saludarlo con un emotivo abrazo en el lobby, te invitó a subir al tercer piso, asegurando que allí lo esperaba su compañero de viaje. En el ascensor te preguntó si eras periodista y vos le contestaste que no, que en realidad eras abogado y que también habías estudiado Literatura. Ya sobre la pintoresca terraza, te presentó a Israel, a quien vos felicitaste por la belleza de su nombre. Y a continuación te pidió que lo siguieras hasta el borde de la pileta, donde le sugeriste que se tomaran una selfie antes de que cayera el sol; accedió gustoso.

De suerte que ahora, mientras sostienen las sonrisas para la foto, con el flamante edificio del Banco de Córdoba de fondo, le comentás que te impactó mucho el suspenso de Sudor. Que no estabas ni enterado de la historia de Carlos Fuentes Jr. Y él te dice que de sus libros no recuerda prácticamente nada, que al terminar de escribirlos se asimilan a una noche de excesos a la que uno prefiere olvidar, y la frase por un instante se queda retumbando en tu cabeza.

Cuando finalmente lográs recuperar la concentración, te invita a tomar asiento en una reposera de fibra sintética y vos, no sin pedirle el previo permiso de rigor, encendés el grabador de tu iPhone. De inmediato, él toma asiento al frente tuyo y comienza a monologar.

Lo que sí recuerdo de Sudor es que todo empezó aquí, en Córdoba, a raíz de una chica a la que no he visto desde entonces. Tengo entendido que ella ahora es una editora muy importante, te dice… Creo que había estudiado Filosofía y Letras… En cualquier caso en aquel momento trabajaba para la editorial Alfaguara y había estado a cargo de Carlos Fuentes y de su hijo durante una gira literaria que, si no me equivoco, incluía la visita a diversos eventos en Buenos Aires, Córdoba y Rosario. Una noche en el Hotel de la Cañada ella se me acercó y, con el pretexto de que yo le parecía buena onda, se puso a llorar mientras me contaba el maltrato que había sufrido por parte de este tipo. Me contó que al recibirlo le había declarado su admiración, y que le había preguntado por la obra del escritor cordobés Juan Filloy, pero que Carlos Fuentes la había ninguneado olímpicamente, dándole a entender que con ella no iba a hablar de literatura. Que él incluso le había dicho que ella sólo estaba ahí para cuidar de su hijo y conseguirle todo lo que le pidiera. Y que el hijo, en Buenos Aires, la había hecho vivir un infierno… Ella era una intelectual, una chica de gafas, no sé si me explico… Y parece que este demonio la había desvirgado en múltiples sentidos. Que primero la había llevado a buscar merca a un barrio marginal, y que después habían terminado en una fiesta de drag queens muy oscura…

Le hace señas a una camarera del hotel. Le pide un capuchino y te incita a hacer lo mismo. Vos ordenás un cortado en jarro. Y rápidamente retomás el hilo de la charla.  

A ver si entendí bien, Alberto. Yo, deslumbrado por tu última novela, te escribo desde Córdoba y te pregunto si ya conocés esta ciudad. A lo que vos me respondés que te parece que estuviste tres días horribles durante la década del noventa. Al poco tiempo volvés a escribirme para contarme que, como conseguiste una oferta de LATAM, quizás vengas de visita. Y ahora llegás y me decís que la historia de Sudor tuvo su origen acá, en Córdoba, hace más de veinte años. ¿Esto es cierto?

Jaja, suena un poco chovinista o demagógico, ¿no? Pero en serio que fue así. Después de esa charla en el Hotel de la Cañada, la chica volvió a agarrarme en un vuelo a Rosario y me siguió contando más de lo mismo. Yo de hecho al hijo de Carlos Fuentes lo había visto antes en la Feria del Libro de Buenos Aires, y era una cosa patética. El padre iba todo bronceado mientras que él era transparente y no pesaba más de veinte kilos. Era muy grande el contraste. Definitivamente, uno no podía ni siquiera imaginarse que estuvieran emparentados…

Mientras la camarera les sirve el pedido, vos aprovechás para preguntarle si, con el objeto de redactar la novela, había hecho alguna investigación previa sobre el caso, o si sencillamente había dejado volar a su imaginación.

«Sudor» (2016) de Alberto Fuguet

No hubo nada de investigación, te dice. Primero estuvo el testimonio de esta chica. Y después hablé con otras personas que, al consultarles por Carlos Fuentes, se santiguaron como si les hubiera mencionado a un narco mexicano. Ésa era un poco la impronta que él dejaba. Luego vino la fatídica muerte del niño. Para entonces yo ya había empezado a tomar algunas notas.   

Mirá vos… parece una novela rabiosamente actual. Y no lo digo sólo por Grindr. Yo pensaba que era algo muy reciente. Que tenía que ver con cambiar de temática y dejar atrás al catálogo envejecido de una editorial pasada de moda.

Bueno, a decir verdad la novela fue cambiando. En un principio se iba a titular Prensa. Yo tenía muchas dudas porque implicaba una suerte de traición a Alfaguara. De hecho, hubo gente de la editorial que leyó una versión menos explícita, un poco edulcorada, y a todos les pareció de muy mal gusto. Fundamentalmente en México y en España. Resulta que la editora mexicana de Alfaguara, una señora como tu madre, no resultó ser tan liberal como pensábamos. Y la consideró un insulto. Había sido muy amiga de Fuentes y aún era amiga de su viuda. Incluso hubo un ejecutivo también mexicano que me preguntó si yo había visto El Padrino. Por supuesto, le dije. Pues no parece, me respondió. Las peleas entre hombres, quedan entre hombres; uno nunca puede meterse con su familia ni mucho menos con sus hijos… Es por eso, Diego, que yo te digo que después de publicar algo me desentiendo del tema… Soy consciente de que yo publico cosas que sólo publicaría un loco, un borracho o un suicida… Y como yo debo estar un poco loco, no me queda otra que olvidarme de todo al instante.

¿Entonces por eso te mudaste a Random House?

En parte sí… Probablemente lo tomé como un mensaje… Igual yo no me venía sintiendo muy bien, por cosas como ésas que veía, pero debo confesarte que me costaba hacerlo, había barreras morales que me lo impedían. Sin embargo, como tú dices, por otro lado yo consideraba que el catálogo de Alfaguara envejecía mal y estaba buscando un cambio. Así que le hice algunos retoques a Sudor y se la lleve junto con No ficción a la editora de Random House… Mira, he parido mellizos, le dije… Ella leyó primero No ficción y la quiso publicar enseguida. Consideraba que era lo mejor que yo había escrito en mi vida.

Te digo que a mí también me gustó mucho… Tanto que escribí un artículo titulado «Alberto Fuguet, autor de El beso de la mujer araña«. Porque para mí es una reescritura de El beso de la mujer araña… Y una obra de teatro perfecta.

¿En serio? No lo sabía, y mira que te he googleado y he leído cosas tuyas… Bueno, yo no la pensé como una obra de teatro, para mí es un libro. A lo sumo una película. En efecto, te adelanto algo que nadie sabe aún. Parece que el que la quiere llevar al cine es Santiago Mitre, el de La cordillera… Y si bien, claro, tiene mucho de El beso de la mujer araña, yo creo que está más inspirada en Maldición eterna a quien lea estas páginas

Bueno, digo lo de El beso de la mujer araña y de la obra de teatro porque todo sucede en un solo escenario. Hasta pensé en adaptarla yo mismo.

Claro, como si todo sucediera en un monoambiente de Nueva Córdoba… Aquí hay muchos, ¿verdad? Está bien… Yo la veo más inspirada en Maldición eterna a quien lea estas páginas por eso de la tensión sexual no resuelta entre dos hombres.

«Missing» (2009) de Alberto Fuguet

Tenés una cátedra de Manuel Puig en la Universidad Diego Portales, ¿no?

Tuve, sí. Y debería volver a hacerla. También tuve una cátedra de Mario Vargas Llosa… Mira, Diego, a veces no entiendo cómo hizo la Argentina, un país cuya gente yo considero tan atrasada en muchos sentidos, para dar a luz a un vanguardista de la talla de Manuel Puig, que para mí es un genio, alguien que encima escribió en cuatro idiomas: argentino, español, portugués e inglés… Él, sin ningún lugar a dudas, es mi escritor preferido.

Un genio, la verdad. ¿Y no escribió en italiano, mientras trabajaba allá con los neorrealistas?

Efectivamente. Quizás también en italiano. Pero al menos en italiano creo que no publicó. En los otros cuatro idiomas, en cambio, sí lo hizo. De eso estoy seguro.

Alguna vez dijiste que Vargas Llosa fue un gran referente para vos. ¿Qué te interesa o interesaba de él? ¿Sus posiciones políticas?

No tiene nada que ver con la política. Para mí fue un gran referente porque era lo contrario a García Márquez. Por el realismo. Porque escribía sobre la clase media. Sobre gente que le tenía miedo a la otra mitad de su país. Que tenía problemas para integrarse. Además, porque escribía sobre países reales. Sobre Lima, ¿cachái? No Macondo… Luego, cuando lo invitamos a esta cátedra que te digo que tuve en la UDP, me decepcionó un poco al hablar sobre Manuel Puig. Dijo que en el fondo Puig no era un verdadero escritor por eso de que no leía libros. Porque venía del cine…

Vos también venís del cine, ¿no? ¿Cómo sabés si una historia es una película o un libro?

Yo iba a hacer cine. Pero yo tenía claro cuando empecé a crear, o cuando ya me tocaba ir a la universidad, que cine era algo imposible de hacer, era algo ligado a Hollywood, a grandes presupuestos, no era como tener una grabadora, por lo tanto era más fácil meterse en el mundo de los libros… Sólo un libro mío ha sido adaptado al cine: Tinta roja. Se hizo en Perú. Si bien quise participar de la película, me parecía que lo que correspondía era que no lo hiciera, porque yo no iba a ser el director y porque yo no era peruano… En el caso de películas mías como Se arrienda, por ejemplo, si bien antes fue un poco libro, yo he tratado siempre de no mezclar las cosas. Obviamente están todas mezcladas, pero terminó siendo una película porque yo la vi visualmente, tenía algo de un cuento que aparece en Cortos… Bueno, es un tema… Ahora yo creo que es más fácil… Pero las películas tienen que ser visuales. Respondiendo a tu pregunta, hay que ver cómo pueden lucirse más las historias. O sea, yo tengo muy claro que Missing es un libro.

Tengo un amigo escritor de Buenos Aires, que además es abogado… Era el abogado de Fogwill… Él te admira mucho y le encanta Missing. Y me pidió que te preguntara por qué escribiste el epílogo. Que siente que el epílogo rompe un poco la magia del libro. Como que es moralizante, ¿puede ser?

A Fogwill le gustó mucho… Puede ser, no recuerdo… Son buenas preguntas, pero uno hace el libro que puede hacer. Claro, después de la batalla todo el mundo es general, como se dice, ¿no?

Corregir es fácil, digamos…

Corregir es fácil… Es tomar la decisión en un momento y los libros y las películas tienen que parar, eso sí yo he aprendido. Otra de las cosas que yo aprendí con el tiempo, y que también vi en compañeros de mi generación y en otro escritores, es que no hay libro perfecto. Yo prefiero tener una suma de libros más o menos y tener una obra, antes que el libro perfecto o la película perfecta. Porque hay gente que dice… No, yo voy a filmar sólo con Marlon Brando, sólo con un presupuesto de un millón de dólares, con Nicole Kidman o lo que sea… Tú sabes, Diego, a veces uno por esperar y esperar termina mucho más atemorizado… Yo no recuerdo nada del epílogo de Missing…       

Muy buena respuesta… Ya que hace un rato mencionaste lo de tu entrada al mundo de los libros, me gustaría que habláramos un poco más sobre eso. Sos profesor de Escritura Creativa en la UDP, ¿te parece que una carrera universitaria sirve para convertir a alguien en un escritor? ¿Qué te motivó a vos a publicar?

Yo creo que no. De hecho, el único de mis alumnos que me interesa, como tú, antes pasó por Derecho. Yo creo que la literatura no se aprende en una universidad. Hace falta vivir, atravesar crisis… En mi caso, yo no quería que me leyeran. Obviamente estoy exagerando, pero te haría esta pregunta a ti: ¿Qué preferirías tú? ¿Que te leyeran todos o que no te leyera nadie? Es difícil optar entre esas dos opciones. Ahora, no por eso uno puede creer que puede tenerlo todo, o sea: publicar y que no te lean mucho, y que te lean tus mejores amigos y que te quieran, ¿no? Pero uno no maneja esas cosas. Yo creo que tenía pánico a ser expuesto, pero por otro lado tenía pánico a quedarme para siempre en un taller y no publicar. Era como un vértigo que me atraía y asustaba. Y así terminó saliendo Sobredosis, que en realidad se llamaba Deambulando por la orilla oscura, que era el nombre de uno de los cuentos. A mí nunca se me ocurriría titular a un libro Sobredosis. Pero el editor me lo ofreció y, tipo Raymond Carver, yo acepté. Cuestión: resultó un escándalo. Yo pensé que el libro iba a tener buena recepción de la crítica pero que no lo iba a leer nadie, y sucedió lo opuesto. La crítica lo destrozó pero lo leyó todo el mundo. Fue terrible aparecer en la portada de todos los diarios como el blanco de odio tanto de gente cercana como de desconocidos. Entonces me aparté, me aislé mucho. Yo no estaba preparado para eso… Yo siempre soñaba, como en el cine, que a algún chico le gustara mi película, que tuviera el afiche en su casa… Eh… Uno sueña con que el día de mañana alguien como tú me lea, alguien que en su momento subrayó… Uno sueña mil cosas: tener un fan, que alguien se suicide, que alguien se case, que alguien se enamore de uno… mil motivos, ¿no? Que haya un lector en Córdoba, otro en Santa Fe, otro en La Paz… En resumidas cuentas, yo quería publicar pero después me asusté. Un poco sobre eso hablo en el prólogo de Cuentos reunidos, el último libro mío que se ha publicado en Chile.

Dedicatorias de Alberto Fuguet

Me sorprende que a vos te haya sorprendido el escándalo. Yo pensé que había algo deliberado de épater le bourgeois…

No, yo soy lo menos épater le bourgeois del mundo. Ni enfant ni terrible, aunque después haya quedado como eso. Ahora, es verdad: quizás yo decía cosas que a la gente le molestaban, pero ahí nunca hubo algo deliberado. Yo soy consciente de que en Mala onda mostré mucho mis pensamientos y de que en Sudor mostré mucho mi pene, por ejemplo, pero nunca lo hice para escandalizar. El que sí lo hacía deliberadamente para escandalizar fue el uruguayo Gustavo Escanlar, sobre quien yo escribí un libro. Aunque a la larga era un osito, tierno como todos, él sí escribía para provocar. Fue una de las mentes más brillantes de mi generación, sin embargo llevó su vida a tal grado de distorsión que terminó no escribiendo más, lo que me parece que es un gran castigo de Dios. Pasó de ser un copado a un payaso, un ridículo. Terminó siendo odiado por todo el mundo. Y murió a los cuarenta y cinco años por culpa de las drogas, tomando su propia orina.

Increíble. No lo conocía… Y de los escritores argentinos contemporáneos, Alberto, ¿quiénes te interesan?

Bueno, yo era muy fan de Fresán, sobre todo de esa idea de lo pop que estaba presente en su primer libro. Y de las columnas que escribía en Página/12, que para mí son su gran libro… A mí me gustan los libros raros… También al principio me llamaron mucho la atención los cuentos de Juan Forn… Me gusta Fogwill… Me gusta… Uf… Yo con el tiempo, Diego, sobre todo después de conocer a alguien como tú, me doy cuenta de que, más que las nacionalidades o las edades, lo que en verdad nos une es eso que yo llamo la hermandad cósmica. O sea, que uno no sigue a alguien por ser argentino o boliviano, sino a pesar de serlo… Por caso, Bolaño es el mayor representante de alguien que no tuvo patria. O sea, un chileno-español que quiso inscribirse en la tradición literaria argentina y que, al mismo tiempo, destrozó a Carlos Fuentes escribiendo no una sino dos, las dos grandes novelas mexicanas… Tanto lo mató que Fuentes ni siquiera pudo reconocer que lo había leído… Yo ayer compré un libro de Facundo Soto, que es un chico de Buenos Aires que escribe sobre fútbol… Y más que los países me interesan las temáticas, como la temática gay, por ejemplo…

Dicho esto, de las sombras emerge la figura de un Israel nuevo, ya bañado y cambiado, como listo para salir. De modo que, a la par que él se recuesta sobre otra reposera, vos les consultás si tienen que irse.

Tres preguntas más y cortamos, te dice Alberto. Que pronto tenemos que irnos ir a la Gintonería y después a una fiesta en Studio Theater.

Dale: ¿leíste el ensayo de Alan Pauls sobre Puig?

Sí, creo que sí. No sé si era en ese ensayo o en un artículo, pero en algún lado escribió algo que me divirtió mucho. Cuenta que dos semanas atrás fue al cine solo al Village Recoleta y que ahí se dio cuenta de que Puig es un genio. Porque básicamente había tres señoras mayores conversando de la vida, esperando que la película partiera, y a él le pareció que eso era Puig. Las señoras hablaban sobre mentitas y una le preguntaba a la otra… ¿Vos viste que Fabiola está sola?… Sí, bueno, decía la otra, tuvo una hija que no la quiere… Como que escuchó dos minutos la conversación, y de repente dice: eso es un universo. Y eso es Puig. Y eso trasciende lo argentino, el realismo… Y cada línea era Puig. Y era incluso mejor que lo que había escrito Puig… Pero era un universo creado por él, y eso es a lo máximo a lo que puede aspirar un autor.

¿Series ves?      

Uno siempre es un viudo de una serie. Ahora quiero ver The Romanoffs, que es la nueva serie del inventor de Mad Men. Cuando llegue a Chile me la voy a descargar porque aquí el wifi está pésimo. Justamente es una serie que no es una serie. Son ocho películas que tienen un tema leve en común. Son ocho protagonistas en distintas partes del mundo y con diversas estéticas que todos se creen medios parientes de los Romanov, de la familia del zar… La casa de las flores ya la vi entera… Este año estoy comentando series en la radio y eso me tiene un poco loco. El periodismo es algo que yo quiero dejar porque es como una droga. Si no sabes manejarlo bien terminas todo el día no leyendo ni escribiendo porque te consume entero.

Por último, y ya que hablás de drogas, ¿estuviste enganchado a alguna droga?

No, la verdad es que no. Siento que la droga soy yo, cual Flaubert, te responde. Nunca he sido de marihuana, nunca he sido muy de alcohol. Yo escribí mucho Mala onda con droga, con cocaína, digamos. A esto yo lo he escrito: me fui a encerrar a un hotel y tal. Pero después, cuando vi la droga de la fama, el miedo fue tal que dije yo tengo que estar sobrio para resistir esto y manejarlo. Y más bien me fui para el otro lado, digamos. Creo que hay que cuidarse mucho, porque si bien la droga y el alcohol y todas esas cosas tienen algo muy atractivo, a mí me parece más atractivo crear, y para eso necesitas cierta energía, y no tener caña, cosas así… Eh…

Definitivamente esa energía se nota en vos… Che, los libero…

Selfie con Alberto Fuguet

Entonces recogés el grabador y lo apagás. Luego intercambian libros y dedicatorias y, tras el pedido de Israel, vos te comprometés a conseguirles un contacto de weed.

A cambio de ese contacto, Alberto se compromete a mandarte por mail Cola de mono, su última película, cuyo estreno oficial recién se llevará a cabo en abril del año próximo. Acto seguido, frente al ascensor, te estruja con un abrazo.

Por último, lo saludás a Israel.

Quien te da un sabio consejo.

Confía en tu memoria más que en el grabador, te dice.

Así lo haré. Te lo prometo.

Le respondés vos.

Justo antes de que se cierre la puerta del ascensor.

 

 

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