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Por Bernabé De Vinsenci | Fotografía: Kumi Yamashita
Los poemas de Carlos Eduardo Gallegos (Buenos Aires, 1966) han sido publicados en distintos medios y soportes, circulando en eventos de salud mental y en la Feria del Libro de Independiente. La editorial Búnker de Rosario, a cargo de Maximiliano Martin, reeditó su libro más emblemático y buscado, Hospital Psiquiátrico (La mariposa y la iguana, 2010), que lleva vendidos alrededor de dos mil ejemplares.
Carlos, además de poeta, es director desde el año 2011 del sello editorial ArbolAnimal (Ituzaingó, Buenos Aires) donde publicó, entre otros, al escritor chileno Cristóbal Gaete y al peruano Sergio Galarza. Carlos es un hombre que pasa desapercibido, no hace gala de poeta ni de editor. Suele decir, que escribe cuando tiene necesidad y que el arte, como decía el maestro Jacobo Fijman, a quien le dedicó un libro (Otras realidades, 2002), debe ser antes que nada, un acto de sinceridad. Ha ejercido diversos oficios, desde la albañilería a la pintura decorativa. Se lo puede encontrar en las marchas, con su cámara fotográfica bajo el brazo -según él, su pasión antes que la escritura-, en las Ferias del Libro autogestivas, con libros de Bukowski, Carver, Julio Ramón Ribeyro y Víctor Hugo Viscarra. En breve el sello editorial ArbolAnimal publicará la versión corregida y aumentada de Hospital Público, libro que podríamos definir como el segundo trabajo documental de Carlos después de Hospital Psiquiátrico.
Hospital Público es un breviario de postales que narra la experiencia casi de inframundo de Carlos en el Hospital de Agudos Dr. Carlos Bocalandro. No es casual ni gratuito que el verso que da comienzo al libro compare la risa de una de las pacientes con el cementerio. “La mujer ríe con una risa semejante a un cementerio” es la primera postal que leemos y nos anticipará los poemas siguientes. El propósito del autor no es dotar de voz a los desposeídos ni darle brillo a las dolencias de los pacientes, sino hacer un registro a base de palabras, confeccionadas con extrema sutileza, y permitirle al lector adentrarse en el mundo hospitalario y, por lo tanto, poder apreciar cómo está constituido, cómo se estructura y también cómo se desestructura. Hospital Público, insisto, son postales íntimas de la vida del autor, que le permitieron sobrevivir y al mismo tiempo perpetuar para el recuerdo, aunque sea en un gesto de palabras, a sus compañeros de habitación y sala. El autor escribe: “Nadie te dijo adiós y te moriste con la boca abierta de silencios”. En una nota al pie -como la tienen mucho de los poemas- aclara: “A Helena quien murió de cáncer a dos días de mi internación». No sabemos de qué Helena se trata -tampoco importa-, solo podemos imaginarla gracias a lo que él nos dice, a lo que esboza sin demasiados detalles; para nosotros, sus lectores, sin embargo, puede ser cualquier Helena, la que corporiza nuestra mente. Insisto con que estos nombres son un secreto de quien escribe: Helena, Oscar, Jony, Julia, Inés, Siria. Es probable que si el autor hubiese tenido su cámara Canon AE1 no habría escrito estas postales, aún así supo extraer la precisión de la fotografía y mostrarnos en versos, como si hubiese captado los momentos precisos, las imágenes desoladoras que habitan los hospitales. “Julia tiene nueve años y leucemia/ mira caer la lluvia a través de una ventanita”, la imagen es fotográfica -una postal- al punto de enternecemos y ver nítidamente a la niña. Las imágenes que crea el autor no son realistas ni literales sino literales y a la vez poéticas. Más adelante la niña aquejada por leucemia se pregunta: “¿Por qué hay flores en los hospitales/ a quién le escriben los que van a morir?”. Carlos retrata sutilmente la inocencia de una niña que, con apenas nueve años, tiene conciencia de la muerte, y de algún modo nos hace partícipes: ¿qué hacemos con esa niña? ¿Es posible redimirla de su destino aciago? Lo singular de Hospital Público es su capacidad fotográfica, como la imagen de Julia viendo llover detrás de la ventana o la mujer que llega al hospital y grita por las noches. No se trata de malditismo o marginalidad, porque tanto en el malditismo como en la marginalidad la sutileza se suspende, aparece esporádicamente o no aparece.
Hace poco leí Magnetizado, de Carlos Busqued -como se sabe es un libro hecho en base de más de cuarenta horas de entrevistas con el asesino de taxistas Ricardo Melogno- y me llamó la atención que, en un pasaje del libro, no recuerdo si Melogno o la psiquiatra de Melogno, afirmaba que las paredes del hospicio sirven para contener lo que la mente no puede. Hospital Público revierte a las paredes como contenedoras de lo que no puede contener la mente y lo hace mediante la creación: poemas que testimonian experiencias -las del autor- y rompen con las paredes, las agrietan y las tiñen de poesía.
Imaginemos al autor en una cama metálica, aquejado por una dolencia física, con sábanas blancas y frías -las sábanas de los hospitales son frías como las casas de placas- y escribiendo poemas como pasatiempo, pero a la vez registrando la vida íntima de los desesperados, de personas que padecen la muerte o que están a centímetros de morir. En ese estado, como un inválido, el autor se pregunta: “¿Hay muerte más real que la de los hospitales?”. En otro poema expresa: “Un hombre muriendo a lo largo de la noche”. En los hospicios la noche tiene el silencio ensordecedor de la muerte o, por lo menos, de la antesala de la muerte: quejidos, gritos, pedidos de afecto, desesperación. Como la abuela de la cama 1A sala 1 que pedía compañía cada vez que alguien se acercaba o se alejaba, según el autor. Más adelante fijmanianamente escribe: “El grito con su máscara de vidrio/con su voz de vidrio que se quiebra”. Todos hemos pasado por hospitales, por mucho o poco tiempo, y hemos escuchado proveniente desde alguna habitación la voz de vidrio que se quiebra, y hemos sentido por un instante encontrarnos en el vestíbulo de la muerte, o ante el pánico de ver morir a un desconocido. Se puede decir que los hospitales cobran su ápice más siniestro en la noche. “La oí gritar a lo largo de la noche/ Después tal vez se quedó dormida/ o simplemente murió”, dice el autor y no sabemos qué es lo que sucedió con esa mujer; podemos escuchar su grito -lo que narran los versos- sin ver su rostro, sin saber su nombre ni su edad. El autor testimonia: anota nombres, camas, salas y horas –“A Oscar en su cama 2C de la sala 2, sin su Olga. Lunes 15 de enero de 2007, 14:30 hs”.
En una entrevista publicada en la revista Literatosis de Rosario, el autor declara: “Se podría decir que estos dos libros -Hospital Público y Hospital Psiquiátrico– son de algún modo mis dos primeros trabajos como documentalista. A la vez son los dos primeros libros donde escribo sin la intención de ser poeta o escritor”. Carlos no es un poeta -cabe preguntarse, ¿es poeta?- que escribe desde un altillo ajeno a las circunstancias, es todo lo contrario, un autor comprometido con el dolor ajeno que es, a su vez, su dolor. Podemos definir a Hospital Público como un libro autorreferencial, sin pretensiones “literarias”. Lo que hace a la estética del libro es la fidelidad a las experiencias. ¿Para qué utilizar, entonces, la poesía como modo de narrar una experiencia vivida en el hospital? Podríamos elucubrar hipótesis: porque se olvidó la cámara, porque encontró en la poesía el modo más inmediato de expresión o porque fue no premeditado y apareció la poesía como podría haber aparecido un cuadro o una charla con un amigo. El medio de Hospital Público, no importa si es poesía o narrativa, lo que tenemos son palabras ordenadas en versos y aleatoriamente poéticas. Otra hipótesis, quizás errada, es que el autor fue fiel a lo que experimentó en cuerpo y carne. Hospital Público no es esteticista, lo que subyace en este poemario, por el contrario, es la denuncia -por momentos explícita, pero no trillada- de los cuerpos atrapados en instituciones y sometidos a discursos estigmatizantes, o expuestos a pruebas como ratas de laboratorio. Como Oscar que, según el autor, fue “torturado por una practicante de ‘veterinaria’ y un ‘médico’ que valora más un culo que a un ser humano. Torturado sin piedad como si estar enfermo fuera un crimen que debiera pagarse a cualquier precio”.
Solo cabe decir, por último, lo que el autor dijo en la entrevista anteriormente mencionada: “En cualquier lugar donde se esté cometiendo una injusticia el hombre debe interponer su palabra”. Hospital Público es una puesta en palabras de las almas precipitadas en el abismo, encerradas en un sistema casi carcelario. Escritas por un hombre que no pudo hacer caso omiso de sus penas.
Julia tiene nueve años y leucemia.
Mira caer la lluvia a través de una ventanita
/sobre el parque.
Abstraída en el más profundo de los silencios
pregunta:
¿por qué hay flores en los hospitales?
¿a quién le escriben los que van a morir…?
Yo miro a esos ojos sin una lágrima
que miran más allá de cualquier distancia.
Y me quedo en silencio sin ninguna palabra
con el llanto invertido y su muerte entera.
A Juan
un disparo le atravesó el viento y el pulmón.
Llegó de madrugada
aún
sujeto a un artilugio.
Lo pusieron en la cama
del que había muerto por la tarde
y a pesar
de que a la noche
lo llevaron a otro cuarto
se lo llevó la muerte
de aquel otro.
*Juan tenía 19 años y fue baleado en una de las calles de la “Villa La Rana” de San Martín, mientras tomaba cerveza con sus amigos. Luego de una discusión un vecino le disparó dos tiros a corta distancia. A corta edad también Juan dejó este mundo y este hospital. Parecía buen flaco. Con Jony se comunicaba con señas, (de la tumba, decía Jony) esas fueron… sus últimas palabras.
Etiquetas: ArbolAnimal, Carlos Eduardo Gallegos, Hospital Psiquiátrico, Hospital Público
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