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Por Bernabé De Vinsenci
Otro libro de poesía de Carlos Gallegos (Buenos Aires, 1966), escrito en semanas, con la compulsividad que, últimamente, lo caracteriza: en menos de dos meses, el poeta de Ituzaingó, escribió Vidas de perro y Conurbano Polaroid, cada uno editados por su pequeña editorial artesanal Ediciones ArbolAnimal creada en el año 2012.
Hace poco le envié la reseña —también publicada por la revista Polvo— de Hospital público a Mariano Acosta, docente y poeta rosarino, y me sugirió a modo de propuesta —Acosta enseña Literatura Argentina en el Instituto Olga Cossettini— que debía sucintar los motivos de por qué versos y no prosa. De modo que, antes que dar una exégesis propia de los motivos que impulsan a Carlos Gallegos elegir la poesía —género que le ha sentado bien desde su comienzo como escritor—, me propuse preguntárselo a él, particularmente sobre uno de sus últimos libros, Barrio, planta alta sin revoques(2018), que expresa el problema habitacional que sufre Ituzaingó —y gran parte de la población argentina—, barrio en el que Carlos reside, camina y fotografía.
Como lector podría asegurar que el poeta elige la poesía porque a diferencia de toda otra forma de escritura —acaso primero esté el haiku, la estructura más concisa de la poesía— condensa la palabra, la comprime expurgándola de toda idea residual, permitiéndole precisar las imágenes con más nitidez, poetizar lo presuntamente ajeno a lo poético —como por ejemplo estos versos pertenecientes al poema Situacional:“Nada dicen de esa tierra baldía/ a 10 kilómetros de aquí/ de esa enorme planicie con autos oxidados/ a la que ya nadie puede acceder”—, casi minimalistamente, Carlos no cae en el lugar común de lo contestatario, de la denuncia (no es el tópico, menos aún la queja) ni tampoco —al estilo de Gelman— habla de revoluciones, de sueños perdidos, de las ausencias; lo que se propone es hacer un breve documental —¿podría llamarse poesía visual sin ser, precisamente, poesía visual?— que va hilvanando mediantes imágenes, muchas veces lúgubres, de irremisible melancolía, que se traducen en fotografías, postales, retratos: en suma, lo que hace Carlos es que las palabras fotografíen situaciones, capta como gatillando una cámara, sin asumir necesariamente el rol de autor, si no, más bien el de espectador, desde un decir impersonal, incluso aunque, muy rara vez, aparezca la primera persona; el poeta transita las calles de su barrio —insisto: documenta, avizora lo fotografiable y lo inscribe en la escritura —, observa, añade juicios de valores de lo que cree injusto, y escribe: “Las estadísticas hablan de progreso. / Yo en cambio pienso que ya nadie se va/ porque no tienen dónde”.
Lo que aparece condensado —como por ejemplo estos versos de Barrio: “Donde antes estaban las estrellas/ ahora al barrio/ le creció otro barrio— ocasionan placer, imágenes que se traducen en postales, en pequeñas denuncias encubiertas por lo poético, el deseo se asienta en los versos, las palabras atraviesan el cuerpo —de quien lee y capta lo leído— y a la vez, como toda expresión poética, nos dicen otra cosa: los barrios ya no se ensanchan, ya no crecen hacía los terrenos desocupados, sino que crecen hacia arriba, apilándose, piecita por piecita, como un jenga.
Ituzaingó cuenta con ciento sesenta y ocho mil habitantes, aproximadamente, limita con Morón, Merlo y Hurligham; acerca de Barrio, plata alta sin revoques el autor dice: “Ituzaingó es un municipio, y en él hay un montón de barrios. Yo escribo sobre San Alberto que es un barrio que limita con el partido de Merlo, del lado norte de Ituzaingó. Este municipio de divide en norte y sur a cada lado de la vía del Sarmiento”. No es azaroso que las personas —tal como lo describe el autor en su libro— construyan las casas como un jenga, apilando una casita arriba de la otra, no se trata de una elección, sino de un hecho irremediable, de una decisión que no tiene escapatoria. “Un terreno en San Alberto”, dice el autor, “puede costar $ 500.000. Son Alberto, Villa León o Barrio Jardín Pintemar que es el barrio sobre el cual escribí, es un barrio de gente obrera, y algunos sectores de clase media”. Las casitas no tienen revoques, son minúsculas, casi en forma de piecitas o monoambientes pero más pequeño, e incluso podría decirse que la base —o sea, la casa de abajo que hace de estructura a la de arriba— son más precarias. ¿Existe posibilidad de derrumbe? No; el autor dice: “Nunca porque las casas son humildes pero bien construidas. La mayoría sabe construir casas, ya que son obreros”. El poeta vivió desde que nació en Ituzaingó, describe a su barrio como un barrio de gente mayor “que comenzó a ser reploblado por sus hijos, nietos, o ambos”.
Carlos escribe: “Las tres hermanas paraguayas de la esquina/ hicieron su casa sobre la tumba de su padre./ La carnicería donde este se ahorcó hace 25”. De eso habla Barrio planta alta sin rovoques, de una problemática de territorio, habitacional, de espacio, de personas comunes, que a duras penas pueden construirse sus casas arriba de otras casas; no falta también la alusión a los animales —Carlos ama a los animales, su ética de amor lo llevó a probar el vegetarianismo—; es por eso que los nombra, también afectados por la problemática habitacional. Dice: “Los gatos son casi aves de rapiña. / Se mueven por el cielo/ vuelan. / La tierra es de los perros/ de ellos/ que perdieron sus terrazas”.
Si bien la poesía desde tu primer libro (Otras realidades, 2002) es el género que mejor te ha sentado, ¿por qué elegiste la poesía para Barrio, planta alta sin rovoques, cuando podrías haber elegido la narrativa o el ensayo? ¿Qué te motiva a incursionar en la poesía —casi como una constante en tu obra—y no en otros géneros?
Para mí, mi “obra” comienza en 2007 con Hospital Público escribiéndose en la cama de un hospital, lo anterior, varios libros por ahí perdidos o en manuscritos, es sólo palabrerío sin sustento o sustancia. Luego de que a fines de 2006 fuera atropellado por un colectivo en San Justo, entendí que la poesía, al menos la mía, debía escribirse a partir de una experiencia vivencial y fue a raíz de descubrir esto que comencé realmente a escribir. Siempre escribí poesía o algo que al menos se ajustaba a esa forma, no sé porque se debe elegir una u otra manera de escribir. Yo no elegí ninguna, simplemente escribí lo que allí sucedía en el formato que adoptó. Sí hubo una intención de registrar lo que estaba viviendo y viendo, no hubo ninguna elección. Por otro lado creo que cada tema (siento que uno escribe a partir de un tema) adopta su propia estética, su propia respiración, su propio aire y entorno. Uno no elige estás cosas, esta cosas son parte de ese universo y uno simplemente las ve y describe.
Puede que sea un equívoco pero tu poesía tiene cierta aprehensión con el compromiso, sin necesariamente caer en la denuncia ni en la queja; mediante lo poético, mediante sutilezas, en Barrio… documentás la crisis habitacional que sufre uno de los barrios de Ituzaingó, ¿desde dónde nace la necesidad de documentar las pequeñas injusticias, de visualizar los márgenes, con versos fotográficos?
Para empezar por algún lado empezaré por algún lado: creo que toda poesía debe tener un compromiso intrínseco, sino no sé cuál sería la finalidad de ser escrita, más allá de ello, siento que mi escritura se deshace de cualquier pretensión, yo no busco tener ningún compromiso con/en lo que escribo, sino, simplemente documento lo que estoy viendo. Hay en ello muchísimo de mi mirar como fotógrafo (disciplina que también practico) sin duda y tal vez por ello a la hora de escribir lo hago como quien levanta una cámara y dispara sobre lo que el ojo vio y no quiere dejar pasar por alto. Con respecto al documentalismo en cada uno de mis libros, lo creo más que necesario, una estructura que les dé un cuerpo, un sentido, una idea, y una sucesión de situaciones que conforme un todo, una manera de narrar desde la visualizado. En este punto trabajo para el libro del mismo modo que un fotógrafo lo hace pensando en una muestra. Si existe en ello, de algún modo, un compromiso, es porque el tema abordado, en sí, lo conlleva.
Entiendo que Barrio… fue escrito en pocas semanas; hubo un período en que decías “hasta acá llegué, no siento necesidad de escribir” y de repente apareció esa necesidad, casi de manera urgente, y varios libros que, uno tras otro, fueron gestados en poco tiempo, ¿cómo fue el proceso de escritura?, ¿lo tenías preconcebido o fue naciendo a medida de que lo ibas escribiendo?
No fue justamente eso lo dicho, sino que hubo un tiempo en el que me harté de la poesía aburguesada de ciertos sectores burgueses de la poesía, en los cuales me movía. Ese tiempo tiene que ver con esos textos que se quedaron en el puro palabrerío. Para muchos, posiblemente mi mejor poesía, si lo miramos desde lo estético, pero siento que la poesía no puede ser solamente eso: un resultado estético. Por eso, tomando el tiempo necesario para no pertenecer, es que comencé a escribir nuevamente de la manera que yo entiendo debe escribirse. Y muy posiblemente esos años de no escribir, fueron almacenando el material que luego de manera vertiginosa decantó en estos tres últimos libros. No creo que uno deba escribir nada sino tiene necesidad de hacerlo. Creo que ese tiempo de retiro es muy curativo contra el yoísmo.
Uno de los rasgos que tiene Barrio… es que, incluso en las metáforas, el libro es legible, permite el acceso a cualquier lector; con esto quiero decir que cada verso presenta una imagen que se hilvana con la imagen del verso siguiente. Hay una puesta entre la palabra y la fotografía, ¿es parte de tu búsqueda?
Desde hace un tiempo opté por ser la más simple posible a la hora de escribir. Mi búsqueda es una imagen pura, vaciada de todo artilugio, de cualquier decorado innecesario. Me fascina la escritura minimalista de algunos poetas, la inmediatez de lo contado, la sencillez con la que nombran lo profundo. Esa mirada que parece estar mirando la nada misma y sin embargo habla desde el fondo mismo de las cosas. Nombraré sólo a dos maestros, aunque podría nombrar a muchos más, con estos dos ejemplos siento que vasta perfectamente, para cerrar la idea: el norteamericano Raymond Carver y el costarricense Luis Chaves.
¿Cuáles son los comentarios que has recibido de Barrio…, ya que sos de algún modo tu propio distribuidor de tus obras en ferias o eventos culturales? ¿Cuál es el impacto que genera Barrio… particular y tus libros en general?
Barrio, planta alta sin revoques es un librito que hace muy poco vio la luz. Hace apenas dos meses que está circulando y llevo vendido unos 20 o 30 ejemplares. Pero me sorprendió sin embargo, la buena recepción que tuvo en la gente de lugares muy distantes a mi barrio y de una “problemática” que les es ajena. Creo que desde donde el libro puede interesar, es justamente, desde donde se encara el trabajo. Un laburo casi antropológico, una mirada que se detiene en la conducta humana ante tal o cual situación y que éstas a su vez pueden ser semejantes en cualquier sitio. Creo que es aquí donde el libro dejar de ser ajeno. En general la gente me comenta de mis libros lo visual que les resultan, lo parecido a estar mirando un álbum de fotografías. Entonces íntimamente siento que el trabajo salió bien.
Por último, ¿cuál es el rol de la poesía, qué debe decir o callar?
Para mí la poesía debe callar todo aquello que no tenga por decir. Creo en una poesía que venga a con/mover algo, que venga a plantarse como una denuncia, como un testimonio. La poesía no puede ser un mero producto estético, no creo que una poesía que persiga eso, tenga valor alguno. Una vez me dijo una poeta amiga: no hay nada peor que una poesía inofensiva y creo que es muy cierto, la poesía tiene como rol o debería tenerlo, la función de con/mover, de incomodar, de sacudir. Para nada ciento que la poesía sea esa cosa edulcorada a lo que tantos llaman poesía.
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