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Por Luciano Sáliche | Ilustración: Malcolm T. Liepke
I
Algo en mí ocurrió cuando nació mi hijo. No fue exactamente ese día, ni ese algo fue la responsabilidad de la adultez en su estado más puro. Lo que ocurrió —con el tiempo lo pude comprender— fue que empecé a experimentar un sentimiento que me era demasiado esporádico: la ternura. ¿La sienten ustedes cotidianamente? El corazón se vuelve un agujero negro que empieza a tragarse todo: el pecho, el estómago, la cara. Es un sentimiento paralizante, indomable, ensordecedor, sin embargo resulta agradable saber que no todo es racionalidad o cálculo. Hay cierto placer en lo ingobernable.
Fernando Savater escribió que “el amor sin ternura es puro afán de dominio y de autoafirmación hasta lo destructivo” pero que “la ternura sin amor es sensiblería blanda incapaz de crear nada”. Hablamos, entonces, de un elemento clave de la tabla periódica sentimental para suavizar lo rocoso y endurecer lo fofo. La paternidad, entonces, es también aceptarse deseante y pasional, aceptarse domador de debilidades. Quizás ustedes no lo sepan pero cuando alguien dice que tener hijos es hermoso, en ese preciso instante su cerebro detectó un peligro cerca, se tensiona el hilo de eso que Samanta Schweblin llamó “distancia de rescate”, y detrás de la sonrisa amable una gota de sudor baja por la nuca.
II
«Las siento en la nuca». Así empieza el libro de Melina Pogorelsky. La que siente es una madre, Alejandra, que está en la clase de natación con su hijo Tobi. Y lo que siente son las otras madres de los otros chicos, que hablan, que chusmean, que murmuran, que juzgan. Lo que siente es el contexto que la abruma y la vuelve un poco paranoica. Parece que ser madre no es como nos cuentan las revistas de moda. Tampoco ser padre. Subacuática —la nouvelle de Pogorelsky que acaba de publicar la editorial Odelia— narra la historia de esta madre, pero también la historia de un padre, de Pablo que, cuando nace Lola, su mujer muere; entonces la paternidad se hace presente de la mano de la viudez. Como dos piezas inseparables.
Hace tiempo que Melina Pogorelsky aprendió a tener una relación amigable con ese objeto con el que convive diariamente: la literatura. No es sólo una manera de pensar, también es un método. Escribió muchos libros, todos para niños y adolescentes: ¡Nada de mascotas!, Una ciudad mentirosa y otras poesías de varias cosas, Roque y Bigote, Como una película en pausa y la saga de Los Súper Minis, entre otros. El último es Si te morís, te mato (Norma, 2018), una conversación entre dos amigas que viven de uno y otro lado del Océano Atlántico. Podría decirse que es una sólida autora de literatura infantil y juvenil, de lo que hoy se conoce simplemente como LIJ. Sin embargo, con Subacuática decidió apostar por el público adulto.

«Subacuática» de Melina Pogorelsky
Uno de los grandes logros del libro es la forma en que, en su brevedad, genera climas precisos. La historia de la madre de Tobi y del padre de Lola se narran y se construyen por separado hasta que se encuentran. La historia avanza calma, clara, sintética, y las emociones aparecen por pura lógica, sin ningún arrebato. Es como caminar por una pileta que se vuelve cada vez más profunda. De pronto, la sensibilidad es un lugar habitable, entre las páginas, tal vez un refugio, tal vez una necesidad. No hay golpes bajos, no hay una sobreactuación de la tristeza, tampoco idealizaciones. Es una historia que, a contrapelo de la época, propone sensibilidad y no sensiblería.
III
Vivimos una época donde está prohibido el sentimiento genuino. Lo que existe son tamices —como filtros de Instagram— para adaptar aquello que nos pasa a formas preestablecidas del amor. Mandatos sociales, estereotipos, módulos de pertenencia. Nos emocionamos todos con las mismas cosas y, sino es así, construimos ficciones en nuestras cabezas para sentir que sentimos. Así como en el chat decimos “jajaja” pero en la cara no se dibujó ni media sonrisa, ¿cuántas veces se romantiza algo que nada tiene que ver con el amor, pese a que le llamamos, justamente, amor? Y es así cómo el amor se vuelve un paraguas contra las lluvias torrenciales de la angustia y la soledad.
Pero el cuerpo es sabio y de repente, sin que lo podamos manejar, un sentimiento se nos arrebata en el medio del pecho. El agujero negro de las emociones. Primero es sorpresa, luego algo de estupefacción. La ternura está ahí para decirnos que los sentimientos más genuinos son ingobernables, que responden al deseo, y que vivir en un estado de permanencia emocional es tan terrorífico como no haberla sentido nunca. En Subacuática Melina Pogorelsky nos ofrece un viaje —por momentos intenso, por momentos relajado— por el terreno de las emociones más raras: las de la paternidad.
Oliverio Girondo, en el poema “Nocturno”, escribió que “no hay ternura comparable a la de acariciar algo que duerme”. Si es algo es un hijo —que respira, que vive, que están bien—, no, no hay comparación.
Subacuática
Melina Pogorelsky
Odelia Editora, 2018
110 páginas
Etiquetas: Fernando Savater, Literatura, Malcolm T. Liepke, Maternidad, Melina Pogorelsky, Oliverio Girondo, Paternidad, Samanta Schweblin, Subacuática, Ternura
[…] y paternidades en la literatura contemporánea? Fugaz, de Leila Sucari (Tusquets, 2019), y Subacuática, de Melina Pogorelsky (2018, Odelia Editora), son dos novelas que dan lugar a distintas voces […]