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19-11-2019 Notas

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Por Rocío Cortina

¿Qué hay de los claroscuros de las maternidades y paternidades en la literatura contemporánea? Fugaz, de Leila Sucari (Tusquets, 2019), y Subacuática, de Melina Pogorelsky (2018, Odelia Editora), son dos novelas que dan lugar a distintas voces acerca de la cuestión de los hijos. 

Una charla organizada por Odelia Editora en la librería Corneja de Villa Urquiza habilitó el diálogo entre las obras de ambas. De no ser por la excusa de ese encuentro, el vínculo quizás se hubiese obviado, ya que desde lejos no se ve tan claro. 

En Fugaz predomina la voz de una mujer joven que no planificó su maternidad y, alejada de su familia de origen, huye de sus pocos lugares de pertenencia —incluso del padre de su hijo— y se propone comenzar una vida nueva, lejos, siempre lo más lejos posible. 

Mientras tanto, en Subacuática resalta la figura de Pablo, quien estrena una paternidad muy deseada pero se ve sacudido por la viudez al mismo tiempo, y encuentra cobijo en unas cuantas mujeres a la hora de criar a su hija. 

«Subacuática» de Melina Pogorelsky

¿Qué acerca a estas dos novelas? El lado B, las sombras de los vínculos. Frente a maternidades y paternidades mainstream que destacan ternura, compañía, colecho y yogur casero, ambas historias echan luz sobre una dimensión más salvaje: la de los cuerpos, la de la incertidumbre que permanece y raya la locura. 

Los narradores de cada historia hacen justicia a sus personajes. En Fugaz, Sucari usa la primera persona como anzuelo para ingresar en un mundo diverso, que contiene desde femenino y juegos oníricos hasta tortura culpógena. Es justo mencionar que esa primera persona a veces muta hacia una segunda, cuando la narradora se dirige directamente a su hijo. Pero nunca deja de leerse a una madre que, ante todo, no se olvida de que es mujer y trasluce que la maternidad la conectó con su lado más salvaje.

En Subacuática, Pogorelsky construye un narrador en tercera persona que da como resultado a un padre dolido, pero conflictuado desde lo mental. La voz de Pablo es simple y práctica. Incluso lleva a preguntarnos sobre las diferencias entre hombres y mujeres al momento de encarar la crianza: ¿Qué pasa con el cuerpo del hombre en la paternidad? ¿Qué pasa con su deseo? ¿Ese desapego de ellos, que no son gestantes, se expresa en el narrador de Pablo?

En la pileta a donde lleva a su hija Lola, Pablo encuentra un poco de paz, un tiempo propio de nado y llanto bajo las antiparras. Es allí incluso donde conoce a Alejandra, otra madre desbordada con quien este nuevo padre va a permitirse algún sentimiento.

«Fugaz» de Leila Sucari

En ambas novelas, el agua es evocada como acercamiento a lo amniótico y a los mundos emocionales. Si en Subacuática la trama sucede en el natatorio, en Fugaz, la narradora concreta una huida a una incógnita playa del sur. Luego de obsesionarse con unas ballenas que ve por televisión, compra pasajes como regalo para el primer cumpleaños de su hijo y se propone empezar otra vez. 

Fugaz y Subacuática conforman un tándem de lecturas atractivas que llevan al lector a hacerse preguntas y permitirse dudar de los modos de sentir establecidos. Es ahí donde la literatura vehiculiza otras representaciones, otros modos de ver el mundo que desafían lo naturalizado.

Fugaz
Leila Sucari
Tusquets, 2019
184 páginas

Subacuática
Melina Pogorelsky
Odelia Editora, 2018
110 páginas

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