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Por Bárbara Pistoia
Benito Cerati suele recibir cientos de comentarios diarios en donde le explican quién era su padre, cómo lo que su padre hacía sí era música, cómo pensaría o qué posición tomaría su padre frente a diferentes temas de actualidad que él toca o por cómo se viste y vive su vida.
Más allá del asombroso fenómeno en el que un desconocido se cree con el poder de enseñarle a un hijo sobre sus raíces, me pregunto qué Cerati conoció esta gente. ¿Qué creyeron que decía Soda cuando cantaba “el régimen se acabó” o “un misil en mi placard”? ¿Qué imaginan estas personas cuando ven imágenes de los primeros 5/6 años de Soda abanderando la movida de “los raros peinados nuevos”, hipermaquillados e hipersexualizados? O luego de esos años, cuando Gustavo ya no necesitó seguir maquillándose para jugar con su ambigüedad. ¿Conocen el proyecto Colores Santos? ¿No conocen la relación de Gustavo con la comunidad LGBT, no pueden distinguir las influencias y los artistas con los que compartió escenario, a los que empujó a tener una carrera?
Los que linchan virtualmente a Benito por sus posiciones políticas e ideológicas seguramente nunca vieron al Gustavo que homenajeó al Che Guevara ni al que era un participante activo de la lucha que lleva adelante Abuelas de Plaza de Mayo con el fin de encontrar a los nietos robados en la dictadura. Estos son datos, no son opiniones ni intuiciones ni percepciones. Ergo, muy probablemente hay una construcción de ese público que persigue a Benito que ve a su “ídolo” desde el perfil que los medios construyeron de él: un tipo comercial (este concepto merece una página aparte) y superficial, exactamente lo contrario al “independiente y politizado” Indio Solari (estos conceptos y este perfil también merecen páginas apartes, por lo pronto prefiero ponerlos entre comillas).
Lo de “comercial y superficial” para desmerecer estéticas y formas de pensar que mueven lo prestablecido no nació con Soda ni con Cerati, claro. De hecho, parece que el padrinazgo de Federico Moura hizo que Gustavo lo heredara. El cantante de Virus, que tenía un hermano desaparecido y una catarata de politización en sus letras, recibía estas mismas críticas e ironizaba frente a ellas, “hay que llegar al fondo de las cosas para entender”.
Cuando IKV llegó a los medios, y, en realidad, cada vez que hacían un movimiento, no fueron pocos los que espantados iban hacia Luis Alberto Spinetta para que dé su opinión al respecto de lo que “su heredero” hacía. No sólo eran nuevos sonidos y lenguaje obsceno, eran dos adolescentes también politizados y direccionando a donde los conservadores temen: la libertad, la rebelión, el goce. Cada paso que daba IKV o Dante era automáticamente puesto en comparación y perspectiva con la carrera de su padre.
Luis, a años luz de sensibilidad, estética y lucidez, no sólo que hablaba sobre el rap y el hip hop con simpatía musical y con el regodeo de ver como la rueda gira inevitablemente, sino que también les abría espacio en sus escenarios, y no desde el lugar de padre que invita a su hijo y a su amigo a jugar, sino desde el contundente lugar de colegas musicales. Esto sin contar las grabaciones compartidas y cómo se animó a reversionarlos.
En la mítica noche de Las Bandas Eternas, el escenario se colmó de músicos de todas las edades y referentes máximos de todos los géneros y estilos, tanto por cercanía afectiva como porque habían tocado alguna vez con él. Era su gran noche, era el clímax de un legado que atravesó músicas y tiempos.
Gustavo desde Soda plasmó su ADN de ir muy delante en la búsqueda creativa. Pero sobre todo esto se ve en su vida solista. Todo el tiempo sacaba proyectos electrónicos que sonaban inexplicables y que luego de unos años eran tendencias habituales. ¿Cómo hubiera sido el sonido de los ’90 si la presentación de Dynamo en Obras hubiera sido diferente? Aquel disco se presentó a lo largo de 6 noches con varias bandas nuevas de invitados: Babasónicos, Martes Menta, Tía Newton y Juana la Loca. La Generación Sónica estaba oficialmente bien parida y rompía los muros de sus nichos.
No Lo Soporto, cuando nació recibió automáticamente el padrinazgo tanto de Spinetta como de Cerati. En ese constante lanzamiento de puentes generacionales, y más allá de las exigencias y/o pretensiones machistas de la escena, abrían alianzas creativas con mujeres una y otra vez.
Es ridículo tener que estar en el 2019 dando literalidad de algo que ellos a lo largo de su carrera no lo hicieron, pero, así las cosas. Y ahora que no están aparecen los dos como próceres intocables, debe ser, entonces, un mal recuerdo mío las críticas y los volver a empezar en varias oportunidades que tuvieron, justamente por ir en contra de la corriente.
Benito no necesita defensa, y esto no es una defensa a Benito. Tampoco a IKV ni a Dante Spinetta. Son nombres propios que se sostienen, además, en su propio arte. Esta nota no se trata de eso. Y aunque tampoco, más bien podría ser en defensa a Luis Alberto y a Gustavo que, frente a cada música que incomoda, aparecen como banderas. Salvo, claro, que en realidad no se trate de la música en sí.
Cada generación construye una identidad, transforma sus bases. Cada generación se apropia de los sonidos y los lleva a su actualidad: esto, amigos, que no es necesariamente algo consciente, es cultura. Y ya hablamos de esto mismo en Polvo hace unos meses en el artículo “Crítica blanca”: el origen de cualquier movimiento es imposible de graficar y es en vano, no necesita un “había una vez…”, sino, justamente, el sostén del entramado que lo parió.
¿Por qué, entonces, esa necesidad compulsiva de ir en contra de los traperos? ¿Por qué no llegan a verse como alguna vez vieron a sus padres señalándolos por lo que ustedes escuchaban en sus habitaciones encerrados? O quizás sean oyentes de música socialmente aceptada. Y con esto tampoco es que estoy haciendo una defensa al trap. Pero sí es una defensa a la acción de molestar los viejos órdenes y, desde ya, a pensar lo que sucede. Es imposible pensar el estallido del trap como algo ajeno a la neoliberalización y a la tecnologización que el mundo vive. Una pista para comprenderlo es saber que trap no es rap ni es hip hop.
Mientras que el rock no pasa por un gran momento por muchísimas razones, aunque haya sectores que quieren aferrarse a la idea de que su mal momento es por las nuevas miradas de género, porque de esta forma hay un desligue sistemático de responsabilidades sonoras, temáticas, estéticas, pereza de lectura, etcétera, el trap avanza. Y hablo de mal momento porque es irrisorio hablar de la muerte del rock, y así como no está muerto el rock ni morirá, tampoco morirá el trap. Sucederá lo obvio que sucede con todo lo que habita este planeta: se transformarán.
¿Acaso el tango está muerto, acaso el tango murió con la llegada del rock? No. ¿Sabían que el tango estaba mal visto por la cercanía física con la que se bailaba, por los barrios donde se escuchaba originalmente? ¿Se acuerdan las prohibiciones sobre el rock & roll? ¿Y sobre bailar? Sí, no es lo mismo criticar que prohibir, pero de la estigmatización con la que se critican ciertos géneros a la prohibición no hay demasiados márgenes. La historia se repite frente a cada escenario de novedad, no somos especiales ni únicos. De hecho, repetimos hasta el mecanismo de ofuscamiento e, incluso, de criminalización. ¿Acaso con la cumbia y el reguetón no se hace eso?
Tal vez una manera de vivir esta era del trap sea conversando con quienes lo escuchan, leyendo las entrevistas de quienes lo hacen. Conversando, dialogando, yendo más allá de sus letras y siendo mejores adultos de los que hemos visto cuando nosotros éramos adolescentes. Claro, si es que queremos entenderlo.
Pero no se escuden en Cerati y Spinetta, porque los están manchando con visiones limitadas, raciales, misóginas, homofóbicas e ideológicas que ninguno de los dos tenía ni promovían. Y sí, están obviando lo esencial: ninguno de los dos nunca se opuso a las nuevas generaciones ni a los nuevos sonidos, y no sólo eso, ambos han sido generosos como pocos músicos con las nuevas camadas más allá de lo musical. Por cierto, los nietos de Luis Alberto acaban de lanzar su single trapero. ¿Realmente creen que si Luis viviera no estaría tocando con ellos? ¡Pues claro que ya hubieran estado compartiendo escenario juntos!
Se dice que el trap es una moda. Otra forma de desmerecer lo que tiene alcance popular. La cuestión es que está ahí, y avanza, y uno elige qué ver del asunto y cómo asimilarlo. Porque también el trap, así como históricamente el hip hop, organiza a chicos y a chicas, en varios casos los saca de las calles, les da una posibilidad de integración y de crecimiento en un mundo y una región donde las posibilidades no abundan.
Sí, es cierto, no escriben como Cerati o Spinetta. Pero nadie se pregunta si, en realidad, quieren escribir como Cerati y Spinetta. Probablemente no les interesa, y hacen algo mucho más interesante que emular nostalgias ajenas: buscar su voz en su tiempo y espacio. Y digo más, seguro ni los reconocen como los artistas que sabemos que fueron. Y aunque duela: está bien.
Lo grave sería que en el abismo generacional que nos separa estemos viendo el mundo de la misma forma, sin contar lo ridículo y pretencioso que es pedirles a las nuevas generaciones que sigan haciendo y disfrutando de lo mismo que nosotros cuando ni siquiera podemos comprender culturalmente cómo es que existe algo llamado trap.
¿O lo personal es político solamente cuando nos conviene y su estética nos resulta agradable, conmovedora, confortable?
Etiquetas: Barbara Pistoia, Benito Cerati, Gustavo Cerati, IKV, Luis Alberto Spinetta, rock, Soda Stereo, TRap