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Por Luciano Lutereau y Marina Esborraz
1.
Amar sólo se puede amar a un varón. Por eso los varones no aman a las mujeres. Algunos varones desean a las mujeres. Sólo se puede desear a una mujer.
Las ideas son simples: no hay varones y mujeres, sino que varón es lo que se ama; mujer lo que se desea. No importa quién. El sujeto nunca es un quién. Por ejemplo, el niño que a ama a su mamá, no la ama como mujer; entonces la ama como varón. Lo demuestra la fantasía más básica de la infancia: la madre fálica; que para amarla sea necesario ponerle un falo a la madre, es una forma de no querer saber nada con su feminidad.
Ahora bien, a un varón se lo puede amar por lo que tiene, pero también por lo que no tiene. Amar a un varón por lo que no tiene es amarlo por su deseo y desear sólo se puede desear a una mujer, en este sentido se entiende que el padre siempre sea feminizante.
En fin, se trata de repensar todo el Edipo a partir de estos dos axiomas del amor y el deseo. Lo heterosexualidad no tiene que ver con una combinación anatómica, sino que la definición es precisa: amar a un varón por lo que no tiene. Lacan estaba equivocado cuando hizo depender la heterosexualidad del interés por las mujeres.
2.
Sólo para una mirada ingenua, el interés de las jóvenes por los tipos mayores es una redición del vínculo con el padre. Tanto para él como para ella, la reinvestidura edípica implica tener que trascender el amor dependiente con la madre. Ese es el trabajo del llamado “primer amor”, que tanto hace llorar a veces.
El regreso del Edipo en la juventud no es que los pibes quieren acostarse con su mamá, sino que reviven la máxima posesividad y celotipia con el primer vínculo exogámico. Por eso la perpetuación de los noviazgos adolescentes suele llevar a vínculos más o menos patológicos (como todos). Pero este es otro tema.
Pensemos en una película, Piso de soltero (de Billy Wilder): un oficinista se enamora de la chica del ascensor que, a su vez, es la amante de su jefe. La historia cuenta cómo ella logra desprenderse del amor al poder de un varón, para amar luego el deseo de un hombre común (nada hace más común a un tipo que su deseo, por eso la histeria se defiende de esa vulgaridad queriendo ser deseada).
¿Por qué a muchas jóvenes “like to rodearse con poderosos”? Porque el hombre de poder es el primer relevo de la madre. Esto explica, en algunos casos puntuales, el interés por los tipos mayores, o bien los casados (que no son un sustituto del padre, sino de la omnipotencia materna). A veces esto se explica diciendo que las chicas maduran antes que los chicos, pero no es cierto, a menos que se entienda en términos de esta reactualización del Edipo. La fijación en esta etapa del hombre poderoso podría explicar muchos aspectos de la vulnerabilidad de las jóvenes con los varones.
El pasaje al deseo, en cambio, es liberador. Trae otros problemas, porque la libertad siempre trae problemas, pero no el riesgo de vulneración.
3.
Amar a alguien por lo que tiene es amarlo por su potencia. Amar a alguien por lo que le falta, es amarlo por su deseo. Personas que se consideran mujeres suelen amar a los varones por su deseo, la mayoría de las veces con consecuencias penosas, pero amar a un varón por su poder es mucho peor.
El análisis demuestra cuánto le cuesta a una mujer desasirse del deseo de un varón al que ama, mientras que amar a un varón por lo que puede… lleva a la función del marido; al menos, en el sentido tradicional del marido como quien daba un apellido a la mujer, es decir, quien le permitía tener un acceso a la vida pública. Gracias al marido, la mujer podía participar del mundo social, que era estrictamente masculino, de acuerdo con el poder delegado por un varón.
Afortunadamente el mundo se está cansando de las “esposas de”.
4.
Las mujeres envejecen mejor que los varones. Es una idea simple, efecto de que la relación de ellas con el homoerotismo está menos reprimida. Es algo que desarrolla Hanif Kureishi en la novela Nada de nada. Tarde o temprano, las mujeres se cansan de los varones. Estos se vuelven (más) hoscos, (más) posesivos, mientras ellas están más dispuestas a la circunstancia, menos atadas a la reiteración, el ritual, la rutina.
Todo varón en una relación es en algún momento un poco el marido agónico, como en esta novela. Otras dos ideas son fuertes en la voz del narrador: “La gente se enamora para cambiar cuando se ha sentido decepcionada. O cuando están hartos de sí mismos” y “Quería dejar atrás mi yo y convertirme en alguien por completo dependiente. Quería que ella me transformase”, ambas muestran la noción freudiana del amor: no se enferma porque no se ama, sino que se ama para no enfermar.
El varón, salvo en momentos ocasionales, se abraza a su fastidio, al hartazgo narcisista de ser quien es: su (mal) carácter. Imposible no recordar el refrán popular que dice: “Los varones no quieren que sus mujeres cambien, pero ellas cambian; las mujeres quieren cambiar a los varones, pero ellos son incorregibles”.
5.
El patriarcado no es una esencia que se manifiesta de la misma manera en cualquier lado. Por eso no se puede escribir con mayúscula. En nuestras sociedades (occidentales y residuales de una modernidad específica) el patriarcado ya no es el orden social en que los varones dominan a las mujeres; incluso podría haber patriarcados más igualitarios en apariencia, por ejemplo, sin brecha salarial, porque lo más propio del patriarcado es un fenómeno erótico.
Es, como decimos: que amar sólo se puede amar a un varón. O, para decirlo de otro modo, que la heterosexualidad sea una desviación del homoerotismo entre los varones. Así es que los varones hacen lazo, ejércitos, iglesias, amándose, con un amor que excluye a las mujeres. Por eso el primer antisocial del patriarcado nuestro fue el homosexual, porque mostró el mecanismo oculto, es decir: que los heterosexuales también aman a los varones.
Puede ser que los varones deseen a las mujeres (¿quién no? Si hasta las mujeres desean a las mujeres, sin por eso ser homosexuales, incluso no es poco frecuente que varones gay sientan deseo por alguna mujer), pero el amor es para otro varón. Y si aman a una mujer, lo hacen porque ella representa un varón (como es el caso del amor por la madre). Que el amor entre varones es de una sola pieza lo muestra el esfuerzo con que mujeres intentan remediarlo y fracasan.
Los varones nunca van a necesitar hablar de sororidad. Ellos hacen necesario el lazo, ellas tejen redes. Muy poco puede entenderse de las configuraciones sexuales de la sociedad en que vivimos, si no se parte de estos dos axiomas del psicoanálisis: amar sólo se puede amar a un varón; desear sólo se puede desear a una mujer.
Etiquetas: Billy Wilder, Edipo, Hanif Kureishi, Luciano Lutereau, Marina Esborraz, Psicoanálisis, Varón
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