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Por Luciano Lutereau y Marina Esborraz
1.
Amar, sólo se puede amar a un varón. Desear, sólo se puede desear a una mujer. A una mujer no se la ama como mujer; se la puede amar como varón, es decir, como sustituto del padre (es lo más frecuente), como madre (Otro de los cuidados), como el varón que se quisiera ser (fetichismo), etc.
Algunos varones eligen a mujeres para estar en pareja, pero no como mujeres. Ser elegida como mujer es una fantasía amorosa de muchas mujeres, defensiva a veces de estar “en el centro de un deseo” –como decía Lacan.
Por eso Lacan también decía que “La mujer no existe”, es decir, no existe como objeto de amor. A lo sumo se puede amar la feminidad, quizá incluso a las mujeres (como falsa totalidad; por eso el Don Juan es un fantasma femenino), pero no a una mujer. Amor, sólo se puede amar a un varón.
2.
El matrimonio no es amigo del deseo. Sí del amor, que puede existir tranquilamente sin el deseo. A veces (muchas) un matrimonio puede prescindir también del amor –aunque la forma amorosa por excelencia del matrimonio sea el odio, que une más que la ternura.
Para los varones, con el tiempo, el deseo pasa a existir no sólo fuera del matrimonio, sino gracias a que se lo ocultan a sus esposas. Son como niños que esconden y gozan de la transgresión. No sólo se trata de que ellos puedan tener amantes. Alcanza con que ellas se quejen de que sus maridos no les cuentan nada. Hasta que un día a las esposas deja de importarles y ahí ellos se derrumban, pasan del deseo al autoerotismo (más o menos sublimado: por eso muchos intelectuales hicieron sus mejores obras después de los 50-60, es decir, cuando sus mujeres ya no les daban bola –por ejemplo, a Merleau-Ponty su esposa lo encontró muerto en el escritorio al día siguiente; es decir: no lo esperaba en la cama).
¿Cuándo ellas dejan de esperar que su marido vaya a la cama? Tarde o temprano, en algún momento pasa. Algunas mujeres no pueden prescindir del deseo de un varón por mucho tiempo.
3.
La que hace del deseo una condición masculina es la histeria: si no tiene, ella se lo pone (por ejemplo, los celos). Los varones deberían aprender a interpretar los celos de las mujeres como un reclamo por su impotencia, en lugar de patologizarlos. Un varón deseante no suele producir celos (al revés de lo que le pasa a un varón con una mujer deseante). No obstante, el marido no es un varón cualquiera.
¿Cómo ser un marido que no se reduzca al impotente, que no recupere el deseo a través del subterfugio que esconde o de los celos de su esposa más o menos histérica? Es decir, ¿cómo pensar un matrimonio que no se base en la histerización de la mujer? De esto es que hablamos en esta generación cuando hablamos de deconstruir el amor romántico. No de abolir el matrimonio.
4.
Las mujeres pueden elegir a los varones por su amor o por su deseo. Si los eligen por su amor, es decir, si quieren el amor de un varón, por lo general sufren un montón. Porque los varones no aman a las mujeres; porque amar sólo se puede amar a un varón. Y si ellos las aman, eso pone en cortocircuito su posición femenina: se transforman en su madre, en otro con quien competir, en una hija a la que cuidar, etc. Es decir, todas posiciones a las que una mujer responde –con suerte– quejándose.
Elegir a un varón por su amor, es garantía de queja. Cuando se lo elige por su deseo, en cambio, se reconoce ese interés con una fórmula habitual: “Hay algo en él que no me cierra” (y puede ser cualquier cosa). Un varón en el lugar de lo abierto, con la relativa incomodidad que eso implica, es la clave del deseo y explica por qué desear sólo se puede desear a una mujer.
5.
La trampa de los celos femeninos es la creencia en que algún rasgo de esa mujer (que le gusta) puede explicar el deseo del varón (del que gusta). Si además esos celos son histéricos, la comparación con esa mujer implica una herida narcisista y se sufre de que la otra tenga algo más o menos misterioso, o no tanto: alcanza con creer que los varones eligen a otra, donde lo que importa es la fantasía de que los varones eligen –entre opciones. Cuando en realidad, si eligen, los varones nunca eligen entre diferentes mujeres, sino que eligen por amor y, por amor, eligen a la mujer como varón. Y el deseo, cuando desean a una mujer, no es para elegirla, sino para que una mujer se les meta en el cuerpo.
6.
El conflicto de potencia es típicamente masculino. Eso no quiere decir que las mujeres no tengan este tipo de conflicto ni dejen de sentirse impotentes. No por eso son masculinas. En otro tiempo lo padecían mucho, hoy cada vez más.
El poder es una forma de escapar del deseo; por eso el varón más deseante suele quedar impotente. Por esa la histérica se impotentiza, pero hay cada vez menos histéricas.
Al buscar un deseo en el varón que se confunda con su potencia, la histérica lo feminiza. Es claro: porque sólo se puede desear a una mujer. Pero pocas mujeres de las de hoy quieren desear a una mujer. Algunas prefieren amar a los varones –porque sólo se puede amar a un varón. Pero amar a un varón sin desear a una mujer, puede tener un costo altísimo. Es el caso de las mujeres que parecen algo obsesivas (aunque no lo son, están obsesivizadas nomás, fanatizadas con el control), que no pueden descansar más que yéndose a dormir (porque sólo con un sueño pueden reencontrarse con un deseo), que padecen severamente al sentirse impotentes. Y si no son obsesivas, tampoco es que sean masculinas. Son mujeres que sólo aman a los varones. Es cierto que a veces ese varón puede ser una mujer, pero incluso en este caso no la desean; cuando aman el deseo de una mujer, esta es una de las formas clínicas de la homosexualidad femenina. Otra de las formas es desear el deseo de una mujer.
Estos axiomas distribuyen de manera clara y distinta las diferentes posiciones subjetivas –para quien quiera aprender algo nuevo y no sólo repetir lo que ya sabemos. Es muy útil además para entender las presentaciones actuales del sufrimiento psíquico.
Etiquetas: Jaques Lacan, Luciano Lutereau, Marina Esborraz, Mujer, Psicoanálisis, Varón