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22-07-2020 Notas

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Por José Luis Juresa

—¿No ves, por consiguiente, que también tú piensas que Eros no es un dios?
—Pero, ¿qué? —le respondí— ¿Es que Eros es mortal?
—De ninguna manera.
—Pero, en fin, Diotima, dime qué es.
—Es, como dije antes, una cosa intermedia entre lo mortal y lo inmortal.
—Pero ¿qué es por último?
—Un gran demonio, Sócrates, porque todo demonio ocupa un lugar intermedio entre los dioses y los hombres.
Symposio (Banquete) o De la erótica

Leyendo Banquete de Platón, me topé con la denominación de la diosa Afrodita popular, la del amor “sin honestidad” centrado en el cuerpo y no en el alma, el amor popular “bajo”, ese que no sabe de virtud: “pandemia”. Oh descubrimiento, resulta que pandemia tiene una relación directa con Eros.

El aislamiento de los cuerpos entre sí podría obedecer, entre otras cosas muy pertinentes y atendibles, de orden sanitarista, a esa lógica que separa la virtud de la corrupción y que pretende una enseñanza sobre cómo se ama y, del mismo modo que en el caso del virus del SIDA, desliza una culpabilidad velada: amar bajo el modo “popular” tiene por consecuencia un castigo, tal como las plagas se arrojan sobre la humanidad pecadora frente al dios de las alturas.

Pero puede que “el dios de las alturas” tal vez no esté tan arriba esta vez. Es más, quizás apenas esté encaramado en el piso más alto de algunas de esas torres vidriadas desde donde se administran las finanzas globales.

Peste freudiana

Dice la “leyenda” que el propio Freud, frente a la vista de tales edificaciones que anunciaban su llegada en barco a la Nueva York de principios del siglo XX, dijo su propia frase de desembarco lunar: “les traemos la peste”.

Les viene a hablar de eros, de la libido, y del modo en que la libido se desliza como un órgano extracorpóreo que llega hasta más allá del individuo, cuyos valores e identidades son diseñados desde las cúpulas de esa ciudad que mira el mundo desde las alturas. Esa es la peste. Para el “American way of life” es indudablemente así. Viene a hablar de un cuerpo que excede los límites de la piel y se enlaza a otros cuerpos, pero sobre todo viene a mostrarnos que ese límite, forzado por la razón clásica a la delimitación de un “adentro” y un “afuera” es directamente imposible: cuando se sueña eso que pretendidamente se quiere poner “adentro” del ser se hace realidad en una interioridad exterior que nos hace ver —para el que tenga ojos— que tal vez la acción necesaria para el deseo tal vez sea mínima respecto a los quantums energía de acción volcados diariamente en el aparato reproductor del objeto fetiche del capitalismo: el dinero. La noche nos demuestra que posiblemente vivir no sea tan caro. ¿De eso, querremos saber?

Freud nos transmite a través de su obra que la vida “vivida” pasa “de largo” del fetiche capitalista. Lo hace circular, muestra que no alcanza a coagular el deseo (no todo es dinero) y que éste lo atraviesa, lo enlaza como elemento de intercambio. Además, llega para hablar de un amor que apenas roza la consistencia de un objeto del realismo capitalista (o “de este mundo”), y que se relaciona mucho mejor con ese otro objeto que los artistas saben reconocer inatrapable, poetizando la realidad. Todas las artes, y también la experiencia analítica logran recuperar de los basureros del sistema esa “nada” inútil anti fetiche. ¿Quién diría que hay una nada que sirve para vivir, cuando la desesperación por ser feliz se abona siempre a la idea de sumar algo? ¿Restar? Solo el psicoanálisis —cuando no se convierte en otro brillo resplandeciente sustitutivo— sabe operar la resta y reducir la hiperacción productivista (que se considera, a priori, imprescindible para asegurarse un lugar en el mercado dentro del cual se incluye como mercancía) un sinsentido para vivir. Es la razón analítica que opera para ir desde individuo hacia el sujeto haciendo la experiencia de su destitución. Cae desde las torres vidriadas de las finanzas mundiales como un ángel de Win Wenders en “Las alas del deseo”: por el deseo de vivir.

No sé si Freud hubiera dicho todo esto. Pero seguro que lo sabía.

Lacan: leer paradojal (la cuarentena es el individuo)

Lo sabía, pero efectivamente, parece que Freud nunca dijo la famosa frase de la peste camino a la Clark University para dar una serie de conferencias de introducción al psicoanálisis. Lacan fue el que dijo que Freud se la habría dicho a Jung, a cubierta del barco, ya ante la vista de la estatua de la libertad. Pero si en verdad no fue dicha tal frase, entonces Lacan solo leyó lo que podría haber sido dicho, demostrando la estructura ficcional de una verdad cuya estructura delimita lo Real en juego: la peste en todo su despliegue pandémico: la sexualidad infantil, la infancia caída del cielo de la inocencia, y la relación al Otro como su fundamento. Lo recordamos:  período —la infancia— en el que los acontecimientos marcarán al sujeto por el resto de su existencia, expresión de la dependencia fundante del ser humano a su objeto de amor primordial. El concepto de “individuo” cruje bajo estas concepciones en las que el Otro adquiere un papel fundamental y es rescatado de la tiranía yoica en el que es desaparecido. En el “Otro” radica la lengua, esa misma a la que el psicoanálisis apela para desarrollar el proceso de la cura y que no “sabe” reconocer ni habitar en ella concepto alguno de propiedad privada (nadie puede adjudicarse el copyright de la lengua). Freud hablará allí de eso solo para que de inmediato se inicie el trabajo de asimilación y de resistencia del sistema a los aspectos más revulsivos de “la peste”. La cuarentena antianalítica inicia su proceso preventivo, adaptando los conceptos más subversivos a un principio de funcionamiento guiado por la lógica de la identificación con el analista como modelo de normalidad y de control. El individuo finalmente está asegurado. Podríamos decir entonces que la cuarentena la establece el capitalismo mediante el concepto de individuo y, por lo tanto, el denominado “aislamiento social” sería una perfecta descripción de la cotidianeidad del realismo capitalista. Y si EEUU es su centro neurálgico entonces la frase freudiana que Freud jamás dijo, en boca de Lacan es un Real de lectura, lo que Freud hubiera llamado “interpretación”. Es el hueso. El amor de transferencia expone al sujeto dividido y es el medio por el que se ubica el punto de conmoción en el corazón (que parecía no haber) del individuo: su condición afectada de inconsciente.

Materialismo espiritual

Esas concepciones del amor dividido entre la carnalidad deseante y la maravilla de un amor bello, sin cuerpo y repleto de virtudes, entre la corrupción y la virtud, está ya en algunos de los disertantes del “Simposio” (Banquete) de Platón, pero la peste, la pandemia del eros popular, —la masa sudorosa que hace caso omiso de la virtud y vive ignorante de las “elucubraciones” del Otro que lo piensa, lo mece, lo atrapa y lo asimila a una pura representación que, como tal, es objeto de control y represión— insiste en reaparecer. Lo que Freud, el emisario de la peste, dedujo, es que se sabe más allá de lo representable, y ese saber tiene que ver con vivir según eros, más allá del individuo, lo cual incluye lo transgeneracional, es decir, lo que jamás se conoció. Un amor fuera de la filosofía (amar, lo cual incluye trabajar, haciendo una pequeña modificación a la propuesta freudiana. Es amor al trabajo, un trabajo que no esté ausente del cuerpo, sin que sea trabajo-robot)

Podemos decir que cierto elitismo del saber occidental se basa en un sujeto del saber desprendido del “vivir”, estableciendo una dicotomía allí insalvable entre un alma que “se sabe” especular (llevando el término al pleno de su significación respecto del espejo, de la “luz” del conocimiento de sí mismo) aunque su cuerpo siga atado a otra cosa que el despliegue de su propia filosofía no puede desentrañar. Freud, en cambio, va directo hacia esa otra “cosa”: invita (luego de aceptar la propuesta de una mujer en los inicios de su método) a hablar sin especulaciones (dejando de lado si lo dicho está bien o mal, si es correcto o si no, si es bueno o malo, si es lindo o feo, etc) para indagar, en la opacidad del cuerpo, aquello que lo anima y lo hace vivir: su causa de deseo, respecto de la que se desarrolla un saber que antes era “no sabido”. Apuesta por el inconsciente y por la pulsión (según el propio Freud, concepto fronterizo entre lo psíquico y lo somático, ligado indudablemente a lo que llama “apremio de la vida”) que articula lo que en “Banquete” se divide tajantemente.  Allí se rearticula un alma que al mismo tiempo es cuerpo y que se recorre como las caras de una banda de moebius: sin límite que separe un “adentro” de un “afuera” (quien recorre la banda siente que siempre está en una superficie). Freud es el fundador de una suerte de “materialismo espiritual” que termina por romper con el banquete platónico. 

La peste amor (que vuelve)

¿Alguien puede explicar el amor? ¿Será un tipo de fenómeno lejano a la belleza de un alma sin otro deseo más que por la virtud, sin otro esqueleto que una moral del comportamiento, sin otra carnalidad que la de una biología de la reproducción? ¿Retorna Pandemia como reacción de los “seres inferiores” expoliados de su corporeidad, como síntoma de la desaparición de los cuerpos que el capitalismo plasma sin necesidad alguna de campos de concentración, sino de un campo simbólico arrasado por lo concentracionario del capital acumulado sin límite? ¿Es Peste amor o el amor como una peste destructiva y ruidosa que plasma el lado erótico de la muerte silenciosa, indiferente al Otro de la civilización, del lenguaje, de la cultura?

Escuchamos los decires que nos explican qué es cuidarse, qué es protegerse, qué es quererse, qué es tener en cuenta al otro justo cuando ese otro ya retorna sin palabras. Retorno, ya no de lo reprimido, sino de lo real, y de un amor faltante que, en forma de tsunami, hace su aparición arrasadora, tal como un dios endemoniado que quiere recomenzar su obra destruyendo a su criatura, en medio de una estética de barbijo, ciertas reacciones de proximidad y algunas palabras de almacén acerca del “bien de todos”. Queda bien, pero es indiferente a lo inadaptable, lo ingobernable, lo ineducable. De nuevo es su bella borradura, el reinicio del eterno sueño de asimilación. En verdad, es el “sálvese quien pueda” organizado y velado por reglas de comportamiento social que un viento apenas un poco más fuerte seguramente volverá a barrer como a las hojas secas de un árbol que hace mucho tiempo está en otoño.

* Imagen de portada: Detalle de «Dos hadas abrazándose…» (1990) de Hans Zatzka

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Comentarios

'One Response to “La peste amor”'
  1. […] términos de la ciencia médica tradicional. Sin embargo, en un artículo que escribí hace poco —“La peste amor”, publicado en Polvo—, ponía en evidencia que “pandemia” es una expresión sintomática de un […]