Blog
Por Manuel Quaranta
I.
Mientras charlaba con mi primo en un bar ubicado en el corazón de San Telmo, noté que las dos o tres veces que pronunció la palabra dictadura bajaba ostensiblemente la voz, sin que hubiese demasiada gente alrededor y sin que su comentario fuera en absoluto polémico. Al remarcarle su gesto defensivo la charla viró hacia la corrección política (tema que le incumbe sólo a una selecta minoría, aunque tarde o temprano podría tener efectos masivos, si ya no los tiene). Con mi primo, llamémoslo F., coincidimos en nuestras críticas a la censura, la autocensura, los castigos ejemplares, las hogueras empíricas y virtuales, si bien, nobleza obliga, cada uno apuntala sus opiniones sobre diferentes pilares ideológicos. Él, fervoroso adherente del sendero libertario y yo, me causa pudor confesarlo, devoto de la izquierda (¿la izquierda víctima o la izquierda verduga?). Dudo, en todo caso, hasta dónde las coincidencias (o las discrepancias) son superficiales o profundas, de forma o de fondo. No lo sé, tampoco sé de las intenciones ocultas detrás de sus críticas o de las mías.
La cuestión es que estábamos esperando el almuerzo cuando detecté con mi alma de voyeur un comensal de aproximadamente 45 años que tenía entre manos el libro Un mundo donde quepan todes (ESI con perspectiva travesti trans). Al descubrir a este sujeto tan cerca de nosotros me inquietó la posibilidad de que algo de la charla le hubiese llegado a sus oídos, aunque nada de lo manifestado se refería específicamente al tema sobre el cual se estaba instruyendo (o deconstruyendo). Un elemento adicional del cuadro era que el hombre usaba, además de una barba que parecía postiza, un buzo con dos indígenas estampados en el pecho, abrazados, componiendo una imagen idílica de la fraternidad humana. Yo le comenté la circunstancia a mi primo, sin ahondar demasiado, y le pedí por favor que no se diera vuelta. Justo en ese instante apareció el mozo con la comida, unos sándwiches de berenjena exquisitos, en sintonía con las nuevas costumbres veganas.
Terminado el almuerzo trajeron la cuenta y al momento de pagar se acercó una mujer vendiendo pañuelitos. Nosotros le agradecimos la oferta sin adquirir el producto, por eso la vendedora se desplazó a la mesa vecina, la de nuestro personaje. “Esperá un segundo”, le dije a F., con la esperanza de registrar alguna acción relevante para el texto que ya estaba montando en mi cabeza. Dicho y hecho: el hombre le entregó a la mujer un devaluado billete de $100 a cambio de dos paquetes de pañuelos. Un cuadro conmovedor. El hombre había ejecutado durante ese rato todas las indicaciones prescriptas en el manual del buen samaritano: estudiar para convertirse en mejor persona (inextinguible fantasía progresista), utilizar atuendos demostrando su condición de alma bella (inextinguible fantasía consumista), comprometerse con el cuidado de las víctimas del sistema (inextinguible fantasía reformista).
Me pregunto, ¿habremos incidido nosotros en su última decisión? ¿Nuestra presencia lo habrá estimulado a actuar como actuó?
En casa googlé el título del libro y encontré el catálogo de la editorial, probablemente la manifestación más acabada de la corrección política (en su variante consumo cultural progre). Ejemplifico. En la colección antihéroes, algunos de los personajes elegidos para conformarla eran Cortázar, Galeano (la voz engolada de Galeano) y el Che Guevara. Desde mi punto de vista, esas publicaciones licuan cualquier perspectiva de construir un discurso contrahegemónico, contracultural, alternativo. Casualmente, intenciones previstas en las bases del proyecto editorial.
Veamos, ¿cómo sería un mundo donde quepan (me fascina la irregularidad del verbo caber) todes? ¿Sería lindo o feo? ¿Luminoso u oscuro? ¿Feliz o infeliz? Un mundo para todes sería, por principio, un mundo sin conflictos ¿Y cómo sería un mundo donde no hubiera conflictos? ¿Cómo sería habitar un mundo libre de tristeza, de dolor, de bronca, de ansiedad? Acostado como estaba (pienso mejor acostado) recordé la publicidad de la segunda temporada de Black Mirror (2013): Live more. Connect more. Travel more. Share more. Smile more. Find more. Consume more. Think more. Experience more. Remember more. See more. Share more. Remember more. Learn more. Make more. Fight more. Make more. Connect more. More. More. More. More. More. More.
En fin, el capitalismo en su fase actual, tiende a la inclusión. Lo que supone todo un problema. O para expresarlo en jerga derridiana, una paradoja insalvable.
II.
Pasan los días y, gracias a mi estructura obsesiva, sigo rumiando como vaca la pregunta sobre un mundo para todes. Quizás exagere, pero un mundo tal implicaría la abolición del otro, de la responsabilidad generada por el otro, de la angustia que el otro me genera. En un mundo para todes se diluirían los márgenes, la periferia, el riesgo de morir en la batalla. En el mundo para todes faltaría la falta, lo inconsistente, es decir, sería un mundo sin contingencia, completo. Concretamente, un mundo donde quepan todes sería el infierno (¿el infierno no eran les otres?) terrenal, diez o cien veces peor al imperante: una comunidad de iguales (ver tapa del libro) viviendo el horror manifiesto de un mundo feliz.
III.
En Las resistencias de la angustia, Alexandra Kohan glosa a Lacan: “El capitalismo rechaza las cosas del amor, porque el amor implica la falta, la incompletud, mientras que el capitalismo nos pretende completos y sin angustia para poder seguir produciendo”. El pasaje da la bienvenida al capitalismo inclusivo (más, más, más). Se sabe, el capitalismo nos necesita adentro (de hecho, parecería no haber afuera) como sea, sin falta, sin filtros, sin fisuras, sin temores, ¿sin amores?, y para conseguir nuestra inclusión surgen una variedad de procedimientos (ideológicos, lingüísticos, farmacológicos) provenientes muchas veces de grupos críticos del sistema, cuyo argumento central apunta a aplacar la angustia de los excluidos (estudiantes, consumidores, etc.). Nadie afuera, todos adentro, que ninguna persona ose sentirse mal. Frente a estas intenciones loables, Kohan advierte: “La angustia es una resistencia ya que, finalmente, es la que nos despierta de un mantra adormecedor en el que pretende subsumirnos el poder”.
¿Cuál será la trampa en todo esto? ¿Qué secreto se esconde? Quizás ninguno. Quizás la trampa sea que no hay trampa, quizás el secreto sea la ausencia de secreto.
IV.
Alexandra Kohan trabaja desde hace años temas afines a mis preocupaciones, ofensa, indignación, eufemismo, queja, corrección política, capitalismo y amor. Su trabajo posee la extraña cualidad de animar (en la doble o triple acepción del término) a los otros a transgredir las fronteras de su propio pensamiento. Ella acciona con lucidez, maniobrando en un registro mixto, entre la academia y la divulgación, que nos habilita para hablar de ciertas cosas que la moral biempensante prefiere esconder bajo la alfombra del consenso. El artículo citado en el parágrafo anterior es la reseña extendida de Angustia, el libro de Renata Salecl que contiene un pasaje con el cual sello esta crónica desviada:
Con la fantasía, el sujeto crea para él o ella un escudo de protección contra la falta; en cambio, en la angustia, el objeto que emerge en el lugar de la falta se devora al sujeto, es decir, hace que el sujeto se borre. La angustia está ligada de una manera específica con el deseo del Otro: lo que me provoca la angustia es el hecho de que el Otro no me reconoce o, incluso cuando tengo la sensación de que el otro sí me reconoce, siento que el Otro no quiere reconocerme lo suficiente. El otro siempre me pone en cuestión, me interroga en la exacta raíz de mi ser.
Addenda: un usuario de Instagram, cuyo nombre prefiero omitir, comparte el siguiente grafiti: “Salud mental es poder amar sin miedo”. ¿Ah, sí? Casualidad o causalidad, uno de los hashtags aplicados reza #Incluyente.
Etiquetas: Alexandra Kohan, Lacan, Manuel Quaranta, Renata Salecl