Blog

Por Pablo Manzano
«Los muchachos han estado sumergidos, pobrecitos,
durante cincuenta años; por eso yo los he dejado que comieran
y que gastaran todo lo que quisieran; que se hicieran el guardarropa que no tenían,
que se compraran las cositas que les gustaban, y que se divirtieran también,
que se tomaran una botella de vez en cuando […]
pero, indudablemente, ahora tenemos que reordenar…»
Mensaje del Presidente de la nación, 1952
Lo que te cuenten de aquellos años dependerá de quien te lo cuente: de su amor por Keynes o Friedman, por Dorrego o Rivadavia, por lo popular o la libertad. Y por tanto también dependerá bastante de su pelo y su ropa. Un pullover cualquiera no declama lo que una corbata rigurosa. Una barba sin pretensión no dice lo mismo que una con, y un cabello desgreñado o bohemio no opera en la producción de sentido de la misma manera que una calva liberal lustrosa o un jopo modoso recién lavado. El entrevistado de esta nota, por su parte, purga su capital social y cultural con una campera negra sencilla y un corte de cabello ejemplar: cresta aplanada, mechas sobre la nuca y parietales rasurados. Con su aire de puntero universitario, no hay estudios superiores que le impidan sentirse cerca del pueblo.
–En aquel tiempo un periodista inglés escribió un artículo –me cuenta el entrevistado–. Salió poco después de la creación del partido, en 1947, y se titulaba A portrait of the party. Con party, se hacía alusión al partido, pero también a la fiesta. Era un retrato burlesco, obvio. Curiosamente nunca se había retratado así la fiesta de décadas anteriores, la de la prosperidad que acababa derrochada en Europa por unas pocas familias de estancieros. A lo que ese inglés llamaba fiesta, nosotros le llamamos redistribución.
No diré el nombre del entrevistado; solo diré que escribe en Página 12 y enseña historia económica en un programa de radio. En su departamento esperaba encontrarme con la foto de un presidente de los años cuarenta y su mujer, pero en la pared solo tiene la de una presidenta del nuevo siglo y su marido.
Estamos hablando de tiempos muy antiguos, y no solo porque en los hogares de aquellos años prole recién empezaran a multiplicarse los aparatos de radio, o porque la heladera acabara de reemplazar a la refrigeradora de hielo. Lo remoto se aprecia sobre todo en el hecho de que el sistema jubilatorio (recién creado) generaba superávit (cosa increíble). Esto era, justamente, una de las fuentes de financiamiento de aquella fiesta redistributiva.
–Ya lo decía Perón –me dispongo a citar–, nadie puede hacerse rico con su salario. Pero sí vivir bien: con tranquilidad, dignidad y felicidad.
Lo de «felicidad» ha sonado más bien macrista, pienso.
–La expansión salarial fue clave –me explica el entrevistado–. No solo para mejorar el nivel de vida. Fue un instrumento para estimular la demanda y mantener el pleno empleo.
–Y la principal fuente de empleo no era el sector rural, sino el industrial, ¿cierto?
–Cierto.
–El sector rural, sin embargo, seguía siendo la principal fuente de financiación y de sus divisas dependía todo, ¿cierto? Se ha dicho que todo fue posible gracias a los precios altos de los productos rurales. Se ha hablado incluso de apropiación de la prosperidad exportadora.
–Es un hecho que el gobierno monopolizó la comercialización de cereales y oleaginosas. El campo debía venderle sus productos al estado, que exportaba una parte y vendía la otra en el mercado interno a precios más bajos, para evitar así la caída de los salarios.
–No eran tiempos para los llorones de las regulaciones.
–Pero también es un hecho que esta política a su vez le convenía al campo, ya que la situación de posguerra obligaba a vender a crédito, y solo el estado podía soportar mayores riesgos o plazos.
–Sin embargo, las medidas en general no favorecían a los productores agrícolas, ¿cierto? Importar maquinarias, por ejemplo, les resultaba imposible, ya que el tipo de cambio y los permisos solo favorecían a la industria.
–No se puede negar la presión que se ejerció entonces sobre el sector agrícola. Podemos hablar incluso de desigualdad. Pero era un tipo de desigualdad que se podía justificar, como se habían justificado las desigualdades sociales de las cinco décadas anteriores. Ya en los cuarenta la expansión de la industria y la justicia social, conciliadas por primera vez, tenían su precio para el sector rural, y nada hacía pensar que fuera excesivo.
Un símil repentino me lleva a pensar en aquel país como un adolescente resentido que hace rabiar a sus padres, que los castiga con su indiferencia, pero que sigue dependiendo de su dinero para crecer y desarrollar sus grandes planes. Me ahorro la chicana.
–Entiendo, y que agradezcan esos estancieros que no les cayó una reforma agraria.
–Lo que demuestra que el peronismo es flexible.
–Ya que lo dice, ¿no faltó más flexibilidad para entenderse con Estados Unidos?
–La relación con ese país era de mutua desconfianza. Ellos nunca nos perdonaron la neutralidad durante la Guerra y más tarde instalaron la idea de un excesivo oportunismo argentino en los negocios con las hambrientas naciones europeas. Estaba claro que después de la Guerra eran ellos los que mandaban. Así impusieron su diseño en la creación del Banco Mundial, el FMI y el dólar como moneda de comercio internacional. Estados Unidos también veía en la Europa de posguerra un mercado para sus negocios.
–Y así fue como Argentina no solo no recibió dinero del Plan Marshall, sino que fue excluido como proveedor de productos primarios. Ahora que lo pienso, habría sido una oportunidad demasiado favorable para el sector rural, ¿cierto?
–Tenés que entender una cosa –me dice mi entrevistado–. El sector rural ya no era protagonista de nada. Concentrar fuerzas en la producción primaria había sido condenarse al fracaso. Había llegado la hora de la industria.
–La industria, sí, sí, entiendo. El desarrollo. ¿No había también como un gran entusiasmo milico por la industria? Para los militares las industrias eran la base de la liberación económica y la autonomía nacional, ¿cierto?
–Eso está más relacionado con la industria de armamento. El peronismo apostó más bien a la industria de sustitución y el mercado interno, quizá guiado por su propio pronóstico de una Tercera Guerra Mundial.
No me sorprende. Después de todo hoy se pronostica dictadura, fascismo, ruptura democrática y hasta Tercer Reich a la criolla cada vez que no se gana una elección.
El entrevistado me suelta sus primeros datos épicos: en 1929 se importaba el 45% de las manufacturas consumidas, en 1949 solo el 15%.
–El grado de sustitución de importaciones –me ilustra– se llegó a contar entre los mayores del mundo en desarrollo y el vigoroso crecimiento industrial no pudo ser puesto en duda por ninguna de las dispares estadísticas.
No tengo capacidad para chequear semejante sentencia.
–¿Cuál fue el resultado de poner platita en el bolsillo de la gente? –le pregunto.
–El resultado fue un ingreso nacional que superó por primera vez a las ganancias, los intereses y las rentas. El resultado fue una clase trabajadora que experimentó el mayor bienestar de toda su historia.
–Hablemos de esos muchachos. No estaban acostumbrados a tanta generosidad oficial, ¿cierto?
–Cierto. Los gobiernos de décadas anteriores no habían sido generosos con ellos.
–Pero tampoco es que de repente hubiera generosidad para todos, ¿cierto? Los sindicatos que mostraban cierta independencia eran disueltos, excluidos, perseguidos o castigados. Se puede describir incluso un nuevo escenario en que los sindicatos dejaron de estar aliados con la oposición socialista o comunista para estarlo con un gobierno, ¿cierto? De hecho, en un principio, los sindicatos fueron aliados de un gobierno de facto.
–Es que con sus alianzas anteriores no habían visto mejorar su situación. Eran sujetos políticamente huérfanos. Además, la nueva coyuntura requería de organizaciones obreras organizadas, y sobre todo serias. Insistir en la lucha de clases era algo pueril. El nuevo imperativo era más bien la armonía de clases.
Increíble que, con semejantes antecedentes históricos, a alguien se le ocurriera más tarde crear algo así como una izquierda peronista.
Me pregunto por el lema del partido en aquellos años prole: «Ni capitalistas ni comunistas». ¿Qué quería decir? ¿Tercera vía, Socialdemocracia, Corea del Centro? ¿O claro alineamiento con el único actor no vencedor de la Segunda Guerra ni antagonista en la Guerra Fría?
–Cuénteme cómo era posible esa armonía de clases.
–A través de una generosa política crediticia para la industria, con intereses a tasa cero o incluso negativa, ya que la tasa de inflación podía llegar a superarla.
–¿Qué interés podían tener los bancos en dar créditos sin interés?
–Los bancos no decidían nada. La reserva fraccionaria subió al 100%. Los depósitos pasaron a manos del Central. El Central les decía a los bancos a quien se le prestaba y bajo qué condiciones. Los préstamos se otorgaban con vistas a aumentar la actividad industrial y el empleo. Esta política crediticia permitió a las empresas pagar salarios cada vez más elevados.
–Y todos contentos. Menos el campo.
–Prevalecía la idea de que el dinero ya no se ofrece al mejor postor, al que más intereses pueda pagar, sino que es un bien público y se presta de acuerdo con las necesidades de desarrollo social.
–El gas, la energía, los trenes, y también la banca. No eran tiempos para los llorones de las nacionalizaciones, ¿cierto?
–Eran tiempos, precisamente, para que el estado asumiera un nuevo rol. En los años cuarenta lo que hacía el estado en Argentina era lo que se hacía en todo el mundo. En Gran Bretaña, con el partido laborista. En Francia, donde incluso se estatizó la Renault…
–En la URSS creo que también eran un poquito intervencionistas, ¿cierto?
–Y hasta en Estados Unidos, donde la intervención del estado había permitido superar la crisis del 29. Pero a pesar de todo esto, no se puede reducir aquel peronismo a una gestión intervencionista. El peronismo siempre ha sido versátil.
Lo he oído mil veces y nunca he sabido muy bien cómo interpretar esa proclamada versatilidad. ¿Pragmatismo o cinismo?
–¿Versátil en qué sentido?
–En el sentido de saber leer el partido que se está jugando. Actuar de acuerdo a lo que exigen las contingencias, las circunstancias.
–Pongamos, por ejemplo, una circunstancia: la compra de los ferrocarriles.
–Es una larga historia. Deberíamos hablar de la deuda inglesa por exportaciones argentinas en tiempos de guerra, las libras bloqueadas imposibles de convertir a dólares…
–El vencimiento de los beneficios impositivos para los ferrocarriles, la urgencia de los ingleses por deshacerse de esos fierros viejos…
–Lo de los fierros viejos lo instaló la oposición de la época. En lugar de repetirlo, habría que considerar que con las tierras a los costados de las vías se hizo un buen negocio. Además, con la compra se redujeron los servicios financieros por empresas extranjeras, que eran una ruina para el país. Por lo que no solo adquirimos los ferrocarriles, sino sobre todo soberanía nacional. Independencia para el control de tarifas, etc. Finalmente los trenes eran nuestros. Lo que provocó, al menos en la mayoría, una enorme alegría popular.
–Antes ha mencionado la inflación.
–Así es. Un instrumento de política social muy importante.
–Los chicos de Chicago discreparían un poco. Pero explíquemelo, por favor.
–Si hay inflación es porque hay actividad, empleo, consumo y dinero…
–Pero si ese dinero vale cada vez menos, entonces la gente se pone a gastarlo como loca, lo que genera más inflación…
–¿Querés que te lo explique o no? Mirá, en los años cuarenta las rentas estaban congeladas, con lo que la inflación fue cercenando gran parte de la riqueza de los rentistas. Esos ingresos se trasladaron al sector de los trabajadores, a través de aumentos constantes de sueldos. Sin inflación, no habría sido posible elevar el nivel de vida de la población y dar al trabajador una mayor participación en la distribución de los ingresos totales.
A la luz de hoy, hago un esfuerzo hercúleo por vencer mi desconcierto.
–Eso fue en los años cuarenta –consigo tartamudear–. ¿Qué paso en los cincuenta? Porque pasaron cosas, ¿cierto?
–Hasta entonces se había hecho lo que se recomendaba hacer en aquel momento.
–¿El sueño de la autarquía?
–El proyecto de una industria sustitutiva, como ya te dije. Y el aumento de la demanda. Lo que pasó fue que para satisfacer esa demanda la producción industrial local necesitaba cada vez de más insumos y bienes de capital. El creciente nivel de estas importaciones provocó un déficit.
–¿Cómo déficit? No me diga que había déficit.
–Sí, el Banco Central emitía y le prestaba al estado para cubrir el déficit. Y las empresas estatizadas retrasaron las tarifas para evitar un impacto inflacionario.
De repente dudo si estamos hablando de tiempos tan antiguos.
–Empresarios y trabajadores se sentaban a discutir, pero la armonía de clases empezaba a complicarse.
–Si mal no recuerdo, los empresarios querían tomar medidas contra el lunes criollo. El ausentismo laboral de los lunes ya era toda una tradición, ¿cierto?
–Eso era una cuestión menor. Lo más grave era que, por primera vez en tiempos de Perón, la inflación superó al aumento salarial. Y comenzaron las huelgas.
–Qué desagradecidos los muchachos. ¿Fue entonces cuando se les prohibió comer carne los viernes?
–Así es, porque cuando Perón iba cada día a trabajar a las seis de la mañana se paraba delante de algunas casas para revisar las bolsas de residuos y allí encontraba grandes trozos de carne y pan.
–¿Eso lo contó Perón?
–Para él era la prueba de que cada día se consumía más, y como consecuencia sobraba menos para exportar.
–Un mercado interno limitado pero glotón.
–El mensaje era claro. Había que reinventarse, ser más versátil que nunca: consumir menos y producir más.
–La productividad nunca había sido el gran objetivo, ¿cierto? Se ha criticado la política industrial de esos años como indiscriminada, poco enfocada.
Comparto con mi entrevistado una fuente histórica sobre economía, según la cual la diferencia de costos de una industria argentina y una norteamericana de la época (de la misma rama) era de hasta el 300 %.
–Imposible devaluar tanto para poder competir, ¿cierto? –me atrevo a decir.
–Por eso mismo la prioridad deja de ser distributiva y pasa a ser productiva.
–Pero explíqueme algo. ¿Cuál era el problema de seguir importando insumos?
–Era un problema estructural que comprometía la balanza de pagos. A comienzos de los años cincuenta hubo una sequía…
–Algo leí. La cosecha de 1952 fue un desastre. Había que comer un pan negro de calidad inferior, elaborado con centeno y mijo.
–Y la importación de insumos para la industria dependía en gran medida de las exportaciones agrícolas.
–El adolescente cuyos planes dependen de sus padres.
–No te entiendo.
–Hablo de un país que le da la espalda al campo para entrar de lleno en la era Otto Krause pero que al mismo tiempo necesita del campo para hacerlo.
–Pensar que al campo se le dio la espalda es una distorsión histórica. De hecho, el gobierno decide empezar a pagarle al sector rural precios más favorables. Los productores del campo también se ven favorecidos con la quita de aranceles y los créditos que antes solo eran para la industria.
–Sin embargo parece que quedó demostrado que la transformación a la que se aspiraba no resultaba nada sencilla en un país que no despertaba ningún interés en el comercio internacional de no ser por los productos del agro, ¿cierto?
–En cualquier caso, aquel giro favorable al campo no sirvió para que aumentaran las exportaciones.
–¡Ah, pero sí que sirvió para esto!
Comparto con mi entrevistado un discurso de un importante miembro de la Sociedad Rural: «Tributamos a los dignos representantes de este gobierno, que actuaron inspirados por el Excmo Señor Presidente General Juan D. Perón, nuestro más sincero voto de aplauso».
–El peronismo es en cada momento lo que debe ser –me dice el entrevistado–. Si hay que estar bien con el campo, no es un problema. Pero Perón también advierte que las nuevas circunstancias exigen un nuevo plan para producir insumos y dejar de importarlos. Para lo que se necesitan inversiones extranjeras.
–¿Pero cómo? Si el 9 de julio del año anterior se había aprobado la Constitución Justicialista, que reivindicaba la independencia económica y lo de combatir al capital. Es más, el texto hablaba de impedir el ingreso del capital extranjero.
–A ver, no es tan difícil de entender. El peronismo muta. El peronismo es en cada momento el mandato del pueblo.
–¿Abrirse al capital extranjero era el mandato del pueblo?
–Era la única manera de abordar el segundo Plan Quinquenal, que ya estaba en marcha. Había que producir más en el país: más electricidad, más carbón y sobre todo más petróleo.
El entrevistado me resume la trama de la California (de Standard Oil). La necesidad de abastecerse, la falta de estructura de YPF para explotar los nuevos yacimientos. La firma del contrato de explotación petrolera en el año 55 con la empresa norteamericana, por 40 años y sobre una superficie de 50.000 km cuadrados, con todas las concesiones y con la bendición de un Perón menos dogmático y más pragmático (versátil). «¿Qué ellos sacan beneficios? ¡Por supuesto! No van a venir a trabajar por amor al arte». Y el fracaso final del proyecto de ley, estancado en una comisión de diputados, sin ser tratado por ninguna de las dos cámaras.
–¿Por qué tenía que pasar por el Congreso si ya se había firmado el contrato?
–Porque la California quería tener mayor protección jurídica.
–¿Y por qué la mayoría peronista no lo aprobó? –insisto, sin comprender.
–Dentro del mismo peronismo había escepticismo hacia este giro ortodoxo.
–No entendían a este nuevo líder panqueque, ¿cierto? Sorry, versátil.
–Y los radicales, curiosamente, rechazaron el contrato con ideas profundamente peronistas, argumentando que los yacimientos eran, según la última Constitución, propiedad inalienable del estado y que no debían entregarse al imperialismo.
–Tenía entendido que la oposición no pintaba nada, que los diputados opositores eran expulsados de la Cámara y que no podían acceder a los medios de comunicación.
–Ya no era tan así. La oposición renació y se congregó en torno a la Iglesia.
–Una Iglesia a la que este Perón versátil ya no mimaba como al comienzo, ¿cierto?
–Hasta los comunistas se habían acercado a la Iglesia y al Ejército. Y fue aquel año, en 1955, cuando un opositor habló por la radio. Se trataba de Frondizi, que también tildó el acuerdo con la California de «imperialista» y denunció el «vasallaje» del peronismo. Frondizi en la radio fue récord de audiencia. Fue el comienzo del final.
–El 16 de junio fue el bombardeo. Y el 16 de septiembre el golpe, ¿cierto?
–La Revolución Libertadora, un nombre que no deja dudas sobre quienes se han escondido siempre detrás de la libertad. No dejaron gobernar, y el Segundo Plan Quinquenal se quedó trunco.
–Por lo que parece, era un plan ambicioso, a largo plazo. ¿Cuánto tiempo habría sido necesario para que diera sus frutos? ¿Veinte años?
–Veinte años con Perón en el país, sí. Pero ese fue casi el tiempo que no estuvo.
–O que estuvo más presente que nunca.
–Cierto, lo que podría explicarse por el reclamo soterrado de un pueblo que necesitaba un verdadero conductor que garantizara acuerdos entre los sectores. Porque durante su ausencia ninguno de los gobiernos tuvo apoyo popular. Porque sin él, el país nunca consiguió estabilizarse ni encontrar el camino. Porque mientras él no estuvo cada peronista tenía su manera de ser peronista. Lo que estaba bien, porque ser peronista no admite definiciones. Ser peronista es simplemente ser protagonista, no contentarse con la eterna y cómoda oposición. Pero sin él los cimientos de la armonía fueron dinamitados y los enfrentamientos tenían en vilo a la Argentina.
–Pero finalmente pudo volver.
–Finalmente TUVO que volver, en el 73, para arreglarlo todo[1].
Leer Aquellos años agro
[1] 1973: el PBI creció un 4,5 %, el desempleo bajó de 6,1 a 4,5 %, la inflación pasó del 60 % a ser nula en el segundo semestre (datos del entrevistado).
Etiquetas: Pablo Manzano